25 de diciembre de 2009

Día 25 de diciembre: NATIVIDAD DEL SEÑOR

Misa del día
Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97,1-6; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Anuncio asombroso. Dios está de nuestra parte. Le caemos divinamente. Está encantado de ser vecino nuestro. (de una felicitación navideña)

La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… ¡Qué cosa más sagrada! ¡Qué abismo de luz, Dios mío! ¡con qué santo temor deberíamos hablar! (Joan Maragall)

Esta noche, en la noche de la humanidad, en este día de Navidad, en el silencio le ha dicho Dios al hombre su Palabra definitiva. Su Palabra que contemplamos en la carne ilusionada de un niño recién nacido. El hombre sabe que su largo caminar tiene una meta. Peregrino de tantos siglos de historia, de luces y de sombras, supo que había llegado a su meta.

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente por medio de los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo…

El hombre es siempre un niño caminando hacia Dios. Dios es la meta del hombre. Dios ha llegado a nuestro tiempo y a nuestra casa; Dios ha llegado a nuestro esfuerzo y a nuestra ilusión; Dios ha llegado a nuestra vida y a nuestro amor; Dios es más nuestro que nosotros mismos. Dios es este Niño. Esta Palabra, revestida de la debilidad de nuestra naturaleza, por la cual se crearon todas las cosas, y por la cual estamos llamados a ser un hombre nuevo, una nueva creación.

En la palabra está todo el misterio y toda la luz del mundo. De la Palabra eterna ha brotado toda la belleza y bondad de la creación; de la Palabra eterna ha brotado y brota toda la palabra humana. Todo el misterio y toda la luz del mundo se manifiestan, se revelan a través de la frágil palabra humana, la única capaz de manifestar y revelar la belleza y la bondad de la Palabra y del Misterio divinos. Por esto nos exhorta el poeta Maragall a hablar como encantados, iluminados, entusiasmados. Porque no hay palabra, nacida en una luz inspirada, que no refleje algo de la luz infinita que creó el mundo.

En la Palabra están las fuentes de la luz y de la santidad para el hombre, por eso el salmista toma esta Palabra como lámpara para sus pasos, como luz para su sendero (Sal 118,105).

Muchos siglos tuvieron que pasar hasta que la Palabra creadora naciendo desde el silencio de la eternidad, se manifestase como palabra frágil revestida de nuestra naturaleza, pero como luz y fuego para el corazón de la humanidad. Entonces:

¿Cómo podemos hablar tan fríamente y con tanta abundancia?, nos dirá, no precisamente la Sagrada Escritura sino el poeta profundamente sensible al valor simbólico, y comunicativo de la palabra. Así que, en consecuencia, nos escuchamos unos a otros con mucha indiferencia; el hábito de hablar en exceso enturbia el sentimiento de la santidad de la palabra, y nosotros mismos nos hacemos una vida vulgar y superficial que impide desarrollar y madurar toda nuestra rica vida interior. En consecuencia planea sobre nuestras vidas, sobre la vida de la humanidad la duda de la presencia viva de Dios en nuestra vida, cuando no sobre la misma existencia de ese Dios. Unos dudan, otros ni afirman ni niegan, otros prescinden o niegan…

Quizás la Navidad puede y debe ser hoy la invitación a un silencio profundo, para dejar que lleguen hasta nosotros los interrogantes de nuestra humanidad, de una humanidad cada vez más desorientada con lo que se llama la ausencia de Dios: Pregúntese si realmente ha perdido a Dios. ¿No es más bien que todavía no le ha poseído nunca? ¿Cree usted que quien realmente le tiene podría perderle como una piedrecilla?... ¿Por qué no piensa usted que Él es el que viene, el que surge desde la eternidad, el futuro, el fruto final de un árbol cuyas hojas somos nosotros? ¿Qué le impide a usted proyectar su nacimiento hacia los tiempos venideros y vivir su vida como un día doloroso y hermoso en la historia de una gran preñez?

Pero nosotros monjes, o cristianos, que nos creemos seguros de esta posesión de Dios, ¿vivimos en este mundo, en esta comunidad… la palabra de Isaías?: Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva… Y los vigías cantan a coro porque ven cara a cara al Señor…

¿Anunciamos nosotros la paz, anunciamos y vivimos la obra del amor y de la paz? No sea que El, la Palabra encarnada, venga a nuestra casa, y nosotros no la recibamos.