5 de febrero de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Leo el evangelio y pienso en uno de tus silencios. Leo que «Jesús entra en casa de Pedro y encuentra a su suegra postrada en cama con fiebre. La cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer le llevaron muchos enfermos».

Leo este evangelio y pienso en uno de tus silencios: «El silencio del enfermo. Lo viví con mi hermana. ¡Cómo permitiste tanto dolor! Tener paciencia, entrar en su corazón. ¿Qué sentirán? Nunca olvidaré las lágrimas que caían por sus mejillas. Nunca las olvidaré. Observarlas y callar. No sabía hacer otra cosa. Jesús sanaba. Casi siempre tocaba al enfermo, al leproso, o le tocaban a Él. Dejarte tocar por Jesús, El sana».

Leo este evangelio, vuelvo a leer «tu silencio» y recuerdo las palabras de un médico que me preguntaba qué haría junto a un enfermo que se encuentra en el umbral de la muerte, para añadir: «estar junto a él, tocarle el brazo, la mano, en silencio».

Quizás este último «toque de amor», esta última vibración de sensibilidad de esta tierra dura, sea el aliento de vida que nos abre a la eternidad, para poder devolverle, ofrecerle al Dios de la vida una ínfima muestra de la vida que tan generosamente ha vertido mediante su obra de la creación.

Leo este evangelio y pienso en el dolor de la historia. Esa historia anónima de infinidad de hombres y mujeres que han arrastrado su dolor desgarrado hasta una muerte desconocida. Un inacabable rosario de guerras, violencias, pestes, hambre. ¡Cuánto dolor rezuma la historia humana! Cuánto dolor sin sentir una mano en la frente, que arde de fiebre y desesperación, sin sentir una mano que toma el brazo o la mano que tiembla sintiendo el desvanecimiento de la vida. ¡Cuánto dolor! ¡Infinidad de hombres y mujeres despedazados por el dolor inhumano! Quizás alcanzaron a percibir aquel «toque de amor», o una última vibración de sensibilidad, con un suspiro entrecortado: «madre mía» o un «Dios mío». ¡Cuánto dolor, Dios mío en nuestra historia humana! Un dolor que llega hasta nosotros. Hoy. Precisamente hoy. Inaudito, pero cierto: También hoy, muchos hermanos caen en el «campo de batalla» de esta sociedad en guerra. Y caen sin sentir el calor de vida de una mano que se posa en su frente o le toma su mano fría. Siguen cayendo bajo los golpes de las injusticias, de la armas, del hambre. No acaban los holocaustos.

Por todos ellos, un Hombre murió en una cruz, sin sentir la mano amiga, sino bajo la opresión del abandono, de la vejación, de la tortura; inmerso en la tristeza de una total soledad. Este Hombre, por Él, y, también, por todos los hombres y mujeres de este mundo, dijo esas dos palabras: «Mujer», «Dios mío». Las pronunció con un inmenso amor.

Mª Luisa, quizás necesitamos todos un poco más de ese silencio, el que tú llamas «silencio del enfermo». Observar y callar, o, lo más, hacer un gesto, hacia el otro, de humanidad. Que es el verdadero gesto de Dios, aunque nos cueste distinguirlo. Que el Dios del amor y amigo de todos los hombres y mujeres de este mundo te bendiga. Un abrazo,

+ P. Abad