30 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 31º del Tiempo Ordinario (Año A)

San Agustín, Sobre la predestinación (19,39)
Acaso no se nos manifiesta también con toda claridad el principio de la fe en la carta a los Tesalonicenses? En ella el Apóstol rinde igualmente gracias a Dios diciendo: no cesamos de dar gracias a Dios porque recibisteis la Palabra de Dios, no como palabra humana sino tal cual es en verdad: palabra de Dios que actúa eficazmente en vosotros los creyentes. ¿Y por qué el Apóstol da por ello gracias a Dios? Porque es superfluo e inútil dar gracias por un favor a quien no lo ha hecho. Mas, porque esto no fue vano e inútil, con razón se concluye que Dios es el autor de aquello por lo cual se le tributa acción de gracias, a saber: que habiendo escuchado de labios del Apóstol la palabra de Dios, la abrazasen no como palabra de hombre, sino tal cual es verdaderamente, como palabra de Dios. Por consiguiente, Dios obra en el corazón del hombre en virtud de aquella vocación que es según su designio, a fin de que no oiga en balde el evangelio.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón,

En tu carta me recuerdas uno de los textos más hermosos de la Biblia; para mí, un texto profundamente consolador, un texto como ningún otro, para despertar nuestro amor a un Dios que es amor, y que se manifiesta así: «El Señor, tu Dios está en medio de ti, como poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta». (Sof 3, 17) Y apoyado en la belleza singular de este texto bíblico, añades: «Es una sensación de aire fresco, que no margina a nadie, por edad, raza, o religión, porque está en el alma que Dios nos concedió a todos».

Si creyéramos de corazón las palabras proféticas de Sofonías, no tendrían razón de ser las palabras también proféticas de Malaquías que escuchamos el domingo 31 del Tiempo Ordinario: «habéis hecho tropezar a muchos en la Ley. Pero yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque tenéis acepción de personas. ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿no nos creo a todos el mismo Señor?, entonces ¿por qué el hombre despoja a su prójimo?».

Y estas palabras las aplica la Escritura a los dirigentes religiosos del pueblo. Son palabras muy duras. Pero, desgraciadamente, el oído puede acostumbrarse a todo y hacerse insensible a lo más elevado y sagrado. Lamentablemente, aquí podemos encontrar raíces de muchas actitudes agnósticas y ateas.

¿Quien puede rechazar ese Dios de Sofonías? Un Dios que renueva su amor, de tal modo que dominado por el vértigo de tanto amor se reviste de nuestra debilidad humana, para hacer más elocuente y visible su danza y su fiesta en el corazón de la humanidad, y en el corazón de cada hombre. ¿Quién puede creer en el Dios que predican los dirigentes que enseñan la Ley religiosa? Un Dios que caprichosamente hace distinción de personas, un Dios que despoja de humanidad…

Pero en la Sagrada Escritura no hay contradicción. La contradicción la pone en la vida nuestro pecado, nuestro afán de poder, de dinero… o nuestro orgullo. La epístola de Santiago nos vuelve a recordar esta contradicción: «no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado» (Sant 2,1ss)

Necesitamos mucho el aire fresco de la no marginación, marginación que se da a todos los niveles, y en todos los terrenos, en esta sociedad que hemos estado llamando del bienestar, cuando era bienestar para una minoría, y que, llevados por la inercia material de ese bienestar, unos pocos se esfuerzan en crecer a costa de la miseria o de la humillación de muchos.

Nos preguntamos, desorientados, qué está pasando en esta sociedad enloquecida, nos preguntamos por caminos de salida, en busca de luz, y no se percibe más que oscuridad, confusión. Dios también se debe preguntar en el corazón de cada hombre y cada mujer de esta humanidad qué está sucediendo por la superficie de nuestra vida.

Debe estar intentando renovar su amor dentro de nosotros, para incorporarnos a su danza de fiesta, que pasa por aprender el estribillo de una canción: «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Pero el oído del hombre se ha vuelto duro y difícilmente conecta con lo más genuino de su corazón. No obstante, Ramón, es bueno recordar hoy a la humanidad el Dios de Sofonías. Un abrazo,

+ P. Abad

23 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 30º del Tiempo Ordinario

De una homilía del papa Benedicto XVI (26 octubre 2008)
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).

En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor. También la primera Lectura, tomada del libro del Éxodo, insiste en el deber del amor, un amor testimoniado concretamente en las relaciones entre las personas: tienen que ser relaciones de respeto, de colaboración, de ayuda generosa. El prójimo al que debemos amar es también el forastero, el huérfano, la viuda y el indigente, es decir, los ciudadanos que no tienen ningún "defensor". El autor sagrado se detiene en detalles particulares, como en el caso del objeto dado en prenda por uno de estos pobres (cf. Ex 22, 25-26). En este caso es Dios mismo quien se hace cargo de la situación de este prójimo.

San Basilio de Cesarea, (sobre el Espíritu Santo, 10,26)
¿De qué nos viene el ser cristianos? Por medio de la fe, podría responder todo el mundo. Somos salvados, pero ¿de qué manera? Renaciendo, evidentemente, por medio de la gracia conferida en el bautismo. ¿De qué otra manera, si no? Entonces, después de conocer esta salvación realizada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿podríamos abandonar «la forma de doctrina» que hemos recibido? Verdaderamente sería digno de los mayores lamentos el que ahora nos hallásemos mucho más lejos de nuestra salvación que cuando comenzamos a creer; si precisamente ahora rechazamos lo que entonces recibimos. Y en cuanto a la profesión de fe, quien no la guarda en toda ocasión y no se abraza a ella como a segura salvaguardia durante toda su vida, él mismo se enajena de las promesas de Dios y contradice al escrito de su puño y letra que había depositado en la profesión de su fe. Pero si el bautismo es para mí principio de vida, y el primer día es el de mi regeneración, está claro que la palabra más apreciada entre todas es la pronunciada al concedérseme la gracia de la adopción filial.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Ana,

Muchas gracias por tu visita de hace unos días al Monasterio. Son visitas que se agradecen mucho, y mucho más cuando preferiste pasar el tiempo de la visita del grupo, hablando conmigo de tiempos pasados, de aquellos años primeros en el pueblo. Porque son recuerdos no para la nostalgia, sino para renovar nuestro agradecimiento a lo recibido en aquellos años felices, del pueblo, de la familia, de los amigos, que son, diría yo, la base o las raíces de lo que es ahora nuestra persona.

Me conmovió profundamente saber algunos detalles de la manera de ser de mis padres, que yo desconocía. Me conmovió volver a recordar aquellos tiempos difíciles, en que muchas personas tenían que salir del pueblo para salir adelante en la vida. Por cierto una gran mayoría venía a Cataluña, y de la cual siempre oí hablar muy bien, por el trabajo, la acogida.

Hay quien dice que hay ciclos en la naturaleza, en la vida de la sociedad. Así parece. Y sucede que uno tiene la impresión de que nos volvemos a asomar a tiempos difíciles, tiempos muy difíciles, que ya lo son para muchos. Situaciones difíciles, que unos viven en su pueblo o en su ciudad, y otros teniendo que marchar lejos de los suyos.

Y en esta situación la Palabra de Dios nos recuerda unas obligaciones graves que debemos tener en cuenta: «no oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros. No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si prestáis dinero a un pobre no serás con él un usurero, cargando intereses».

Esta es la actualidad hoy día, pero en sentido «positivo», es decir: que se oprime y veja al forastero e inmigrante, que se explota a viudas y huérfanos, y que la usura de los préstamos de dinero están haciendo temblar a toda la sociedad, por lo menos la sociedad llamada occidental o del «primer mundo», porque la otra, yo creo que ya no tiene energía ni para temblar.

Y uno se pregunta por la fuerza de esta «tela de araña de injusticia» que nos envuelve, cuando todo se justifica. Y parece no pasar nada: la noticia en la prensa de que ciertas personas que han estado en el candelero de la sociedad se retiran o las hacen retirar, pero, eso sí, forradas de millones, como un buen fondo de pensión; o la noticia en la prensa, aunque más discreta, de los que engrosan las listas de espera, o las colas de espera para comer, pero en este caso «de espera». Porque la esperanza es lo último que se pierde, como el instinto de vivir. Inmensa tristeza.

También dice la Palabra: «si gritan a mí yo los escucharé, porque yo soy compasivo». Claro que en esta sociedad ya se ha intentado, y se intenta, primero desterrar a Dios. Para que los gritos no vayan a ninguna parte. Para que nadie escuche. Pero los caminos de Dios son muchos, e inescrutables. Y el hombre necio no puede tapar, ni eliminar a Dios, porque Dios es la Vida. Y son muchos y diversos los caminos a través de los cuales puede manifestar su compasión.

Muchas gracias Ana por tu visita, por los recuerdos que me despertaste, y que me abren también a ser más consciente de lo que hoy estoy y estamos viviendo. Un abrazo,

+ P. Abad

9 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 28º del Tiempo Ordinario

San Juan Crisóstomo, obispo, Comentario a Filipenses
Los que obran adecuadamente, cuando ven que uno no acoge bien lo que recibe, sino que muestras desprecio por las cosas que le son confiadas se volverán más negligentes. Para que esto no suceda, ni ninguno pueda afirmarlo, mira como una vez más Pablo cuidó este punto. Así, por las cosas dichas, había constreñido sus espíritus. Por los que a continuación enciende sus ánimos… ¿Entonces, de qué modo fueron partícipes de sus tribulaciones? Por esto: porque incluso estando encadenado decía: «todos vosotros sois participantes de mi gracia». Pues gracia es padecer por Cristo. Y no dijo: «los que dan», sino «los que participan», mostrándoles que también obtendrán su fruto, puesto que fueron partícipes de sus trofeos. No dijo: los que hicieron leves mis padecimientos, sino «los que participaron en mi sufrimiento», lo que era más digno.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel,

Verdaderamente sigue el calor del verano aunque haya comenzado el otoño. Hay que mirar por la ventana y no por el calendario. Tienes razón.

Quizás porque todavía continua ese calor me escribes con un temple ardiente, y con una fuerte lamentación de aspectos negativos de la Iglesia: «Si la Iglesia ha de seguir adelante no será por “estos”, estoy seguro, sino por los verdaderos discípulos que lo sacrifican todo por vivir y enseñar el evangelio».

Miguel, si la Iglesia sigue, y ha de seguir adelante, no será por “estos”, que, lamentablemente, desfiguran el rostro de la Iglesia, pero tampoco por los verdaderos discípulos, ya que no son los auténticos artífices de la Iglesia. Si la Iglesia sigue adelante, y seguirá, será porque en ella está presente el Espíritu de Cristo. «Es el Espíritu de Cristo quien vivifica la Iglesia, quien la unifica, quien la hace rejuvenecer…» y los demás, malos y buenos, somos siervos inútiles, que hemos hecho lo que teníamos que hacer; unos con un perfil negativo, otros con un perfil positivo.

Y me pregunto: ¿qué perfil tiene más incidencia en el Proyecto de Dios para con el hombre en este mundo? Pues no me atrevo a sacar una conclusión definitiva. Porque nada hay definitivo en este mundo. Todo es un camino abierto.

En esto me hace pensar el evangelio del domingo 28 del tiempo ordinario: Mt 22,1-14. Resulta que unos invitados al banquete de bodas rechazan la invitación. Entonces el amo envía a los criados a los caminos a invitar a todos los que encuentren, malos y buenos. La sala, efectivamente, se llenó de malos y buenos. Cuando entra el amo encuentra a uno que no tiene traje de fiesta. Evidentemente, no se refiere a los malos, pues solo a uno le falta el traje, pero el evangelio da a entender que no se refiere a los malos, ya que parece había más de uno.

Luego ¿qué es el traje de fiesta? Porque todos estamos invitados a esta fiesta. Quizás Isaías (25,6-10) nos ayuda a completar este punto cuando habla de un banquete que el Señor del universo prepara para todos los pueblos. Y habla de que «este Señor enjugará las lágrimas, quitará todo oprobio, destruirá la muerte». Y acaba sacando la consecuencia final: «aquí está nuestro Dios, alegrémonos y hagamos fiesta».

Considero que el traje de fiesta es preparar un espíritu alegre, un corazón abierto a la alegría, a la comunión, preparar un corazón, toda nuestra persona en una palabra, para vivir un encuentro en la casa del Padre.

Un Padre que no se resiste a la alegría, como nos muestra la parábola del Hijo pródigo, o como dice de manera más expresiva el profeta Sofonías: «El Señor está en medio de ti. Exultará por ti de alegría, te renovará mediante su amor; él danzará para ti con gritos de alegría, como en los días de fiesta» (Sof 3,17).

Nosotros estamos siempre dispuestos al juicio y a clasificar a los que nos rodean. ¿Quien soy yo, o tu, o quien sea, para hacer un juicio sobre mi vecino? No hemos aprendido algunas palabras fundamentales de la Escritura: «no juzguéis, porque seréis juzgados con la misma medida». O aquella otra palabra de Dios a Samuel: «El hombre ve las apariencias, solo Dios ve el corazón».

Yo creo que Dios nos da este tiempo para prepararnos el traje de fiesta. Y voy configurando este traje de fiesta, cuando me esfuerzo por bajar al corazón, y sacar lo mejor de él, para ofrecerlo en una vida de servicio en el camino a la fiesta de bodas.

Miguel, aprovecha los últimos calores del verano. No te enfríes. Un abrazo,

+ P. Abad

2 de octubre de 2011

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 27º del Tiempo Ordinario

Del libro contra las herejías de san Ireneo de Lyon, obispo (IV 36,2-3)
Dios plantó la viña del género humano al momento de modelar Adán y en la elección de los patriarcas. Una vez plantada, la vid fue confiada a unos viñadores por el don de la ley mosaica. La cercó de una valla, es decir, circunscribió la tierra que debían cultivar los viñadores. Construyó una torre, es decir, escogió Jerusalén. Les envió profetas antes del exilio de Babilonia y envió aún más después del exilio, más que antes, para reclamar los frutos y decirles: «He aquí la palabra del Señor: Enderezad vuestros caminos y vuestra manera de vivir», «juzgad con justicia, practicad la piedad y la misericordia hacia el hermano, no oprimid la viuda y el huérfano, el extranjero y el pobre, y que nadie de vosotros conserve en su corazón el recuerdo de la maldad de su hermano».

Con estas palabras los profetas reclamaban el fruto de la justicia. Pero como los labradores estaban incrédulos, les envió finalmente a su propio Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que los malos viñadores mataron y echaron fuera de la viña. Por eso Dios ha confiado la viña -que ya no se encuentra dentro de la valla, sino que está extendida de un extremo a otro del mundo- a otros viñadores, que le den los frutos a su tiempo. La torre de la elección se levanta llena de esplendor, ya resplandece la Iglesia por todo el mundo.

Ya que los labradores rechazaron el Hijo de Dios y, una vez muerto, lo empujaron fuera de la viña, Dios los ha reprobado y ha confiado la viña, para que la hagan fructificar, a otros viñadores, los paganos que se encontraban fuera de la viña. Esto es lo que dice el profeta Jeremías: «El Señor ha reprobado y rechazado la nación que ha hecho esto: ya que los hijos de Israel han hecho el mal delante de mí, oráculo del Señor».

Es pues, un solo y mismo Dios, el Padre, que ha plantado la viña, que ha sacado el pueblo, que ha enviado a los profetas, que ha enviado a su propio Hijo y que ha confiado la viña a otros viñadores que le den los frutos cuando sea el tiempo. Es por eso que el Señor decía a sus discípulos: «Velad sobre vosotros mismos, velad y orad. Tened el cuerpo ceñido y las luces encendidas, y sed como los que esperan a su amo».

Del comentario de San Juan Crisóstomo, obisbo, a la carta a los Filipenses (4,7)
La paz de Dios, la que hizo con los hombres supera todo entendimiento. ¿Pues quién tuvo esperanza, quién esperó tantos bienes como iban a venir? Exceden todo pensamiento humano, no solo la palabra; no rehusó entregar al Hijo Unigénito por los enemigos, por los que le odiaban, por los que le eran contrarios, de forma que hiciera la paz con nosotros. O también esto significa que era la paz que Cristo anunció: «la paz os dejo, mi paz os doy». Ciertamente la paz supera toda mente humana. Y si te preguntas ¿cómo? Escucha: cuando habla de perdonar a los enemigos, a los que nos injurian, a los que nos hacen la guerra y a los que nos tienen odio, ¿cómo no es algo que supera el razonamiento humano?

¿Qué significa: «cuanto hay de amable»? Lo que hay de amable en los fieles, lo que hay de amable en Dios. «Cuánto hay de verdadero». Es cosa verdadera la virtud; mas el vicio es cosa falsa, y el placer que de él proviene es falso, y la falsa gloria, y todas las cosas del mundo son falsas. «Cuanto hay de puro» se opone a «quienes gustan de las cosas terrenas». «Cuanto hay de santo se opone a “los que hacen de su vientre un dios”».

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa,

Tu estrella de este mes de Octubre que nos disponemos a empezar: «cobijo». Cuando empieza a desvanecerse el fuerte calor del verano, y el clima otoñal pide la presencia de esa estrella llamada «cobijo», que da sobre todo calor, y también luz. Me pregunto si te ha sugerido esta palabra, esta «estrella», el hecho de que te muevas en un mundo, y en una actividad pastoral, con abundancia de inmigrantes. En cualquier caso es una palabra de la que tienen necesidad millones de personas en este mundo. Personas que no tienen patria, que no tiene familia, que no tienen un techo para eso: cobijarse.

Campos de refugiados, refugiados a miles, millones. aparcados en una civilización del bienestar. ¡Dicen! «Los sin techo», innumerables. A la sombra de innumerables «techos» que no cubren a nadie, «cobijando», aromas con olores de putrefacción. hipotecas, desahucios. ¡Huele todo tan mal, despierta tanta tristeza, suena a desesperanza! Todavía más cuando uno lee la Palabra de Dios con estas recomendaciones: «Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta». Y no lo tenemos en cuenta. Por ello «la paz de Dios no custodia nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús», y tampoco tiene necesidad de custodiarlos. Porque en realidad nuestro pensamiento no es el de Cristo Jesús.

Y la tristeza se hace más profunda y angustiosa, cuando uno lee en la prensa que en una ciudad, se ha puesto en la calle a una familia que ocupaba una casa de la diócesis. Un matrimonio y cinco hijos. Por no pagar el alquiler. Es verdad que con frecuencia las notas de prensa dicen verdades a medias, que hay instituciones de la Iglesia que han hecho, hacen y seguirán haciendo una labor social digna de todo elogio. O mejor, simplemente, una labor o un servicio evangélico.

Pero quizás noticias de este tipo nos están recordando que todavía tenemos mucho que aprender del evangelio. Que la sabiduría evangélica no ha penetrado hasta las últimas raíces de nuestra existencia. Que olvidamos palabras sabias del evangelio y necesarias hoy más que nunca: «La esplendidez da el valor a la persona» (Lc 11,33). «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 15,8). «A todo el que te pide dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás, como queréis que ellos os traten» (Lc 6,29).

En otras páginas evangélicas el mismo Jesús nos dice: «ganaos amigos con las riquezas injustas», pero quizás nuestra sabiduría no llega sino a ganarnos enemigos con lo que tenemos.

Esta estrella tuya, Mª Luisa, no la podemos hoy olvidar. «Cobijo». Si la guardamos en el diccionario crecerán nuestras tinieblas, nuestra tristeza. Porque Dios hizo esta bella casa de la creación para el hombre, y para Él mismo que ha querido compartir su proyecto de amor con la criatura humana. Y por esto Él se hizo hombre, humano, muy humano, con un nombre humano: Jesucristo. Para venir a su viña al atardecer. Pero lo echaron fuera de su viña. Sin cobijo.

Pero Dios permanece fiel. Sigue viniendo a su viña: «Tuve hambre y me distéis de comer, me recogisteis». ¡No lo arrojemos fuera de la viña!

Gracias Mª Luisa por esta estrella tan luminosa. Llega el otoño. Hay que cobijar, cobijando. Un abrazo,

+ P. Abad