8 de diciembre de 2013

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Domingo II de Adviento

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15.20; Salm 97,1-4; Rm 15,4-9; Lc 1,26-38

«¡Qué dulce es la luz! ¡Qué agradable para los ojos ver el sol! Si uno vive muchos años, que los viva con alegría, pero que no olvide que también abundaran los días de oscuridad» (Ecl 11,7).

Por eso suplicamos al Señor en este tiempo de Adviento, camino de Navidad, la luz, la luz que esperamos. Una de las Antífonas de este Adviento nos lleva a pedir la luz: «Oh Sol naciente, resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven a iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte».

Una muerte que se inicia con el pecado del Paraíso. Adán y Eva optan por no seguir el mandamiento de Dios, y sobre el Paraíso se extiende también la oscuridad de la noche, en el horizonte de la humanidad aparece la muerte, y como una introducción a la muerte la injusticia, la enemistad, violencia… Pero, Dios inmediatamente empezará a manifestar todo su proyecto de amor para con el hombre que ha creado. Dios empieza a preparar su viaje a la humanidad, a salir del espacio del Paraíso y a entrar en la historia de la humanidad y continuar la historia de amor iniciada en los atardeceres paradisiacos.

El primer sueño de amor de nuestro Dios es para proyectar y meditar poner luz y armonía en la oscuridad del abismo, pensando en la belleza suprema de la persona humana, fiel reflejo de la Suya; e iniciar un diálogo de vida y de amor a la hora de la brisa en atardeceres sin crepúsculo, donde debía estar invertido el verso del Cantar siendo entonces, Dios como Amigo, quien suspiraría: «Yo soy de mi Amado y mi Amado es Mío». Pero el Amado, el hombre le falla a Dios en este primer sueño.

Y Dios va a tener otro sueño de amor. «Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta» (Apoc 12,1).

Sueña con una Mujer, María estrella de la mañana, estrella del atardecer, estrella de la noche. María, la Mujer que lleva dentro el Sol naciente. María, la Mujer con el resplandor de la luz eterna… En verdad puede decirle el ángel: «Dios te guarde, llena de gracia, el Señor es contigo».

Dios no ha renunciado a su primer sueño, pero ahora ha puesto el Paraíso en el corazón de esta criatura única que es santa María, la Inmaculada. Y cuando María advierte los pasos de Dios en su jardín, ella no se esconde, sino que responderá con sencillez: «He aquí la esclava del Señor, que se cumplan en mí tus palabras».

Santa María será el Paraíso que acoge la perfección de la obra divina. Y en este Paraíso queda la criatura religada a su Creador con lazos eternos. Y quedará ya escrito para siempre y de manera correcta el verso del Cantar proclamado por la criatura Amiga de Dios: «Yo soy de mi Amado y mi Amado es mío» (Ct 2,16).

Así culmina el sueño de Dios, o el viaje a la humanidad, a la historia humana, como enseñan los Santos Padres. Dios vuelve a poner luz y armonía, a través de la disponibilidad de María en la oscuridad del abismo, y volverá con más profundidad el diálogo de vida y de amor a la hora de la brisa en un atardecer sin crepúsculo.

Hermanos, esto es lo que sugieren las Escrituras en la resplendente belleza de esta solemnidad que encontramos en el camino de Adviento al Nacimiento. Repito: al Nacimiento de Dios. Yo diría al tercer Nacimiento. Pues si el primer Nacimiento de Dios, su primera Revelación, es en el Paraíso de Adán y Eva, y el segundo es el seno de santa María, ahora, el tercero, es el que ha de tener lugar en el seno de la Humanidad. Conviene no olvidar las Escrituras, recordad lo que nos dice san Pablo: «Lo que dicen las Escrituras es para instruirnos a nosotros, para que con la fuerza y consuelo que nos dan nos ayuden a mantener la esperanza».

Pero esta esperanza será firme si nos aceptamos unos a otros, como Cristo nos ha aceptado. Cristo se ha puesto, humilde al servicio del pueblo. Y solamente con nuestro servicio humilde podemos tejer el pesebre para recibirlo en una nueva Navidad, un servicio que tiene que ir dibujando letra a letra la palabra NOSOTROS. Dios no puede nacer y recostarse en nosotros con la luz o el dibujo de otra palabra.