11 de septiembre de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen,

Me dices en tu carta: «La belleza es un parte necesaria de nuestra vida cotidiana; cada día tenemos momentos en que vislumbramos una ocasión para la belleza. El "apego" me detiene siempre a la mitad del camino».

Carmen, este hermoso pensamiento tuyo es para vivirlo con un talante contemplativo, que no es lo mismo que decir con un talante de monje, sino, simplemente con un ritmo humano. Yo creo que vivir con un talante contemplativo es vivir con un talante humano. Por lo menos pienso que es fundamental vivir, hoy, estableciendo una relación entre estas dos palabras: contemplación y humanidad. Porque aquí esta involucrada la belleza, o, por el contrario, lo horrendo, lo angustioso, la desesperanza. La fealdad.

Dice el salmo 132: «Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos». Es ungüento precioso, es rocío, es vida.

Yo pienso que el camino hacia la contemplación de esta belleza, pasa por el perdón. La vida con su dinamismo nos separa, nos aleja, nos enfrenta. Por ello Cristo en su enseñanza a sus discípulos pone en acento en el camino inverso: perdonar hasta setenta veces siete. Siempre. Se trata, pues de hacer cada día el camino inverso; buscar y seguir los senderos de la belleza. Y cada día hay momentos para dar lugar a esta belleza.

Hace unos días contemplaba en la prensa una fotografía tomada desde una sonda enviada a Jupiter. Mostraba en la lejanía del universo dos puntos cercanos, luminosos: eran la Tierra y la Luna, como desde nuestra tierra podemos contemplar Júpiter o alguna estrella más brillante. Contemplando esta imagen tan hermosa, pensaba en como dentro de aquel punto de luz, así se veía la Tierra, nos dedicamos en ocasiones «con mucho fervor, y saña» a destruir belleza. Estamos perdidos en el Infinito. Yo diría que «estamos perdidos en Dios». Carmen, estamos perdidos en la belleza. Necesitamos despertar cada día la conciencia de esta realidad. Y no dedicarnos a destruir belleza, en este mundo hermoso que el Señor, nuestro Dios mantiene en sus manos con amor de Padre y de Madre.

Quizás nos puede ayudar a esto pensar en la palabra de san Pablo: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo».

Entonces yo no debería estar «apegado», a nada, a nadie, y sobre todo a mi «yo»; vivir para otro, siempre abierto a un dinamismo de vida, de servicio, de encuentro. Siempre intentando dibujar de colores una palabra: perdonar. Porque el perdón es la expresión más bella del amor. Y el amor es la Belleza. Sobre todo la Belleza del Crucificado, que es la Belleza entregada en el amor hasta el extremo.

Carmen, gracias por recordarme que «la belleza es un parte necesaria de nuestra vida cotidiana». Un abrazo,

+ P. Abad