13 de noviembre de 2012

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«Esta fiesta es nuestra. En las demás festividades de los Santos nos unimos a todas las Iglesias. Esta fiesta es nuestra. Nos es tan propia que sólo nosotros la conmemoramos. Es nuestra porque concierne a nuestra iglesia, y, aún más, porque se refiere a nosotros mismos. No os admire ni sonroje celebraros a vosotros mismos. ¿Qué santidad pueden tener estas piedras para rendirles homenaje? Si son santas lo son por vuestros cuerpos. Y no hay duda que vuestros cuerpos están santificados, porque sois templo del Espíritu Santo, y cada uno sabe controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente. Podemos, pues, decir que el Espíritu Santo que vive en vosotros santifica las almas, éstas comunican su santidad a los cuerpos y éstos a la casa. Dios es admirable en sus santos, tanto en los del cielo como en los de la tierra. Los tiene aquí y allí, y en todos realiza maravillas: a aquellos les comunica su felicidad, y a estos su santidad» (San Bernardo, Sermón 1,1 Sobre la Dedicación).

Nos acercamos hoy a Cristo, la piedra viva, la piedra angular, la piedra clave que cierra todo el edificio construido con las piedras vivas que somos nosotros, cuando entramos o nos incorporamos a la construcción de un edificio espiritual que se realiza y consolida, cuando dejamos que la piedra clave cierre todo el edificio. Nos acercamos hoy a Cristo, él es nuestra fiesta.

«Entrad, entrad, aquí lo encontrareis como todavía no le conocéis, como él es la vida y la verdad, como quiere ser conocido por todos y sobre todo por vosotros» (Joan Maragall).

Porque un edificio vivo, un edificio espiritual, nunca está construido de una vez por todas. Es necesario colocar piedras cada día. Cada día necesitamos trasladar el Arca con sus tablas de la Ley. Cada día es necesario trasladar el Arca tocando los instrumentos musicales y cantando himnos.

Dice Salomón: «El Señor quiere habitar en la tiniebla», un espacio de silencio, el espacio de tu corazón. Cristo, el nuevo Salomón, ha edificado un espacio donde habita para siempre tu Dios.

Quizás sea ésta una fiesta para cuidar el DESEO de Dios, un deseo que nos lleve a estar más pendientes de ese espacio interior, donde habita Dios para siempre. Un deseo que suscita el mismo Dios, pero que nosotros debemos cuidar. Escribe san Agustín: «Dios dilata el deseo para que crezca, y crece para que alcance a Dios. Dios no da una cosa pequeña al que desea. Dios no da algo de lo que hizo; Dios se da a sí mismo, que hizo todas las cosas».

El salmista nos inspira, nos ilumina para cuidar y estimular ese deseo de Dios: «qué deliciosas son tus moradas, mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo… Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre».

El salmo de esta fiesta es todo un canto para despertar nuestro entusiasmo por Dios, para vivir despiertos trabajando contra la rutina en el trato con Dios. Retozar por el Dios vivo. Por un Dios vivo en tu corazón. «Un Dios que retoza por ti, danza por ti, como en los días de fiesta» dice el profeta, y te renueva en su amor, y en el tuyo. El salmista nos invita a retozar por el Dios vivo. A saltar y gozar con nuestro Dios, a entusiasmarnos con él y por él. El pone la primera piedra, la piedra angular; nosotros debemos continuar la construcción de la casa, de la casa de Dios, de nuestra casa. Esta es nuestra preciosa tarea: levantar en este tiempo que nos da, y en colaboración con él, un edificio espiritual.

«Señor de las energías, que amables son vuestras casas! Mi alma desfallece y se muere de deseo a la puerta de mi Señor. Mi corazón, mi carne se ha estremecido de alegría en el Dios vivo… Feliz que ha encontrado un lugar en tu casa» (Paul Claudel).

En el encuentro con el Señor en su casa, en mi casa, como vemos en el encuentro de Zaqueo con Jesús, se despierta un profundo entusiasmo que primero vive en su espacio interior, en su corazón, pero la energía, la fuerza de Dios es tal que se derrama generosamente hacia el exterior. La energía, la fuerza de Dios nos lleva a poner nuestra piedra con las piedras de los demás para levantar la casa de Dios. Esta es nuestra tarea, nuestro trabajo primero. Sobre la firmeza de la piedra angular, sobre la sabiduría de Cristo, levantamos la casa de Dios en este tiempo que él nos da, que coincide con levantar tu casa, la casa de tu hermano. Nuestra casa humana.