20 de mayo de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida N.:

Gracias por tu carta pascual, salida del corazón, como toda carta que «pasa» por la mano. Ha llegado, ciertamente, dentro de los cincuenta días pascuales. Un tiempo muy propicio para hacer más viva esa «conciencia de la presencia de Dios» de la que me hablas. ¿Y qué puede haber más interesante que crecer en dicha conciencia? Yo creo que lo importante es plantearnos el vivir la vida como un despertar de la conciencia. Porque esto nos permitirá vivir los preciosos versos de Salvador Espriu: «I quan arribis a la porta de la teva nit, / en acabar el camí que no té retorn, / sàpigues dir tan sols: “gràcies per haver viscut”».

Esto me hace recordar una anécdota que recoge Esther de Waal en uno de sus libros: «Al observar Tich Nath Hanh con que velocidad separaba los gajos de una naranja, engullendo el siguiente antes de acabar con el que tenía en la boca, no puedo menos de preguntarle si verdaderamente creía que se había comido aquella naranja».

Necesitamos vivir la vida con un ritmo consciente. Tenemos dentro cosas grandes, pero de la mayoría de ellas no tenemos conciencia, pues se quedan dormidas dentro, así que la vida es menos vida. «Nos quedamos mirando al cielo» como los amigos de Jesús cuando asciende a las alturas. Y tienen que escuchar la voz que les dice: «¿qué hacéis plantados mirando al cielo?» Es necesario bajar la mirada a la tierra, hablar el lenguaje de la tierra, caminar por esta tierra con la luz que tenemos, que todos tenemos. Pero ¿con qué ritmo hacemos este camino?

Mira, leo un comentario sobre Plotino: «Si pudiéramos adquirir conciencia de la vida del espíritu, percibir las pulsaciones de esta vida eterna que está en nosotros, del mismo que podemos, prestando atención, percibir los latidos de nuestro corazón hecho carne, entonces la vida del espíritu invadiría el terreno de nuestra conciencia, se convertiría realmente en nosotros mismos, sería de verdad nuestra vida».

Y podemos. Pero es necesario vivir la vida con otro ritmo. Tú me hablas de que esta conciencia más viva en relación a la presencia divina es un don de Dios, que siempre concede. De acuerdo en que es así, pero también es verdad que nos ha hecho sus colaboradores en la transformación de este mundo, y esto requiere por parte nuestra un trabajo fiel y continuado sobre nuestra conciencia. Nosotros, hay momentos en que no podemos o no sabemos encontrar momentos de serenidad para «estar» con Quien nos ama. Nos contemplamos «fuera». Pero este es el camino de la vida. Y también es parte de nuestra responsabilidad, cuando somos conscientes de ello, de buscar el equilibrio en volver «dentro».

Yo considero que aquí está lo apasionante de esta vida: estar a la búsqueda del equilibrio de la vida, de la persona. Las luces y las sombras son circunstancias secundarias del camino. La clave estar caminando con esa tensión de amanecer nuevo. Un abrazo,

+ P. Abad