17 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 17 de diciembre

Oh Sabiduría,
que brota de la boca del Altísimo,
y que dispone todas las cosas
con suavidad y fortaleza.
Ven y muéstranos
el sendero de la prudencia.

La Sabiduría brota de la boca del Altísimo… para derramarse con suavidad y fortaleza, como bondad y belleza y vida, en lo que es su obra creadora. ¡Oh Sabiduría!... Es el sonido dulce de una Palabra, a través de la cual Dios se manifiesta, se da a conocer. Es el Logos, o el Verbo, como llamamos también a esta Palabra, que brota de la boca del Altísimo. Es la Palabra que brota del Amor, y pone amor en su obra creada. Invitando a amar, a corresponder en el amor. Esta Palabra es el Hijo, que habla en silencio y en silencio ha de ser escuchada [San Juan de la Cruz, Obras Completas, Puntos de amor, reunidos en Beas, Edit M. Carmelo, Burgos 1990, p. 66]. Yo diría que es un amor discreto.
Es la sabiduría que brota del Padre, de la boca del Altísimo. La boca del Altísimo pronuncia una Palabra, revela su sabiduría, y yo la experimento, además de cómo bondad, belleza y vida, en la fuerza de dos palabras: como poder y como gracia. (Salm 61)
Experimento la fuerza de Dios, su amor, en contraste con mi debilidad. Solo en Dios está la fuerza, los hombres somos un soplo, como la hierba que brota por la mañana y por la tarde se agosta, se seca. Por eso nos grita el profeta:

Dice una voz: grita. Respondo: ¿qué debo gritar?
Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.
Sube a un monte elevado, alza fuerte la voz, no temas, grita con fuerza: aquí tenéis a vuestro Dios. (Is 40, 6-11)

Solo Dios permanece. La criatura pasa como flor campestre. La Palabra permanece. Necesito escuchar la Palabra que permanece, y que lleva una carga profunda de sabiduría y de vida:

Que Dios te hable, que abra los labios para responderte: él te enseñará secretos de sabiduría, retorcerá tus argucias, y sabrás que aún parte de tu culpa te la perdona.
¿Pretendes sondear el abismo de Dios, o alcanzar los límites del Todopoderoso?
Si diriges tu corazón a Dios, y extiendes las manos hacia él, tu vida resurgirá como el mediodía, tus tinieblas serán una aurora. (Job 11,5s)

Verdaderamente, Dios habla. Dios habla en mi espacio interior. La Palabra no viene de fuera sino desde dentro. Dios se manifiesta, se revela, en mi corazón, en tu corazón, en un corazón que escucha. Solo Dios permanece, sólo Dios tiene la fuerza y la gracia, pero sin embargo se manifiesta en sintonía como debilidad. Dios es discreto. Es la fuerza del Amor que busca el centro de nuestro corazón, nuestro espacio más íntimo. El verdadero amor es discreto. Pero fuerte, generoso, fiel. Esta Palabra, es la sabiduría de Dios, su fuerza, su amor, la que ha dispuesto todas las cosas, las ha creado, con suavidad y fortaleza; y nos permite a nosotros contemplar su gloria, su esplendor, que canta su obra creada:

Yo salí de la boca del Altísimo, y como niebla cubrí la tierra. He puesto mi tabernáculo en las alturas y mi trono en la columna de nubes. Yo he dado la vuelta a todo el arco celeste y he recorrido las profundidades de los océanos. Poseo las olas del mar, y toda la tierra, las naciones y pueblos. (Eclo 24,1s)

Necesito, necesitamos todos, esta sabiduría de la que está escrito: la sabiduría serena el rostro del hombre cambiándole la dureza del semblante… (Ecl 8,1) porque nos cambia también el corazón, al poseernos a todos, porque es suyo todo el universo; abraza con amor a toda criatura…, como nos lo sugiere el salmista:

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo;
la tierra firme, que modelaron sus manos…
(Salm 94)

Posee toda la tierra, naciones y pueblos. Somos su pueblo, rebaño que él guía. Yo, tú, nosotros, somos una pequeña palabra salida de esa boca del Altísimo, que acostumbramos a olvidar, yendo por otros senderos. Necesitamos que esa boca nos vuelva a deletrear, para que volvamos a recordar la melodía de la sabiduría.
Esta sabiduría que ha entrado en el mundo por el camino del amor, del silencio y de la mortificación, anonadándose... Que entra en mi vida por el mismo camino del amor, del silencio y de la mortificación.
Esta sabiduría existe ya antes del tiempo, en la eternidad; y el Altísimo, el Padre, nos la transmite por medio de su Verbo, su Logos o su Palabra, en el tiempo, en nuestro tiempo para comunicarnos un saber sobre Dios, para comunicarnos lo que él es, Amor, para comunicarnos sus intenciones, su proyecto sobre el mundo y sobre el hombre. De esta forma nos manifiesta la bondad que Dios ofrece al hombre: una sabiduría, para conocer los misterios ocultos de Dios, para entrar en los secretos de su corazón con el sentido, yo diría con el sentido del amor iluminado…
Su proyecto es un proyecto de amor. Nos eligió ya antes del tiempo para vivir consagrados a él en el amor. (Ef 1,4)
Esta Palabra, este Verbo, salido de la boca del Altísimo, nos manifiesta la condescendencia divina, la humildad de Dios, que ha querido hacer llegar su voz a través de la voz humana. Esta humildad de Dios, en la bondad, belleza y vida de la creación, es una primera declaración del proyecto amoroso de Dios, que trae, a continuación, una segunda palabra de amor, y que supone que Dios asume todo lo humano, lo carnal y mortal, para descubrirnos el misterio profundo que se esconde en la vida humana. Dios en su bondad derrama su sabiduría en la creación, y en este bello escenario, este paraíso, pone a la criatura humana para vivir una historia de amor. Y será él quien lleva la iniciativa de esta aventura amorosa a través de su Verbo, de su Palabra, del Hijo revestido de nuestra humanidad.
Por este camino, contemplamos como, en Jesucristo, Dios se inclina sobre el hombre en un gesto de amor que nuestra imaginación no alcanza, y el hombre se eleva y se entrega a Dios, realizándose como criatura en una respuesta también de amor.
Este doble movimiento de amor entre Dios y la criatura tiene un punto de partida inmediato en las entrañas de santa María. Dios lleva la iniciativa, pero ya desde el principio cuanta con la colaboración asidua de la criatura, en cuya entrañas, las entrañas de la mujer, deposita la tierra buena que dará el fruto, la respuesta que Dios espera de la criatura humana.
Esta hermosa realidad permite escribir al teólogo:
El cristiano no solo cree que hay Dios, sino que da crédito a su manifestación en la historia y sobre todo se entrega a él, para sentir, pensar y ser con él. Que Dios se haya hecho hombre, incita al hombre a reconocer la diferencia infinita entre ambos y a la vez el acercamiento absoluto de ambos. El cristiano se alegra de que Dios exista, de que, encarnado, sea Dios de los hombres, convirtiéndose así en nuestra salvación. María anticipó la expresión más profunda de la fe al decir: «Mi alma reconoce la grandeza de Dios y se alegra de él que es mi salvador». La esencia de la fe cristiana es la alegría de Dios y la alegría del hombre, alegría porque existan los dos, de que sean amigos y de que no haya Dios sin hombre ni hombre sin Dios. Amén. Consentimos y nos gozamos en Dios [O. Gonzalez de Cardedal, La entraña del Cristianismo, cap. 5, 10, Edit. Secret. Trinitario, Salamanca 1998, p. 340].

Acaba tu obra, Señor (Salmo 137). Oh Sabiduría, VEN, y muéstranos el camino.