20 de mayo de 2012

Domingo VII de Pascua / ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 1,1-11; Salm 46,2-3.6-9; Ef 1,17-23; Mc 16, 15-20

Al comienzo de la Cuaresma hay una fuerte llamada de atención por parte del apóstol san Pablo: «daos cuenta del momento. Ahora es el tiempo de gracia».

Hoy celebramos la glorificación del Hijo en la solemnidad de la Ascensión. «El mismo Jesús que nos deja para subir al cielo, volverá». Y nosotros podemos seguir sin darnos cuenta del momento, como les sucede a los discípulos.

¿Qué les sucede a los discípulos en este momento? Pues que continúan inconscientes del Reino que trae el Mesías, miran al cielo, y no están con los pies en la tierra, que es donde los ha puesto su Señor. Y para esta tierra les ha dado una misión urgente y concreta: «id por todo el mundo, anunciad la Buena Nueva».

Pero el gesto se continúa repitiendo. Son muchos los que, todavía, continúan mirando al cielo, mirando hacia otro lado de donde deben mirar. Hasta agarrar una fuerte tortícolis. Son abundantes las personas con el cuello torcido. El cuerpo está en una dirección, y la cabeza, incapaz de moverse, se va para otro lado. Fuerte dolor en el cuello. Esperan que Dios se lo arregle a base visiones o de milagros. Hay todavía muchos milagreros entre los creyentes, que esperan mano sobre mano a que Dios lo arregle todo. Dios no es un masajista. La tortícolis espiritual no se arregla sino con el masaje del corazón. El masaje que necesitamos cada día para vivir. Y vivimos cuando amamos. Y en este tema Dios quiere, siempre lo ha deseado, la colaboración nuestra.

Amamos cuando hemos conocido el amor. Pero el amor, como la palabra Dios es una palabra con muchos matices. Son de aquellas palabras sobrecargadas de fango, ensuciadas, laceradas. Es preciso bajar la mirada a tierra. Conocer el misterio de amor que nos ha revelado Jesucristo. Los discípulos que no estaban con los pies en tierra, cuando llega este momento todavía le preguntan: «Señor, es ahora cuando vas a restablecer el reino?» Tenían duro el corazón, la mirada, a fuerza de mirar al cielo, les transforma y les aleja de las circunstancias concretas del momento.

Y la respuesta de Jesús está clara: «Id al mundo con una Buena Noticia. No es cosa vuestra conocer los tiempos que Dios ha fijado». No podemos conocer los tiempos de Dios no, pero sí que debemos conocer nuestro tiempo. El sentido de nuestro tiempo, de nuestra existencia. De ahí la importancia del momento. Además, para esto nos envía su Espíritu. Para darnos fuerza y marchar por el mundo con la Buena Noticia.

Y de este Espíritu recibimos la fuerza, la sabiduría, la luz, para comprender el misterio de Dios, la comprensión y la revelación, porque el misterio de Dios no es una realidad escondida, sino que es la manifestación de un Dios que es amor.

Solamente viviendo en camino por este mundo podemos experimentar «la grandeza inmensa del poder que obra en nosotros y su eficacia». Pero nunca se puede ser consciente de ello mirando al cielo. Mirando al cielo en cualquier caso podemos contemplar como pasan las nubes, o como se van desvaneciendo hasta quedar en nada.

¿Como podemos invitar a «todos los pueblos a aplaudir, y a aclamar a Dios con entusiasmo» si estamos boquiabiertos mirando al cielo? «Dios sube en medio de aclamaciones». Sube desde lo profundo del abismo del corazón. Si mi corazón lo aclama, le canta, podré contagiar a otros caminantes. Es preciso caminar con la fuerza y la alegría de la Buena Noticia en el corazón.

San Bernardo sugiere una doble ascensión: «buscar y estar centrados arriba, no en la tierra. El salmista parece insinuar esta misma distinción al decir: "busca la paz y corre tras ella". Buscar la paz y correr tras ella equivale a buscar y centrarse en lo de arriba y no en lo de la tierra. Mientras tengamos los corazones divididos tendremos muchos rincones y nos faltará unidad. Debemos levantarlos como miembros de un cuerpo, para que se unan en la Jerusalén celeste, la ciudad bien trazada. Así cada uno en particular y todos los hermanos vivirán unidos, sin estar divididos consigo mismos ni con los demás. Los miembros principales de nuestro corazón son el entendimiento y el afecto. Sus objetivos suelen ser opuestos: uno tiende a lo alto y el otro le atrae a lo bajo. No tener el corazón dividido, miembros de un cuerpo pero tendiendo a lo alto; busca la paz y corre tras ella» (Sermón 6,5, Sobre la Ascensión).

Yo diría que este es el sentido de este momento, de este tiempo que comienza con la Ascensión del Señor: Buscar las cosas de lo alto, que el Señor nos ilumine con su Espíritu, y lleguemos a comprender la grandeza de este misterio que se ha manifestado en nuestra humanidad, pero con este espíritu de sabiduría no quedarnos mirando al cielo, sino correr tras la paz que debemos ir construyendo con la fuerza del espíritu de Jesús por los complicados caminos de este mundo.