18 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 18 de diciembre

Oh Adonai,
Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente,
y en el Sinaí le diste tu Ley.
VEN a librarnos con el poder de tu brazo.

El libro del Eclesiástico nos ofrece este bello lienzo de la persona de Moisés, a quien se aparece el Señor, Adonai, Pastor de la casa de Israel:

Amado de Dios y de los hombres,
bendita es la memoria de Moisés:
le dio gloria como a los santos,
le hizo poderoso entre los grandes.
A su palabra se precipitaban los signos,
le mostró poderoso ante el rey,
le dio mandamientos para su pueblo y le mostró su gloria.
Por su fidelidad y humildad lo santificó,
lo escogió de entre todos los vivientes.
Le hizo oír su voz, y lo introdujo en la nube espesa;
puso en su mano los mandamientos,
ley de vida y de inteligencia,
para que enseñase los preceptos a Jacob,
sus leyes y decretos a Israel.
(Eclo 45,1-5)

Se perciben en este lienzo las pinceladas de Dios y las de su criatura, Moisés. Los trazos de Dios en el alma de Moisés: el amor y la bendición, que siempre crean novedad de vida; que dejan en la criatura una impronta singular de su santidad y su gloria, que comunica mediante su palabra que da energía, fuerza, para aceptar la elección y la misión de transmitir la ley divina.
Las pinceladas sobre Moisés son más breves; simplemente, vienen a limitarse a un completar la obra de Dios en el tiempo, en la historia de la humanidad. Evidentemente, de cara a Dios todo empieza con una escucha y una contemplación de la obra divina para acoger Su enseñanza. Para acoger sobre todo Su Ley en el Sinaí.
La Ley que luego se convierte en Palabra, pasando de ser antigua a nueva; el precepto se convierte en gracia, la figura en realidad; el Señor, siendo Dios, se reviste de naturaleza humana [Meliton de Sardes, Homilía sobre la Pascua, 2-7; SC 123,60-64.120-122], gracias al don desbordante del amor de Dios y de la fidelidad y humildad de otra criatura singular: santa María.

La enseñanza de esta Ley, por parte de Moisés, será una invitación a vivir la Alianza con Dios, un Dios bueno y justo que estará cerca de su pueblo. Esta ley de Dios, fundamentalmente, es una invitación a vivir el amor y la justicia. El servicio del amor y de la justicia, será una tarea permanente, continuada, en la obra de cooperación humano-divina, que viene a ser la Historia de la salvación, y que alcanza una madurez notable con la persona de Moisés, con su actitud de escucha y de respuesta humilde y fiel, como nos sugiere el libro del Eclesiástico.
Respuesta humana que se completará con esa conversión de Ley en Palabra, mediante la escucha receptiva humilde y fiel de santa María.

Pero uno tiene la impresión de que a Dios no le es fácil lograr, en principio, la colaboración de la criatura en su obra creadora, en su obra de amor. Así lo contemplamos en Moisés, cuando el encuentro primero no es fácil. Dios, que nos ha creado a su imagen, y de esta forma nos pone en un camino de libertad, se encuentra con que este hombre, en razón de la libertad recibida, le pone obstáculos, precisamente a un Dios que arriesga su profundo amor, depositándolo en el corazón humano. Pero Moisés va justificándose repetidamente, alegando su indignidad, su ignorancia, la incredulidad de Israel, su escasa elocuencia… (cf. Ex 3-4)
Es una justificación que también se repite en nuestra vida, mostrando como un cierto miedo a la obra de Dios. Así nos lo sugiere el Papa Francisco:

«La novedad nos da miedo, también la que Dios nos trae y nos pide. Preferimos nuestras seguridades».
«Tenemos miedo de las sorpresas de Dios, porque Él nos sorprende siempre».
«No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestra vida».
«No perdamos la confianza nunca. No nos resignemos. No hay nada que Dios no pueda cambiar ni pecado que no pueda perdonar» [Papa Francisco, Homilía de Pascua, 2013].

La novedad que trae Dios es siempre cercanía a su pueblo, para escuchar sus gritos… Nuestro Dios es un Dios humano, sensible a la vibración del corazón y de los sentimientos humanos. Es un Dios amor. ¿Quién tiene miedo al amor, cuando el corazón humano está hecho para el amor? Nuestra resistencia a Dios quizás viene del desconocimiento de un Dios que es Amor, que es profunda humanidad, que es vida desbordante… Y nos lo demostrarán una vez más las pinceladas que Moisés, y sobre todo santa María, pondrán en la obra divina.

En la zarza ardiente, Moisés conoce la verdad sobre Dios, que es Dios mismo; pero en su ascensión al Sinaí, después de purificarse, progresa continuamente hacia el conocimiento inefable de Dios, en el DESEO ardiente de la belleza esencial.
Si «la verdad» es Dios y si ella es también «luz» —estas son las expresiones sublimes que el evangelio utiliza para designar a Dios, que se ha manifestado a nosotros en la carne— se sigue, como consecuencia, que la conducta virtuosa nos lleva al conocimiento de esta luz que se ha rebajado hasta revestirse de nuestra naturaleza humana [S. Gregoire de Nysse, La vie de Moïse, 19, SC 1, Le buisson ardent, n. 19, Paris 68, p.117].
Por ello este misterio de fuego ardiente, el fuego del amor divino, que se manifiesta en la vida de Moisés, nos lleva a considerar también el misterio de la Virgen, de la cual brotará la luz de la divinidad para iluminar a la humanidad. María, zarza ardiente que no se agosta, y continúa siendo para todos nosotros zarza luminosa, y calor para el corazón.

Progreso y deseo, deseo y progreso, son dos palabras que mueven a Moisés en su tensión hacia Dios, hasta hacerlo para nosotros modelo o punto de referencia en nuestra búsqueda de Dios, ya que sobrepasa a los hombres fascinados por el amor, y siendo digno de admiración por su vida y su obra [S. Juan Crisóstomo, Homilia in Ephesios 7,4, PG 62 53d]; vive la increíble amistad de la zarza ardiente [Homilía anónima s. IV, 1, 15, SC 146, p. 74]; y viene a ser una estrella de luz en el cielo de nuestro corazón que brilla y nos ilumina con sus obras [Orígenes, Homilía sobre el Génesis, 1, 7, Edit. Ciudad Nueva].
Por ello, Moisés no es una figura del pasado, para la Iglesia y para nuestra vida. Su actitud, su gesto, su obra, permanecen como algo muy precioso, viva actualidad, siempre en una relación íntima con Cristo y apoyado en la misma palabra de Jesús que dijo: De mí escribió Moisés. (Jn 5,46)
Encontramos, pues, en este Moisés, jefe de un pueblo, profeta y legislador, dos rasgos característicos de su vida espiritual:
Una fe intrépida en Dios, que lleva a buscar la intimidad con él para conocerle, como es conocido por él. (cf. 1Cor 13,12)
Un compromiso fiel, una solidaridad a toda prueba, hasta ofrecer su vida, con su pueblo.
El pensador Filón afirma de Moisés su profunda amor a la humanidad, a la justicia y al bien, su repulsa al vicio, lo que hace de él una «ley viva», un buen pedagogo en el arte de reprender y corregir. Y que vive en un deseo permanente de ver a Dios ya que ha escuchado los «acordes celestes de una música perfecta» [Dictionaire de Spiritualité, Moïse, t. X, 2, col. 1461].

Pero si Moisés es un punto de referencia importante para nuestra vida espiritual, y para orientar nuestros pasos hacia el encuentro con el Mesías, todavía tenemos en santa María una cercanía más significativa, ya que encontramos una identificación plena con la voluntad divina, como se desprende de las palabras del arcángel:

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
has hallado gracia delante de Dios…
(Lc 1,28)

Mediante el arcángel Gabriel llega a María la voz divina, verdadera zarza ardiente, al guardar en su espacio interior el fuego de la Palabra. María no pone obstáculos a su Creador, sino que acepta con prontitud su voluntad:

He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra…
(Lc 1,38)

Y su corazón y su voz cantará la bondad de Dios:

Alaba mi alma la grandeza del Señor,
mi espíritu se alegra en Dios mi salvador,
porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava…
(Lc 1,46)