2 de febrero de 2012

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Mal 3,1-4; Sal 23, 7-10; Hebr 2,14-18; Lc 2,22-40

«Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador».

Es el himno conocido popularmente como «Nunc dimitis». Un himno breve, casi como una jaculatoria que resalta el abandono sereno y confiado en Dios, del que siente próximo su ocaso en esta vida y acoge este final con paz. El clima de paz y serenidad que transpira es lo que ha hecho de él un himno de atardecer, de final del día en la plegaria comunitaria de Completas.

Han sido numerosas las composiciones musicales que se han hecho eco de este clima de paz y serenidad; entre estas se encuentra la Cantata 83 de Bach que acaba con la intervención de la coral:

«Es la salvación y la luz bendita
para los descreídos,
para iluminar a aquellos que no te conocen
y darles sustento.
Él es para tu pueblo, Israel,
la gloria, el honor, la alegría y el placer».

Pudo ser este himno un canto fúnebre de un fiel justo, una fe cantada por la asamblea eclesial en los primeros tiempos de la Iglesia. En la escucha nocturna se espera con deseo el amanecer que nos abre a la luz bendita del Señor.

Pero este cántico de Simeón no es un «adios» a la vida, sino un saludo festivo a la Palabra de Dios que muestra su plenitud en Cristo: «Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis» (Lc 10,23). Preparemos nuestra acogida a esta Palabra que viene: «De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Será fuego de fundidor, será lejía de lavandero».

De pronto entrara en el santuario, entrará dentro de ti. Malaquías parece contradecir a otro profeta que dice: «el Señor tu Dios está dentro de ti, renovando su amor, lleno de júbilo por ti, como en día de fiesta» (Sof 3,17).

No hay contradicción, o a no ser que la contradicción la ponga nuestro olvido, el abandono del deseo de Dios, porque: «El viene, saltando por los montes y brincando por los collados, está atisbando siempre por las ventanas, y nos dice: "Levántate, amada mía, hermosa mía, ¡ven!"».

Y nos invita revestido de nuestra carne y de nuestra sangre, con el sonido mismo de nuestra voz: «¡levántate!». Él quiere oír nuestra voz: «¡vuelve! ». La voz de él: «¡levántate!» La voz mía: «¡vuelve!»

Es una búsqueda mutua, un deseo mutuo. Es como el juego de amor entre Dios y la criatura que necesitamos encender cada día. Encontrarnos cada día. «Él entra a menudo en mí. Yo no lo siento entrar. Pero yo he sentido su presencia. Cuando vuelvo mi mirada al exterior descubro que Él está más allá de todo lo que es exterior a mi; y cuando vuelvo hacia mi interior descubro algo parecido. Y reconozco la verdad de estas palabras de la Escritura: "En el vivimos, nos movemos y existimos". Comprendo que está ahí por ciertos movimientos del corazón…Él caliente mi corazón, que es la señal de su vuelta, y conozco el poder de su fuerza con el discernimiento de mis sentimientos oscuros que me llevan a huir de mis vicios y reprimir mis apetitos carnales». (San Bernardo, Serm. 74 del Cantar)

En definitiva «fuego de fundidor y lejía de lavandero». Una purificación que se torna en luz para mi camino. Pero será necesario cuidar del corazón, santuario donde se nos hace presente Dios.

«Preguntaron al Amigo: ¿qué es lo que está más lejos de tu corazón? Y el Amigo le respondió: la indiferencia. ¿Y por qué? Porque lo que está más cerca de mi corazón es el amor, que es lo contrario de la indiferencia». (R. Llull, Libro del Amigo y del Amado, n. 193)