13 de enero de 2013

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Gracias por tu felicitación navideña, y escrita a mano, que recoge con más fidelidad la vibración del corazón, y que en este caso yo creo que recoge la vibración de tu corazón, un corazón con deseo de vida espiritual:

«Un día en Nazaret
nació un niño, el universo
se detuvo para mirarlo
y un ángel
que pasaba le dio un beso en la frente.

»Otro día, en Jerusalén
un hombre agonizaba
colgado de una cruz, el universo
se detuvo para llorarlo
y a un ángel
que pasaba le ordenó llover besos
sobre los hombres».

Gracias. Verdaderamente el misterio que acabamos de celebrar y que se clausura con la celebración del Bautismo del Señor es un beso de Dios a la humanidad, una lluvia de besos sobre todos los hombres. Sobre todos. Lo dice la Palabra: «Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea».

Dios no hace distinciones, toda criatura es suyo. Dios ama lo que es suyo. El Nacimiento del Verbo revestido de nuestra frágil naturaleza es un beso entrañable de Dios. Escribe san Bernardo: «La espera de los antiguos puede manifestarse maravillosamente con las primeras palabras del Cantar: ¡que él me bese con besos de su boca! En aquellos tiempos todo el que estaba dotado del sentido espiritual percibía la gracia inmensa que iban a traer esos labios. Y con esas palabras grávidas de todos los deseos, el alma deseaba no verse privada de la indecible dulzura prometida». (Sermón II sobre el Cantar)

El beso es un conjunción de cuerpos exterior y afectuosa, signo también de una unión interior. Mediante el servicio de la boca se busca un intercambio mutuo, la conjunción de cuerpo y alma, para transmitirse una misma respiración, la vida misma.

Un primer beso, hermoso, único, mediante el cual Dios deviene hombre y el hombre deviene Dios.

Pero Jesús pasa después haciendo el bien. Cada mirada suya, cada palabra de sus labios va a ser un beso para los hombres, las mujeres, los niños que le escuchan. En cada uno de estos besos, el corazón va impregnando el universo en una profunda relación de amor, hasta vaciarse por completo en la cruz, y dar paso a una lluvia generosa sobre toda la humanidad.

Sea de la nación que sea, Dios no hace distinciones. Su beso es una oferta de amor y de vida para toda persona humana. Esto nos pide, Miguel, ser en nuestra vida tolerantes con los demás, buscar en la vida del otro la huella de Dios, la huella que en su alma ha dejado el beso de Dios, mediante Jesucristo, el Señor de todos.

Una vez más, muchas gracias por esta felicitación tan sugerente. Un abrazo,

+ P. Abad