20 de noviembre de 2011

LECTIO DIVINA

Salmo 121 [122]

1 Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor».

2 Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

3 Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4 Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
5 En ella están los tribunales de justicia
en el palacio de David.

6 Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7 haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
8 Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «la paz contigo».
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Ideas generales sobre el salmo

Es un canto de peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Al llegar los peregrinos se quedan extasiados contemplando sus edificios, sus torres y murallas, y sobre todo su templo, lugar de la presencia de Dios.

Para el judío era fascinante visitar Jerusalén. Desearía vivir siempre en ella. Como no es posible sueñan con visitarla ocasionalmente y empaparse de su misterio. Cada peregrino, cuando se despide y echa la última mirada sobre la ciudad santa, aviva en su corazón su nostalgia y el deseo de volver.

Se divide en tres partes: v. 1-2; 3-5; 6-9

El nombre de la ciudad aparece en cada una de las partes. Jerusalén es un nombre compuesto de dos palabras y significa «ciudad de paz». El tema de la ciudad aparece con mucha fuerza en la segunda parte; el de la paz, sobre todo en la tercera. La expresión «casa del Señor» aparece al principio y al final del salmo.

v. 1-2 Nos sitúan en el inicio de la peregrinación, y la llegada a la ciudad.
v. 3-5 Desarrollan el tema de la ciudad:

Tres aspectos:

a) arquitectura, construcciones, firmes, compactas…
b) religioso, la ciudad viene a ser como una casa común…
c) judicial, con los tribunales de justicia

v. 6-9 Desarrollan el tema de la paz. Inmenso deseo de paz para todos.

Se desea la paz, pues es el centro de la fe de todo un pueblo, punto de encuentro entre Dios e Israel. Se desea la paz, pues el centro del poder judicial. Dos temas que ocupan el centro del salmo. Dos motivos principales para celebrar la ciudad: el templo (fe) y los tribunales (justicia). ¿Cómo se podría celebrar la fe sin la presencia y práctica de la justicia?

Dios no hace nada en este salmo. Se habla de su casa, de sus tribus, que suben a celebrar su nombre. El Señor, por tanto tiene una casa, un nombre y unas tribus. Todo esto celebra la ciudad que congrega al pueblo en torno a dos aspectos: fe y justicia.

Lee

Empezamos con una lectura comunitaria. Se subrayan sus ideas principales. Y se puede hacer a continuación una lectura silenciosa personal.

Medita

v. 1-2
El peregrino escucha la noticia del viaje a Jerusalén o la invitación a visitar la casa del Señor. Todo peregrino hacía suyo este texto de Isaías: «Vosotros entonareis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se os alegrará el corazón mientras vais al Monte del Señor, a la Roca de Israel» (Is 30,29). Y finalmente experimenta la profunda emoción de pisar el umbral del templo, con el que había soñado tanto. El salmista se salta las etapas del viaje.

Para un judío Jerusalén es su amante, su novia, su esposa querida a la que dedica sus mejores elogios. «Este salmo anhela la eterna Jerusalén, suspira por ella. En la peregrinación suspiramos, nos regocijamos, nos encontramos, no vamos solos. Todos juntos formamos una llama; y esta llama está formada por la conversación de los que se encienden mutuamente. Mutuamente el amor santo los arrastra a un sitio terreno. ¿Cuál debe ser el amor que los arrastre hacia otra ciudad más elevada, diciéndose: ¡Iremos a la casa del Señor! Es ir a aquella casa que nos hace decir: "En tu luz veremos la luz", o también dice: "En ti está la fuente de la vida"» (San Agustín).

v. 3-5
Explosión de entusiasmo a la vista de la ciudad, llena de belleza y armonía. Allá suben las tribus tres veces al año, como dice la Escritura: «Todo varón deberá presentarse al Señor, tu Dios… tres veces al año: en la fiesta de los Ácimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará al Señor con las manos vacías» (Deut 16,16).

Jerusalén no es solo lugar de culto. También está la administración de la justicia: Dice Isaías: «Haré que tus jueces sean como los del principio, tus consejeros como los de antaño. Entonces te llamarán "Villa de la justicia", "Ciudad leal"» (1,26). Unión pues de culto y de justicia. Serán muchas las recriminaciones de los profetas por no practicar esa justicia: «Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagáis muchas oraciones, no las escucho… Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended la viuda. Luego venid…» (Is 1,15-18).

Fue la tragedia de muchos judíos: rezaban de verdad, ofrecían sacrificios, pero después no practicaban la justicia. Dios no se deja sobornar.

El mismo san Agustín se pregunta: «Se nos dijo: iremos a la casa del Señor. Pero no vamos con los pies sino con los afectos. Cada uno de nosotros se pregunte a sí mismo como comparte con el pobre, con el hermano necesitado, con el mendigo indigente».

Por esto comenta Orígenes: «Cuando los creyentes no son sino un solo corazón y una sola alma, y tienen una misma solicitud, los unos con los otros, entonces ellos son Jerusalén, "como ciudad bien compacta"».

v. 6-9
Jerusalén es una figura de la Iglesia. A esta Iglesia debemos amar. Pero el amor también acepta el sufrimiento. Desear la paz es desear todo bien, ya que la paz era la suma de todos los bienes mesiánicos.

Escribe Orígenes: «Hemos dicho muchas veces que Jerusalén quiere decir "visión de paz". Así pues si se edifica Jerusalén en nuestro corazón, es decir si arraiga en nuestro corazón una visión de paz, si nosotros contemplamos y guardamos en nuestro corazón a Cristo que es nuestra paz, si permanecemos en esta visión de paz, entonces podremos decir que estamos en Jerusalén».

Si no hemos llegado a esa «visión de paz» por lo menos permanezcamos en el deseo, y la trabajemos con una vida de amor, con aquel amor que ayuda a soportar el sufrimiento y aceptar la misma muerte, pues como nos dice el libro del Cantar de los Cantares: «El amor es más fuerte que la muerte» (Ct 8,6).

Muchos han manifestado ese deseo de la visión de paz, y han trabajado y vivido por ella. En nuestro tiempo muchas veces en la canción:

«Imagina que no existe el paraíso,
es fácil si lo intentas.
Ningún infierno bajo nosotros
y sólo el cielo encima de nosotros».

(Imagine there's non Heaven / it's easy if you try. / No Hell below us / above us only sky).

«Imagina a toda la gente
viviendo para hoy.
Imagina que no hay países
no es difícil hacerlo.
Nada por que matar o por que morir
y tampoco religión alguna».

(Imagine all the people / living for today. / Imagine there's no countries / it isn't hard to do. / Nothing to kill or die for /and no religion too).

«Imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz.
Puede que digas que soy un soñador.
Pero no soy el único.
Espero que un día te unas a nosotros
y que el mundo viva como una sola cosa».

(Imagine all the people / living life in peace. / You may say I'm a dreamer / But I'm not the only one. / I hope someday you'll join us / and the world will live as one)

Escuchemos otra «canción» sobre la paz y la unidad, escrita hace dos mil años:

«Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Él vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de Él, podemos presentarnos, los unos y los otros, al Padre en un solo Espíritu» (Ef 2,14-18).

Jerusalén, para un cristiano es también símbolo del cielo: «vosotros os habéis acercado al Monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial» (Hebr 12,22).

Cuando Juan XXIII se enteró que estaba gravemente enfermo, con gran paz empezó a recitar el salmo 122: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor».

Ora

Señor Jesucristo,
que dijiste a los Apóstoles:
«Mi paz os dejo, mi paz os doy»,
no mires nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra,
concédenos la paz y la unidad.

Y haznos instrumentos de tu paz…

Contempla

Dedica un tiempo personal a repasar en silencio aquellos puntos que te hayan llamado la atención: peregrinación, unidad, paz, justicia. O escucha la canción «Imagine» o relee el texto de Efesios.