11 de noviembre de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Tardó en llegar tu carta de otoño, pero llegó con una interesante reflexión sobre el silencio que te comentaré otro día. Pero hoy me quiero detener en las palabras que vienen en tu carta después del silencio: «el ruido conlleva el desorden, la avaricia, el egoísmo, el odio, la palabra vana, la prepotencia… estos tiempos son así. El capitalismo feroz en su deseo de acaparar las riquezas y las voluntades de los hombres, es un inmenso ruido que devora la paz, que sume en la desesperación. Los filósofos, los políticos, los obispos, los “salvadores” se empeñan en buscar la solución en el trueno, en el huracán… y no. La solución está en la brisa, que pasa casi desapercibida».

Así vamos haciendo el camino en este mundo. Por un lado el ruido, el desorden, la prepotencia, por otro lado, la muchedumbre inmensa de gente sencilla que nace, vive y muere sin más, la “humanidad silenciosa”, en la que me hace pensar el episodio de la viuda pobre del evangelio, que arroja unas pocas monedas, lo poco que tiene para vivir, en el templo. Y merece un gran elogio del Señor.

Yo creo que el ruido del trueno y del huracán alejan de nosotros toda posibilidad de escuchar el rumor de la brisa de vida. La “humanidad silenciosa” inmersa en ese rumor de la brisa, no tiene otros recursos, otra fuerza que el de nacer, vivir y morir. Y sin embargo como subrayó en alguna ocasión el monje Tomas Merton es posible que sea en esta mayoría silenciosa donde se encuentra esa alma contemplativa que todavía mantiene el mundo en el difícil camino de la vida de cada día.

Pero esto no es suficiente. Un creyente no puede dejarse seducir por el desorden, el odio, el poder… sino estar preocupado por escuchar el suave rumor de la brisa, signo de la cercanía de Dios, que le da fortaleza para caminar. Y esto tampoco es nada fácil, e insuficiente, ya que precisamos de una “presencia” más fuerte y determinante como sugiere en su obra el mismo Merton: «Tal vez fuese demasiado decir que el mundo necesita otro movimiento como el que condujo a estos hombres a los desiertos de Egipto y Palestina… Tenemos que liberarnos, a nuestra manera, de las implicaciones de un mundo que se precipita en el desastre. Pero nuestro mundo es diferente del suyo… No podemos hacer exactamente lo mismo que ellos hicieron. Pero hemos de ser tan concienzudos e implacables en nuestra determinación de romper todas las cadenas espirituales y desechar el dominio de coacciones ajenas, para encontrar nuestro verdadero ser, para descubrir y desarrollar nuestra inalienable libertad espiritual y emplearla en construir, en la tierra, el Reino de Dios… Necesitamos aprender de estos hombres del siglo IV cómo ignorar los prejuicios, desafiar las coacciones y adentrarnos sin miedo en lo desconocido».

Hay aquí una serie de afirmaciones muy importantes y muy necesarias vivirlas para que el hombre se realice, para que la sociedad no se sienta frustrada: liberación, implicación en el mundo, cadenas espirituales, construir el Reino… En el fondo, todo esto supone apostar por la libertad. Y como ya se ha escrito: hay un miedo a la libertad, y tenemos una inclinación a abdicar de nuestro camino de libertad, para dejarlo en otras manos, que no son una verdadera garantía de perseguir ese objetivo que nos debe llevar a una dimensión humana y creyente más profunda.

Que el otoño haga renacer en ti los sentimientos de la mejor nostalgia. Un abrazo,

+ P. Abad