18 de noviembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Gracias por tu carta. Y por el «silencio de la azotea» que me pones en ella: «Duerme en paz, mi niña, sola en la azotea. ¿Qué silencio buscas? ¡Que la luz de las estrellas te acompañe mi niña, que te acompañe la luna, que el susurro del viento te dé bonitos sueños. Lloré. Mientras haya una niña que tenga que dormir en la azotea para evitar el hacinamiento… este país es pobre».

Este es el panorama de nuestra sociedad: pisos donde se amontonan varias familias por haber sido desalojadas de sus pisos por no poder pagar la hipoteca a entidades bancarias que siguen teniendo beneficios, y que, a falta de espacio, alguien prefiere la luz y el calor de los astros del firmamento. Azoteas para dormir. También hay azoteas para el aterrizaje de helicópteros de ejecutivos que buscan más seguridad en sus desplazamientos a sus oficinas.

Es el panorama de una sociedad donde tiene que haber 400.000 desahucios, para que los grandes partidos políticos se sienten a hablar para buscar una solución.

Hemos firmado la Declaración de los Derechos humanos cuyo artículo 25 dice: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios».

Así que uno se pregunta quién es «toda persona», porque hay personas a las que no llega este artículo. O ¿acaso están «despersonalizadas» por la sociedad?

Desgraciadamente, hay muchos más silencios en esta sociedad. Desde nuestras azoteas se pueden percibir muchos silencios.

Pero ante la situación profundamente triste, o dramática, cobran fuerza palabras que escuchamos estos días, al finalizar el Año Litúrgico: «Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora». No sé si globalmente nuestros tiempos son más duros que tiempos pasados, pero lo que aparece claro es que en una sociedad con tantos recursos como ahora no los hubo, y sin embargo para mucha gente la vida se les presenta como un problema de supervivencia, de profundo dramatismo.

Hay más palabras para la reflexión: «Después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo». Incluso en azoteas va a faltar, o va faltando ya, la luz y el calor de los astros del firmamento.

Mª Luisa, no quiero decir con todo esto que tengamos un fin del mundo inminente, como parecen sugerir estas palabras de la celebración litúrgica, pero sí que estamos trabajando «mucho y bien» en esta sociedad, para que a todos nos envuelva una densa tiniebla, y que está oscuridad nos lleve por caminos que nadie sabe a dónde nos conducen.

Esta, evidentemente es una hora difícil, profundamente difícil, dramática, de vida o de muerte para muchas personas. Por eso yo también creo que debe ser una hora de profunda humanidad, de sobriedad en nuestra vida, que se nos ha dado un tiempo para que lo administremos bien. Solo que en nuestro caso no se contabilizan dineros, aunque no todos lo creen así, sino que se trata de contabilizar humanidad.

Nada más, continúa siendo muy humana. Un abrazo,

+ P. Abad