15 de marzo de 2008

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

Solemnitat traslladada

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El profeta recuerda el derroche de Dios en su amor por los hombres, a lo largo de la historia. Y el salmista canta en el salmo la misericordia del Señor, su fidelidad que se extiende por todas las edades. Nosotros, hoy, en esta solemnidad de san José imitamos, despertamos en nosotros los sentimientos de Isaías y recordamos este amor, recordamos a través de la figura de san José lo que ha hecho por nosotros, sus beneficios. Recordamos como se ha manifestado en él el amor, el proyecto de Dios, y como lo vivió, como respondió José al designio divino.

La liturgia siempre es sugerente para nosotros. Así en la oración-colecta leemos:
Oh Dios que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José... que la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud.

Y comentará san Bernardo: Al patriarca José, hijo de Jacob se le concedió el don de leer los misterios de los sueños; a José se le infundió la gracia de conocer y participar activamente en los misterios divinos. Aquel almacenó el trigo, no para sí mismo, sino para todo el pueblo; éste recibió el pan del cielo y lo guardó para sí y para todo el mundo. Realmente este José, con el que se desposó la Madre del Salvador, fue un siervo fiel y cumplidor (San Bernardo, En alabanza... o.c. t.II, BAC 452, Madrid 1994, p. 637).

El misterio de Dios es para el hombre, el misterio de Dios se desborda y manifiesta en una diversidad de misterios en la vida del hombre que vamos celebrando a lo largo del Año Litúrgico. Uno y varios. Uno y mismo misterio de amor en lo profundo e inescrutable de Dios, y una manifestación en misterios diversos en su revelación al hombre. Quizás por ello dirá el salmista: Una palabra ha dicho Dios y dos que he escuchado...

San José fue fiel en la custodia de este misterio divino, fiel en aquella alianza que Dios empieza con Abraham y que continuará con la fidelidad de los patriarcas y generaciones sucesivas. Así le van preparando un templo al Señor, una casa para nuestro Dios aquí en la tierra, hasta que llegue aquel tiempo en que el mismo hombre sea templo vivo de este Dios.

Así contemplamos a san José: fiándose de Dios, como anteriormente lo había hecho el patriarca Abraham; se fía de Dios en unas circunstancias que no eran fáciles, que suponían la manifestación de un misterio que venía a desbordar la capacidad del hombre. Parece evidente que san José era buen conocedor de la tradición religiosa de su pueblo, conocedor de las muchas intervenciones de Dios a favor de su pueblo, y como lo había llevado providencialmente a lo largo de la historia, en una historia en la que no siempre el pueblo de Israel sabe responder con fidelidad y confianza.
San José sí, fue digno conocedor de esta providencia divina sobre su pueblo. Por ello dice también el papa Benedicto: En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo -la humildad y el ocultamiento- en su existencia terrena.

El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa (Benedicto XVI, Angelus, 19.03.2006).

Ahora es la Iglesia quien está llamada a conservar estos misterios y llevarlos con fidelidad a su plenitud con la asistencia del mismo Dios. La Iglesia debe cuidar hoy de edificar esta casa de Dios, con las piedras vivas que somos cada uno de los creyentes, para que se vaya haciendo una realidad el Reino de Dios entre los hombres. Ahora es la Iglesia, es decir, cada uno de nosotros quienes estamos llamados a acoger este misterio divino, cuidarlo y hacer que vaya arraigando en la vida de los hombres, pero después de arraigar previamente en el corazón de cada uno de nosotros. Y la celebración de esta solemnidad es ante todo celebrar el amor de Dios, un amor que todos y cada uno de nosotros debemos llevar a nuestra vida concreta de cada día, y es también una contemplación de san José, la contemplación de aquel que vivió con fidelidad, sencillez y modestia, como dice el papa, la tarea que la providencia nos ha asignado. Luego la tarea que el Señor asignó a san José es también una tarea que nos alcanza a nosotros, a la Iglesia y a la vida de cada uno de nosotros.

Cantemos pues las misericordias del Señor, anunciando la fidelidad de Dios a lo largo de todos los tiempos, porque, verdaderamente la misericordia del Señor es un edificio eterno.