8 de diciembre de 2008

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA, VIRGEN

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15. 20; Sal 97, 1-4; Ef 1, 3-6. 11-12; Lc 1, 26-38

María es una carta escrita por Dios. San Pablo dice a la comunidad de Corinto: Vosotros sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra sino en los corazones (2Cor 3,3) Y afirmará Pablo que esta carta es conocida y leída por todos los que pertenecen a la Iglesia.

De nadie mejor que de María puede decirse esta enseñanza de Pablo. María no es un miembro de la Iglesia como los demás, sino que es la figura y tipo de la Iglesia.

La tradición ha hablado de la Virgen como de una tabla de cera sobre la cual Dios ha podido escribir todo lo que ha querido. Orígenes enseña que en su respuesta al ángel dice a Dios: Aquí estoy, soy una tablilla encerada; escriba el Escritor lo que quiera, haga de mí aquello que Él quiera. Para san Epifanio se trata de un libro grande y nuevo, donde solo el Espíritu ha sido el escritor. La liturgia bizantina dice que María es el volumen en donde el Padre ha escrito su Verbo, su Palabra.

Todo esto ya nos sugiere lo que afirmará el Concilio Vaticano II: María fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente ejemplar (LG 43). La definición del dogma por Pío XII lo dirá de modo más manifiesto: la Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano.

Pero a la vez fue creciendo gradualmente en ese hágase actualizado por su fidelidad, para hacer siempre la voluntad de Dios, alimentada en la escucha y el estudio de la Palabra del Señor.
La lectura de Efesios de Pablo viene a poner de relieve el misterio divino. Nos enseña que es un proyecto cuidadosamente preparado por Dios y dado a conocer ahora en la plenitud de los tiempos: revelándonos su designio secreto, conforme al querer y al proyecto que Él tenía de llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo por medio del Mesías.

Así que tenemos aquí, en este himno de Efesios el pórtico de todo discurso cristiano: en Cristo, quiere generalizar la santidad. Debía ser plenamente santa la que iba a revestirle de nuestra naturaleza. Es pura lógica. Todo gira en torno a Cristo. En Él nos bendice con toda clase de bienes. Nos elige para ser santos, para vivir el amor. Nos destina a ser hijos suyos. Y finalmente a recibir la herencia. Y ser alabanza de su gloria. Cristo es el Camino para hacer este camino hacia lo profundo del misterio divino. Cristo es la puerta para penetrar en él.

Pero previamente a mostrarnos este Camino, a abrirnos la Puerta, ha elegido ya desde antes de la creación del mundo a una criatura como Vaso espiritual por excelencia, a María. La ha destinado a ser Puerta del cielo, porque Ella ha acogido al Señor de este cielo, y ha aceptado ser la puerta por donde entrará en nuestro mundo, a hablarnos en nuestro lenguaje humano, Aquel que nos llama a ser amigos e hijos de Dios.

Este himno de Efesios que con tanta frecuencia cantamos en el Oficio coral es muy apropiado para meditarlo personalmente en clave del Mesías y a la vez en clave de Santa María.

Pero por otro lado la liturgia de hoy nos ofrece dos interesantes escenas, paralelas y contrapuestas. La escena de Eva en el Paraíso, en un diálogo muy vivo con Dios. Eva busca eludir la responsabilidad personal ante la exigencia del mandato puesto por el Creador. En la otra escena también muy viva, María se centra en el diálogo con el enviado de Dios, y con una fuerte proyección hacia la intimidad del corazón.

Adán y Eva rechazan a Dios, son expulsados, ven por primera vez ponerse el sol. Se eclipsa Dios en la vida de la humanidad. Eva siente el desajuste entre su verdad y su imagen; trata de esconderse hecho jirones el vestido de belleza que el Creador me tejió (Andrés de Creta, Gran Canón penitencial, Oda 2, 7). Comienza a falsear las palabras y usarlas no como ecos del Verbo; todo queda enrarecido.

Es expresivo el reportaje que el Eclesiástico (c. 40) hace esta escena: Miseria de la vida humana: un pesado yugo oprime a los hijos de Adán desde el día que salen del seno de su madre, hasta el día en que vuelven a la tierra, madre de todos…, desde el que lleva púrpura y corona hasta el que viste de groseras pieles, están sujetos a la cólera, la envidia, la turbación, el temor, la ansiedad de la muerte y las rivalidades y querellas… Eva es nuestra parte natural y enferma.

La escena de María es anunció de nuestra salvación. De Jesús, que nos salva. La escena de María es un cuadro vivo de belleza. Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo. Nos muestra que la belleza y el hombre se pertenecen esencialmente. María es bella por dentro y por fuera.

La llave de todo es la Inmaculada Concepción…un lugar del mundo que escape al desastre del pecado original y de donde la pureza pueda comunicarse al mundo y hacer florecer el nuevo paraíso perdido. La Virgen es esto… (C. Delmas, Sobre Peguy).

María es la nueva Eva, que nos muestra los rasgos valiosos del cuadro humano, las posibilidades de salud y creatividad. Es la representación de lo normal.

María vive un diálogo vivo, sencillo con Dios. Vive escuchando y acogiendo la Palabra y dejando hacer a esta Palabra en su vida: Hágase en mí según tu palabra…

Kirkeegard escribió: Todavía no he encontrado el hombre que tenga el coraje y la sinceridad de permanecer solo ante la Palabra. ¡En soledad con la Palabra! Después de abrir el libro, el primer pasaje que cae bajo mis ojos se apodera de mi y me acosa; es como si el mismo Dios me preguntara: ¿has puesto en pràctica esto? Y yo tengo miedo y evito su pregunta, continuando rápido mi lectura y pasando a otro asunto…

Nosotros conocemos ya una criatura que ha sido capaz de permanecer con la Palabra y de decirle: Hágase. Es Santa María, la nueva Eva. La verdadera devoción a ella nos lleva también a decir: Hágase.