28 de agosto de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 22º del Tiempo Ordinario (Año A)

De los sermones de san Agustín, obispo (96,1-4)
«Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y que me siga». Palabras, de entrada, duras. Esta orden del Señor aparece como una carga pesada a los que quieren seguirlo. Pero, bien mirado, no son ni duras ni pesadas, porque el Señor mismo viene en ayuda de quienes cumplen sus mandamientos. Porque son también verdad aquellas otras palabras: «Mi yugo es suave y mi carga ligera». Es que el amor transforma en dulzura la aspereza que encontramos en el cumplimiento de los mandamientos. ¡Bien lo sabemos lo que puede llegar a hacer el amor, hasta cuando es deshonesto e impuro! ¡Cuantas cosas duras, cuantas pruebas indignas e intolerables, los hombres de para poder alcanzar el objeto de su amor! ¿Cuál es, pues, el negocio más importante de nuestra vida? Elegir lo que necesitamos amar. ¿Qué tiene de extraño entonces que el que ama a Cristo y quiere seguirlo, se niegue a sí mismo? Si el hombre muere cuando se ama a sí mismo, se encontrará plenamente cuando se niegue.

Es bueno seguir a Cristo, pero debemos saber cómo. Cuando Cristo dijo estas palabras a quienes le querían seguir, aún no había resucitado de entre los muertos, aún no había sufrido la pasión. Tenía todavía por delante la cruz, el desprecio, los azotes, las espinas, los insultos, la muerte. He aquí cuáles son las dificultades del camino. ¿Te dan miedo? ¿No te atreves emprender la marcha? El camino es duro, y es el hombre mismo quien hace duro el camino de su vida. Pero los obstáculos han sido invertidos. Cristo les ha pisado. ¿Quién hay que no quiera llegar a la exaltación? Ocupar un lugar bien alto es algo que agrada a todos los hombres. Pero la escalera para alcanzar la cima es el abajamiento. ¿Por qué, pues, quieres hacer unos pasos tan largas? ¿Acaso quieres caer, en vez de subir? Pone, pues, el pie encima de cada escalón, y subirás.

Este grado de humildad, no lo querían ver aquellos discípulos que pedían: «Decid, Señor, que uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino». Querían llegar a la cima, y no se daban cuenta de la escala. Y el Señor se la muestra: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?» Vosotros, también, que buscáis la cima de la grandeza, ¿puede beber el cáliz de la humillación? Tened en cuenta que el Señor no ha dicho sólo: «Que se niegue a sí mismo y que me siga», sino que ha añadido: «Que tome su cruz». Que tome lo que cuesta y pesa, así me seguirá. Si alguien se propone seguirme obedeciendo mis mandamientos e imitando mis ejemplos, no le faltarán contradicciones. Muchos se le pondrán en contra, muchos intentarán disuadirle, y esto incluso entre los que se dicen seguidores de Cristo. También iban con Jesús los que impedían al ciego de llamar. Amenazas, burlas, oposiciones de todo tipo... si me quieres seguir, haz de todo esto tu cruz. Los mártires llegaron a la meta alentados por estas palabras. Si alguna vez nos sobreviniera la persecución, ¿no deberíamos despreciar todo por causa de Cristo?