4 de noviembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 31º del Tiempo Ordinario (Año B)

Los sermones de san Agustín, obispo
No ignoramos que vuestros corazones se alimentan cada día con las exhortaciones de las lecturas divinas y con la Palabra de Dios. Con todo, como que deseamos amarnos cada vez más unos a otros, siento el deber de entretenerme un poco con vuestra caridad sobre el amor.

Quien quiera hablar del amor no debe preocuparse de elegir lecturas que lo describan de una manera expresa. No hay ninguna página de la Escritura que no hable del amor. El Señor mismo nos lo atestigua y el evangelio nos lo enseña. Así, cuando le preguntaron cuál era el primer mandamiento de todos los de la Ley, Jesús respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo». Y para que no buscáramos nada más en las páginas sagradas, añadió: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas». Si toda la Ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos, mucho más el evangelio.

El amor renueva el hombre, lo hace nuevo. Que la caridad es la porción del hombre nuevo, lo expresa personalmente el Señor cuando dice: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros». Si, pues, la Ley y los profetas, que es tanto como decir todo el Antiguo Testamento, dependen del amor, mucho más el evangelio, es decir, el Nuevo Testamento, desde el momento que el Señor sólo proclamó como suyo este mandamiento: «Que os améis unos a otros». Después de haber venido a hacernos hombres nuevos, lo declaró mandamiento nuevo, y nos prometió una herencia nueva, una herencia eterna.

El amor está presente en ambos testamentos. En el primero, de una forma más velada, y, en cambio, con el temor más a la vista. En el segundo, por el contrario, es más evidente el amor que el temor. Porque cuanto más crece el amor, más disminuye el temor. Al crecer en el amor, el alma se libera del temor, y, al llegar a la plenitud de esta liberación, desaparece el temor. Lo dice el apóstol Juan: «El amor ahuyenta el temor».