26 de marzo de 2012

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

SOLEMNIDAD TRASLADADA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 7,10-14; Sal 39,7-11; Hebr 10,4-10; Lc 1,26-38.

En una homilía con motivo de esta solemnidad decía Benedicto XVI: «En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda página en la que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 39 precisamente a la luz de la encarnación de Cristo: "Cuando Cristo entró en el mundo dijo: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad'" (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos "Aquí estoy", el "Aquí estoy" del Hijo y el "Aquí estoy" de la Madre, que se reflejan uno en el otro y forman un único Amén a la voluntad de amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud, adoramos. ¡Cuánta luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de ministros de la Iglesia!»

Necesitamos esta luz, ya que nuestra preocupación primera debe ser que también nuestro Amen coincida con el Amen de Cristo y su Madre María. Que nuestra voluntad sea un amen permanente a la voluntad de Dios. La importancia queda muy clara en la Regla, que repite con frecuencia lo de poner de acuerdo nuestra voluntad con la de Dios:

Renunciando a tus deseos
Aburrir la propia voluntad
Abandonando sus cosas y renunciando a la propia voluntad, dejando lo que tienen entre manos….
El segundo grado de la humildad cuando uno no se complace en satisfacer sus deseos, no estimando su propia voluntad
En concreto en el Prólogo, y en los capítulos 1, 3, 4, 5, 7, 33, 49.

Para que nuestro Amen coincida con el de Cristo necesitamos conectarnos con el Manantial divino que fluye por un canal privilegiado: la Virgen María. San Bernardo nos habla de este acueducto: «La vida eterna es la fuente inagotable que riega toda la superficie del paraíso. Más aún, la fuente embriagadora, la fuente del jardín, el manantial inagotable que fluye impetuoso, el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios. ¿Y quién es esta fuente de vida sino Cristo el Señor. Las aguas de esta fuente han sido canalizadas hasta nosotros, a través de Santa María, la llena de gracia» (cf. Sermón sobre la Natividad de la Bienaventurada Virgen María).

El Amén de María provoca inmediatamente todo un movimiento de servicio a los demás, como un instrumento de la voluntad divina, que se anonada a si misma para transmitirnos toda una fuerza de vida. Benedicto XVI, comenta a este respecto: «Lo primero que hizo María después de acoger el mensaje del ángel fue ir "con prontitud" a casa de su prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciativa de la Virgen brotó de una caridad auténtica, humilde y valiente, movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interior del Espíritu Santo. Quien ama se olvida de sí mismo y se pone al servicio del prójimo».

25 de marzo de 2012

LA CARTA DEL ABAD

Querida María Luisa:

«¿Se puede explicar el silencio del otoño? El cambio de color de las hojas… Aquí los árboles que veo son siempre verdes, pero recuerdo el otoño de Alcañiz. ¡Qué maravilla! Los colores nacen del silencio; no gritan, no alborotan cuando poco a poco van muriendo. Aprender a morir cada día en silencio, cambiar el color del pelo, llenarte de arrugas… en silencio, sin apenas darte cuenta. Este silencio te lo envío a ti, monje contemplativo».

Muchas gracias Mª Luisa, por este texto tan precioso. Yo creo que no se puede explicar el silencio del otoño. Yo creo que no se puede explicar el silencio, ningún silencio. El silencio se vive. Vivir la experiencia del silencio no es tarea fácil. Ni siquiera en la vida monástica. Sin embargo es una experiencia necesaria en la vida. Vivir las sucesivas estaciones de la vida, con el cambio que van provocando en nuestro espacio interior. Vivir con paz el cambio de color del corazón, cada estación, cada mes, incluso cada día. Color interior que nace del silencio, sin gritar, ni alborotar como dices, y que muere dejando espacio a otros colores, y una huella nueva en nuestro lienzo.

Necesitamos más sabiduría para morir en silencio, cambiar las frondas de nuestra vida, pero conscientes de este cambio, vivido de manera positiva, enriquecedora. Nuestra vida va cambiando en medio de multitud de experiencias de todo tipo, pero vividas como una experiencia viva de la conciencia pueden ser fuente que sacie nuestra sed, y dé sabor a nuestra vida.

Nosotros, tú y yo y cada persona humana, somos una semilla que guarda dentro la fuerza de una vida nueva, sorprendente, distinta, y necesitamos el silencio del otoño para arrojarla en surco abierto. Necesitamos lanzar el grano a la tierra abierta del otoño, perdernos en esta tierra madre, con un gesto generoso, como la matriz de la madre, tierra sagrada, donde la mujer trabaja en silencio colaborando con la fuente de la vida divina. Solamente una siembra generosa hará posible el color verde de la primavera, y el dorado del verano, la promesa del fruto abundante. Si el grano de trigo no cae a tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto.

En cualquier caso siempre será preciso caer en el surco y dejar que nos envuelva el silencio y la quietud del invierno. «Este silencio te lo envío a ti, monje contemplativo». Gracias, por dedicarme este silencio.

Evidentemente, se necesita una actitud contemplativa para vivir este silencio. Pero este silencio, he de decirte que no es patrimonio exclusivo de los monjes. Ese mismo párrafo que me mandas es una experiencia contemplativa hermosa. ¿No es contemplativa esa mujer que está viviendo la experiencia del nacimiento de una nueva vida en su seno? ¿No es contemplativo el labrador sencillo que ora se dobla sobre la tierra para abrir el surco, ora se levanta con esperanza viva de la lluvia del cielo? ¿No es, acaso, experiencia contemplativa la entereza con que una persona sencilla vive un golpe fuerte en su vida, (familiar, económica, social…) la experiencia de un morir agudo, pero esperando que amanezca?

Mª Luisa, yo creo que todas las circunstancias de nuestra vida, son materia para una experiencia contemplativa si acertamos a vivirlas con un ritmo de paz, un talante silencioso, y esperando un fruto nuevo, el dibujo de un nuevo color en el corazón. Un abrazo,

+ P. Abad

21 de marzo de 2012

EL TRANSITO DE NUESTRO PADRE SAN BENITO, ABAD

Homilia predicada pel P. Josep Alegre, abat de Poblet
Gen 12, 1-4; Sal 15, 1-2.5.7-8.11; Jn 17, 20-26

La Liturgia eucarística en los textos de la Palabra de Dios proclamada, nos ofrece unos puntos fundamentales para vivir la espiritualidad de san Benito, y que en definitiva recoge la sabiduría de la Regla que orienta nuestra vida monástica:

1. Jesús pide al Padre que seamos UNO como son ellos. Es decir la unidad de Dios, del Misterio trinitario como punto de referencia principal para nuestra vida individual y comunitaria.

2. Que ellos estén con nosotros, para que el mundo crea. Es decir que el testimonio de nuestra vida, depende de la unidad de mi persona y de la cohesión de nuestra vida comunitaria.

3. Que sus discípulos han reconocido a Cristo como enviado del Padre. Nosotros también debemos interrogarnos si verdaderamente en nuestra vida reconocemos a Cristo.

Esta es una Palabra que se cumple en san Benito. Pero, ¿Cómo se cumple? Pues no fue para él un camino fácil. Se cumple en él también el relato de Abraham. Sale de su tierra pero sin llegar a ver cumplida la Promesa. Su vida es una búsqueda permanente de Dios, y en este camino debió tener la impresión permanente de ir de fracaso en fracaso.

— No terminó sus estudios en Roma
— En la gruta de Subiaco lleva una vida de eremita, que deja para ir al monasterio de Vicovaro, cerca de allí, llamado por un grupo de monjes que le piden sea su abad. Fue un fracaso que a poco acaba con su vida, envenenado por los monjes.
— Vuelve a Subiaco, y tendrá que marchar debido a las aventuras de un sacerdote celoso de Benito, que le obliga a abandonar su retiro.
— Funda Montecasino. Que tampoco compensará sus fracasos anteriores. San Gregorio, muestra a Benito con el corazón destrozado y llorando amargamente. «Teoprobo, su confidente, le pregunta la causa de su tristeza y el hombre de Dios le respondió: "Todo este monasterio que he construido y todas estas cosas que he preparado para los monjes por disposición del Dios todopoderoso, serán entregadas a los bárbaros. Sólo a duras penas he podido alcanzar que se me concediera la vida de los monjes"» (Diálogos II,17)

¡San Benito, el patrón del fracaso! ¡Cuántas vidas a lo largo de la historia que no tienen éxito, fracasadas! Los que están satisfechos con ellos mismos no son personas realizadas, pues si uno está satisfecho consigo mismo quiere decir que se contenta con poco.

El monje debe buscar a Dios. Buscarlo quiere decir tener una confianza plena en Él, y por supuesto como prueba de esta confianza dejar que Él tenga la última palabra.
Es el testimonio de Cristo en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Para añadir una última y definitiva palabra: «Padre, en tus manos dejo mi espíritu». Y ya nada más, sino un silencio que espera la respuesta definitiva.

Este es el camino del monje. Quien busca otros senderos está por completo equivocado, y hace de su vida un sendero inútil. 21 de Marzo de 2012… ¡Tomemos nota!

19 de marzo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 5º de Cuaresma (Año B)

Sermón 205,1 de Cuaresma, de san Agustín, obispo
Estamos viviendo el tiempo cuaresmal: que la palabra de Dios, nutra el corazón de quienes ayunan en el cuerpo, así el hombre interior, reconfortado con un alimento adecuado, podrá sostener la penitencia del hombre exterior con más firmeza. Porque conviene mucho a nuestra devoción que los que nos disponemos a celebrar la pasión del Señor crucificado, ya cercana, nos hacemos nosotros mismos la cruz con la represión de los placeres carnales, como dice el Apóstol: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne junto con sus pasiones y sus deseos».

El cristiano debe estar colgado de esa cruz toda la vida, que discurre en medio de tentaciones. No es este el tiempo de arrancar los clavos, mientras en el salmo se dice: «Traspasad con vuestro temor mi carne; yo temo vuestros juicios». La carne son las concupiscencias carnales; los clavos, los preceptos de la justicia: con esos clavos se traspasa el temor de Dios, ya que nos crucifica como víctima que le es aceptable. Por eso el Apóstol dice, de nuevo: «os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos como una víctima viviente, santa, agradable a Dios».

18 de marzo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO DE CUARESMA
Domingo 4º de Cuaresma (Año B)

Del comentarios de San Agustín al salmo 140
«Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde». Cualquier cristiano sabe que esto puede referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de Él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios con Él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, «nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él», exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, «nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado».

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ramón:

La gente mayor, a medida que van sumando años, se convierten en verdaderos y grandes almacenes de recuerdos de todo tipo, que al narrarlos giran sobre sí mismos, como en una enorme circunferencia. Tú, Ramón, rompes el círculo y das la impresión de apostar por un espiral que quiere perderse siempre en el futuro. Te contemplo como un hombre libre y apasionado por la luz, la libertad. Estos sentimientos me nacen cuando releo en tu carta este interesante párrafo: «Tenían miedo de perder el “atar”, y ahora se encuentran con un “nudo” fenomenal, que impide a la gente joven ver a Jesucristo, comprensivo con todos nuestros sentimientos, porque se hizo hombre. ¡Demos vueltas al corazón! Todas las Ciencias, a medida que las vamos conociendo son también una “Revelación” de su supremo poder y energía, y su amor hacia nosotros. ¡Demos vueltas al amor!»

«Tenían miedo». ¿Acaso puede tener miedo un cristiano, cuando sabe que Dios «ha amado tanto al mundo que le ha dado a su propio Hijo, para que tenga vida eterna»? Pues parece que en ocasiones, tenemos miedo. Y «quien tiene miedo no está realizado en el amor» (1Jn 4,18).

¡Perder el «atar»! No tenemos que atar a nadie sino ser impulsores de libertad, deshacer «nudos». Pero esto exige una preparación. Una preparación que nos la proporciona el amor. El amor, que nos hace experimentar la sensibilidad de Dios, conmigo y con todo lo humano, la sensibilidad de un Dios que no manda a su Hijo a condenar, sino a salvar, un Dios que manda a su Hijo con un mensaje de amor y de reconciliación.

Quizás no hemos llegado todavía a penetrar en el corazón de Dios. Habrá que dar la vuelta al corazón. Girar el corazón. Verdaderamente, tenemos necesidad de conversión, una conversión que no es fruto de unos propósitos, sino de buscar un encuentro con Dios. Si realmente busco ese encuentro con Él, mi corazón va cambiando y viviendo la vida, en todas sus circunstancias, con seguridad. Una seguridad interior. Dios está siempre atento a colaborar con su luz, una luz que me envía Dios a través de su Hijo. Necesito abrir cada día el evangelio y contemplar como ilumina la Luz, como derrama permanentemente luz sobre las tinieblas.

Quizás no llegamos a comprender el amor. Damos la impresión de que el amor es tener al otro sometido a nuestro deseo, tenerlo pendiente de mi. Llegar al corazón del otro para «tomar posesión de él», quizás no hemos llegado a descubrir que el camino de Dios tiene algún matiz diferente: Dios nos quiere pendientes de Él, Dios nos quiere sometidos a Él. Por esto Dios se reviste de nuestra naturaleza para con nuestra misma carne y sangre, con nuestra voz humana, con una sensibilidad finísima, introducirse en nuestro corazón y potenciar desde allí toda una inmensa capacidad de amor, que será una respuesta al Dios amor, pero pasando con profunda alegría y plena libertad por la vida de las cosas y de las personas, como un canto vibrante de primavera.

Tenemos que dar vuelta al corazón; solo así daremos vueltas al amor. Un abrazo,

+ P. Abad

11 de marzo de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 3º de Cuaresma (Año B)

Sermón 6 sobre la Cuaresma, de san León Magno, papa
En todo tiempo, queridos hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra, y todo fiel encuentra en la misma naturaleza motivo de adoración a Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y todo el que hay en ellos hablan de la bondad y de la omnipotencia de quien les ha creados, y la admirable belleza de los elementos puestos a nuestro servicio exige de la criatura racional el justo tributo de la acción de gracias.

Pero al volver de nuevo estos días, marcados de una manera especial por los misterios de nuestra redención, y que preceden inmediatamente a la celebración de la Pascua, se nos pide una mayor diligencia a prepararnos con la purificación nuestro espíritu .

Es propio de la fiesta de Pascua que toda la Iglesia se alegre del perdón al obtener el perdón de sus pecados, y esto no solamente en el que renacerán por el sagrado bautismo, sino también en quienes han sido ya anteriormente agregados a la porción de los hijos adoptivos.

Por tanto, hermanos, lo que cada cristiano debe hacer en todo tiempo, es necesario que ahora lo hagamos con más solicitud y devoción, para que, así, la institución apostólica de esta cuarentena de días logre su objetivo mediante nuestro ayuno, el que debe consistir más en la privación de nuestros vicios que en la de los alimentos.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Ignacio:

Gracias por tus letras, en las que me anuncias que vas a venir a pasar un día por Poblet. Esto es para mí un motivo de alegría, compartir durante unas horas una mutua experiencia espiritual. De hecho, lo has comenzado a hacer cuando escribes en la despedida de tu carta: «Un abrazo, y no dejes de rezar por mí, para que sea lo que Dios quiere que sea (buen hijo suyo)».

Estas palabras me han venido a recordar un texto muy significativo para mí, en relación a la vida de oración: «Si alguna vez en nuestra oración tenemos los pies de Jesús (Mt 28,9), y nos adherimos a su humanidad y dejamos que nos domine un afecto meramente corporal, nosotros no nos equivocamos, pero retardamos la oración espiritual; pues Él mismo nos dice: “Os conviene que yo me vaya; pues si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros” (Jn 16,7). Pero si cedemos a la indolencia y a la inercia, y clamamos a Dios desde lo profundo de la ignorancia, como encerrados en una cárcel; y si queremos ser escuchados, mientras no buscamos con avidez, con deseo, el rostro de Aquel a quien clamamos; y si no damos importancia a que esté irritado o apaciguado, cuando nos da lo que le pedimos, con tal que recibamos, pues se contenta quien obra así con lo que recibe de Dios… Tenga en cuenta que no sabe pedir gran cosa de Dios, y que no será gran cosa lo que recibirá… A Dios debemos pedir lo máximo: Él mismo. Llegar a ser por gracia, lo que Dios es por naturaleza». (Guillermo de Saint Thierry, Sobre la contemplación de Dios)

Esto nos debe llevar a orar en «espíritu y en verdad», como enseña Jesús a la Samaritana. Y quizás nosotros todavía estamos excesivamente apegados a una oración de petición de cosas, y en ocasiones en la línea de una «oración comercial»: si Tú me concedes esto, yo te daré…

Debemos hacer de su casa, «casa de oración», y la principal casa de Dios en este mundo es el corazón del hombre: «entra en tu casa, cierra la puerta y ruega al Padre». Dios ya nos lo ha dado todo en su Hijo. La sabiduría que debe dirigir nuestra vida, y, por tanto, también iluminar nuestra plegaria a Dios, es la de Cristo crucificado. Pero quizás no estemos del todo convencidos de que «lo débil de Dios es más fuerte que los hombres». Y que debemos vaciar nuestro corazón de muchas cosas inútiles para que arraigue con fuerza esa «sabiduría de la debilidad», esa «sabiduría del Crucificado». Toda nuestra persona, toda nuestra vida, debe ser crecientemente agarrada por el amor de Dios, hasta sentirse centrada en Él, y que lleguemos «a no poder hacer otra cosa sino querer lo que Dios quiere». Pero supone contemplar mucho y bien, con un corazón abierto, la estampa del Crucificado.

Buscar a Dios, buscar contemplar sus huellas en la belleza de la creación, de manera que el primer movimiento de nuestra oración sea siempre un sentimiento de alabanza y de gratitud por todo lo que nos viene de Él.

Que el Señor te bendiga en tu nuevo destino, y des mucha gloria a Dios. Un abrazo,

+ P. Abad

4 de marzo de 2012

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo 2º de Cuaresma (Año B)

Una reflexión de Odo Casel
Es el «sacratissimum ieiunium». Las santas semanas de ayuno. Un tiempo sagrado, santificado por los Misterios de Cristo. La preparación para el supremo Misterio de nuestra santificación: la PASQUA.

El Adviento es también un tiempo sagrado, ya que en él celebramos la venida santificadora del Dios Santo. Pero el que vino a llenar el mundo con el aroma de su santidad no lo encontró lleno de expectación y devoción. Tenía más bien sentimientos hostiles a la santidad: «Vinó a su casa y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Prefirieron las tinieblas a la luz. La humanidad no estaba como una esposa que ansía la llegada de Amado y sale a su encuentro con la luz encendida, deseosa de su luz. No, cerró las puertas a su luz. Se había hecho esclava de los señores extranjeros, prostituta (cf. Ez 16). Y pasó el Señor. La mirada de su amor se puso sobre aquel desecho. Combatió por ella, derramó su propia sangre y murió por ella. Resucitó después glorioso y tomó por esposa a la que había ya quedado definitivamente liberada y purificada. «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el baño del agua y la palabra, a fin de presentarla gloriosa, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada» (cf. Ef 5,25-27).

De mendigo que era pasó a ser Esposa del Rey, y ahora anda vestida de santidad. «Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, el rey está prendado de tu belleza» (Sl 44). Es fácil olvidar la miseria de Babilonia estando rodeada del amor del Esposo. Sería una ofensa contra el Salvador y Redentor añorar aún las miserias del exilio, participando de la vida eterna. De los labios de la bienaventurada brota una gratitud eterna, porque el Señor la liberó del barro y del polvo y la asoció a los Príncipes de su pueblo. «Mi espíritu exulta en Dios, mi salvador» (Lc 1,47s). Así canta en el cielo la Iglesia liberada para siempre.

En cambio, mientras la Iglesia peregrina todavía en la tierra, la situación es distinta. También nosotros hemos sido redimidos, salvados. Sería ingrato no pensar más que en el pecado y en el juicio. Tenemos un Salvador y en él hemos encontrado la salvación; hemos sido purificados y santificados en la sangre del Cordero. Pero mientras seguimos en la tierra, nuestra salvación no está asegurada. Es un tiempo, éste, de lucha, de combate, sólo al final podremos disfrutar de la perfecta alegría. El mismo san Pablo nos dice: «Ciertamente, mi conciencia no me acusa de nada, pero eso no quiere decir que yo sea irreprensible. El que me ha de juzgar es el Señor» (1Co 4,4). En cualquier momento podemos hundirnos en la servidumbre del Maligno. Y ningún tirano es más malvado que el diablo y nuestro “yo” egoísta. Por eso la solución está en huir. Salvarse! Seguir detrás de nuestro Salvador, que nos ha precedido con la Cruz, símbolo de libertad y de victoria. Por ello, la Iglesia, en Cuaresma, va detrás la Cruz del Señor, columna de fuego; vuelve su mirada y contempla llena de espanto, el mar de donde ha escapado. Pero sus ojos miran, todavía más, hacia adelante, hacia la meta, hacia la Tierra de Promisión, tierra de libertad. Camina hacia la Pascua, hacia los Misterios pasquales, que en la liturgia antigua reciben el nombre de «mysteria Nostrae libertatis te vitae» —los Misterios de nuestra libertad y de nuestra vida. Tal es la actitud de la Iglesia en su peregrinación por el desierto: temor y preocupación, pero también esperanza santa y anhelo gozoso.

«Servir al Señor con temor» (Sl 2), canta la liturgia en Cuaresma (communio del viernes de ceniza), pero junto a estas palabras están estas otras: «Servid al Señor con alegría»! (Sal 2). «Laetare Ierusalem!» (introito domingo 4 º) resuena en medio de los austeros cantos cuaresmales: Alégrate en la esperanza de una alegría aún más grande!

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Agradezco tu breve comentario sobre el Quijote, que te ha servido, me dices, «como motivación para colaborar en la transmisión de la fe, que ves hoy, como una necesidad imperiosa, ocuparse de llevar a las gentes a Jesucristo y, obviamente, intentar vivir la fe con la mayor intensidad y coherencia posibles».

Es evidente, Miguel, que hoy en una sociedad que está perdiendo sus valores más preciosos y vitales, lo que lleva no solo a alejarse de la fe, sino también a unas repercusiones sociales y económicas graves, es evidente, digo, la necesidad de una presencia de laicos que vivan con fidelidad su fe, y la hagan presente en el medio ambiente social en donde se desarrolla su existencia.

La fe es un acto sencillamente complejo. Tan complejo como el hombre, o como la vida misma. Por eso nos podemos encontrar con un horizonte inmenso de definiciones. Pero yo te diría que la podemos hacer un acto sencillo. Como la vida. En la vida hay personas que se la complican innecesariamente. Y otras personas que, teniéndola complicada, saben encontrar una resolución sencilla.

Creo que el camino es que la persona se sienta «agarrada» por una pasión, y vuelque toda su vida en esa dirección. Pero «agarrada» por una pasión que encauza toda la existencia en potenciar todo un caudal de capacidades, de dones… de los cuales está dotada toda persona.

Simone Weil decía que «la fe es la sumisión de las partes que no tienen contacto con Dios a la que tiene contacto». Esas capacidades ocultas de la persona, su abertura, por naturaleza, a la vida, y a la vida más profunda, su dimensión creativa… para mí son indicios de que toda persona tiene un contacto con su Creador. Se trata de despertar ese «contacto interior» y que se extienda como luz a toda la persona. Por diferentes motivos, no todos aciertan en este camino. Una de las dificultades serias, hoy día, es la excesiva extroversión humana, lo mucho que recortamos la profundización interior. Un ritmo de vida que yo creo golpea fuertemente la psicología humana, y la neutraliza en alguno o algunos de sus sentimientos más profundos.

Esto viene a poner de relieve la importancia y la necesidad del testimonio de las personas creyentes como tú, que tienen una experiencia más profunda de la trascendencia, y que llegan a vivir su fe con una plena confianza de Dios, que viven sintiéndose «agarrados» por la persona de Jesucristo, que nos manifiesta la luz resplendente de la divinidad; y no pueden hacer otra cosa sino vivir ese fe en todo espacio y todo tiempo. «Con intensidad y con coherencia», como escribes en tu carta.

Miguel, no te importe si encuentras poco eco en tu testimonio. No busques el fruto. Busca la fidelidad. Nosotros somos pobres sirvientes, que hacemos lo que tenemos que hacer. Para ti, para mí, para todo creyente, el fruto es mantener la intensidad y la coherencia de la fe. Somos instrumentos del amor. Del Amor divino. Y sabemos, con certeza que el Amor divino ya ha producido su fruto: nos da la certeza el mensaje de la cruz. De esta cruz recibimos el Espíritu de Jesús. Y por esto mismo nuestra esperanza no puede ser defraudada.

Muchas gracias por tu larga carta y hablarme de tu entusiasmo por vivir la fe, y empeñarte en un continuo testimonio de la misma. Un abrazo

+ P. Abad