28 de agosto de 2011

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa,

Bajo tu estrella de este mes que habla sobre la «vida». Esta es una estrella cuya luz busca hoy día mucha gente. De hecho, somos todos quienes buscamos la luz de esta estrella. Porque la vida todos la recibimos, todos nos encontramos con este don de la vida, pero no todos llegamos a alcanzar la sabiduría verdadera de la vida, aquella sabiduría que lleva a vivirla con verdadera luz y paz y sentido. Son innumerables las personas que viven su vida mal, muy mal, sin los recursos materiales mínimos. Otras muchas, no tantas en este caso, desbordantes de esos recursos la viven ahogados en un clima personal agobiante cerrados sobre sí mismos… La vida tiene muchos matices, de todo signo. El poeta Rilke escribe: «Debes con dignidad soportar la vida, tan sólo lo mezquino la hace pequeña».

Pero, de hecho, hay mucha mezquindad que hace la vida pequeña, miserable, para muchos, y, por supuesto, que no siempre lo que determina esa dignidad es el elemento material, sino otros valores fundamentales, de los que se está resintiendo.

La Palabra de Dios del próximo domingo XXII nos ofrece una clave para dar sentido a la vida: «salvar la vida es perderla, perderla es ganarla», pero esta aparente contradicción se deshace cuando se vive abrazado por la Vida profunda, que para el cristiano tiene un nombre: Cristo. Cristo se nos presenta como la Vida. Dice a los judíos: «quien tenga sed, que se acerque a mí; quien crea en mí que beba. Como dice la Escritura: "de su entraña manarán ríos de agua viva"» (Jn 7,38).

El libro de los Proverbios nos enseña: «Hijo mío, haz caso de mis palabras, presta oído a mis consejos: que no se aparten de tus ojos, guárdalos dentro de tu pecho; pues son vida para el que los consigue, son salud para el cuerpo; por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida» (Prov 4,20s).

La palabra de Jesús, era, y es, una palabra de vida, porque nace desde su corazón e iba directamente hacia el corazón del otro. Él perdía la vida, la ofrecía desde el impulso del amor, la servía. Perdía la vida, para ganar el corazón. Perdía, o servía la vida para ganar la fuente de la vida. Ponía una estrella luminosa en el firmamento oscuro de este mundo. Esto es vivir la vida en «círculos crecientes, que pasan por las cosas», que dice el poeta, solo que habría que completar el verso: «y por las personas».

No han faltado personas en este mundo, como el profeta Jeremías que han sido seducidas por el valor y el fuego de la Palabra. Las seguirá habiendo, porque no podemos vivir sin esta estrella de «la vida». María Luisa, como dice el profeta Ezequiel: «¡Vive, sigue viviendo, y crece!». Un abrazo,

+ P. Abad