6 de enero de 2013

EPIFANIA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 60,1-6; Salm 712.7-13; Ef 3,2-3.5-6; Mt 2,1-12

Estos días el mundo de los adultos, como cada año por estas fechas, anda muy movido, preparando cabalgatas de reyes, preparando regalos; despiertan por unas horas para volverse y mirar a sus hijos. Realmente, ¿miran a sus hijos? ¿Tienen tiempo para mirarlos, dialogar con ellos? O más bien estos adultos se están mirando a sí mismos y desean vivir unas horas de ilusión, de esperanza, que de forma especial necesitan también ellos… Y de hecho, difícilmente llegan a infundir una profunda ilusión para vivir a lo largo del nuevo año. A lo sumo los abruman con cantidad de juguetes, que no siempre sintonizan con los centro de interés de los hijos.

Un botón de muestra de la situación familiar en estos momentos podría ser el comentario de una niña de 8-9 años a una amiga suya de la misma edad. La niña testigo asiduo de riñas violentas, muy duras, de los padres, le comentaba a su amiga que deseaba que se separaran cuanto antes, y añadía: lo que no entiendo es cómo he podido llegar a nacer.

Otro botón de muestra viene a ser que en muchas clases de escuela primaria la mayoría de alumnos procede de familias desestructuradas.

Toda esta introducción parece que tiene poco que ver con el misterio de Epifanía que hoy celebramos. Pero esa es parte de la realidad social sobre la que tiene que proyectarse el misterio de Dios que hoy se nos revela, se nos manifiesta para todos los hombres.

Y la Palabra de Dios que hemos escuchado se revela como luz para todos los pueblos, creyentes y no creyentes. «Llega la luz, el amanecer de Dios para iluminar las tinieblas que envuelven la tierra, la oscuridad de las naciones». Pueblos que buscan la luz, que necesitan la luz. Todos necesitamos esta luz de Dios que se nos manifiesta, pero el deseo y la búsqueda de dicha luz no es igual en todos.

Por un lado tenemos los Magos que proceden del mundo pagano; han percibido su estrella, y buscan hasta que encuentran la luz. Los sacerdotes, saben de la referencia histórica del nacimiento de esa luz, pero no se mueven, permanecen indiferentes. Es el mundo religioso que cree tener la garantía de la verdad. La verdad, la luz… ¿para qué buscar, si ya la poseemos? Y el poder que ve un peligro en la luz. ¡Cuántas mentiras, y oscuridades sigue habiendo en los espacios del poder!

Hay un texto del concilio Vaticano II bastante comprometedor, tanto que alguien se preguntó como los padres conciliares lo habían admitido. Dice así: «Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar». (GS 31)

En un mundo cada vez más desorientado, desesperanzado, cada vez más oprimido, ¿quién está poniendo la luz de futuro, de una nueva ilusión y esperanza? No basta con decir Cristo, como una idea hermosa que ha aprendido nuestra mente. Las razones que necesita hoy la humanidad no son las razones frías de la mente, sino aquellas razones de las que hablaba Pascal: el corazón tiene razones que la razón no comprende. El hombre necesita hoy las razones del corazón, que guarda las fuentes de la vida, como sugiere el libro de Proverbios: «por encima de todo guarda el corazón porque de él brota la vida». (4,23)

El evangelio nos viene a enseñar que el Misterio de Dios que viene a iluminar la humanidad, llega por caminos diferentes a los de la religión. Que toda religión, o mejor todo hombre religioso debe estar preguntándose siempre si el Dios al que adora es el Dios que puede dar luz para el futuro de la humanidad.

El evangelio nos dice que hay un cortocircuito serio, grave, en el mundo del poder y en el mundo de la religión, de cara a un futuro.

El evangelio nos enseña también que unos Magos, que ha percibido una cierta luz, se ponen en camino de una búsqueda, se preguntan, adoran, ofrecen, se transforman, porque el encuentro con la luz, el encuentro con Jesús hace cambiar de camino, lleva a caminos nuevos, que es todo un símbolo de una verdadera transformación interior.

La Escritura dice que el discípulo de Cristo es luz en el Señor, de este Señor que se proclamaba como luz del mundo, y que quien le sigue no anda en tinieblas.

La Iglesia está llamada a prolongar la luz de Cristo en este mundo, a dar razones para vivir y para esperar, y para amar. Pero la Iglesia eres tú, soy yo, somos nosotros… Pregúntate qué haces con la luz, si tienes esta luz. Porque la luz de Dios puede venir por los senderos más inesperados.