27 de mayo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de Pentecostés (Año B)

De los sermones de san Juan Crisóstomo, obispo

Si el Espíritu no perdona los pecados, es en vano que lo recibimos en el bautismo. Si el Espíritu Santo no existiera, nosotros no podríamos decir que Jesús es nuestro Señor: «Porque nadie puede decir Jesús es Señor si no lo mueve el Espíritu Santo». Si el Espíritu Santo no existiera, nosotros, los fieles, no podríamos orar a Dios, y, en cambio, decimos efectivamente: «Padre nuestro que estás en los cielos». Del mismo modo que no podríamos invocar Nuestro Señor, tampoco podríamos invocar a Dios, nuestro Padre. ¿Cómo se prueba? El Apóstol dice: «Porque sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» Por ello, siempre que invoquéis al Padre, recordad que ha sido necesario que el Espíritu haya tocado vuestra alma para que fuerais considerados dignos de llamar a Dios con ese nombre.

Si el Espíritu Santo no existiera, no habría en la Iglesia palabras de ciencia ni de sabiduría: «Porque el Espíritu ha dado a uno el don de expresar con sabiduría; a otro, el don de hablar con ciencia». Si el Espíritu Santo no existiera, no habría en la Iglesia ni pastores ni doctores, porque es el Espíritu quien lo realiza, según dice Pablo: «Velad por todo el rebaño, del cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos y pastores». ¿No veis como esto todavía ocurre por obra del Espíritu? Si el Espíritu Santo no estuviera presente en aquel que es nuestro padre y nuestro doctor común, cuando ahora ha subido a esta tribuna santa, cuando se ha dado, y os ha dado la paz, no le habríais contestado unánimemente: «Y con vuestro espíritu».

Por eso, cuando sube al altar o habla con vosotros o ruega por vosotros, le dais estas palabras por respuesta, más aún cuando se está cerca de esta mesa santa, cuando ofrece este sacrificio digno de reverencia. Lo sabéis los iniciados. No toca las ofrendas antes de haber implorado para vosotros la gracia del Señor, antes que vosotros no le haya respondido: «Y con tu espíritu». Esta respuesta os recuerda que aquel que está allí no hace nada de por sí mismo, que los dones que toca no son únicamente obra del hombre. Es la presencia de la gracia del Espíritu, descendida sobre todos nosotros, que lleva a cabo por si sola este sacrificio místico. Sin duda, hay presente un hombre, pero es Dios quien actúa por medio de él. No te quedes, pues, con lo que impresiona vuestros ojos; considerad la gracia invisible. No hay nada que venga del hombre en todo lo que se cumple en el santuario. Si el Espíritu no estuviera presente, la Iglesia no formaría un bien tan consistente. La consistencia de la Iglesia manifiesta la presencia del Espíritu.

San Bernardo, Sermón 1, de Pentecostés
El Espíritu Santo es lo más tierno de Dios, Dios todo bondad, y Dios en persona. Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor motivo la de aquel por el que existen los santos. Si ensalzamos a los santificados, mucho más lo merece el que los santificó. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, porque se hizo visible el que es invisible. Lo mismo que el Hijo, siendo de por sí invisible, quiso manifestarse en la carne.

Antes conocíamos algo del Padre y del Hijo; hoy el Espíritu Santo nos revela algo de sí mismo. Y la vida eterna consiste en conocer perfectamente la Trinidad. Ahora conocemos pocas cosas y creemos lo que no podemos comprender. Del padre sé que es creador... Del Hijo conozco por delicadeza suya la maravilla de su encarnación.

Y del Espíritu Santo no alcanzo a entender como procede del Padre y del Hijo: tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. Pero algo percibo de su inspiración, que tiene un doble aspecto: de dónde viene y a dónde va.