18 de septiembre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida M. Luisa,

Unos pensamientos de san Pablo me han recordado otra de tus estrellas: la amistad. Escribe, Pablo: «para mi la vida es Cristo y una ganancia el morir. Para mí vivir esta vida me supone un trabajo fructífero». San Pablo vive una intensa relación con Cristo. Una vida apasionada por Cristo. Una profunda intimidad. Habría que decir que toma muy en serio aquellas palabras de Jesús en la Última Cena: «No os llamo siervos sino amigos. No hay mayor amor que dar la vida por los amigos». Jesús dará su vida. Pablo que vive una profunda amistad con Él también, a su vez, dará la vida. Una amistad que también Pablo expresa con aquellas palabras tan vivas: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí».

No es fácil llegar hoy a vivir una verdadera amistad, «una amistad perfecta que la alcanzan —como dice Elredo de Rievall— quienes tienen un mismo sentir de lo divino y humano, y una misma voluntad con benevolencia y caridad». Y esto supone entablar una relación con una persona, con la cual vamos compartiendo ideas, opiniones, criterios sobre la vida, sus circunstancias, sentido de la vida, de la muerte. en una palabra un ir configurando o tejiendo una red con el otro, que permite un enriquecimiento de toda la persona, hasta el nivel más profundo que es la dimensión espiritual.

No es fácil llegar a esta amistad, porque, como dice Saint-Exupery en «El Principito», los amigos no se compran, los amigos se consiguen a fuerza de crear lazos, crear unos lazos en lo humano y lo divino, o en lo humano hasta su dimensión más profunda, que viene a ser la espiritual, como decía antes.

«Pero esa amistad espiritual —como enseña también Elredo— es la única verdadera, que es deseada no con vista a intere¬ses mundanos, ni que surja de cualquier otro motivo exterior, sino de la dignidad de la propia naturaleza y del sentimiento del corazón humano. Y así su fruto y su premio sea ella misma».

Conseguir un amigo, disfrutar con un amigo. es difícil, porque esto requiere tiempo, y el hombre de hoy no tiene tiempo. Esta es una sociedad del tiempo, en el tiempo, pero sin tiempo. Todo es rápido, fugaz, de locura. Hay que ahorrar tiempo, se dice. Y yo me pregunto: ¿para qué? Vivimos la vida cada día a mayor velocidad. Cada día agendas más llenas. Crecen el número de mails, y decrecen el número de cartas escritas a mano. La mano, que es una prolongación que acerca la vibración del corazón. Pero si el corazón no vibra, en verdad, no necesitamos manos que escriban cartas, sino teclas.

Sin la amistad el mundo pierde calidad, pierde belleza, la vida pierde sentido, porque la amistad es también una ventana abierta más allá de mi mismo, una ventana que me permite asomar al misterio. Sin el misterio, la vida se torna un problema y los problemas nos asfixian. Yo necesito del misterio para pintar el tiempo con otros colores. Y la amistad es un buen camino para lograrlo.

San Bernardo escribe es una carta: «La amistad auténtica no envejece o no es auténtica» (Carta 506). Por esto a mi me gusta escribir cartas a mano y con pluma, y es una delicia recibirlas. Porque es bello crear lazos de amistad. Un abrazo de un amigo,

+ P. Abad