20 de mayo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de la Ascensión (Año B)

Sermón sobre la meditación de la economía del Señor, del santo anciano espiritual Juan de Dalyatha

Lleva a Jesús en tu seno, como María, su madre; entra con los magos, preséntale tu ofrenda con los pastores, anuncia la buena nueva de su nacimiento y proclama con los ángeles su alabanza. Tómalo de los brazos del anciano Simeón y llévalo tú también en tus brazos. Llévalo con José y huye con él a Egipto. Cuando lo veas con los otros niños, llámalo, besa sus labios y respira el olor de su cuerpo que vivifica el universo. Sigue su adolescencia, paso a paso por todas las etapas de su educación, así mezclarás su amor por ti con tu contacto permanente con él. Entonces, de tu cuerpo muerto subirá el perfume de la vida que proviene de su cuerpo. Ponte de pie con él en el templo y escúchale como habla a los viejos doctores de la Ley, estupefactos de sus palabras llenas de sabiduría. Cuando hace preguntas y cuando responde, escúchale, admira su sabiduría. Levántate sale hacia el Jordán, acógelo con Juan, maravíllate, ¡admira su humildad cuando lo ves bajar la cabeza, ante Juan, para aceptar el bautismo de agua!

Marcha con él hacia el desierto, sube la montaña y siéntate con calma a sus pies, con los animales salvajes que han venido para disfrutar de la compañía de su Maestro. Después, levántate con él para aprender a combatir ya hacer la guerra contra los enemigos.

Detente junto al pozo con la Samaritana, y aprende a adorar en espíritu y en verdad. Quita la piedra ante Lázaro y aprende la resurrección de entre los muertos. ¡Júntate a las multitudes reunidas para comer un pedazo de estos cinco panes, y aprender la bendición de la oración! Despiértale de su sueño al fondo de la barca, cuando las olas se agitan a tu alrededor. Llora con María Magdalena y moja sus con tus lágrimas para escuchar de sus labios una palabra amable. Con Juan, ¡reclina la cabeza sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón lleno de amor por todo el mundo! Toma un pedazo de este pan que ha bendecido durante la cena, para unirte a su cuerpo y permanecer con él por toda la eternidad.

Presenta el pie para que te lave y seas purificado de tus pecados. Marcha con él hacia el monte de los Olivos para que te enseñe a rezar y a doblar la rodilla hasta quedar, como él, lleno de sudor de muerte; levántate acoge con él los que te insultan y te crucifican, con él presenta la mano a las cadenas, y como él, deja tu rostro a los golpes y a los escupitajos, y presenta tu espalda, desnuda, al látigo. Levántate, amigo mío, no desmayes, lleva la cruz, ha llegado la hora de emprender el viaje. Presenta las manos y los pies, con él, los clavos. Con él, también, bebe la hiel.

Levántate al amanecer, cuando aún es oscuro, ve al sepulcro para ver la maravillosa Resurrección. Siéntate en la sala de arriba y espérale con las puertas cerradas. Abre tus oídos para llenarlos con las palabras que salen de su boca. Marcha con todos los demás a este lugar solitario e inclina la cabeza para recibir su última bendición antes de la Ascensión.

De los sermones de san Agustín, obispo (CCLXII, 3-5)
Hoy, hermanos, al cabo de cuarenta días de la resurrección, el Señor ha subido al cielo. No lo hemos visto; lo creemos. Quienes lo han visto lo han proclamado, y con su testimonio han llenado el universo. Y conocéis a quienes lo vieron: nos han transmitido su testimonio. Es de ellos que dijo el salmo: «Escuchan su lenguaje hasta los límites del mundo». Sus palabras han llegado hasta nosotros y nos han despertado de nuestro sueño: he aquí por qué en todo el mundo celebramos hoy esta fiesta.

Recordad el salmo que acabáis de cantar: «Levántate hasta el cielo, Dios mío!» ¿A quién se dirige este verso? ¿Podríamos decirlo quizás del Padre, él que no se ha humillado? No. Más bien decimos: «Levántate, Dios mío... tú que fuiste encarcelado, atado, flagelado, coronado de espinas, colgado en la cruz, atravesado por la lanza; vos, el que ha muerto, el que habéis sido sepultado. Levantaos hasta el cielo, Dios mío. Sí, levántate, porque tú eres Dios. Siéntate en el cielo, tú que fuiste suspendido en la cruz. Tú eres el juez que esperamos, aunque los hombres esperaron juzgarte a ti».

«Levántate hasta el cielo, Dios mío». La Ascensión es un acontecimiento ya realizado, un hecho del pasado. No hemos visto cómo se cumplía esta predicción del salmo: Levántate a lo alto del cielo. Lo creemos. Pero, en cambio hemos visto como se cumplía lo que sigue del salmo: «y llene la tierra tu gloria». Si alguien no es testigo de esta gloria, que no crea tampoco en su ascensión! ¿Qué significa, en efecto, llenad la tierra de tu gloria, sino: que la tierra se llene de tu Iglesia? Sí, por toda la tierra, la madre de sus hijos, por toda la tierra, su esposa, su amada, su paloma! Ella es tu gloria, tal como dice el Apóstol: «La mujer es la gloria del hombre». Si la mujer es la gloria del hombre, la Iglesia es también la gloria de Cristo.

Esta Iglesia es la santa Iglesia católica, es decir, la que es extendida por todo el universo. Miradla desde arriba del cielo, Dios mío. Es por ella que recibió la ignominia de la cruz.

Antes de subir al cielo hicisteis esta promesa: «Cuando el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos». ¿Dónde? «En Jerusalén», donde fue muerto. ¿En Jerusalén? Es demasiado poco. Un precio tan grande para rescatar sólo esta ciudad! Seguid, Señor! Jerusalén es demasiado pequeña para contener tu nombre! «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra». Miradla, hermanos queridos, mirad esta santa Iglesia católica. Está presente en todo el mundo. Siempre virgen, cada día engendra nuevos hijos.