25 de diciembre de 2008

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52, 7-10; Salmo 97, 1-6; Heb 1, 1-6; Jn, 1-18

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice: Tu Dios es Rey … Romped a cantar …

La Palabra de Dios nos ofrece un cuadro en esta lectura de gran belleza. El mensajero camina ligero sobre los montes, sobre la belleza de la creación, para anunciar el nacimiento de la Belleza en el seno de la humanidad. La Belleza que salva al mundo. Esta Belleza ya anunciada en la belleza de la creación y cantada por los poetas:

Este cielo azul dominando las montañas, el mar inmenso y el sol brillando por todo el universo, la fascinación del cielo azul, las cosas bellas creadas para mis ojos, mis ojos y mis sentidos creados para esta belleza… ¡Qué belleza, Señor cuando la miramos con tu paz en nuestra mirada… (Joan Maragall).

O la Belleza que buscaron otros, y en su búsqueda dejaron el sello de Dios en sus páginas de belleza y de luz:

En su búsqueda, no renunciaron
a la palmera, el olivo, los pájaros,
el ciprés, el sol, las rosas,
la luna, las estrellas, la fuente
el fuego, la lumbre y el fervor
por una y todas las cosas.
En el límite de todo límite,
tampoco callaron el amor
y las ansias de Dios
que en el corazón ardía
y a todas las cosas daban su luz …
(D.Sabiote)

Nos lo recuerda también la Palabra: los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. Es la victoria de la luz y del amor que se hace patente en el ámbito de la creación. Pero nos conviene guardar la distancia, la distancia contemplativa para no caer en el pecado que denuncia el poeta:

Permaneced distantes.
Me encanta oír como las cosas cantan.
Las tocáis: se vuelven mudas y rígidas,
Vosotros me matáis todas las cosas.
(Rilke)

Es necesario despertar el espíritu contemplativo, que nos acerca al misterio de las cosas, despertar el espíritu contemplativo que nos aleja de la rigidez del juicio con el que encasillamos el mundo, las personas, los acontecimientos. Despertar el espíritu contemplativo que reavive el fuego que arde dentro y que nos permita sacar luz, ser luz, proclamar el amor. Es necesario mirar todo con la paz en el corazón. Porque esta paz prepara el silencio en que se puede escuchar la Palabra, mediante la cual nos ha hablado Dios: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres. Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, heredero de todo, reflejo de su gloria, que sostiene el universo.

Pero como la belleza de la creación está en la serenidad de su silencio, receptiva siempre a la gloria de su Creador, también nosotros seremos receptivos a esa Palabra que nos sigue hablando hoy si nos tomamos en serio el servicio del silencio:

El silencio es el ámbito de este Niño.
El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios.
Sólo si nosotros mismos
entramos en el ámbito del silencio,
llegamos al lugar
donde acontece el nacimiento de Dios.
(Benedicto XVI)

El silencio para acoger la Palabra. Para leer a Dios. Para ejercitarnos en esta lectura de Dios, en la creación, en los acontecimientos, en la vida de los demás, en las Escrituras. Porque la Palabra que en el principio estaba junto a Dios, y por la que se hizo todo, continúa estando a la derecha de su Majestad en las alturas. Y continua ejercitándose en su preciosa obra de creación. Es en la Palabra, donde estaba la vida, donde siguen estando las fuentes de la vida, y desde donde el rumor de sus aguas se proyectan como luz para las tinieblas. Luz para continuar la obra de creación, la permanente novedad, como nos enseña san Ireneo: «¿Qué es lo que nos aporta de nuevo el Señor con su venida? Aporta toda la novedad, aportando su propia persona anunciada con antelación. Porque el que era anunciado con antelación era precisamente que la Novedad venía a renovar y reavivar al hombre».

Para poder llegar a ser hijos de Dios, si creen en su nombre, como nos ha subrayado el evangelio. Esto es: nacer de Dios.

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Misa de Medianoche
Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9, 2-7; Sl 95, 1-3. 11-13; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14

¡Que me bese con un beso de su boca!, este grito del profeta, expresión de un vivo y profundo deseo se ha cumplido, ha tenido respuesta por parte del Señor.

Y se cumplen las palabras del profeta Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande; ha acrecido la alegría y aumentado el gozo. Se cumplen las palabras de san Pablo: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.

El ángel del Señor vuelve a decirnos aquellas palabras que llenaron de luz la noche de Belén: No temáis, os traigo una buena noticia, alegría para todo el pueblo: os ha nacido un Salvador, lo encontraréis en un pesebre.

¡Que me bese con un beso de su boca! Yo he visto resplandecer sobre mí su rostro; yo he percibido su alegría; yo he tenido la experiencia de cómo sus labios destilaban la gracia.

¿Has tenido esta experiencia? ¿Sí? Canta al Señor, bendice su nombre. Cuenta su gloria, sus maravillas… ¿No has tenido esta experiencia? Desea el beso de su boca.

«El beso es una unión de los cuerpos, externa, afectuosa, signo y estímulo de una unión interior. El beso se sirve de la boca y busca, mediante un intercambio mutuo a la íntima unión, no sólo de los cuerpos sino de las almas. Hoy en la celebración de este misterio de Navidad, el Cristo-Esposo ofrece a la Iglesia, su esposa, a la humanidad, un beso del cielo, cuando, el Verbo encarnado, la atrae a Él, en una unión tan íntima que se hace uno con ella, Dios hecho hombre, hombre hecho Dios, o Dios humanizado, hombre divinizado. Es el beso que ofrece al alma fiel, su esposa, a la humanidad, y le deja una alegría personal inundándola de la gracia de su amor. Atrae hacia Él su espíritu, y le infunde el suyo, para no ser sino un solo espíritu» (Guillermo de Saint Thierry, Comentario al Cantar de los cantares, SC 82, Paris 82, p. 113).

Tienes esta experiencia? Pues canta al Señor, bendice su nombre. Cuenta su gloria, sus maravillas. ¿No la tienes? Desea el beso de su boca. Desea el abrazo, el beso de Dios. Dice una canción: Dios espera que el hombre vuelva a ser niño, para recibirlo en su seno. Pero el hombre pierde el camino por querer volar. Abajo está la verdad. Esto es algo que los hombres no aprenden jamás. Vuele bajo porque abajo está la verdad… (F.Cabral).

Pero los hombres no aprenden jamás, y quieren volar alto, el vuelo que da el poder, el vuelo que da el dinero, o el vuelo que da el querer ser más que el otro. Y así nos ubicamos todos en el ámbito de dos palabras: opresores u oprimidos.

Un hijo se nos ha dado. Su nombre es Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Vuele bajo, porque abajo está la verdad.

Necesitamos despertar la capacidad contemplativa que llevamos dentro. Solamente la contemplación nos permitirá salir del círculo de esas dos palabras. No a la vara del opresor, al yugo de su carga, a la bota que aplasta… No a renunciar a la dignidad y grandeza de nuestra naturaleza humana.

Dios se ha hecho hombre. Dios se ha revestido de naturaleza humana. Lo más hermoso, lo más grande en este mundo es la naturaleza. Es el hombre. Lo más sagrado es la persona. ¿Qué es el hombre, Señor para que te acuerdes de él?... Esto es algo grande, algo que desborda la imaginación humana.

Necesitamos despertar la capacidad contemplativa. Detenernos y contemplar el Misterio. Este Misterio que se despliega en el cuadro evangélico de Lucas que acabamos de escuchar: Salió un decreto…todos iban a inscribirse, María que estaba en cinta dio a luz, y depositó la Luz en un pesebre, la luz brilló en la noche, y se confundió la gloria de cielo y la paz de la tierra

Contemplar el beso dado, animado del más profundo amor, a la humanidad. No se aferró a su condición divina y toma la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos…

El hombre pierde el camino por querer volar. Abajo está la verdad. Vuele bajo, porque abajo está la verdad. Es algo que los hombres no aprenden jamás…

San Pablo nos ofrece también su enseñanza, para ponernos en el camino de la verdad: Ha aparecido la gracia de Dios, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión, a los deseos mundanos, a llevar una vida sobria, honrada y religiosa… mientras esperamos.

¡Que me bese con un beso de su boca!…

Pasaran noches infinitas de solemnes liturgias y ritual
Antes de nacer un Dios en nosotros
Después, en la ruta oscura y silenciosa
Respira…respira el amor, la vida, la ternura, el dolor
En Él, en el otro, en ti, en mí…

Pero tú, cada día, en toda ocasión, siempre… aviva el deseo:

¡Que me bese con un beso de su boca!

8 de diciembre de 2008

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA, VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15. 20; Sal 97, 1-4; Ef 1, 3-6. 11-12; Lc 1, 26-38

María es una carta escrita por Dios. San Pablo dice a la comunidad de Corinto: Vosotros sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra sino en los corazones (2Cor 3,3) Y afirmará Pablo que esta carta es conocida y leída por todos los que pertenecen a la Iglesia.

De nadie mejor que de María puede decirse esta enseñanza de Pablo. María no es un miembro de la Iglesia como los demás, sino que es la figura y tipo de la Iglesia.

La tradición ha hablado de la Virgen como de una tabla de cera sobre la cual Dios ha podido escribir todo lo que ha querido. Orígenes enseña que en su respuesta al ángel dice a Dios: Aquí estoy, soy una tablilla encerada; escriba el Escritor lo que quiera, haga de mí aquello que Él quiera. Para san Epifanio se trata de un libro grande y nuevo, donde solo el Espíritu ha sido el escritor. La liturgia bizantina dice que María es el volumen en donde el Padre ha escrito su Verbo, su Palabra.

Todo esto ya nos sugiere lo que afirmará el Concilio Vaticano II: María fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente ejemplar (LG 43). La definición del dogma por Pío XII lo dirá de modo más manifiesto: la Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano.

Pero a la vez fue creciendo gradualmente en ese hágase actualizado por su fidelidad, para hacer siempre la voluntad de Dios, alimentada en la escucha y el estudio de la Palabra del Señor.
La lectura de Efesios de Pablo viene a poner de relieve el misterio divino. Nos enseña que es un proyecto cuidadosamente preparado por Dios y dado a conocer ahora en la plenitud de los tiempos: revelándonos su designio secreto, conforme al querer y al proyecto que Él tenía de llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo por medio del Mesías.

Así que tenemos aquí, en este himno de Efesios el pórtico de todo discurso cristiano: en Cristo, quiere generalizar la santidad. Debía ser plenamente santa la que iba a revestirle de nuestra naturaleza. Es pura lógica. Todo gira en torno a Cristo. En Él nos bendice con toda clase de bienes. Nos elige para ser santos, para vivir el amor. Nos destina a ser hijos suyos. Y finalmente a recibir la herencia. Y ser alabanza de su gloria. Cristo es el Camino para hacer este camino hacia lo profundo del misterio divino. Cristo es la puerta para penetrar en él.

Pero previamente a mostrarnos este Camino, a abrirnos la Puerta, ha elegido ya desde antes de la creación del mundo a una criatura como Vaso espiritual por excelencia, a María. La ha destinado a ser Puerta del cielo, porque Ella ha acogido al Señor de este cielo, y ha aceptado ser la puerta por donde entrará en nuestro mundo, a hablarnos en nuestro lenguaje humano, Aquel que nos llama a ser amigos e hijos de Dios.

Este himno de Efesios que con tanta frecuencia cantamos en el Oficio coral es muy apropiado para meditarlo personalmente en clave del Mesías y a la vez en clave de Santa María.

Pero por otro lado la liturgia de hoy nos ofrece dos interesantes escenas, paralelas y contrapuestas. La escena de Eva en el Paraíso, en un diálogo muy vivo con Dios. Eva busca eludir la responsabilidad personal ante la exigencia del mandato puesto por el Creador. En la otra escena también muy viva, María se centra en el diálogo con el enviado de Dios, y con una fuerte proyección hacia la intimidad del corazón.

Adán y Eva rechazan a Dios, son expulsados, ven por primera vez ponerse el sol. Se eclipsa Dios en la vida de la humanidad. Eva siente el desajuste entre su verdad y su imagen; trata de esconderse hecho jirones el vestido de belleza que el Creador me tejió (Andrés de Creta, Gran Canón penitencial, Oda 2, 7). Comienza a falsear las palabras y usarlas no como ecos del Verbo; todo queda enrarecido.

Es expresivo el reportaje que el Eclesiástico (c. 40) hace esta escena: Miseria de la vida humana: un pesado yugo oprime a los hijos de Adán desde el día que salen del seno de su madre, hasta el día en que vuelven a la tierra, madre de todos…, desde el que lleva púrpura y corona hasta el que viste de groseras pieles, están sujetos a la cólera, la envidia, la turbación, el temor, la ansiedad de la muerte y las rivalidades y querellas… Eva es nuestra parte natural y enferma.

La escena de María es anunció de nuestra salvación. De Jesús, que nos salva. La escena de María es un cuadro vivo de belleza. Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo. Nos muestra que la belleza y el hombre se pertenecen esencialmente. María es bella por dentro y por fuera.

La llave de todo es la Inmaculada Concepción…un lugar del mundo que escape al desastre del pecado original y de donde la pureza pueda comunicarse al mundo y hacer florecer el nuevo paraíso perdido. La Virgen es esto… (C. Delmas, Sobre Peguy).

María es la nueva Eva, que nos muestra los rasgos valiosos del cuadro humano, las posibilidades de salud y creatividad. Es la representación de lo normal.

María vive un diálogo vivo, sencillo con Dios. Vive escuchando y acogiendo la Palabra y dejando hacer a esta Palabra en su vida: Hágase en mí según tu palabra…

Kirkeegard escribió: Todavía no he encontrado el hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer solo ante la Palabra. ¡En soledad con la Palabra! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mi y me acosa; es como si el mismo Dios me preguntara: ¿has puesto en pràctica esto? Y yo tengo miedo y evito su pregunta, continuando rápido mi lectura y pasando a otro asunto…

Nosotros conocemos ya una criatura que ha sido capaz de permanecer con la Palabra y de decirle: Hágase. Es Santa María, la nueva Eva. La verdadera devoción a ella nos lleva también a decir: Hágase.

13 de noviembre de 2008

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Domingo XXXIV (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ez 34, 11-12; Salmo 22, 1-6; 1Cor 15, 20. 26-28; Mt 25, 31-46

El evangelio nos presenta una escena de gran magnificencia, grandiosa: Jesús, seguro de su autoridad, de su poder, afirma: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria… Este Hijo del hombre que ha aparecido humilde en su existencia terrena, pero en realidad es Hijo de Dios, y al final aparecerá en su trono de gloria, para poner fin a toda la historia humana. Aparece Cristo, el Hijo de Dios de nuevo en una visión universal, para separar unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.

¿Esto va a ser así? ¿Cristo tiene interés en que tengamos muy presente ese panorama grandioso de un juicio universal, estremecedor?

Porque también leemos en el evangelio estas palabras de Cristo: Quien oye mi mensaje y da fe al que me envió posee vida eterna y no se le llama a juicio; no, ha pasado ya de la muerte a la vida (Jn 5, 24). Escuchar el mensaje de Jesús aquí abajo, parece que tiene pase para la vida eterna, y no tiene que esperar, no tiene que hacer cola.

También dice Jesús: Se acerca la hora, o mejor dicho, ha llegado, en que los muertos escucharan la voz del Hijo del hombre, y al escucharla tendrán vida…Se acerca la hora en que los que hicieron el bien resucitarán para la vida; los que practicaron el mal resucitaran para el juicio (Jn 5, 25s). Ya ha llegado la hora, dice Jesús. Lo importante es escuchar la voz del Hijo del hombre. Parece que aquí abajo tenemos la opción de recoger el pase para no hacer cola, o bien esperar la decisión del juez.

Y todavía afirmará en otro momento: Al que escucha mis palabras yo no le juzgo…El que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien le juzgue: el mensaje que he comunicado, ése le juzgará el último día (Jn 12, 47). Aquí da la impresión de que ese juicio final no va a ser sino tomar conciencia de cómo hemos tomado y vivido en este mundo el mensaje del Hijo del hombre. Es decir qué opción hemos hecho por los caminos de este mundo.

¿Con qué nos quedamos: con el espectáculo del final de los tiempos, o con estas recomendaciones que nos hace Jesús para el tiempo de esta vida en la tierra? De hecho en la mente de los creyentes ha quedado muy grabado esa escena del juicio como un elemento más de los Novísimos: muerte juicio infierno y gloria. La mayoría de las veces siempre con un aire de estremecimiento, paralizante, de miedo…que después no sé si ha tenido una proyección importante en la vida concreta del creyente.

Yo creo que resultan más atractivas las enseñanzas de Jesús que hace durante su vida, las enseñanzas y su misma vida.

Las enseñanzas que vienen sugeridas en estas palabras de Juan:

Quien oye mi mensaje y da fe al que me envió posee vida eterna y no se le llama a juicio.

Se acerca la hora, o mejor dicho, ha llegado, en que los muertos escucharan la voz del Hijo del hombre, y al escucharla tendrán vida.

Al que escucha mis palabras yo no le juzgo…

Son enseñanzas que mueven a tener un dinamismo de vida, ya ahora, sin esperar ningún juicio final. Parece ser, pues que la preocupación de Cristo no es meternos en la cabeza aquella escena del juicio final.

Nuestro Rey no es Rey que viene con aires de venganza, a condenar. Es un Rey que tiene sus tropas “dispersas”, en este mundo en los lugares de la miseria. Un Rey que pasa revista a sus tropas. Pero ¿Cómo lo hace?

Dando de comer a los hambrientos. Se compadeció de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor. Y a continuación saca del horno panes para cinco mil.

Da de beber al sediento. Y por eso dice a la samaritana: el que beba del agua que yo le daré, su interior será un manantial. ¡Qué cosas hace la Palabra del Señor!

Acogió a los forasteros. Le costó un poco más, sin pensamos en su primera reacción con la mujer cananea, o en el centurión que pide la curación de su criado, por el cual interceden también los que le acompañaban

Vistió al desnudo. Con una palabra de perdón a la mujer adultera. O como dice Pablo: siendo rico se despojó de su condición para enriquecernos con su desnudez. Así nos ofrece su vestido a todos.

Visitó a los enfermos, o dejaban que se acercaban a él. De este gesto hay muchas páginas en el evangelio. Parecen que fueron sus predilectos.

Visitó a los encarcelados. Enviando un mensaje a Juan Bautista, o la libertad a Barrabás.

Estos son los gestos de Cristo, claros, concretos; un dinamismo de viva compasión por todo lo humano. Verdaderamente si Dios se encarnó en el hombre, lo más importante en esta vida es el hombre. Cristo, nuestro Rey nos enseña a acercarnos al hombre, con una actitud receptiva, compasiva. Esta escena grandiosa del evangelio comienza a ser una realidad aquí y ahora…, se acerca la hora, mejor dicho ya ha llegado, … Pero muchos parecen que siguen mirando al cielo, cuando Cristo está ya entre nosotros. Recordad la Palabra de Jesús: Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos. El evangelio de hoy nos enseña los espacios donde lo podemos encontrar, los rostros donde lo podemos contemplar.

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5, 6-10. 13-6, 2; Salmo 83; 1Pe 2, 4-9; Lc 19, 1-10

Que delicia es tu morada, Señor de los ejércitos,
mi alma se consume anhelando los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

Así empieza el salmista este poema que es el salmo 83; con la belleza de una nostalgia viva: que delicia, consumirse, retozar… son palabras que rezuman de un corazón enamorado, de un corazón lleno de ternura por su Dios, por el Dios que es la fuente de su vida. Qué delicia: retozar por el Dios vivo…. Retozar, es decir saltar, danzar, jugar con Dios. Una imagen viva, seductora de un Dios amable apasionado por el hombre y que despierta nostalgias, deseos, pasiones.

Este salmo va contra la rutina en el trato con Dios. ¿Qué es lo que desata en el salmista tanto entusiasmo, tanta dulzura, tanto cariño. No es simplemente el templo, sino Aquel que habita en el templo. En la oscuridad del templo, como nos dice la lectura del libro de las Crónicas, pero para llenar de luz y de deseo a quienes penetran en el templo para alabarlo. Con Dios encontrará el secreto de su vida y una fuerza interior que le permitirá andar un camino recto de acuerdo a la ley del Señor.

Este salmo es un recurso precioso para avivar la nostalgia de Dios, para desearlo más ardientemente. Y si tenemos este deseo, sabemos que tenemos ya este don que nos viene de Dios. Dice san Agustín: Dios dilata el deseo para que crezca y crece para que alcance a Dios. Dios no ha de dar una cosa pequeña al que desea; Dios no ha de dar algo de lo que hizo; se dará a sí mismo que hizo todas las cosas.

¿Quien es este Dios por el que suspira mi alma; como es su casa por cuyos atrios me consumo de deseo? San Bernardo recurre a una imagen del profeta Isaias: ¡Que buena soldadura… Estas piedras (las piedras vivas del templo de Dios) tienen la doble soldadura del pleno conocimiento y del amor perfecto. Cuanto más cerca están de Dios, que es amor, mayor es el amor que las une entre sí.

Que buena soldadura! Es la expresión de Isaías que seduce a Bernardo. Pero es interesante todo el contexto de esta expresión del profeta Isaías. Así cuando leemos: ¿Con quien comparareis a Dios, qué imagen vais a contraponerle? El escultor funde una estatua, el orfebre la recubre de oro y le suelda cadena de plata. Se ayudan uno a otro, dicen a su compañero: «Ánimo!», y el fundidor anima al orfebre; el que forja a martillo al que golpea el yunque diciendo: “Buena soldadura”.

La buena soldadura del conocimiento y del amor perfecto. Este pensamiento de san Bernardo, nos debe llevar a la consideración de las palabras de san Pedro: Nos acercamos cada día a la piedra viva, elegida y digna de honor a los ojos de Dios. A la piedra angular, a Cristo. Nos acercamos como piedra vivas, para entrar en la construcción del templo. Así seremos linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para publicar las proezas de Dios. Pueblo de Dios.

En un pueblo todos se conocen. ¿Y no nos conocemos en este pequeño pueblo que es nuestra comunidad? Conocimiento y amor perfecto

Nos conocemos nuestras virtudes y nuestros defectos. Llegamos a saber sus gustos, sus fallos, lo oscuro de su vida. Pero no lo utilizamos como materia de juicio y de distanciamiento, de rechazo, sino como detalles oscuros que hay en su vida, para ponerme de relieve sus luces, sus virtudes. Porque estas sí que necesitamos utilizar. Porque todos somos piedras vivas para entrar a formar parte de la construcción del nuevo templo de Dios, cuya piedra angular es Cristo. Es importante en esta tarea de edificación del templo de Dios el claroscuro de cada miembro de la comunidad. Dios nos ha hecho así. Podríamos recordar aquella expresión fuerte, enigmática de Pablo: Dios nos encerró a todos en el pecado, para hacer misericordia con todos. Dios necesita de nuestro claroscuro, como la materia más apropiada para que el Espíritu vaya haciendo su trabajo de purificación de nosotros, para mostrar su gran corazón a través de su generosa misericordia. Conocimiento y amor perfecto. Dios nos conoce como somos y nos ama con la perfección de su amor. Así también debe ser en nuestra vida.

A nosotros nos viene bien este claroscuro para vivir una permanente tensión hacia la luz; para colaborar con el Espíritu divino en el trabajo de ir puliendo las aristas del corazón, de ir puliendo las aristas de la piedra que somos, de manera que podamos ensamblarnos con nuestros hermanos para dejar que el Espíritu de Dios edifique su templo santo. Conocimiento y amor perfecto. Nos conocemos, pero para ser generosos, para vivir un amor generoso.

Es posible, si somos sinceros, que no nos veamos como piedras dignas a los ojos de Dios, e incluso, desde una actitud humilde, a los ojos de los demás. Pero como Zaqueo hemos oído hablar de Jesús, incluso hemos leído sus enseñanzas, busquemos, entonces, una vez más su mirada. La mirada de Jesús es capaz de purificar nuestro corazón, como purificó la vida toda de Zaqueo.

¿Eres bajo de estatura? No importa, ¡súbete a la higuera! Es posible que quiera hospedarse en tu casa.

2 de noviembre de 2008

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

Domingo XXXI del tiempo ordinario

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 25, 6-9; Salm 22; 2Tim 2, 8-13; Jn 11, 32-45

Maragall acaba su Cántico Espiritual con estas palabras: «Que la muerte sea para mí un mayor nacimiento».

La muerte es un nacimiento más grande, para el que necesitaremos unos nuevos ojos y un cuerpo nuevo. Morir es acabar de nacer. Dios no nos crea para vernos morir, sino para llevarnos hacia la vida que es Él mismo. Para reunirnos en torno a esa mesa del banquete que nos tiene preparado, mostrándonos cómo la imagen de Dios es muy diferente de la que se hacen los hombres. Nuestro Dios es un buen anfitrión que nos tiene preparado un gran banquete. Un banquete de manjares suculentos, un festín de vinos de solera. Un banquete donde se aniquilará la muerte para siempre. Aquel dia se dirá: Aquí está nuestro Dios.

¿Lo podemos decir nosotros? ¿lo decimos nosotros? Aquí está nuestro Dios. ¿Es esta nuestra imagen de Dios? ¿Transmitimos en esta vida, nosotros los creyentes, la imagen de este Dios que nos espera con una fiesta preparada? Esta vida es el lugar donde preparamos la fiesta, fabricamos la vida que esperamos. En tal caso morir no es una desgracia, sino que es lo que mejor le puede suceder a una persona responsable de su vida. En esta vida, vivida con sentido profundo, cuanto más vivo, más soy capaz de vivir, y llega un momento que soy tan capaz de vivir, que la vida en el tiempo y en el espacio ya no puede satisfacer y me muero.

Recuerdo una conferencia de un medico oftalmólogo de 108 años, que nos decía que sentía deseos de irse de aquí, de morir, porque habían marchado ya todos aquellos más allegados, amigos y parientes próximos, y esta soledad le llevaba a buscar esa otra dimensión de la vida. Lo que este médico experimenta físicamente, bien, o mejor, lo podemos vivir espiritualmente los creyentes.

En la vida hay cosas que son nuestras, por ejemplo los rasgos personales; en la muerte se dan cita todas ellas. Es decir, que si en la vida hay cosas intransferibles, muy nuestras, la muerte es totalmente nuestra. Cada uno muere su propia muerte. La muerte no se repite nunca; nadie ha muerto ni morirá como yo moriré. Morir es lo más personal que yo haré en toda mi vida. Toda la vida junta no es tan personal como lo será mi muerte. La muerte es la gran propiedad del Hombre, la única propiedad que no estorba su ser, es su grandeza y su dimensión, y es de tal profundidad y calibre el misterio de la muerte que cada uno la vive de una manera única y personal, y es de tal trascendencia que la muerte mía, la muerte que yo he de «vivir» no la ha vivido jamás nadie en toda la humanidad.

Pero es en el amor donde vamos preparando ese nuevo nacimiento. El camino de esta vida, nos permite ir despertando la capacidad para el amor que nos ha dado Dios, viviendo este amor que es ya un morir a sí mismo, de manera que la vida vaya siendo un ensayo para el nacimiento definitivo, o la entrada al banquete de manjares suculentos…

Como la personalidad de cada uno, la muerte se elabora, fermenta y madura en las profundidades del ser de cada uno, en los inmensos silencios de la soledad personal, en la vasta serenidad en cuyo vacío puede oírse sólo la voz de Dios. Ello quiere decir que la muerte acontece en la profundidad e intensidad en que la vida ha sido vivida, es decir, que la muerte es «pequeña» donde la vida ha sido pobre en experiencia espiritual, pero la muerte es grande y estelar donde la vida ha sido vivida en cada instante con responsabilidad y conciencia.

Y esta grandeza de la muerte que guarda relación con la vida es en razón del amor con que hemos vivido la vida de aquí. Amar es aprender a morir. Es morir. Es abrir el camino del nuevo nacimiento. Es abrir las puertas del banquete de nuestro Dios.

Pero además este Dios, nuestro Dios, no el mío o el tuyo, el nuestro, el Dios con nosotros, se ha hecho presencia viva en esta vida para hablarnos el lenguaje del amor, para vivir el amor, y un amor hasta el extremo. Y para ser de este modo un punto de referencia permanente para nuestra existencia, para nuestro vivir provisional de esta vida. Para vivirla en el amor y con el amor.

Por esto hacemos memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos. Por esto nos dice Pablo cual es la doctrina segura: Morir con Él, para resucitar con Él, perseverar para reinar con Él. Confiar siempre en Él aunque no alcancemos siempre a ser fieles, pues Él permanece fiel. Y no negarle jamás, ya que Él no nos va a negar.

No es fácil vivir esta dimensión de la nueva vida, de la resurrección, que es lo que da hoy sentido a nuestra celebración. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe no tendría sentido. Pero Cristo ha resucitado y entonces… ¿tenemos esta fe, está seguridad en ese nacer definitivo a la plenitud de la vida?

¿O nos pasa como a Marta? Marta conocía a Jesús, los tres hermanos vivían una amistad profunda con Jesús, pero la mirada de Marta no llegaba más allá del horizonte de aquí abajo, a juzgar por la escena del evangelio que acabamos de escuchar. En cualquier caso haremos bien de recoger una vez más la palabra de Jesús y guardarla en el corazón: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

1 de noviembre de 2008

TODOS LOS SANTOS

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Apoc 7, 2-4. 9-14; Salm 23, 1-6; 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12

Hoy, el Señor Dios todopoderoso y eterno nos otorga celebrar en una fiesta los méritos de todos los santos… Así nos dirigimos a Dios en la oración-colecta para alcanzar mediante todos esos intercesores la misericordia divina, su perdón.

Hoy, nos dice san Bernardo, honramos a todos en común, aunque no con la misma intensidad, pues cada uno encarna la santidad según su personalidad. Unos merecen ser colmados de honor porque fueron verdaderos amigos suyos. Vivieron identificados con su voluntad. Vivían aquella expresión del salmista: para mí lo mejor es estar junto a Dios. Otra forma de santidad es la de aquellos que superaron la persecución. Blanquearon sus vestiduras en la sangre del Cordero. Otra especie de santidad es la que pertenece a aquellos que corren actualmente pero que todavía no han llegado a la meta.

Pero la fuente de toda santidad la tenemos en el evangelio, la fuente de la suprema bienaventuranza se nos ofrece mediante la sabiduría de las Bienaventuranzas. Esta es la sabiduría de Dios. Las bienaventuranzas nos hablan de Dios. Y nosotros hallamos esta felicidad cuando vivimos en nuestro camino bajo el temor de Dios, como dice la Escritura: Dichoso el hombre que se mantiene alerta. Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Una felicidad distinta de aquellos a quienes ya no les asusta el camino de la vida, porque viven y cantan: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Pero, para todos, la fuente de la dicha, la fuente de la vida es Dios. Las bienaventuranzas nos hablan de Dios.

Leer las bienaventuranzas es, en primer lugar leer el corazón de Dios tal como Jesús lo describe al pronunciarlas. No nacen solo de un corazón y de sus entrañas de hombre, sino de un foco más íntimo que Él mismo. De un corazón abrasado de amor, de aquel al que llama Abbà, Padre (o literalmente: ¡Papá!)

Ya mucho antes de Jesús se llamaba a la divinidad «padre», con la idea del origen de la vida, para lo cual nosotros utilizamos el nombre de «madre». Israel habla también de Dios como «padre», pero para atender a la intervención de Dios en la historia de su pueblo. En Jesús «Abbá» no es la madre de la vida, ni el padre que interviene en la historia. Es aquel en quien se puede confiar, del que podemos fiarnos por completo, con el que se puede respirar.

No se trata de padre o madre en el sentido masculino o femenino. Es lo uno y lo otro. No es una madre que retiene afectivamente al niño, sino una madre que lo pone en el mundo enviándolo hacia la vida. No es un padre que le impone su nombre, su imagen, su autoridad, sino un padre que le abre caminos de libertad, con el deseo de que corra su propia aventura. Nuestro Dios, no es un Dios que nos recuerda los deberes y obligaciones… El Dios dibujado por Jesús es Amor, que tiene un único deseo: que los seres humanos hagan su propia vida y sean «amor».

Las bienaventuranzas hablan, sobre todo, de Dios. De un Dios-Amor. Nos revelan que Dios es pobre, es manso, es paz, es compasivo, es justo… No son un programa moral para nuestra vida. Sí, tocan nuestro corazón, nos invitan a cambiar nuestro comportamiento, pero es sobre todo la revelación del corazón de Dios. Un Dios que invita a prender nuestro corazón en el Suyo.

¿Por qué sube el Señor al monte para impartir su enseñanza?

Para poder comunicar los mandamientos del cielo, dejando lo terrenal y buscando lo sublime (Cromacio). Para llevar al pueblo a una vida más alta. (Jerónimo). Para dar a conocer las más sublimes enseñanzas del Padre y del Hijo (Agustín). Para poner ante nuestros ojos que todo aquel que enseña el modo que tiene Dios de hacer justicia debe revestir su enseñanza con las más altas virtudes espirituales (anónimo).

Jesús en el Sermón de la Montaña no habla de Dios, o con Dios, habla a Dios mismo. Quien me ve a mí ve al Padre. Quien me escucha a mí escucha al Padre. Luego a lo largo de su vida entre nosotros, vivirá fielmente todo lo enseñado en la Montaña. Esta enseñanza en la Montaña debe ser todo un signo elocuente para nosotros:

Para avivar al deseo de Dios, para desear elevarnos hasta la altura de esta sabiduría divina, para asumir de manera más vital el misterio de Dios. Y por encima de todo para que, agarrados fuertemente por el amor de este Dios Padre y Madre, corramos la aventura de la vida, por el sendero de la libertad. Una libertad que se alimenta, que crece, llega a la madurez, y se expresa en el amor.

8 de septiembre de 2008

LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Miq 5, 2-5; Sal 12, 6; Rom 8, 28-30; Mt 1, 1-16. 18-23

En el siglo V existía en Jerusalén un santuario mariano junto a los restos de la piscina Probática. Se encuentran aquí restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que según la tradición formaron parte de la que se considera vivienda natal de la Virgen.

En esta venerable Iglesia parece ser que san Juan Damasceno pronuncio su hermoso sermón sobre la Natividad de María. Una valiosa pieza oratoria que nos muestra la elocuencia y devoción mariana del Damasceno. El nacimiento de la Virgen es considerado por lo Santos Padres bizantinos como el comienzo de los misterios de la salvación, y por eso se celebra al iniciarse el año, cuyo primer mes es septiembre. Y acaba este año litúrgico bizantino con la fiesta de la Dormición en agosto.

Juan Damasceno acaba su sermón con este vibrante saludo: ¡Salve, oh Probática, sacratísimo santuario de la Madre de Dios! ¡Salve, oh Probática, casa paterna de la Reina! ¡Salve, oh Probática, en tiempos pasados aprisco de ovejas de Joaquín y ahora Iglesia, que vienes a ser como un cielo, para el rebaño espiritual de Cristo. Tú no recibes ahora un ángel que desempeñe un ministerio (como en la Probática), sino al Ángel del gran consejo (Is 9, 6) que ha descendido silenciosamente como una lluvia de bondad, y que ha restablecido toda la naturaleza enferma… ¡Salve, oh Probática, que tu gracia se acreciente aún más!

El entusiasmo de este Santo Padre es también una invitación para nosotros. Hoy al celebrar la Natividad de Santa María, que nuestra salutación no sea una mera palabra, sino un deseo más vivo de estar cerca de ella. Acompañarla, y que nos acompañe. Que al saludarla nos sintamos acogidos por ella. Que al saludarla nos dejemos mover por el entusiasmo y la devoción como lo hicieron tantos Padres a lo largo de los siglos: san Andrés de Creta, san Bernardo, Amadeo de Lausana, san Juan Crisóstomo ...

Ante María no podemos venir con un saludo frío. No debemos. Ella estuvo siempre abierta al fuego de Dios, al fuego de su Palabra, como también nos señala este Santo Padre, cuando escribe: Tú anhelas alimentarte con las palabras divinas y crecer como olivo fecundo en la casa de Dios, (Sal 52, 10) como árbol plantado junto a las corrientes de agua (Sal 1, 3) del Espíritu, como árbol de vida que en el tiempo preestablecido por Dios ha producido su fruto (Apoc 22, 2), o sea Dios encarnado, vida eterna de todos los seres.

Anhelar, desear vivamente alimentarnos de la Palabra divina. Como ella. Un alimento que después va a producir su fruto para todos los hombres: Cristo, Dios encarnado, vida eterna. Es el mayor homenaje, nuestra mejor devoción para ofrecer a Santa María. María la contemplamos dentro de una larga tradición, a lo largo de la cual la Palabra de Dios va realizando la configuración de su pueblo, con el que hace una Alianza. A lo largo de todos los siglos de esa tradición, como vemos en la genealogía que hemos escuchado en el evangelio, el hombre no siempre es fiel. El pueblo vive y camina con altibajos. Pero Dios se mantiene fiel. Dios continúa llamando. Y esperando. Y simultáneamente ofreciendo su gracia. Bien dice la Escritura: La paciencia de Dios es nuestra salvación. Dios quiere la reconciliación con todos los hombres. Y espera pacientemente a que nuestros caminos y nuestros pensamientos se vayan orientando hacia el Suyo, y de este modo podamos ir viviendo ya desde ahora esa salvación de Dios. Esta paciencia divina tendrá por fin la respuesta más fiel en la humilde sirvienta que será María, la humilde oyente de su Palabra.

Saltad de júbilo, montañas, seres de naturaleza racional que anheláis las cumbres de la contemplación espiritual. Ha surgido esplendoroso el monte del Señor, que supera todos los collados y todos los montes, o sea, que está por encima de los ángeles y de los hombres y del que se ha dignado desprenderse corporalmente, sin intervención de mano de hombre, la piedra angular Cristo, que es una sola persona y que une lo que está separado: la divinidad y la humanidad, los ángeles y los hombres, los gentiles y el Israel según la carne, que se unifican en el Israel según el espíritu.

Este júbilo lo hace posible la aceptación por María del mensaje divino, para hacer posible la reconciliación de los hombres con Dios, así como la reconciliación de los hombres entre sí. Pues no puede haber verdadera reconciliación del hombre con Dios, sino lo hay a la vez entre los hombres.

A los que aman a Dios todo les sirve para el bien, nos enseña Pablo. Lo bueno y lo malo, los problemas y dificultades, obstáculos de toda clase… todo, todo lo sabe aprovechar el amor para el bien. O no sería amor.

Hoy el Verbo de Dios, creador del universo, ha compuesto un libro nuevo, que el Padre ha emitido de su corazón y que ha sido escrito con el cálamo o lengua divina del Espíritu.

Necesitamos leer este libro, meditarlo mucho, guardar su mensaje en el corazón, y dejar que el mismo Espíritu de Dios vaya reescribiendo el misterio divino en nosotros.

2 de septiembre de 2008

SAN BERNARDO, MONJE DE POBLET, SANTA MARÍA Y SANTA GRACIA, MÁRTIRES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 51, 1-12; Sal 33, 2-9; 1Jn 5, 1-5; Mt 10, 17-22

Recientemente Alzira y Carlet han firmado un convenio para señalizar y divulgar la Ruta Bernardina, juntamente con a los municipios de Benimodo, Guadassuar y Alcudia. La alcaldesa de Carlet decía: el mejor regalo que pueden recibir estos municipios llega en forma de convenio entre estos dos municipios, para divulgar una ruta Bernardina por la comarca. La ruta Bernardina es un símbolo de amistad que existe entre los dos pueblos, y de veneración a nuestro patrón… Y la alcaldesa de Alzira afirmaba también: Es voluntad de ambas instituciones crear un itinerario turístico-cultural, denominado Ruta Bernardina que recorra el itinerario vital en nuestra comarca de nuestros Patronos y de los elementos religiosos y artísticos vinculados a los mismos…

Yo diría que esta ruta Bernardina ya viene de lejos. Y estas importantes poblaciones del antiguo reino de Valencia han querido asumirlo en beneficio cultural y religioso de sus comunidades locales.

Pero esta Ruta nos llega desde los mismos Bernardo, María y Gracia. O quizás más en concreto, en principio, desde Bernardo cuando aparece por Poblet en el siglo XII, en su viaje a Barcelona como embajador ante el Conde y se convierte a la fe cristiana en Poblet, y se siente, inmediatamente, llamado a ser monje…

Aquí comienza la verdadera ruta Bernardina, el camino apasionante de Bernardo, con su victoria sobre el mundo, con su fe, como dice el apóstol Juan: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de él… Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo…Y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe…

La fe que nace como fruto del encuentro con Dios mediante la relación personal con Cristo, inmediatamente genera un dinamismo firme, valiente, decidido de testimonio. El creyente no puede sino decir, transmitir, como sea lo que ha visto y ha oído. El creyente está siempre en camino para ser testigo de una nueva vida.

Bernardo, encuentra en Poblet una nueva vida, se le abre un nuevo camino, y él inmediatamente se dispone a transitarlo. Quiere llevar y ofrecer esta novedad a los suyos, a sus hermanos, a su familia.

Una vez más será una realidad la sabiduría evangélica. Ante el anuncio de la Palabra, unos la acogen y otros la rechazan. Lo que acontece en la vida de Jesús de Nazaret, ahora acontece en la vida de Bernardo. Su testimonio es acogido por sus hermanas María y Gracia, pero es rechazado por su hermano. Es un gesto que ya le sucede al mismo Jesús en su predicación. Y vuelve a ser actualidad la Palabra del evangelio: Os entregaran a los tribunales… daréis testimonio ante ellos. No os preocupéis sobre lo que vais a decir, el Espíritu hablará por vosotros…Los hermanos entregaran a los hermanos para que los maten… Os odiaran, pero el que persevere se salvará…

Ya lo profetiza Jesús. Si a mi me persiguieron también a vosotros os perseguirán. Bernardo vive una plena identificación con Jesucristo, así como sus hermanas. Viven en sus propias carnes la pasión de Cristo, y alcanzan la victoria que vence al mundo, que permanece más allá del tiempo.

Por esto hoy celebramos ese principio del camino, que fue el martirio. Y podemos volver a decir con el profeta del Eclesiástico: Te alabo, Padre, mi Dios y Salvador; te doy gracias, Dios de nuestros padres. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte.

Esto es precisamente lo que hacemos con esta solemnidad: alabar a Dios porque la vida que se entrega se vuelve a recobrar. Y así sucedió en Bernardo María y Gracia. Porque quien empieza a vivir aquí una relación personal con Cristo, ésta, como en Bernardo María y Gracia, ya no se corta jamás, porque el tiempo es absorbido, asumido por la vida que permanece, la vida en Dios.

Celebramos en esta solemnidad el amor de Dios que no se agota, que se renueva cada día en tu vida, en la mía, en la de cada uno. Y la celebramos identificándonos con la vida, muerte y resurrección de Cristo. La celebramos haciendo memoria de estos santos fieles al misterio de Cristo, hasta dar la vida en seguimiento de Él, nuestro Maestro.

Y esta celebración la prolongamos, después, día a día, dando nuestra vida en un servicio generoso de nuestra fe a nuestros hermanos. Y prolongamos esta celebración encontrándonos cada año con nuestros hermanos de Alzira y Carlet iluminados todos por el ejemplo de estos patronos. Y la celebramos con la ruta Bernardiana, que no viene a ser sino proclamar, decir en voz alta como son y donde están las huellas de estos insignes santos, y realzando su huella cultural y religiosa en vuestra tierra, y esforzándonos en vivir en nuestra comunidad nuestra fe, entregando generosamente nuestra vida a los hermanos. Y en definitiva siendo testigos todos del mismo amor en este mundo, en esta sociedad, que necesita de esta fe, de esta vida nueva, que el mundo no siempre está dispuesto a aceptar.

Que el Señor, mediante los santos Bernardo, María y Gracia os bendiga y os fortalezca para vivir la fe en el Resucitado, Cristo, fuente siempre de nueva vida.

20 de agosto de 2008

SAN BERNARDO, ABAD Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Profesión solemne de fray Salvador Batet

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Sab 7, 7-10. 15-16; Sl 62, 2-9; Filp 3, 17-4, 1; Mt 5, 13-19

Fray Salvador: Escucha… Escucha, pues por una parte es la primera palabra de la Regla de san Benito que es el punto de referencia para nuestra vida; y por otra parte esta es una celebración de gran importancia para ti y tiene un mensaje fundamental para tu vida como cristiano y monje, de manera especial en la Palabra de Dios y en el rito de tu Profesión.

Tú naciste un 20 de Agosto. Tú hiciste tu profesión temporal un 20 de Agosto. Ahora haces tu profesión solemne, perpetua, otro 20 de Agosto…El 20 de Agosto parece ser muy significativo en tu vida. San Bernardo te va acompañando en tu vida y en el camino monástico.

Yo te he escuchado más de una vez hablar de los valores que tus padres Salvador y Ángeles te han enseñado en lo humano y cristiano. También de los valores religiosos que has aprendido de tu madre la Iglesia en tu parroquia, de la mano de tu párroco Mosén Jaume, y de tu comunidad de la Parroquia de la Sagrada Familia, de Igualada…. Esto quiere decir que tus vivencias religiosas se remontan a unos primeros años que han arraigado profundamente en ti. Ahí están. Nunca las vas a perder si las cuidas.

Pero esto también me recuerda a mí las raíces que están en los primeros años de la vida de san Bernardo. Una fuerte religiosidad en un ambiente cristiano. Que empieza a despertar luz y fuego en el corazón de Bernardo, y poner unos objetivos altos, profundos en el horizonte de su vida.

Las raíces de esos primeros años te han afirmado en la fe. Te han proporcionado una sabiduría. Pero ahora la Iglesia te pide más, la vida monástica quiere despertar más tu capacidad creativa en la vida de fe y de la Iglesia. La Iglesia te pide en esta consagración religiosa tuya que dejes que Dios que ha comenzado en ti la obra buena, la lleve a buen término dejando tu huella en ella con un servicio precioso, como fue el de san Bernardo. Deja que San Bernardo sea cada día un punto de referencia en tu vida, deja que él, junto con la Palabra de Dios avive en i el fuego, la luz y la vida de Dios.

La Palabra de Dios en la Lectio divina, debe ser cada día tu pasión; solo ella puede alimentar y acrecentar ese fuego y luz divinas en ti. Por esto aceptas el compromiso de prestar tu voz a la Iglesia en la plegaria de alabanza a Dios del Opus Dei, y del servicio a los que no tienen voz en esta sociedad. No lo cumplas nunca desde la letra, y como una carga, para que tu corazón no se endurezca como el de muchos; sino desde la generosidad de un corazón cada día más sediento de Dios. Y que nos hace generosos servidores del Señor en nuestros hermanos.

Y luego san Bernardo. Que él sea también una permanente referencia para ti, para tu vida monástica. Los puntos de referencia para ti son innombrables, inagotables, en su obra. Solo quiero hacer alusión a lo que nos sugiere la Palabra de Dios y que la Iglesia hoy nos pone como enseñanza en su fiesta.

Supliqué, invoqué, y se me concedió la prudencia y el espíritu de sabiduría. La quise más que a la salud y la belleza. Me propuse tenerla como luz… Dios es el mentor de la sabiduría, en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras…

¡Cuantas veces meditó estas palabras Bernardo! Así lo muestra escribiendo esto de la sabiduría, como respuesta a preguntas de los monjes: Y si no encuentro la sabiduría siguiendo mis deseos, ¿dónde la encontraré? Me abraso en ansias de poseerla, y no quedo satisfecho con encontrarla, sino que aspiro a una medida generosa, colmada, rebosante… Búscala mientras hay posibilidad de encontrarla; e invócala mientras está cerca. ¿Quieres oír cuán cerca está? A tu alcance está la Palabra, en tus labios y en el corazón, con tal que la busques con rectitud de corazón. Levanta el corazón, sal de la cama, y no te hagas el sordo al consejo de tener alerta el corazón. Así encontrarás la sabiduría de tu corazón y de tus labios fluirá la prudencia… (Sermón 15, o.c. t. VI, BAC 497, Madrid 88, p. 139).

San Pablo te dice hoy en la lectura de Filipenses: seguid mi ejemplo, tened siempre delante a los que proceden según el modelo que tenéis en nosotros… Esto es lo que hizo san Bernardo. Vive esta sabiduría paulina en la vida monástica con una profunda pasión eclesial. Cristo fue la referencia permanente, la pasión única de estos dos hombres de Iglesia. Es también, debe serlo, la pasión del monje como nos exhorta la Regla cuando nos recuerda de no anteponer nada al Cristo, porque Él nada ha antepuesto a nosotros.

Así estarás en el camino de vivir el evangelio de hoy. Un evangelio de gran belleza, que invita a ser luz del mundo, sal de la tierra. Un evangelio para soñar. Y un evangelio también para sufrir. Porque las palabras de este evangelio todo con ser de gran belleza, son muy peligrosas. Te lo advierto. Pero solamente quien las acepta con sencillez y generosidad de corazón puede vivir con sentido pleno su vida de fe como cristiano y como monje.

En esta Iglesia hoy hay abundancia de luz, tú mismo eres luz, pero ¿qué es esta luz, de dónde viene? No nos preguntamos esto, simplemente nos aprovechamos de la luz, gozamos con ella… No somos nosotros la luz, somos meros instrumentos, de otra parte recibimos la luz.

La sal del mundo. Cuando tomamos alimento decimos si hay o no hay sal. Pero no la vemos. La sal deja ahí su sabor, pero ella desaparece… La luz que se desvanece en el ambiente, la sal que se pierde en la olla… Esto nos recuerda la cruz. Esto nos recuerda que el sufrimiento está presente en la vida del cristiano, del monje. Que sin la cruz no podemos crecer en nuestra sabiduría, sin la cruz, nuestra fe no puede crecer. No puede iluminar, ni dar un buen sabor.

Esta cruz tuvo también una fuerte presencia en la vida de Bernardo, en su vida personal, en su vida monástica y también en su agitada y generosa proyección eclesial.

Tomás Mertón comentando la encíclica del papa Pío XII, Doctor Melifluo, sobre san Bernardo, se pregunta por el rasgo dominante del más grande de los cistercienses, y viene a decirnos que en opinión del Papa es la Sabiduría. Y para esto, nos dirá este contemplativo: si queremos comprender a san Bernardo debemos volver a los evangelios y a san Pablo y buscar la sabiduría de Dios, que es locura para el hombre. Tenemos que dejar a Cristo que penetre nuestros corazones y nos transforme en Él por el poder de su Cruz (San Bernardo, el último de los Padres, Edit. Rialp, Madrid 56, p. 112).

Salvador, guarda en tu corazón todo lo vivido en este día y vuelve muchas veces sobre esta Palabra de Dios que has escuchado en este día, en la lecturas de esta Eucaristía, en la que te consagras a Dios, es decir a vivir con una consciencia gozosa de ser propiedad suya, y vivirlo no escapando del mundo, sino en un servicio generoso al mundo, en tu comunidad, y allí donde te pida el Señor.

15 de agosto de 2008

LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA, VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ap 11, 19; 12, 1-3. 6. 10; Sl 44, 11-12. 16; 1Co 15, 20-27; Lc 1, 39-56

Escribe san Bernardo: Nos ha precedido nuestra Reina. Sí, se nos ha anticipado y ha sido recibida con todos los honores; sus siervecillos la siguen llenos de confianza gritando: Llévanos contigo. Correremos al olor de tus perfumes. Los peregrinos hemos enviado por delante a nuestra abogada; es la Madre del Juez y Madre de misericordia. Negociará con humildad y eficacia nuestra salvación (En la Asunción, Sermón 1,1, o.c. t.4, BAC 473, Madrid 86, p.337).

María es la carta más hermosa de Dios. Pensada amorosamente por Dios desde antes de los siglos y escrita magistralmente en nuestro tiempo por su propia mano. Es la gota fresca ofrecida gratuitamente a todo el que desfallece en los parajes áridos del camino. Es la carta que tenemos que releer muchas veces, como tantas veces hemos estrujado la cara de nuestra madre con un abrazo, con un beso muy fuerte, para decirle: «Te quiero». Y quedarnos sosegados, en paz, sintiendo sobre nuestra cabeza su sonrisa, pero, dentro de nosotros, una sensación indecible de luz y de compañía que nos hace sentirnos felices.

Pero la relectura de esta carta de Dios, la celebración de esta solemnidad quizás no sea muy adecuada en estos días para los creyentes, quizás más preocupados de sus ritos vacacionales, que de celebrar la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. Ante una coreografía mundana de disipación y superficialidad, en un clima de dispersión, de distracción programada, cuando se busca despejar la cabeza de los pensamientos habituales de la vida que le acrecientan la fatiga del corazón.

Y precisamente es una fiesta que nos invita a despejar la cabeza de nuestros pensamientos habituales, de creyentes o de monjes. Quizás, habría que decir, más bien, despejar, ahondar, hacer más profundos y sencillos nuestros pensamientos.

El significado de la vida, el destino último, la presencia del mal en el mundo, la exigencia de nuestra vida de fe y monástica, la responsabilidad hacia los demás, el servicio, la reconciliación… son algunos de los aspectos que tiene una relación estrecha con el mensaje de está solemnidad de santa María a quien se ha definido como el icono escatológico de la Iglesia.

La Asunción es una imagen expresiva de la obra de Cristo, el fruto que mejor podría definir y clausurar el ciclo de la encarnación, redención y resurrección de Cristo; muestra la verdad del amor de Dios al hombre, concretado en el encuentro personal definitivo, y glorioso, con su Madre.

Este dogma de la Asunción lo confesamos en un momento en que se quiere afirmar una conciencia materialista que sólo admite un posible paraíso terreno. La concepción de un mundo sin Dios. La Asunción nos recuerda el destino trascendente de la persona, la plenitud de su vocación. Que el ansia del hombre por permanecer no va a quedar frustrado.

María no sube al cielo desde sí sola, sino desde su ser Madre de Dios, y paradigma maduro de la Iglesia.

De alguna manera podríamos decir que lo femenino llega a la Trinidad por medio de María. Integra espíritu y materia. Anticipa el proceso universal de integración radical de todos los opuestos. Realiza uno de los anhelos más antiguos del hombre, sobre el que escribieron los Padres de la Iglesia: levantarse de la tierra a los cielos, unir al hombre con Dios.

Esto nos debe recordar que el verdadero hombre no está todavía en casa. Que queda un futuro abierto y fascinante por delante para seguir la obra sugerida por la obra de Dios en María. Que el mensaje de reconciliación del hombre con Dios que ha venido a traer Jesucristo, el Verbo de Dios, ha tenido una primera redacción de gran belleza en esta «carta de Dios», que es María.

Pero no ha debemos ser ingenuos, la escena de la Palabra de Dios se repite: el dragón se planta delante de la mujer que va a dar a luz para devorar al hijo. La mujer dio a luz; el Hijo es arrebatado hacia Dios y la mujer huye al desierto, donde tiene preparado un lugar…

Y esta lucha continúa. Entre el dragón y la Iglesia. La Iglesia sigue dando a luz a este Hijo, el Hijo que ha de gobernar todas las naciones, que ha de hacer fructificar más frutos de este árbol de la humanidad. Pero esta Iglesia, como la mujer tiene preparado un lugar en el desierto. Porque tiene necesidad de depositar toda su confianza en el Señor. Y es allí, en el desierto, el espacio elegido por Dios para seducir a la criatura.

Y seducidos por Dios, es cuando tenemos que releer esta carta de Dios, que es María. Releer todo lo que el amor de Dios ha ido escribiendo en su corazón y que ella proclama ahora en voz alta en su visita a su prima Isabel.

Aquí tenemos un programa concreto, nítido, luminoso. Debemos escucharlo hasta que sintamos la voz que nos pacifique el corazón, como el más hermoso y verdadero «te quiero».

La belleza no consiste en lo artístico genial, sino en el anticipo de la palabra soberana que «no vuelve vacía» (Is 55, 10), en lo imposible que se profetiza. Escribe el poeta León Felipe: Un escrito sin rima y sin retórica aparente se convierte de improviso en poema cuando empezamos a advertir que sus palabras siguen encendidas y que riman con luces lejanas y pretéritas que no se han apagado y con otras que comienzan a encenderse en los horizontes tenebrosos (Antología rota, Edit Losada, Buenos Aires, 72, p. 84).

Santa María es la carta más hermosa escrita por Dios para comunicarnos que su profecía no es imposible, que su palabra no vuelve vacía… Dios espera nuestra respuesta a su carta.

11 de julio de 2008

NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Pr 2, 1-9; Sl 33, 2-4. 6. 9. 12. 14-15; Col 3, 12-17; Mt 19, 27-30

«¡Cállate, cierra los ojos, gusta! Es bueno recibir todo el sol de un solo golpe. Lo ha colocado sobre la lengua para que yo lo trague».

Así se expresa Paul Claudel comentando el salmo 33, y en concreto el verso: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Posiblemente, se está refiriendo a la Eucaristía, pero yo creo que puede y debe extenderse también a la Palabra, de la que dice también la Escritura: Cuando encuentro una Palabra tuya la devoro… Es una Palabra que el creyente, y, sobre todo, el monje está llamado a escuchar y vivir de ella.

Por eso Claudel comentando los versos que siguen de este salmo dice: Heme aquí, rico, todo estremecido por esta riqueza que está en mi para distribuirla. No hay peligro alguno de que falte esta riqueza, pues está siempre naciendo y renaciendo en mi para distribuirla.

Un bello comentario que hace recordar versos importantes de la Regla: ¡Cállate, cierra los ojos, gusta! Sería un bello negativo de la primera invitación de la Regla: Escucha, hijo, escucha y acoge la exhortación del Padre amoroso y ponla en práctica… Ya es hora que despertéis. Y abiertos los ojos a la luz deifica, escuchad cada día la voz divina. Si hoy escucháis su voz no endurezcáis vuestros corazones… El que tenga oídos que escuche…

Esta actitud de escucha abierta de los oídos del corazón, no de la oreja de la cabeza, donde con frecuencia se nos puede escapar y marchar fuera por la otra oreja, sino la oreja, el oído del corazón, es algo a lo que nos invita la Palabra de Dios en esta fiesta: Si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, si prestas oído a la sensatez, si invocas la inteligencia y llamas a la prudencia… comprenderás el temor del Señor… comprenderás la justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena…

Es importante y necesario comprender el temor del Señor. Comprenderlo y vivirlo. Para poder guardar sin mancha el vestido. Para guardarlo en buenas condiciones, como nos sugiere la Palabra de hoy: revestirnos de ternura, agrado, humildad, sencillez, tolerancia. Yo diría que estas palabras son el gel, o el jabón para mantener el vestido en buen estado. Esto es al menos lo que nos recomienda la Palabra en esta solemnidad monástica. Son palabras que Pablo dirige de manera especial a los elegidos de Dios, a los consagrados de Dios. Yo creo que aquí nos debemos de contar nosotros, que hemos hecho una profesión por la que nos consagramos a tejer en nuestra existencia ese vestido de la ternura, de la humildad, de la sencillez, de la tolerancia…

Pero hay más recomendaciones que son de capital importancia en una vida comunitaria: por ejemplo, perdonar. Nos invita a perdonar después de haber tenido la experiencia del perdón de Dios. ¿Tenemos esa experiencia? De lo contrario, difícilmente vamos a vivir el perdón con nuestros hermanos. ¿Cómo vives la experiencia del perdón con tu hermano? Porque esto ha de ser un contraste de cómo lo vivimos con Dios. Aquí sería importante tener una buena reflexión sobre nuestra vivencia eucarística. La eucaristía es un coctel especial, único, de amor y de perdón. Y no todos saben poner en él ese punto de hielo, ese punto de agitación para lograr una combinación atractiva.

Acaba esta idea del perdón con la imagen del cinturón, para atar bien en nuestra vida la túnica del perdón. Necesitas el cinturón del amor. ¿Llevamos bien ceñido este cinturón? O quizás habría que pasar página e ir a Corintios 13, donde habla muy claro de cómo hay que ceñirse un cinturón de amor.

La última palabra la tiene la paz. Pero no es una tranquilidad que se puede hacer a la medida un corazón endurecido. Que también esto existe. No. Es una paz que hay que perseguir. Olvidando todo lo que queda atrás, viéndolo todo como basura, lanzarse hacia delante. Hay que correr. Pero correr hacia la paz es ir sin prisas por fuera. Correr hacia la paz, es apresurarse hacia el centro de nuestro corazón. Y esto pide como una condición esencial no ir con prisas, ni nervios.

Por aquí va el mensaje del Mesías que en esta solemnidad la Palabra nos pone a nuestra consideración. Este es el mensaje del Mesías que la escuela del servicio divino nos quiere enseñar, y en la cual la Iglesia nos ha puesto este Maestro que es san Benito, y que la oración colecta resume en un par de frases para ser un buen alumno: No anteponer nada al amor de Dios y correr con un corazón dilatado en el camino de sus mandamientos.

El evangelio de Mateo es muy breve. Está tan clara la exigencia de la Palabra en las demás lecturas, en todo el contenido litúrgico de hoy, que se limita a recordar la necesidad de dejarlo todo, un desprenderse que continúa todavía después de nuestro ingreso en el monasterio. Porque nuestro corazón es como un imán al que cada día se adhieren cosas inútiles. En el fondo es una nueva y última llamada de atención a vigilar el corazón que debe ser todo para el Señor, porque Él lo es todo para ti. Lo sepas o no lo sepas. Lo aceptes o no lo aceptes. Y corresponder con generosidad, con fidelidad, a su Palabra es tener la seguridad de no quedar defraudado.

29 de junio de 2008

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 12, 1-11; Salm 33, 2-9; 2Tim 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19

Sucede, en ocasiones en alguna conferencia o coloquio, que hay un turno de preguntas, y siempre alguien, con temor, se levanta y le dice: -¿Puedo hacer una pregunta?, como temiendo que va a decir algo inoportuno. Hecha la pregunta el conferenciante le dice que es una pregunta interesante. Entonces, roto el hielo, parece animarse el coloquio. Hoy en el evangelio es un poco diferente. El conferenciante, el que lleva la iniciativa de la palabra, que es Jesucristo, es quien hace la pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Como si Jesús fuese a hacer un sondeo popular. La pregunta resulta demasiado generalizada. Quizás se le podría decir a Jesús, aquí, que no es una buena pregunta. La respuesta tampoco parecen ser de altura: Se dice esto… otros que Elías… otros que…El «se dice», el rumor, que tantas veces empleamos para divagar, o para poner confusión…

Pero Jesús ni es partidario de divagar ni de la confusión, así que retoma de nuevo la palabra y va directo al grano con otra pregunta: Y vosotros ¿Quién decís que soy?

Dios siempre busca de cada uno de nosotros la respuesta directa, la que sale de nuestro corazón como respuesta a su palabra. Dios busca siempre la luz. Ya lo dijo en alguna ocasión: lo que escucháis en lo escondido hay que sacarlo a la luz, ponerlo sobre el candelero. Al pan, pan y al vino, vino. O las cosas por su nombre. Así contemplamos a Jesús en el evangelio, la verdad por delante, siempre como testimonio de la verdad.

Y Pedro va a ser, por este camino, un buen discípulo: Tú eres el Hijo de Dios….

Ahora bien, esta pregunta, —y vosotros ¿quién decís que soy yo?— es una pregunta permanente para un cristiano. Porque cada día el cristiano tiene que dar la respuesta de su fe a la llamada de Dios. Y cada día, yo creo que debemos contrastar la llamada que Dios me hace a través de su Palabra, y la respuesta que mi fe da en la vida concreta que tengo.

Ahora bien esta respuesta a Cristo hemos de considerar que no se puede quedar en mera respuesta individual, sino que debe ser una respuesta según el deseo de Cristo, según su proyecto, y esto me pide que dé una respuesta eclesial, una respuesta también como miembro de una comunidad, que está llamada a ser testigo del Resucitado, y que tiene la responsabilidad de ser servidora del reino que Jesús ha venido a establecer.

Por esa respuesta de Pedro podemos captar la fe de Pedro. Tú eres el Hijo de Dios vivo; no el Dios de los muertos, sino el Dios que vive en sí mismo y da vida a todo lo que existe, ya que en Él vivimos, nos movemos y somos. El Señor no permitirá que desfallezca esta fe tan grande, a pesar de las pruebas por las que habría de pasar. Por eso en el momento de la Pasión le dice: Simón, Simón…yo he pedido por ti para que tu fe no desfallezca. Tú una vez convertido, confirma a tus hermanos (Inocencio III, papa).

Pedro da una respuesta personal, pero es una respuesta desde una fe y una amistad que ha vivido con Jesús juntamente con todo el grupo de los Apóstoles. Es la respuesta de un Pedro siempre apasionado por Jesús, que no va egoístamente a la suya sino la respuesta de un Pedro que hará buena la misma oración de Jesús cuando le dice que ha pedido por él, y que éste, una vez convertido confirme a sus hermanos.

Y podemos advertir esta dimensión comunitaria de la persona y de la vida de Pedro cuando vemos que toda la comunidad ora insistentemente por él. Pedro, es pues un punto de referencia entre el grupo de los apóstoles por su manera de ser decidida y de apuesta por el Maestro. Pensemos, por ejemplo, cuando responde a Jesús en nombre de todo el grupo en unos momentos de moral baja, y de vacilación de su fe: Señor, ¿a quién iremos?

Y después de la Resurrección hablará como una voz principal en la comunidad apostólica, y finalmente, como hemos oído, la Iglesia consciente del papel e importancia de Pedro en la vida de los creyentes, reza por él cuando está en la cárcel.

Celebramos y alabamos hoy la figura de estos apóstoles de la Iglesia. Dice san Elredo: Los alabamos de verdad si nos esforzamos en imitar su conducta. Imitando su fuerza, su vida santa, su perseverancia hasta el final. Dieron prueba de gran fuerza. Porque son las columnas que el Señor estableció. Son las dos columnas que dirigen la Iglesia mediante su enseñanza, su plegaria y el ejemplo de su constancia. El mismo Señor los ha puesto como fundamento (sermón sobre san Pedro y san Pablo).

Y san Bernardo escribe también algo que nos viene bien en estos tiempos en que proyectamos con facilidad la sospecha sobre personas e instituciones: Amaneció para nosotros la gloriosa solemnidad consagrada con la muerte triunfal de los insignes mártires y capitanes de todos los mártires, las dos grandes lumbreras que puso Dios en el cuerpo de la Iglesia como luz para sus ojos. Son mis maestros y mediadores, en quienes confío plenamente, porque me enseñan el sendero de la vida, y por ellos puedo llegar hasta aquel Mediador que vino a reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste (sermón 1 sobre san Pedro y san Pablo).

24 de junio de 2008

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49, 1-6; Sl 138, 1-3. 14-15; Ac 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80

Se va a llamar Juan, dice su madre Isabel. Juan es su nombre, dice su padre Zacarías… Juan significa gracia de Dios o bien Dios da la gracia.

Con él viene a significarse el don de Dios que a través de su predicación se ofrece a los hombres, o bien al mismo Señor por medio del cual se concede la gracia al mundo. De aquí que sea el Precursor de este don de Dios, y de aquí que una vez confirmado el nombre de Juan se abre la boca de Zacarías, su padre, que bendice a Dios con el Benedictus.

Escribe san Efrén de Nísibe en una hermosa comparación entre Isabel y María, entre Juan y Jesús: «La anciana Isabel trajo al mundo al último de los profetas, mientras María, una muchacha joven, dio a luz al Señor de los ángeles. La estéril trajo al mundo al que perdona los pecados y la Virgen al que los quita. Isabel trajo al mundo al que reconcilia a los hombres mediante la penitencia, María al que purifica la tierra de sus manchas. La anciana enciende una lámpara en la casa de su padre Jacob, pues esa lámpara es Juan; la muchacha joven alumbra al sol de justicia para todas las naciones. El ángel anunció el ministerio de Juan a Zacarías: el que habría de ser decapitado anunciaría al que sería crucificado; el que sería odiado proclamaría al que sería enviado; el que bautizaría en agua al que bautizaría en fuego y Espíritu Santo. La luz brillante proclamaría al sol de justicia; el que estaba lleno del Espíritu al que daría el Espíritu. La voz anuncia al Verbo…»

Un hermoso paralelismo entre Juan y Jesús. Que nos estimula a celebrar con alegría el nacimiento del Bautista, el único santo del que celebramos el nacimiento. Un nacimiento sobre el cual la liturgia subraya el hecho de que estuvo envuelto todo él por la alegría: alegría de los padres, de los vecinos, y de toda la montaña de Judá. Y es también un estímulo para proclamar la alabanza de Dios, por el don divino del que es precursor Juan.

«Antes de venir, el Señor, dice la liturgia siríaca, envía como mensajeros los santos profetas. Cada uno de ellos anunciaba el misterio escondido y desconcertante de la venida de Dios hecho hombre. Uno profetizaba: Mirad, el Señor viene a consolar a los afligidos. Otro anuncia: El Señor restablecerá su alianza con su pueblo. Uno oraba para que viniera el Señor, y no callara; otro suplicaba a Dios que mostrara su poder y salvara a su pueblo. Uno profetizaba al Precursor diciendo que sería un ángel; otro nos decía que sería la voz que clama en el desierto. Y finalmente envía al intermediario de la antigua y nueva alianza, Juan Bautista, estrella que precede a la luz, lámpara que precede al sol de justicia, voz que precede al a Palabra. Mensajero que anuncia claramente: Detrás de mi viene el que es más grande que yo, del cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias».

Pero este camino de anunciar al Cristo Mesías continúa con nosotros. Juan anuncia a Cristo. Cristo anuncia el reino, que dice está en medio de nosotros, o mejor dentro de nosotros; Cristo, después, envía a sus discípulos a anunciar el Reino, para continuar la obra del reino. Y esta obra del reino necesita de la continuación en nuestra vida de fe y en el testimonio de nuestra vida. Los enviados a anunciar el reino escuchan la misma invitación para entrar en dicho reino: Convertíos y haced penitencia.

La voz de Juan la seguimos necesitando hoy: ¡Convertíos! ¿De qué tengo yo que convertirme? ¿de qué tienes tú que convertirte? Delante de la invitación de la Palabra cada uno tiene que preguntarse cual es la oscuridad que quiere ser iluminada por la luz de la Palabra; que parte de su corazón está necesitado de una explosión de gozo.

Es posible que pensemos, en ocasiones, alguna de las cosas que dice Isaías en la primera lectura: En vano me he cansado, en viento y nada he gastado mis fuerzas. Es posible que el panorama en el que vivimos hoy no lo contemplemos como capaz de muchas alegrías.

Pero nosotros debemos buscar nuestra paga en el Señor, pues nuestro salario lo tiene Dios, pues así nos lo asegura el profeta Isaías. Y también: Nuestro derecho, nuestra ley debe ser la del Señor, que nos quiere hacer luz de las naciones.

Pero si crees que esto es así debes preguntarte asiduamente: Yo, ¿que hago con la luz? Y por lo mismo: Yo, ¿qué hago con la alegría?

25 de mayo de 2008

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

RECUERDA…, no sea que te olvides…

El Deuteronomio nos repite esta invitación. Hoy es la fiesta de la memoria. Memoria de lo que nos hace vivir. Memoria del Cuerpo que nos alimenta. Hoy en el centro está el Cuerpo. Es la fiesta del Cuerpo. Nos alegramos, damos gracias, se prepara un cortejo triunfal, precisamente para el Cuerpo glorioso de Cristo.

Y este cortejo triunfal tendrá su expresión, su imagen plástica, después que todos hayamos participado y comido el Cuerpo y la Sangre del Señor en la Eucaristía, en la procesión por el claustro, de la misma manera que muchas comunidades parroquiales la tendrán por calles de pueblos y ciudades.

Con la Procesión hacemos una manifestación de nuestra fe en el Resucitado, que con su Cuerpo recibido en el pan y el vino nos hace a nosotros su Cuerpo. Y con nuestra manifestación de fe estamos diciendo que todos comemos de este Pan que paseamos por el claustro y a quien cantamos; que a todos nos alimenta el mismo Pan.

Pero no todos digieren este Pan. Hay quienes lo asimilan y viven de él, y hay quienes no llegan a asimilarlo y lo devuelven, lo vomitan. Se vomita aquello que no asimila el cuerpo, que no acepta como alimento.

Y sin embargo la obra de Dios no pierde con el paso de los tiempos su eficacia y su fuerza de salvación. Es un alimento sin fecha de caducidad. Porque no es un mero recuerdo histórico. Cristo nos ha dejado su memorial, como nos recuerda la Oración colecta. Y un memorial es no sólo un recuerdo de acontecimientos del pasado, sino que viene a ser la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres. Con la celebración litúrgica esos acontecimientos se hacen presentes y actuales; la obra de Dios se hace presente aquí y ahora y nos permite a nosotros que seamos asumidos, incorporados a esta obra de salvación.

Habitualmente nuestra manera de expresarnos suele ser: he recibido la eucaristía, he recibido el Cuerpo de Cristo. Es verdad, cuando tomamos la comunión, pero fijémonos en las palabras de Jesús que acabamos de escuchar en el evangelio: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi, y yo en él.

Podemos decir que hay una interioridad recíproca perfecta. Pero en las palabras de Jesús tiene prioridad habitar en él: Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí. El primer movimiento es ser introducidos en Cristo, en su Cuerpo, somos células de su Cuerpo.

Entonces toman una expresividad especial para nosotros las otras palabras de Jesús: El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí.

Luego es verdad que yo soy cuerpo de Cristo, célula suya, si habito en él, vivo por él, que es la fuente misma de la vida y del amor. En Él encuentro todo el dinamismo de mi existencia, toda la fuerza de vida y de amor que necesito. Entonces podremos decir las mismas palabras de Pablo: Ya no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2, 20).

Es importante para nuestra vida no perder este dinamismo de vida y de amor. Pero podemos perderlo, porque podemos en ocasiones jugar con dos barajas. Y no faltan cristianos que tienen a mano las dos barajas: en el templo recibo el Cuerpo del Señor, recibo su carne y su sangre, reunido en comunidad con todos mis hermanos, con quienes formo el Cuerpo visible de Cristo en este mundo. Pero luego en la vida, después que se me dice: la misa ha acabado, podéis ir en paz, pues no nos llevamos la paz, la dejamos en el templo y volvemos a sacar en la vida de cada día nuestro hombre viejo, la otra baraja, con la que creemos que vamos a ganar la partida, cuando la partida, al final solamente es ganada por la fuerza del amor, de un amor que se da hasta el extremo.

En la primera lectura se invita a recordar lo que hizo Dios a su pueblo a lo largo de 40 años en el desierto, y que lo hizo para poner a prueba a su pueblo y conocer sus intenciones…

También la eucaristía es una prueba para el creyente; una prueba para el corazón. La eucaristía pone a prueba nuestro corazón. Un corazón árido, vacío, frío, sin latidos de humanidad es prueba evidente del fracaso de la eucaristía. En la eucaristía Cristo se pone una y otra vez a nuestra disposición para ser la fuerza del amor en nuestra vida, para ser fuente de vida eterna. Un pan que me hace vivir más allá de mis posibilidades, y también de mis necesidades. Y por eso yo debo servir este amor a los demás, para hacer vivir a otras personas. Porque el amor crece, se enriquece y nos enriquece y nos hace madurar como personas y como creyentes, cuando lo damos en un generoso servicio a los demás.

Hagamos cada día un esfuerzo especial por escapar de toda rutina en la celebración del memorial del Señor, y busquemos que este fuego prenda en nuestra vida como nos sugieren las palabras del poeta:

Amor de Ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos,
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre…

(Miguel de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Edit Espasa–Austral, 781, Madrid 1976, p.56).

18 de mayo de 2008

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 34, 4-6. 8-9; Dn 3, 52-56; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

«El besugo está por las nubes». Cuando en determinada época del año algunos suelen comer este pescado, y su precio se hace prohibitivo, fuera del alcance del bolsillo, se viene a decir esta expresión... Esto está por las nubes.

Bueno, pues esto es lo que hemos hecho con el misterio de la Trinidad durante mucho tiempo: poner el misterio por las nubes. Y no nos atrevíamos ni a predicar sobre él. El Misterio no se toca. Cuando lo importante del Misterio no es precisamente lo oculto, sino lo que se ha revelado de él, lo que podemos conocer y conocemos del mismo.

Podemos repasar los textos litúrgicos. Por ejemplo, la oración colecta, que suele ofrecernos la idea central de la celebración: O Dios Padre, al enviar al mundo el Verbo de la verdad y el Espíritu santificador, revelaste tu admirable misterio...

El misterio de este Dios Trinidad abierto al mundo, bajado de arriba, para arraigar en su manifestación y revelación en el corazón de la humanidad.

Podemos repasar textos de la Tradición de la Iglesia, textos patrísticos y los vemos en esta misma línea. Así: «Meditemos qué obras ha hecho la Trinidad en el universo y con nosotros desde la creación del mundo hasta su consumación. Contemplemos cuán solícita está la divina majestad, de quien depende el gobierno y orden de los siglos. Desplegó su poder al crearnos y todo lo dirige con sabiduría» (San Bernardo, «Sermón 2 de Pentecostés», o.c. t. IV, BAC 473, Madrid 86, p. 205). Es decir, la Trinidad obrando en el mundo, en la creación, desplegando su poder en nuestra vida. Y nosotros, ¿sin enterarnos?

«La Trinidad santa todo lo ha dispuesto en el alma fiel a su imagen y semejanza. Por ella somos renovados a imagen de nuestro Creador, en nuestro interior. Allí está el instrumento de salvación de los hombres (Guillermo de Saint Thierry, «Le Miroir de la foi», n.º 1, SC 301, París 82, p. 61). Es decir, la Trinidad obrando, manifestándose en el interior mismo del hombre. Y nosotros ¿sin enterarnos?

«Guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el que quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir, la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida» (San Gregorio Nacianceno, Catecismo de la Iglesia católica, n.º 256). Es decir, un creyente consciente de la acción beneficiosa de este Misterio en la vida de cada día, para ir progresando en su vida espiritual e ir penetrando más y más en la experiencia de este misterio. Todo un testimonio para todos nosotros.

Vemos pues a través de la liturgia, de la Escritura y de la Tradición que este Misterio es un dinamismo de vida y de amor en el que hay el protagonismo de tres Personas y que tiene una fuerte incidencia sobre la vida de los hombres. Lo que era por encima de todo un tema o un misterio de amor, se resolvió en un tema de matemáticas, o de la cuadratura del círculo. No se predicaba sobre este misterio. ¿Cómo hablar de lo que pasa en las nubes, cuando sabemos tan poco de lo que pasa por aquí abajo?

Y así es como el Misterio de la Trinidad, el Misterio de nuestro Dios, Misterio de amor, se queda en una abstracción, impenetrable, que nos llevará a una Iglesia más jurídica, más administrativa, con estructuras preocupadas de doctrinas que no se desvíen... Lo mejor era no tocarlo. Y así tenemos que el que viene a ser el misterio central de nuestra fe cristiana, de hecho ha tenido un influjo mínimo en la vida de los cristianos, en la espiritualidad de la gran mayoría de creyentes. Por lo menos de manera consciente.

Pero la Iglesia «es un pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano), y los teólogos ortodoxos Endokimov y Clement no dudan en sostener que la existencia de la Iglesia es una participación real en la existencia trinitaria, fuente de una vida de amor. Lo cual vendrá a poner de relieve el valor absoluto de la persona, así como el valor absoluto de la comunión en el amor, reflejo del dinamismo de amor de la vida trinitaria.

Y esto es lo que vamos descubriendo cuando nos asomamos a las páginas de la Escritura, de las cuales son un pequeño y elocuente reflejo las lecturas de hoy, cuando nos hablan de que Dios bajó de las nubes, y aunque envuelto en su nube, se quedó con Moisés para enseñarle a pronunciar su nombre. No sé como pronunciaría Moisés el nombre de Dios, porque no era fácil de palabra, pero sí que aprendió de él que era un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.

Y que este Dios que acompañó a su pueblo en un camino de libertad, al final, llevado por el vértigo de su amor a la humanidad, se reviste de nuestra naturaleza, para mostrarnos este misterio de amor que tiene sus manantiales en las profundidades de la Trinidad. Y que llevará también entre nosotros su amor hasta el extremo, para que tengamos vida eterna.

Pero no contento con revestirse de nuestra frágil naturaleza y entregar su vida, nos deja su tarjeta de visita en lo profundo del corazón: el Espíritu Santo. El Dios del amor y de la paz, para que no nos falte la alegría, dice Pablo, para que tengamos coraje para trabajar por la perfección y la comunión entre nosotros, que es la antesala del Misterio de amor trinitario.

Y un misterio de amor como este, con tanta fuerza de vida, con un servicio tan generoso... ¿nos puede dejar indiferentes? ¿Qué gloria y alabanza damos a esta Trinidad cuando nos inclinamos al final de cada salmo, o cuando hacemos un trabajo, o cuando vivimos nuestra relación personal en la comunidad?

11 de mayo de 2008

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 2, 1-11; Sal 103, 1.24, 29-31. 34; 1Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23

Era una casa de dominicos, Caleruega, donde precisamente nació el fundador, ahora una casa de espiritualidad con una pequeña comunidad. Fui a visitarla con un laico de la parroquia. Nos recibió un hermano. Nos dijo que aquellos días habían estado de votaciones para superiores de las comunidades, con sus correspondientes retiros y plegarias para que el Espíritu Santo les asistiese. Pero -añadió- cuando llegó el Espíritu Santo ya habíamos hecho el trabajo, o sea la elección.

Son muchos los casos en que se echa la llave a la puerta y abrimos al Espíritu cuando ya se ha hecho el trabajo. Porque intentamos administrar o manejar incluso al Espíritu, reglamentarlo. Le abrimos la puerta para que entre a garantizar el orden, el nuestro, para garantizar las decisiones que previamente hemos tomado a puerta cerrada, para que se atenga a las reglas cuidadosamente fijadas por nosotros.

Y nos dice la Escritura: De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban...

Quizás sería bueno no echar la llave, dejar las puertas y ventanas entornadas para que el viento las sacuda violentamente, y levante los cortinajes, haga oscilar las lámparas, sacuda las cogullas. Que haga volar los sombreros de las cabezas, o las mitras, gafas, bolsos...

El viento silba rabioso, revuelve, levanta, arrastra, desordena, sacude, arranca de raíz... Es propio del viento. Quizás hay que dejarle hacer así, de vez en cuando.

Recemos a este Espíritu que se manifiesta a través del signo del viento, invoquémosle, supliquémosle... Pero después no corramos a refugiarnos en los agujeros de siempre. El refugio de nuestros agujeros. Se llenaron todos de Espíritu Santo... Tengamos el coraje de dejarnos habitar por el viento.

Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno...

¿Y quien no tiene miedo al fuego. También al fuego del Espíritu. Porque este no es un fuego decorativo, que acompaña y calienta discretamente con recursos técnicos modernos. El Espíritu de Dios viene a provocar una nueva creación. Y esta creación nace de un nuevo y colosal incendio. El Espíritu de Dios viene a encender una pasión, una gran pasión. Que no va muy acorde con una sociedad que busca una cómoda seguridad, donde todo lo queremos tener controlado, en una vida amenazada por muchos costados.

Viento y fuego, no deberíamos olvidarlo, tienen una característica común: son incontrolables, imprevisibles, no programables. Y estos dos símbolos son signos característicos del Espíritu de Dios. La Iglesia se muestra fiel al Espíritu en la medida en que no quiera administrarlo, en la medida en que le deje en libertad, en que acepta que se le escape de las manos.

El Espíritu es una realidad interior, que pone el sello en el interior del corazón, como había prometido por los profetas. En la oración colecta de hoy hemos pedido que no deje de realizar en el corazón de sus fieles las mismas maravillas que llevó a cabo al comienzo de la predicación evangélica.

Y entre estas maravillas están las de poner a quienes lo reciben fuera de si, incluso son tenidos como borrachos, como nos cuenta la primera lectura, de los Hechos.

La Iglesia, hoy, despertará el entusiasmo si logra contar las maravillas de Dios. Nosotros, como miembros de esta Iglesia, solo seremos buenos testigos si abandonamos un estilo frío, distante, protocolario... y damos más espacio a la fantasía, a la provocación. Porque esta sociedad que está movida por una sabiduría del cálculo, de la seguridad egoísta, de un bienestar partidista... necesita la provocación del Espíritu, que sopla donde quiere y como quiere, pero sí que sabemos algo de hacia donde va, pues lo vamos descubriendo a través de los indicios que nos ha dado Jesucristo: Nadie puede decir, Jesús es Señor, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.

Si tienes fuerzas para perdonar, para olvidar, para vivir una profunda y creciente reconciliación, es el Espíritu quien te está llevando. Si te encuentras con alguien que en lugar de darte consejos moralizantes o normas frías, respuestas prefabricadas, te ofrece una palabra cálida, viva, eficaz, que te llega al corazón, que te ilumina... ese está movido por el Espíritu de Vida. Si lees una página del evangelio, releída tantas veces, y la descubres ahora como nueva, como leída por primera vez, que te conmueve interiormente, estás guiado por el Espíritu. Si te avergüenzas de tus pecados y te crecen las ganas de vivir, de ser nuevo, un deseo fortísimo de renacer, estas bajo la acción de aquel mismo Espíritu de Dios que Jesús dio a sus discípulos cuando exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu».

Y se llenaron de una profunda paz y una alegría desbordante, que les llevó a abrir, sin miedo, las puertas y ventanas de su vida, para que el fuego y el viento del Espíritu arrastrase a otros muchos.

Somos templo, casa del Espíritu Santo, del espíritu de Dios, nos enseña san Pablo. San Cirilo de Alejandría, al creer esta verdad, nos dice: «Convenía que fuésemos participantes de la naturaleza divina y consortes de Dios. Es decir, que dejásemos nuestra vida y la transformásemos en otra. Y esto solo podía ser por la comunicación del Espíritu Santo. El Espíritu transforma la naturaleza de aquel en quien habita.»

¿Te va transformando a ti?

10 de mayo de 2008

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Misa de la Vigilia

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

Queridos hermanos y hermanas,

La secuencia, que cantaremos en la Misa de mañana, con un tono de súplica confiada, expresa nuestro deseo de vida. Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Cuando el mundo ofrece la danza de la confusión, cuando hace falta más imaginación para solucionar los problemas, cuando no acabamos de comprender a nuestra querida Iglesia... necesitamos valor y coraje. Entonces podemos cantar, con humildad, desde nuestra realidad: Ven, padre de los pobres; ven dador de gracias, ven luz de los corazones. La Liturgia de la Iglesia nos introduce de lleno en esta gran solemnidad, donde encontramos conexiones evidentes con los pasajes de Nicodemo y de la Samaritana. «Nacerán ríos de agua viva del interior del que cree en mí», dice Jesús. Esta expresión hace referencia a la fertilidad del agua, alabada por la Biblia. El Agua Viva no sólo apagará la sed de los que se acercan a Dios con fe, sino que les dará una gran fecundidad en méritos espirituales: como una fuente que brota de su interior con buenas obras que siembran el bien. Añade el Evangelio que acabamos de escuchar: «Decía eso refiriéndose al Espíritu que debían recibir los que creerían en Él».

La sed de espiritualidad del hombre contemporáneo nos empuja a precisar conceptos. Actualmente se habla mucho de vibraciones y de energía. El significado bíblico de «rûah» o «pneûma» es el de viento, respiración, aire y aliento; que son signos de vida, alma y espíritu. El don del Espíritu a los discípulos, según la descripción de los Hechos de los Apóstoles, tuvo un elemento visible: unas lenguas de fuego y el viento impetuoso que hizo temblar la casa. El don del Espíritu se hace visible en las personas que reciben su fuerza. ¡Oh luz santísima!, llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles. El primer diálogo entre Dios y el mundo tiene lugar en la creación. Y la relación con Dios continúa por la acción del Espíritu que nos hace recordar las Palabras de Jesús, y que aviva el sentimiento de que somos hijos de Dios. Por eso, cada Pentecostés es el aniversario de cada cristiano que quiere responder, con su vida, a los dones que ha recibido del Señor. «Ya que el Espíritu nos da la vida, dejémonos guiar por el Espíritu» (Ga 5, 25). Necesitamos, hermanos, la ayuda del Espíritu que mueve el corazón y lo convierte a Dios; que también abre los ojos y el entendimiento para ver qué uso hacemos de los dones que hemos recibido.

Continuamos con la secuencia: Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está enfermo. En todo hay un desgaste y las personas tenemos límites: los entusiasmos primeros pueden verse ahogados, el desencanto puede cubrirnos como densos nubarrones que impiden contemplar la claridad del sol; la panorámica social es desconcertante para quien se ha creado un «paraíso artificial» sin pensar en las consecuencias y la insatisfacción subsiguientes. No tenemos que perder la confianza en Dios y la seguridad en nosotros mismos. Es necesario mirar y contemplar al Señor, que no ha dicho su última palabra en la Ascensión, sino que continúa manifestándose en un interminable Pentecostés: «Yo estaré con vosotros día tras día hasta al fin del mundo, enviaré sobre vosotros el Espíritu que mi Padre ha prometido».

Hemos sido convocados y congregados por el Espíritu, y nos acompaña María, la Madre. Ella dijo: «Haced lo que Jesús os diga». Hoy la celebración de la Eucaristía nos invita, de manera más intensa, a escuchar al Señor, para ver qué tenemos que hacer y cómo. Él nos ilumina con una nueva luz para actuar de manera siempre renovada: es como un faro que orienta las naves durante la noche; es también como la luz del día que ilumina, calienta y permite contemplar el gran regalo de la Creación, que Dios ha puesto en nuestras manos y que nosotros debemos amar y respetar. Pentecostés es, pues, la gran fiesta de acción de gracias.
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.