23 de marzo de 2008

JUEVES SANTO

MISA DE LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

San Efrén, diacono y poeta de la Iglesia Oriental, en el siglo IV escribe estos bellos versos:

Mira: Fuego y Espíritu
en el seno que te ha llevado.
Mira: Fuego y Espíritu
en el río donde has sido bautizado.
Mira: Fuego y Espíritu
en nuestro propio bautismo.
En el Pan y en la Copa
el Fuego y el Santo Espíritu.
(San Efrén, L'oeil de lumière. Hymnes sur la foi, Spiritualité Orientale, 50, Bellefontaine, p. 110).

Fuego y Espíritu en el seno de María. Fuego y Espíritu en el río de bautismo donde te sumergieron. Fuego y Espíritu en la Eucaristía. Fuego y Espíritu para transformarte en Dios, como el hierro en contacto con el fuego llega a ser ígneo. Sin cesar de ser hierro, recibe en sí toda la naturaleza del fuego, se transforma en fuego, arde y quema. ¿Somos nosotros así? ¿Ardemos, quemamos con el fuego de la fe y el amor?...

En sus homilías espirituales el Pseudo Macario dice: Los cristianos tenemos por alimento el fuego celeste. Este fuego es nuestro reposo, nos purifica, lava y santifica el corazón; es nuestro principio de crecimiento, nuestra atmósfera y nuestra vida (Pablo Argarate, Portadores de fuego, Desclée, Bilbao 1998, p. 40).

Y en otras palabras de profunda belleza de otra de sus homilías nos dice: Los cristianos reciben el fuego que los hace brillar de una única naturaleza, la del Fuego divino, del Hijo de Dios, y tienen lámparas encendidas en sus corazones y brillan ante Él desde esta tierra, como Él mismo lo ha hecho. "Por eso, Dios tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría". Por eso has sido llamado Cristo (Idem, p. 41).

Otro Cristo, que lava los pies a sus hermanos, para que contemplen en ellos el rostro de Cristo. Otro Cristo que celebra el memorial del Señor, como nos relata Pablo, para nacer y vivir como Iglesia. Porque de la Cena del Señor nace la Iglesia del amor, la Iglesia que viene del amor, vive del amor y peregrina hacia la patria del amor de Dios, todo en todos. Es la Iglesia que deseamos, soñamos, queremos ser. Este misterio de amor se pone de relieve en la Cena, anticipación de la cruz, como la consumación del amor que se entrega. Hermanos, aquí el amor. Aquí nace el amor del cual tienes necesidad para vivir con alegría. Aquí nace el amor por el cual te preguntaran un día al atardecer de tu vida. Y de la misma forma que Moisés al recibir la Palabra de Dios desde la zarza que no se consumía, se hace servidor fiel del Dios, que empieza a configurar su pueblo a partir de aquella primera pascua que nos relata el Exodo, también nosotros al escuchar y guardar la Palabra, y al consumir esta Palabra hecha Pan de vida en la Eucaristía nos convertimos en una zarza ardente.

Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva, dice Pablo.

Y yo me pregunto: ¿Lo hacemos así?

Siendo fríos o tibios, es decir ni frios ni calientes, con esperanzas decaídas, o ilusiones desinfladas, adormecidos o cansados... ¿Lo hacemos así? Cuando somos discípulos del Fuego. Dios es fuego. Y ha venido como fuego queriendo prender esta tierra y la tierra de cada uno de nosotros en el fuego de su amor. Para que el fuego purificador y reconciliador de Dios llegue a toda la tierra, al corazón del último de sus hijos. De cada uno de nosotros. ¿Lo hacemos así? Mirad: O somos una zarza ardiente que arde sin consumirse, transformados en luz y fuego para este mundo, o seremos zarza seca que rapidamente prende se consume como la hojarasca, en el fuego esteril, de una vida estéril, e inútil. Por esto cantará san Efrén: Hermanos, acerquémonos con el sentimento que conviene, a este cuerpo que el sacerdote nos ofrece. Y que nuestro corazón y nuestro labios se estremezcan de temblor cuando recibimos el remedio de la vida.

Seamos conscientes de lo que celebramos, de cómo lo celebramos. Seamos conscientes de cómo llevamos a nuestra vida este misterio de fuego, de amor y de vida. No comamos y bebamos inútilmente este misterio.

Como nos enseña también Torras i Bages: La santa comunión del Cuerpo y de la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, en sí misma es un signo sublime del amor que Jesús nos tiene, porque es una transfusión de su vida a la nuestra vida.Y viene a ser como la substancia de toda la religión, que tiene como objeto unir el hombre a Dios. Y no solo la Sagrada Comunión es algo vivo sino que hace vivir; de ella han vivido y viven millones de cristianos. Todos nosotros vivimos de la comunión y sin ella moriríamos. Es el alimento de nuestra alma, el consuelo de nuestra vida, la fuerza de nuestra voluntad y el lazo más íntimo que nos une a Dios (Torras i Bages, Assaigs. Articles, pròlegs... El convit diví, o.c., Selecta, Barcelona 1948. p. 701).