31 de marzo de 2008

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Solemnitat traslladada

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

El relato del evangelio es prácticamente un diálogo, vivo y expresivo, entre el ángel y Santa María. Podríamos leerlo y contemplarlo de manera más esquemática:

El ángel enviado por Dios entra en la presencia de María y dice:

— Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
— Ella se turba y se pregunta… (silencio)
— El ángel le dice: María, has encontrado gracia ante Dios. Concebirás un Hijo…
— María, responde: Como será eso…
— El ángel le contesta: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, te cubrirá con su sombra… (silencio)
— María contesta: Aquí está la esclava del Señor…

Y el amor de Dios empieza a arraigar con una fuerza irreversible en el corazón de la humanidad, a través del silencio de Dios en complicidad con el silencio de la criatura. Después del diálogo del ángel y de María queda el silencio. María se ensimisma más profundamente en este misterio inefable de silencio y de palabra. El silencio como el lecho más adecuado donde se va a gestar la Palabra de Dios, que la criatura humana podrá escuchar y contemplar.

Qué bien expresa san Bernardo este dialogo de la Anunciación, este breve encuentro de palabras breves y hondo silencio, silencio que se hace eterno: Ya sabes que has de concebir y darás a luz un hijo. El ángel aguarda tu respuesta. Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración. Mira que te ofrecen nada menos que el precio de nuestra salvación… Con tu brevísima respuesta seremos reanimados para recuperar la vida. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus pies. De tu boca cuelga el consuelo de los afligidos, la liberación de los cautivos, la redención de los condenados, y la salvación de todos los hijos de Adán. Responde ya, oh Virgen, que nos urge… Contesta con prontitud al ángel. Di una palabra y recibe la Palabra; pronuncia la tuya y engendra la divina. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador (San Bernardo, En alabanza a la Virgen Madre, Hom. 4, 8 o.c. t.2, BAC 452, Madrid 94, p. 671).

La respuesta de María va a abrir la naturaleza humana a la gracia de Dios. Por la encarnación la humanidad se vuelve a Dios y le regala la humanidad, una humanidad que, previamente, brotó de la fuente de amor que es el mismo Dios. Pero al mismo tiempo la gracia de Dios vuelve a desbordarse sobre la humanidad alejada, a través de esta reconciliación que se realiza gracias al sí de María, verdadero acueducto como la llama también, san Bernardo.

¿En qué consiste esta gracia que se resalta de María en esta solemnidad? Podríamos indicarlo con una variedad de palabras, expresión de los múltiples matices que nos ofrece: Belleza, fascinación, amabilidad, favor, condonación de pena, don… Dice la Escritura: Concedo mi gracia a quien quiero y tengo misericordia de quien quiero (Ex 33,19). Será por tanto, sobre todo, un favor, un don totalmente gratuito, libre, sin motivo. Pero este don de Dios en la criatura la hace bella, atrayente y amable. María ha encontrado gracia. Está llena. La llena de gracia.

¿En quien se ha derramado con tanta generosidad? En ella no ha estado solo por fortaleza o providencia, sino en persona. El mismo Dios en persona se da a María. Él mismo por completo. Y toma de ella, a través de ella, nuestra naturaleza para revestir lo que nuestra mirada no puede resistir. Y para que nuestra mirada se acostumbre a la mirada de Dios, para que nuestros oídos se acostumbren a su Palabra, para que nuestra amistad crezca y se fortalezca de tal manera que ya no haya forma de romperse. Es la divinización de que nos hablan los Santos Padres.

En María Dios nos hace un regalo muy valioso. Ella es el Vaso elegido, el Vaso espiritual, que iba a acoger y derramar sobre la humanidad el regalo de todas las virtudes, de la Virtud misma: Cristo.

Pero también es un regalo que nosotros, nuestra humanidad le hace a Dios. Pues María es una parte muy singular de nuestra humanidad, que sabe acoger el don gratuito de Dios, que le da a Dios lo que Dios quiere y espera de nosotros.

Y así de alguna manera todos quedamos beneficiados: Dios y nosotros El proyecto de Dios se revela y se lleva a su perfección o cumplimiento. Por otra parte la criatura humana queda enaltecida, llevada hasta el seno inefable del misterio divino. El que es grande queda rebajado, el que es pequeño queda enaltecido. Pero la generosidad de los dones de Aquel que se rebaja simultáneamente lo ensalza, cuando a la vez reviste de fuerza y compañía al pequeño.

María sería también como una carta hermosa de Dios a los hombres. Pensada amorosamente, y enviada, para nosotros… También una carta dirigida a Dios con las palabras más elocuentes que puede decir el hombre a su Dios: He aquí la esclava.. que se haga en mí…

Porque este es el camino de Dios entre los hombres como nos sugiere la lectura de Hebreos: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Esta puede ser nuestra mejor respuesta a Dios; esta puede ser nuestra más fecunda celebración de la Anunciación: pedirle al Señor a través de Santa María tener siempre esta oración en nuestros labios, y la actitud correspondiente en el corazón: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.