16 de marzo de 2008

DOMINGO DE RAMOS

LA PASIÓN DEL SEÑOR (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El papa Juan Pablo II en su discurso de inauguración del pontificado dijo: ¡No tengáis miedo, abrid las puertas al Redentor! Yo creo que este grito, esta invitación es la más adecuada para repetirla en este día de Domingo de Ramos. ¡Abrid las puertas! ¡Abrid las puertas y las ventanas! ¡Abrid la casa, vuestra casa al Redentor! ¡Abrid vuestra vida a este misterio de amor!

Porque este Domingo, verdaderamente es el dintel de la puerta desde el que se contempla toda la semana; es la ventana abierta desde donde se percibe todo un misterio de Amor que celebramos para incorporarlo a nuestra vida. Todo un misterio de amor que se entrega, -porque esto es en el fondo el amor- i que se encierra o se expresa en dos palabras: exaltación y humillación, o victoria y oprobio, o vida y muerte... Siempre es así el misterio del amor. Quien desea celebrar y vivir este misterio debe saber que el amor arrastra la vida hasta darla por completo, pero en este arrastrarla ya va recogiendo la tierra con la que amasa la vasija que recogerá de nuevo la vida recobrada, resucitada.

Escribe el teólogo cisterciense Guerrico, Abad: En la procesión se manifiesta el honor, debido al rey, en la pasión se contempla el castigo propio del malhechor. En la primera lo rodea la gloria y el honor, en la segunda aparece desfigurado y carente de hermosura (Is 53,2). En una es la alegría de los hombres y gloria del pueblo, en otra, el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo. Allí se le aclama: Hosanna al Hijo de David; aquí se le declara reo de muerte, mofándose de que se haya hecho rey de Israel. En la primera salen a recibirlo con ramos de palmas, en la segunda hieren su rostro con golpes. En una es enaltecido por las alabanzas, en otra saturado de oprobios. Allí tapizado el camino con ropas, aquí lo despojan de las suyas. En una es recibido en Jerusalén como Rey, justo y Salvador, en otra es arrojado de Jerusalén, como reo y seductor. En la primera es sentado en un pollino rodeado de honores, en la segunda es colgado en la cruz (Sermón 31, 2).

Al ser enaltecido y luego humillado, nos quiso enseñar mediante su ejemplo que hemos de conducirnos con humildad en medio de los honores, y con paciencia en las afrentas y sufrimientos (Sermón 31,4) (Guerrico de Igny, La Luz de Cristo, Sermón 31 sobre Ramos, 31,2.4, Buenos Aires 1983).

Un misterio de amor en el que debemos subrayar otras dos palabras: docilidad y solidaridad.
Docilidad al Padre. Cristo siempre unido en su voluntad al Padre, Cristo siempre como la perfecta resonancia del rumor amable de la fuente de amor, el Padre; siempre inmerso en esta fuente del Amor que es el Padre. Cristo siempre con el oído abierto en la escucha de la voluntad del Padre; Cristo siempre la palabra de aliento del Padre para los abatidos. Cristo sometido siempre a la voluntad del Padre para llevar a cabo su mensaje de reconciliación, para hacer verdad, cumpliendo la Escritura, la reconciliación de la humanidad con el Padre. Docilidad, es una palabra a meditar en estos días. La docilidad de Cristo al Padre, sin la cual no habríamos conocido este misterio de amor. Docilidad que le impide hacer alarde de su condición divina, sino más bien vivir esa otra dimensión del misterio de amor, que es la solidaridad fraterna. Solidaridad con sus hermanos. Pasó como uno de tantos. No es fácil a nuestro orgullo pasar como uno de tantos. No es fácil pasar por un hombre cualquiera cuando queremos significarnos de manera especial ante los demás. No es fácil rebajarse. Menos todavía aceptar la muerte de cruz.

Pero este es el camino que nos marca Cristo, nuestro Maestro, y en el cual nos precede. Pero un camino que no acaba en la cruz para quien le sigue, sino que al final todo es levantado, exaltado. Se tiene un nombre sobre todo nombre; es alcanzar el señorío de Jesucristo. Quien padece con Él, reina con Él. Pero llegar a este señorío de Cristo pasa por seguir a Cristo, obrar como Él obró, dejar que su Espíritu actúe en nosotros. Y en los textos litúrgicos de hoy hay sugerencias importantes.

Hoy caminamos con un ramo de olivo. ¿Dominará a partir de esta Semana Santa el espíritu de paz y reconciliación? ¿Vamos a cultivar el espíritu y el deseo de paz? O mañana o pasado mañana volveremos a andar a la greña o a irritarnos infantilmente por tonterías. Estamos dispuestos a desenvainar la espada ante la más mínima insinuación que nos molesta. Desciende de la cruz y creeremos en ti. En Cristo los clavos sostienen y le mantienen firme en el amor. Es fuerte la tentación de bajar de la cruz. ¡Es tan maravilloso hacer el milagro! ¿No creéis? Milagreros de feria. No crucificados...

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Es dura la cruz. Es sufrir el abandono de Dios. Pero es a través de este vació, de este abandono, como se pasa a la gloria de la Resurrección.

La procesión nos dice a dónde nos dirigimos, nos dice san Bernardo. Es decir que necesitamos caminar. Y sigue diciendo: la Pasión nos muestra el camino. Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino... La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama (San Bernardo, Domingo Ramos, Sermón 1, 2, o.c. t. IV, BAC, 473, Madrid 1985, p. 19).