23 de marzo de 2008

DOMINGO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Dios desbordó todo su inmenso amor en la belleza de la creación. Toda la belleza de la comunión trinitaria empieza a amanecer para nosotros con aquella primera palabra divina: ¡Hágase la luz! Esta luz se enciende en nuestra casa, en la tuya, en la mía, en la cada persona humana, cuando Jesús, como dice Pedro, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos... Y aún más: a todo este gesto de Jesús que fue su vida entre los hombres, Jesús le da un nombre, lo subraya con una palabra: Yo soy la luz del mundo.

Verdaderamente, Dios empieza a escamparse, como Luz desde el primer libro de la Escritura, desde el Génesis. Dios empieza a "pasar", a ser Pascua, desde el momento en que planta la creación, y en su centro la criatura humana, como el escenario más adecuado y pertinente para mostrar y guardar este amor y equilibrio divinos.

Pero los enemigos de la luz quisieron apagar la luz, romper el equilibrio de Dios: lo mataron, colgándolo de un madero. Pero los hombres no pueden apagar la luz del sol; y, momentáneamente es verdad, pueden extender lienzos para ocultarla, pero Dios encenderá con más fuerza esta luz en lo alto de la cruz. La criatura humana puede desfigurar el rostro de Dios, pero nunca podrá neutralizar la fuerza de la vida divina, su poder regenerativo, el poder de renacer, de resucitar. Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver. El Crucificado es ahora y para siempre el Pantocrátor.

Y desde aquí, desde ahora, quienes son acariciados por esta luz amable, los que han visto y han oído deben ser testigos. Cuesta llegar a ser testigos. Nos lo sugiere el evangelio: el desconcierto de María ante el sepulcro vacío; la carrera de Pedro y Juan hacia el sepulcro. Ante aquellos signos ven y creen. Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que había de resucitar...
Y nosotros... ¿hemos entendido? ¿Qué hemos visto? ¿Qué creemos? Me refiero a una creencia que tenga un impacto fuerte en nuestra existencia; una proyección de la vida, muerte y resurrección de Jesús, en la vida, muerte y resurrección nuestra.

Ellos, los discípulos habían vivido un tiempo de amistad personal con Jesús, recibiendo sus enseñanzas... y no habían entendido nada.

¿Qué hemos entendido nosotros del Resucitado? ¿Qué creemos? Pues a nosotros, creyentes en este Resucitado, se nos pide dar testimonio de este Crucificado que se muestra ahora como el Pantocrátor. ¡Que bien viene ahora recordar la enseñanza de Pablo: Cuando soy débil entonces soy fuerte! Te basta mi gracia. El poder se realiza y se perfecciona en la debilidad (2Cor 12,9s)
En la secuencia cantamos: sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda...

Esta gracia es el amor del resucitado que se ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu. Luego podemos decir que es verdad lo que estamos llamados a vivir en la fe y que nos confirma Pablo: Habéis resucitado con Cristo... buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba no a los de la tierra. Porque vuestra vida está escondida en Dios. Nuestra vida se va escondiendo en Dios, en cada Eucaristía. O mejor vamos haciendo experiencia de una vida divina que se transmite a nosotros. Una transfusión de vida. Seamos conscientes de lo que celebramos, de lo que tenemos que vivir.

El mismo Cordero pascual invita a sus amigos al banquete delicioso de su cuerpo y de su sangre: comed, amigos, dice, bebed y embriagaos, carísimos. Esta comida y bebida es un misterio de vida, una medicina de inmortalidad, causa de la primera resurrección y garantía de la segunda, por ser ella en nosotros el comienzo de la naturaleza divina. Dice el apóstol: somos hechos partícipes de Cristo si conservamos inviolablemente hasta el fin la firme confianza del principio (Hebr 3,14).

El que después de recibir la gracia vuelve a su vómito (Prov 26,11) vomitará las riquezas que devoró y Dios las extraerá de su vientre, y ciertamente su pan se volverá en sus entrañas hiel de víbora en su interior (Job 20,14s) porque la gracia recibida se torna en castigo para la conciencia cuando alguien tiene como profana la sangre de la alianza que lo santificó y ultraja al Espíritu de la gracia (Guerrico, Sermón 33, 4 sobre la Resurrección).

Tenemos esta fuerza dentro de nosotros. No volvamos al vómito. Que no se nos vuelva hiel de víbora en nuestro interior. Se trata de ponerla a prueba con nuestra vida de fe, con nuestro esfuerzo por imitar a Jesucristo, por obrar como el obró por seguir el sendero suyo.