18 de septiembre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 25º del Tiempo Ordinario (Año A)

De un sermón anónimo del siglo IX
Queridos: Que ninguno de vosotros no se crea seguro bajo el pretexto de que está bautizado, pues al igual que los que corren en el estadio no reciben todos el premio de la victoria, sino sólo el que ha llegado el primero en la carrera, así mismo no son salvados todos los que tienen fe, sino sólo los que perseveran en las buenas obras que han comenzado. Y del mismo modo, también, que el que lucha contra otro se abstiene de todo, de la misma manera, vosotros absteneros de todos los vicios, a fin de poder vencer al diablo, vuestro adversario.

Hay hombres infelices que sirven un rey de la tierra con peligro de su vida y mediante enormes dificultades para un beneficio que pasa y desaparece muy rápidamente, ¿por qué no deberíais servir vosotros al Rey del cielo para obtener la felicidad del Reino? Y ya que, por la fe, el Señor os ha llamado a su viña, es decir, a la unidad de la santa Iglesia, vivid y comportaros de tal modo que, gracias a la liberalidad divina, podáis recibir el denario , es decir, la felicidad del Reino celestial.
Que nadie se desespere a causa de la grandeza de sus pecados, y no diga: «Son numerosos los pecados en los que he perseverado hasta la vejez y la extrema senectud, ya no podré obtener más el perdón, sobre todo porque son los pecados los que me han dejado en mí, y no yo quien los he rechazados a ellos ». Que éste no desespere nunca de la misericordia divina, pues unos son llamados a la viña del Señor en la primera hora, otros a la tercera, otros en la sexta, otros en la novena, otros a la undécima, es decir, que unos son conducidos al servicio de Dios en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez, otros al final de sus días.

Y del mismo modo que nadie, sea cual sea su edad, no debe desesperarse si quiere convertirse a Dios, tampoco nadie debe creerse seguro por razón de su fe, sino que más bien debe temer mucho lo que fue dicho: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos». Que nosotros hemos sido llamados a la fe, lo sabemos, ignoramos, en cambio, si somos los elegidos. Cada uno, pues, debe ser tanto más humilde cuanto ignora si fue contado entre los escogidos.

Que el Dios Todopoderoso te conceda de no ser del número de los que atravesaron el Mar Rojo a pie enjuto, comieron el maná en el desierto, bebieron la bebida espiritual, y, sin embargo, murieron a causa de sus murmuraciones en el desierto, sino del número de los que entraron a la tierra prometida y obtuvieron, trabajando fielmente en la viña de la Iglesia, de recibir el denario de la felicidad eterna, de modo que con Cristo, su cabeza, pueda, vosotros que sois sus miembros, reinar por los siglos de los siglos.