23 de febrero de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 32 [31]

De David. Poema.
1 ¡Dichoso el que es perdonado de su culpa,
y le queda cubierto su pecado!
2 Dichoso el hombre a quien el Señor no le cuenta el delito,
y en cuyo espíritu no hay fraude.

3 Cuando yo me callaba, se consumían mis huesos,
en mi rugir de cada día,
4 mientras día y noche, tu mano
pesaba sobre mí;
mi corazón (mi savia) se alteraba
como un campo en los ardores del estío.
5 Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa;
dije: «Confesaré al Señor mi culpa.»
y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.

6 Por eso te suplica todo el que te ama
en la hora de la angustia.
Y aunque las muchas aguas se desborden,
no le alcanzarán.
7 Tú eres un cobijo para mí, me guardas de la angustia,
estás en torno a mí para salvarme.

8 Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir;
fijos los ojos en ti, seré tu consejero.
9 No seas irracionales como el caballo o mulo,
rienda y freno hace falta para domar su brío,
si no, no puedes acercarte.

10 Copiosas son las penas del malvado,
al que confía en el Señor
el amor la misericordia le envuelve.
11 ¡Alegraos, justos, en el Señor, exultad,
gritad de gozo, todos los de recto corazón!

Explicación general

Es un salmo de acción de gracias por el perdón recibido. Nadie conoce lo que es el agua hasta que pasa sed, ni lo que vale la salud hasta que está enfermo, ni estima la libertad mientras no ha vivido recluido en la cárcel. Tampoco nadie llega a valorar la gracia del perdón hasta que no la ha experimentado.

Este salmo nos invita a liberarnos del pecado, a reconocer nuestras culpas y errores, y sentir el gozo de la misericordia de Dios que en su amor nos hace renacer a una vida nueva.

Escribe Alonso Schökel: «Es una oración penitencial retrospectiva: se pronuncia cuando ya ha terminado el proceso. Han pasado el sufrimiento reconocido como castigo, la confesión del pecado, el perdón de Dios. Ahora medita sobre la experiencia entera o la comunica a otros. El acto penitencial no ha terminado. Al arrepentimiento y perdón debe seguir el propósito de enmienda. El Señor añade una breve instrucción sobre el nuevo camino que debe seguir el hombre: no adoptar actitudes reacias, de animal. Vendría a ser un diálogo del salmista con el Señor, con un colofón para la asamblea».

Introducción: v. 1-2 Referencia a la dicha y felicidad del perdón
Núcleo central: v.3-9 El salmista habla con el Señor: 3-7; habla Dios: 8-9
Conclusión: v.10-11 Invitación a la asamblea a la confianza y alegría

Imágenes

«Huesos» que se consumen (v 3) Los huesos son la estructura de la persona. La «mano» de Dios (v. 4). El «corazón» que se vuelve un fruto seco (v. 4). Para la Biblia, el corazón es la sede de los proyectos e intenciones, se corresponde con nuestra «conciencia». Las «aguas caudalosas» (v. 6) que se desbordan. Los «caballos y mulos» (v 9) que son animales indómitos y estúpidos, que necesitan aprender con mucha disciplina.

La conclusión (v 10-11) pone en oposición a los malvados y los justos. Estos saben pedir perdón, aquellos, no. El Señor, que perdona es amigo y aliado de los justos, y los rodea con su misericordia, e invita a que manifiesten su dicha con alegría. El camino del reencuentro con Dios, a través del perdón libera y hace vivir feliz. Jesús en el Nuevo Testamento hace suyo este rostro de Dios, que libera a quien se acerca a Él

Leer

Se pueden hacer dos lecturas. Una primera considerando el diálogo del salmista y Dios a propósito del perdón. Una segunda lectura atendiendo a las imágenes que aparece en el salmo.

Meditar

v.1-2 La nueva dicha, la felicidad recobrada. Era dichoso «no seguir el consejo de los malvados» (salmo 1), ahora se es por sentirse perdonado por Dios. Es vivir la experiencia del amor divino bajo la óptica del perdón. Los fariseos concebían la penitencia como tristeza, Jesús invita a perfumarse, pues en el fondo debe ser un volver al abrazo de Dios que es amor. Y recuperar la experiencia del amor siempre es una fiesta. El pecado recibe tres nombres, que se corresponden a tres nombres de perdón:

1. Perdonar, absolver. Soltar a alguien atado. Dice Isaías: «Al pueblo que allí (Jerusalén) habita le han perdonado la culpa» (33,24).
2. Cubrir, tapar, poner un velo. Dios se pone los pecados «a la espalda» (Is 38,17). Arrojados a lo profundo del mar (Mi 7,19). Deshará tus pecados como el calor la escarcha (Eclo 3,15). Disimular: «El amor disimula las ofensas» (Pr 10,12). «Quien busca la amistad disimula la ofensa» (Pr 17,9).
3. No anotar; el pecado como deuda. Lo que se escribe permanece, pero las palabras se las lleva el viento. Dios sólo anota los actos de amor, las buenas acciones hechas en nuestra vida.

Dice el rabbí Eisemberg: «Cada uno de nosotros está unido a Dios por un hilo. Cunado uno comete una falta, el hilo se rompe, pero cuando se arrepiente Dios le hace un nudo en el hilo, y he aquí que el hilo es más corto que antes, está más cerca de Dios».

Pero el perdón es necesario sentirlo para vivir la experiencia de la dicha, de la felicidad.

v. 3-7 Los v. 3-4 ponen de relieve la situación interior de opresión bajo el pecado. Lo hace mediante algunas imágenes:
—los huesos se consumen, la persona se derrumba
—rugiendo todo el día, el grito que se pierde en el silencio
—mi savia (corazón) se torna seca, como un campo estéril

En el v. 5 comienza a reconocer su pecado; la confesión que mata el egoísmo y el amor propio: «Vuelve, Israel, apóstata, que no os pondré mala cara, porque soy leal y no guardo rencor eterno. Pero reconoce tu culpa, pues te rebelaste contra el Señor, tu Dios, prodigaste tu amor a extraños, y me desobedeciste» (Jr 3,12-13).

David cuando le recrimina el profeta Natán su pecado, solo dice: «He pecado» (2Sam 12,13). Suficiente para obtener el perdón de Dios. Vemos algo parecido en el Hijo pródigo (Lc 15,18).

Se puede contemplar por esto que este v. 5 viene a ser una cima de luz de todo el salmo, una luz que se adentra en el corazón, para expandirse a la vida de toda la persona.

Los v. 6-7 muestran la consecuencia del perdón. La acción de gracias y el dejarse guiar por el camino de Dios, que protege de las tempestades y libera de los peligros y pone en el sendero de la alegría. «Lo encontró en una tierra desierta, lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos» (Deut 32,10).

v. 8-9 Aquí habla el Señor en respuesta al salmista. Le asegura la protección y lo amonesta con sus instrucciones. El camino que propone Dios es un camino profundamente humano, y por ello exige apartarse de actitudes propias de animales. «Para el caballo, el látigo; para el asno, el ronzal; para la espalda del necio, la vara» (Pr 26,39).

La mirada de Dios, penetra hasta el corazón, y nos sondea en lo más íntimo para sanarnos e iluminarnos. Escribe san Atanasio: «El ojo de Dios difunde un resplandor que ilumina el espíritu, y le señala el camino de la tierra prometida».

Quien experimenta el perdón de Dios actúa con una mayor humanidad, a impulso del amor, es un verdadero maestro de vida. Es necesario en nuestra vida aprender esta pedagogía de Dios.

v. 10-11 Es una reflexión final de invitación a la comunidad. La experiencia del perdón se convierte en fuente de alegría para la persona y comienzo de un nuevo camino bajo la pedagogía divina. Una pedagogía que podemos considerar en los cantos del Benedictus y del Magníficat. En el Benedictus, la experiencia de quien en principio no se abre esa pedagogía, le falta confianza, y queda mudo, para recuperar la voz y cantar la misericordia divina al final. En el Magníficat, la experiencia de María que siempre se dejó llevar por la enseñanza divina, y hace de su vida un canto permanente de alabanza a Dios.

Escribe Ramon Llull: «El Amigo desobedeció a su Amado, y después derramó muchas lágrimas de arrepentimiento, y el Amado vino a morir con la misma túnica del Amigo, para que recuperara el bien que había perdido. Y su reconocimiento fue tan grande que la alegría del encuentro supero a las lágrimas de la pérdida».

Orar

«Señor, si quieres puedes limpiarme» (Lc 5,12).
«Voy a volver a casa de mi padre, y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo"» (Lc 15,18).
«Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17,13).
«¡Dios mío!, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13).
«Señor, que vea otra vez» (Lc 18,41).
«Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey» (Lc 23,42).
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
«Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día ya va de caída» (Lc 24,29).

Contemplar

Discretamente, contemplar el rostro, la mirada de la gente con la que te cruzas, que encuentras, o con la tienes alguna conversación… ¿Podrían ser un reflejo del amor de Dios que perdona?