26 de febrero de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Primero: «felices 50», aunque tú te quejas, pero yo creo que son más felices que, por ejemplo «los felices 40», que es cuando uno va dejando la juventud definitivamente y se abre a la madurez de la vida, con más problemática familiar, esposa, hijos. «Los 50» aparecen como una maduración en serenidad y en experiencia de la vida, casi de una vida ya hecha, aunque ahora con esto de las prejubilaciones, ya se debe considerar como una entrada definitiva a la «reserva». Pero parece que en tu caso de «reserva» nada, y además miras atrás y te preguntas: «¿Qué has dejado tras de ti en la tierra en estos 50 años? ¿Alguna semilla que vaya a fructificar? No soy un gran hombre: mi inteligencia es limitada, mi voluntad más bien corta, no puedo cargarme a la humanidad a mis espaldas. No puedo decir, pensé, que no he hecho nada en estos 50 años, no puedo machacarme diciéndome: has vivido 50 años y es como si no los hubieras vivido, no ha quedado nada tras de ti, o sí puedo, o sí me lo tengo que decir. No sé, no sé».

Miguel, Dios nos libre de los «grandes hombres». En la historia han sucedido grandes catástrofes provocadas por «grandes hombres». Miguel, has vivido 50 años. Sigues viviendo. Tienes una familia; tienes amigos con los que vives una amistad. Una buena amistad. Esto es grande, Miguel. Es suficiente con ser «hombre». Cada día que nos regala Dios la luz del nuevo día lo más hermoso es abrir de nuevo la puerta de casa para vivir una nueva edición de «hombre» en la propia vida. Y salir dispuesto a dar humanidad y a recibir humanidad. A ser hombre. Esto es lo más grande. Y del hombre más grande de la historia no se ha afirmado que era un «gran hombre», sino simplemente «hombre»: «Ecce homo» («he aquí el hombre»). Y este «hombre» pasó dando humanidad, como nadie lo ha hecho, y recibiendo humanidad de nosotros los humanos.

Y este «hombre» pasó casi toda su vida, 30 años de los 33 que vivió, en una vida sencilla, anónima, de un pueblecillo, y pasó por nuestras penurias humanas, y en los momentos trascendentales de su vida tuvo tentaciones, que rechazó para hacer la opción de una vida sencilla, de amistad, de ofrecimiento de humanidad. Una opción por la vida, por ir ofreciendo vida, y esperanza a muchos.

¿A qué más podemos y debemos aspirar en esta sociedad donde la amistad se compra con el dinero, una sociedad que es capaz de poner en la calle a familias enteras con niños de corta edad que no tiene dinero. En una sociedad, donde aquí comemos tres veces al día, y allá su esperanza es comer, comer no una vez al día sino comer algo para subsistir.

¿A qué podemos y debemos aspirar en una sociedad así sino a ser cada día más humanos. A contemplar cada día al «hombre», y hacer acopio de energía y valor, y generosidad para recibir y dar humanidad.

Miguel, aunque ya sé que lo haces, no me cuesta nada pedírtelo, y a mi también me hace bien: no dejes de contemplar al «hombre», ábrele el corazón cada día, y vive cada día con tu sencillez habitual, simplemente siendo humano, y abierto a recibir mucha humanidad despreciada que tenemos a nuestro alrededor. Yo creo que es nuestra tarea más preciosa en esta vida y en estos tiempos. Un abrazo,

+ P. Abad