20 de enero de 2013

LA CARTA DEL ABAD

Querida María José:

Gracias por el testimonio de tu carta donde me cuentas un poco acerca de tus viajes a países de misión en Hispanoamérica: «observo cómo mientras en nuestro mundo occidental, las gentes revolotean por la vida, con miedo, mucho miedo, cerrándose a otras gentes, conviviendo sólo con los imprescindibles, que dejan de luchar, se cansan de luchar… al otro lado, en otras latitudes observo gentes, también de todo tipo, pero que entienden la vida como un privilegio, más que un derecho, atesoran enfermedades, injusticias y hambre, pero siempre conservan el gesto amable de la fraternidad».

Vivir la vida como un privilegio, María José, es vivirla con una sonrisa, como lo contemplas en esos países que visitas cada año. Allá viven la vida cara a cara. Viven conscientes de estar envueltos en la bondad de la vida que saben descubrir y vivir desde la sencillez de su mirada.

Aquí no. Aquí vivimos la vida envueltos en cosas. Y la vivimos un poco como los niños viven un juguete desmontable que le regalan. Lo coge con gran ilusión, y a los pocos minutos ya lo ha desmontado, y como no le enseñan a practicar la imaginación y a crear, pues lo abandona y necesita otro juguete o patalea. Aquí no vivimos la vida, la soportamos, y huyendo del peso de la vida, vamos adquiriendo con los días un ritmo más grande. Perdemos la conciencia de la belleza y de la bondad de la vida. Se nos hiela en el rostro la sonrisa, esa sonrisa amable de esas gentes de la misión que visitas anualmente. Y el carácter se nos hace adusto, nos sentimos arrastrados por una «vida que no es vida». Y sin embargo llevamos las fuentes de la vida con nosotros, dentro de nosotros. Pero de esta riqueza no somos conscientes. Desconocemos esa palabra de la Escritura: «Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo».

Es difícil vivir la experiencia de esta palabra en una sociedad en que la alegría de la unión matrimonial es muy efímera, pues no se llega a vivir una relación humana profunda, ni tan solo en la vida matrimonial. Lo impide el ritmo de la vida social y económica. Por otro lado si además este ritmo vital nos impide arraigar en el conocimiento de nosotros mismos, o despertar en nosotros una conciencia de la profundidad de nuestra persona. Además, también, el ritmo de la vida impide el silencio que toda persona necesita para escuchar en su interior la alegría de Dios… pues es evidente que no es factible escuchar y vivir la alegría de nuestra relación con Dios.

Necesitamos detenernos, callar, escuchar… nuestra interioridad. La experiencia de huéspedes de nuestra vida monástica es de temor, inquietud, ante esa posibilidad de enfrentarnos a nosotros mismos. Pero debemos enfrentarnos, porque el que llevamos dentro es más grande, más generoso, que el que llevamos fuera. Fuera esta la diversidad, lo múltiple, lo confuso si quieres, pero dentro está la unidad de nuestra vida, el rumor de la fuente. Fuente de luz, de sabiduría, de vida. Todo lo mejor nace ahí dentro, y nace de modo diverso encada uno, por lo que también puedo llegar a advertir que cuando me abro a una relación cordial y de confianza con los demás estoy poniendo unos buenos cimientos para llegar a vivir mi vida con una sonrisa permanente. Que puede ser el buen vino que alegra el corazón de los otros.

María José, muchas gracias por tu hermoso testimonio. Un abrazo,

+ P. Abad