2 de septiembre de 2011

SAN BERNARDO, MONJE DE POBLET, SANTA MARÍA Y SANTA GRACIA, MÁRTIRES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 51,1-12; Salm 125; 1Pe 3,14-17; Mt 10,17-22

«Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Glorificad a Cristo en vuestros corazones.»

El punto de partida es Cristo. Con toda seguridad que hoy Bernardo, María y Gracia, serían unos desconocidos para nosotros, si ellos no se hubiesen encontrado con Cristo. Parece ser que hubo un encuentro ocasional del musulmán Ahmed con Cristo en Poblet, y a partir de aquí se desencadena una historia nueva.

Es la historia nueva de una persona que se deja envolver por el misterio de la persona de Cristo, una historia nueva que lleva a una vida monástica, una vida contemplativa que se proyectará en una acción apostólica valiente, generosa, en un testimonio de Cristo que le llevará hasta la muerte. «No hay amor más grande que el dar la vida por sus amigos». Es lo que hace Cristo, al revestirse de nuestra naturaleza humana. Pero anunciando claramente: «si a mi me han perseguido también a vosotros os perseguirán», haciendo realidad la verdad del Evangelio que acabamos de escuchar. Bernardo con sus hermanas María y Gracia es odiado por causa del nombre de Cristo y perseguido por su propia familia. Y este es un fenómeno que continúa, desgraciadamente, repitiéndose en nuestros días.

Pero ¿Quién es este Cristo, por quien Bernardo María y Gracia hacen una opción tan decidida, tan arriesgada, tan radical? Este Cristo, que san Pedro recomienda que esté en nuestro corazón, como punto de partida del testimonio de nuestra vida creyente.

El retrato, o la respuesta más fiel lo tenemos en los Evangelios, y en general en todas las Sagradas Escrituras, que se refieren a Él. Pero también tenemos otros muchos testigos que nos hablan de él, y lo han confirmado con su vida y su muerte, y que nos pueden ayudar a clarificar más las figuras de Bernardo, María y Gracia.

Dice san Ignacio de Antioquia: «Cristo es el canto que nace de vuestra concordia y la caridad armoniosa». (Ef IV,1) En esta sociedad donde hay tanto déficit de concordia y de armonía, es normal un desconocimiento de Cristo.

También sugerirá san Ignacio: «una sola plegaria, una sola súplica, un solo espíritu, una sola esperanza en la caridad; en un alegría sin mancha: eso es Jesucristo, mejor que él no hay nada». (Magn VII,1)

Vivir la tensión de la unidad, de la reconciliación como la llegaron a vivir Bernardo, María y Gracia. Esta herencia también la necesitamos en nuestros días. Un Cristo troceado y guardado en la nevera en una gran blasfemia.

Cristo, para Clemente de Alejandría es «la Palabra de la verdad, la Palabra que preserva de la muerte, que regenera al hombre, estímulo de la salvación que aleja la rutina, que edifica un temple entre los hombres, para establecer allí la mansión de Dios. Procura que este templo sea puro, y abandona al viento y al fuego, como flores caducas, los placeres y la desidia. Cultiva con prudencia los frutos de la templanza y consagra a Dios tu vida». (Exhortación a los paganos, Cp. 11)

Es otro perfil importante de la persona de Cristo que nos sugiere un trabajo personal interior, que nos renueva desde dentro y lanza con fuerza a ser testigo de este Cristo.

Pero este es un trabajo arduo, duro, difícil, que ya lo había anunciado el Señor: «si a mi me han perseguido también a vosotros os perseguirán».

La lectura del Siràcida ya nos avisa de estos contratiempos o combates contra nuestra fe, cuando habla de «las dentelladas de quienes nos devoran, de la mano que atenta contra nuestra alma, de las muchas tribulaciones, del ahogo del fuego que envuelve, de la palabra mentirosa, de la calumnia».

También éstas son acechanzas de nuestros días. El escenario de la vida humana ha cambiado poco. Pero el autor del Siràcida sabe de la intervención de Dios en la historia y en la vida de su pueblo. Y se siente seguro de la intervención de Dios que se repite a lo largo de la historia a favor del hombre. Y recordando esa misericordia, no hace sino dar gracias y alabar a Dios. Los apoyos humanos fallan en esta vida, pero quien está en Cristo sabe que su oración es escuchada.

Unamuno nos dirá otra palabra definitiva sobre Cristo: «Eres el hombre eterno, que nos hace hombres nuevos. Es tu muerte parto». (Intro. El Cristo de Velázquez)

La historia se repite: Dios actúa en Cristo a través de la vida de Bernardo, María y Gracia, que, atrapados por el amor de Cristo, lo glorifican y dan una razón clara de su esperanza. Pero la historia sigue, y en esta historia siguen naciendo hombres nuevos, y en esta historia sigue habiendo la tensión entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. La muerte de Cristo en la cruz es el punto crucial de alumbrar al hombre nuevo. Este es un proceso permanente en la historia de la Iglesia, en la vida de los hombres de este mundo, en la vida de cada uno de nosotros.

Bernardo, María y Gracia es una fiesta, una ocasión muy oportuna para aprender que ese nacimiento del hombre nuevo, tiene un precio que pasa por la cruz, pero que sin este paso no alcanzamos la gloria de la Resurrección, el Cristo glorioso y total. Pero siempre el punto de partida es Cristo en el corazón.