19 de febrero de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 7º del Tiempo Ordinario (Año B)

Comentario al Evangelio según San Lucas, de San Cirilo de Alejandría, obispo
Numerosos escribas y fariseos rodeaban a Jesús. Cuando he aquí que unos hombres le llevan un paralítico. Como no lo podían introducir por la puerta, subieron a la azotea y, llenos de audacia, se permitieron un acto insólito: Quitaron las tejas del techo e hicieron una abertura. Jesús dejaba hacer, pacientemente, los espectadores guardaban silencio, preguntándose qué iba a pasar, qué iba a decir Jesús, cómo reaccionaría.

Una vez abierto el techo, los que llevaban el paralítico dejan deslizar la camilla con el paralítico, y la colocan en medio. ¿Qué hace el Señor? Al ver la fe de los que lo llevaban y probablemente también la del enfermo, le da la salud.

Cuando el Salvador le dijo: «Hijo, tus pecados te quedan perdonados», se dirige, a través de él, a todo el género humano. Todos los que creyeran en Jesús, curados de las enfermedades del alma, abandonarían efectivamente los pecados que habían cometido en otro tiempo. Jesús parece que le diga: «Quiero curar tu alma primero, antes de curarte el cuerpo. Tú no me lo has pedido, pero yo soy Dios, y conozco las pasiones del corazón, que son la causa de tu enfermedad».

El paralítico, incurable, yacía tumbado en su camilla. Después de haber agotado el arte de los médicos, vino, llevado por los suyos, hacia el único Médico verdadero, el Médico que viene del cielo. Cuando fue colocado ante el que podía curarlo, su fe mereció la mirada del Señor. Para mostrar claramente que esta fe destruía el pecado, Jesús le dijo de inmediato: «Tus pecados te quedan perdonados». Quizá me diréis: «Si este hombre quería curarse de su enfermedad, ¿por qué Cristo le anuncia el perdón de los pecados?». Para que aprendamos que Dios ve el corazón del hombre, y que contempla los caminos de todos los hombres. En efecto, la Escritura dice: «Los ojos del Señor observan los caminos del hombre, velan todos sus senderos». Como es bueno y «quiere que todo el mundo se salve», purifica a menudo los hombres agobiados por sus pecados con una enfermedad corporal: «Por tus enfermedades y tus heridas, déjate corregir, Jerusalén», dice a través de Jeremías.

Cuando el Cristo decía: «Tus pecados te quedan perdonados», dejaba el campo libre a la incredulidad, puesto que el perdón de los pecados no se ve con nuestros ojos de carne. Pero cuando el paralítico, una vez expulsada la enfermedad, se levanta y camina, manifiesta con evidencia que Cristo posee el poder de Dios. El Señor, pues, dice: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Dicho y hecho. El hombre volvió a su casa, liberado de su larga enfermedad. De un solo tiro quedaba demostrado que el Hijo del hombre tenía el poder de perdonar los pecados en la tierra.