20 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 20 de diciembre

OH LLAVE DE DAVID
y cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir.
VEN a librar a los cautivos que viven
en tinieblas y en sombras de muerte.

La casa donde se vive es algo más que un espacio. Es un punto, un aliciente de vida entrañable. Tiene el sabor de la vida vivida; señuelo de más vida; la casa proporciona raíces y a la vez sentido de vida. Quien no tiene casa queda sometido al vaivén caprichoso de la sociedad, a las circunstancias del momento. Inmigrante, peregrino eterno, mendigo…

La casa da sentido a la vida, proporciona raíces, calor… Pero debe tener espacios «habitables», espacios vacíos, libre de cosas, que hagan posible el encuentro de las personas. La casa es para la acogida, el diálogo, el encuentro…para la maduración de la vida personal [Cfr. José F. Moratiel, Conversando desde el silencio, cap. 3, Edit. San Pablo, Madrid 1994, p. 15].

Son esenciales para la vida agua y pan y casa
y vestido para cubrir la desnudez .
Más vale vida pobre al reparo del propio techo
que banquete en casa ajena;
conténtate con lo que tienes, poco o mucho,
y no oirás las burlas de la vecindad.
Es vida dura ir de casa en casa,
donde eres forastero no abrirás la boca;
recibirás abochornado hospedaje y bebida,
y encima tendrás que oír frases hirientes…
(Eclo 29, 21s)

Recomienda el autor sagrado las ventajas de una vida independiente. Tener casa propia. Con frecuencia, hoy día, dicha vida independiente no existe. En la económico, en lo social, en lo religioso… Hay circunstancias en que, desgraciadamente, le arrebatan a uno la llave, y se ve arrojado de su casa. Así lo describe un relato de un país atormentado por la violencia:

Las preguntas se sucedían sin parar: «¿Debemos irnos? ¿Qué hacer?» Una verdadera angustia. Un verdadero drama se anunciaba. Las casas fueron «visitadas» por individuos armados y se cortó la electricidad y el agua. Las familias imaginaron que iba a ser solo cuestión de horas, y esperaron, y aguardaron, pero nada cambió… Nadie dormía, vigilaban y rezaban, esperando un auxilio divino. Era éste su último recurso... Las calles estaban desiertas y las luces apagadas. Echaron un último vistazo a sus apartamentos, a lo que contenían, a toda una historia, un sueño, a toda una vida, anhelando que ese momento fuese eterno. Y antes de cerrar la puerta, hicieron la señal de la cruz, como diciéndole al Señor: «estamos en tus manos». Un pueblo camina, un pueblo erra, un pueblo se desplaza... obligado a desocupar su barrio, el lugar donde vivieron, dejando que se convierta en un cementerio de recuerdos, quizás en un montón de piedras... No tienen tiempo de mirar, por última vez, el balcón de la casa donde está extendida la ropa que aún no se ha secado. Tienen una sola idea en mente: huir del infierno, lo más rápido posible, cueste lo que cueste...

El hombre cautivo de las tinieblas y de las sombras de la muerte. El hombre sin techo. Muchas historias dramáticas con puertas abiertas al exilio que nadie cierra. O cerradas a causa de la injusticia y el hambre, el abandono…, historias que nadie abre a horizontes más humanos.

Este es el relato de un despojo material. El hombre pierde su hogar, empujado a caminar, a desplazarse, sin rumbo; el pasado es ya solo un cementerio de recuerdos, una historia pasada, un sueño… ¿Delante? Las calles desiertas, las luces apagadas… En las manos de la Providencia, en las manos de Dios.

VEN a librarnos, a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte…

VEN… porque este despojo también lo vivimos a un nivel espiritual, a un nivel de la dignidad de la persona. Hoy estamos exiliados de nuestra casa. Nos lo recuerda de manera muy expresiva san Agustín:
Tú estabas dentro y yo estaba fuera, y allí fuera te buscaba. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo… Te probé y ahora siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz [San Agustín, Las Confesiones, L. 10, Cap. 27, Edit. Akal Clásica, Madrid 1986, p. 263].

Tenemos necesidad de volver a casa, a nuestra casa. Para encontrar el camino de la sabiduría y de la felicidad, como nos muestra el libro del Eclesiástico:

Dichoso el hombre que piensa en la Sabiduría,
y acecha junto a su portal,
mira por sus ventanas
y escucha a su puerta,
acampa junto a su casa,
pone su tienda junto a ella
y se acomoda como un buen vecino.
(Eclo 14,21s)

Necesitas volver a casa, o, como vecino, acampar junto a la casa de la sabiduría, ya que ésta nos lleva a la paz y la alegría.
Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra. (Sab 8,16)

¿Cómo volver a casa? Es la pregunta que le hace Dios a Job que se ha atrevido a dudar de la bondad de Dios, del designio de Dios en su vida.

¿Por dónde se va a la casa de la luz
y dónde viven las tinieblas?
¿Podrías enseñarles el camino de casa?
(Job 38,19)
¿Cómo estarán limpios ante su Hacedor
Los que habitan en casas de arcilla, cimentadas en barro?
(Job 4,19)
Con esta serie de preguntas Dios pone a Job ante el misterio insondable de Dios y su providencia divina, y le interpela: habla, si es que sabes tanto (Job 38,4); Habla si es que lo sabes todo (Job 38,18)
El hombre habla hoy, evidentemente; y habla en abundancia, pero habla desde sus tinieblas, envueltos en sus sombras, desde el exterior de su casa. En la ignorancia de que es el mismo Dios quien nos construye la casa. En la ignorancia de que la sabiduría divina reside dentro de su casa. El hombre necesita hoy poner en sus labios y en sus corazón el grito, el deseo de la vida: VEN a librarnos, a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte…

Abre las ventanas de par en par al Verbo de Dios, para que ilumine toda la casa… Porque él es la luz, y donde habita él habita la luz. Y se encuentra el camino de la vida, el sentido. Abre de par en par, para que viva en tu casa como luz. Pues este es nuestro destino: ser luz en el Señor. La Palabra es la llave principal para penetrar en ella y vivir la experiencia del encuentro y de su paz que nos libera.

Siente la paz en tu casa. Siente bien dentro de ti mismo. Las puertas están abiertas para ti. La llave de mi casa es el silencio, la llave de mi corazón es el silencio. El encanto del silencio es que nos hace vivir vacíos, nos hace habitables. Vacíos para vivir, para compartir…

La llave es la Palabra.

¿Acaso no abre el Verbo de Dios, esplendor eterno que ilumina los sentimientos más escondidos? El Verbo de Dios es una espada espiritual que penetra… [San Ambrosio, Coment. del salmo 118, Sermón 19,38s, PL 15, 1480-1482]
En este retorno a casa, a nuestra casa la llave es la Palabra guardada, y nuestra referencia principal es santa María. Ella ha abierto, al acoger la Palabra, las puertas de la humanidad a Dios, para que plantara su tienda entre nosotros, en nuestra casa. Puerta que ya nadie puede cerrar.
María nos descubre la dignidad principal de la persona humana donde ha venido a habitar su Hacedor, que ha preferido una casa de arcilla.
María nos descubre la ruta para acceder a la casa de la luz. Y no solo esto, sino ser nosotros mismos luz.
María también vivió la angustia de dejar su casa, de marchar al exilio…

Nosotros, oh Madre santa, te contemplamos y recordamos las palabras del patriarca Jacob: Esta es la casa del Señor y la puerta del cielo (Gen 28,17). Santa María, tú eres la casa, la puerta.
A través de esta puerta somos conducidos a lo alto, y recibimos la riqueza de la gran misericordia.