6 de enero de 2013

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

Me dices que «hoy ha sido un día sin crepúsculo, la oscuridad de un mediodía anormal se ha fundido imperceptiblemente con la negrura más intensa de una noche sin estrellas…gemidos de viento que merodean al otro lado de las puertas, de cuando en cuando un rayo viene a encender una luz blanca intensísima, siento que mi vida la moldearon fuerzas que ya estaban activas antes de que yo naciera… y que formo parte también de esta tormenta».

Todos formamos parte de esta tormenta de la vida; todos sentimos que nuestra vida la han moldeado fuerzas activas antes que naciéramos. Por ello alguien ha escrito: «todo ser humano lleva desde que nace un libro dentro, aún mejor que el libro exterior de fuera, pero que nos lo cierran a base de preocupaciones y ya nadie se da cuenta de esa luz desparramada en la belleza del libro del cosmos».

Hay días sin crepúsculo, evidente; hay días con la negrura de la noche, y en estos momentos, en estos tiempos que vivimos, días que se reiteran con frecuencia, que vuelven una y otra vez, o más bien que no necesitan volver, porque, para cada vez mayor número de personas, permanecen. La belleza y la bondad del cosmos siguen reflejando la luz de su Creador, pero nosotros que vivimos la vida con un ritmo más intenso, frenético diría yo, nos hacemos más incapaces de percibir esa riqueza espiritual que nos ofrece el mundo universo. Nos moldean la vida desde fuera, nos incapacitan desde fuera la vida, que sigue siendo bella, que merece vivirse, pero que no llegamos a vivir en profundidad. Nos envuelve la tormenta de la vida.

Esto ya crea una primera preocupación. Y nos añaden paulatinamente otras preocupaciones que acrecientan el vacío y la oscuridad de ese libro interior, llamado a escribir páginas de belleza, y hacer de él un recinto de luz, que aporta en definitiva sentido a la vida.

Tenemos necesidad de una estrella que ilumine en nuestra noche. Nos dice la Palabra sagrada: «el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Quizás hoy de esta gran luz, de esa estrella de la noche no nos queda sino la nostalgia, pues en el fondo nuestra vocación es la luz. Vivimos un tiempo en la oscuridad para nacer a la luz del tiempo; pero en el tiempo nuestra luz no es diáfana, hay rajos de luz que brillan en la negrura de la noche, pero permanece en nosotros la nostalgia de la luz plena.

Necesitamos, en el desconcierto del camino, volver a contemplar la estrella que nos ilumine el caminar. Necesitamos recuperar la ilusión de una infancia que se nos está desvaneciendo.

Quizás podría darnos alguna luz está fiesta de Epifanía, donde contemplamos el homenaje y el reconocimiento de un niño que nos revela las fuentes de la vida, de la luz, y despierta la alegría. Quizás nos podría servir esta fiesta para descubrir nuestra dificultad para pronunciar una sola palabra de niño. Quizás nos puede servir esta fiesta para concienciarnos de la necesidad de un cambio de nuestro corazón de adultos. Adultos que caminamos en medio de una creciente oscuridad, inmersos en la vorágine de una tormenta, que cuartea nuestras esperanzas.
Carmen, que vuelvan los crepúsculos de luz y de color a tu vida. Un abrazo,

+ P. Abad