19 de mayo de 2019

DOMINGO V DEL TIEMPO PASCUAL (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Hech 14,21-27; Salmo 144; Ap 21,1-5; Jn 13,35

Hace unas semanas conversando con una persona salió el tema del “amor”. Y apenas empezando preguntó: ¿y qué es el amor? Yo, iba a contestar, pero me quedé callado, y ambos quedamos en un breve silencio, para pasar a hablar de otros temas. Y me quedé callado, porque intuí el peligro de caer yo o él, o ambos, en las palabras rutinarias de siempre. Sucede que es peligroso hablar del amor, o arriesgado, porque todos somos conscientes de lo adulterada que está dicha palabra, y la infinidad de versiones que se viven del amor. Y hoy, más que nunca, es muy urgente que demos a las palabras el valor que tienen, y que las vivamos en lo que merecen de vivirse.

Hoy, en este domingo V de Pascua el evangelio nos sitúa en la Última Cena, es decir en el dintel de la Cruz, que es el momento de la verdadera expresión del amor. El amor hasta el extremo. El amor que vence a la muerte.

Nos irá bien recordar unas luminosas palabras del Papa Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”: «Dios es amor; el que está en el amor está en Dios y Dios está en él. Estas palabras expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana. “Hemos creído en el amor de Dios”, así expresa su vida cristiana, su fe, un cristiano. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida».

¿Hay este nuevo horizonte en nuestra vida? ¿Existe esta novedad profunda de vida que da esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva? Pues esto es lo que sugiere la segunda lectura cuando anuncia un bajar del cielo la ciudad santa, el cielo nuevo y la tierra nueva, el templo donde Dios se va encontrar con los hombres y que dará lugar vivamos conscientes de que Dios es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo. Pero esto puede quedar en unas ideas que pudimos aprender en el catecismo, o en un estudio de teología. No podemos caer en esta ingenuidad. Así que volvamos a las palabras de Benet XVI: «La vida cristiana, de la fe de un cristiano se muestra en que ha creído en el amor.

»Pero el amor para un cristiano no puede ser una abstracción; el amor para un cristiano no puede diluirse en la multitud de amores que profesa o manifiesta nuestra sociedad. El amor para un cristiano tiene un rostro, es una persona muy concreta: Jesucristo. Solamente en Jesucristo podemos contemplar el verdadero amor, el amor de Dios». Y, ¿cuáles son las palabras de Jesucristo?

«Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado». Y lo repite: «Tal como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a os otros».

Este es el TESTAMENTO DE JESÚS.

Así lo comprendieron y lo vivieron sus primeros discípulos, y así nos lo muestra el libro de los Hechos del que está tomada la primera lectura: sus discípulos se lanzan a abrir caminos nuevos, más humanos, más justos, más fraternos, animando a vivir esto en comunidades donde se subraye verdaderamente la igualdad y el apoyo mutuo.

Porque así los había amado Jesús: como AMIGOS. Y esto se lo recuerda en esta misma Ultima Cena. ¿Y qué hizo, o como vivió su amistad Jesús? No poniéndose por encima sino como hace un amigo con otro amigo: una relación de servicio y de colaboración. Así pasó Jesús entre nosotros, y sus discípulos llegan a descubrir esta verdadera amistad de Jesús, o este amor de Dios.

Seguramente me diréis que no es fácil vivir esta amistad. Y estoy de acuerdo. Pero Jesús no se quedó en las palabras, sino que es consecuente y da su vida. Una vida entregada por amor. Pero una vida entregada por amor vence a la muerte.

Pero tenemos otro punto importante en el gesto de amor de Jesús: que entrega su Espíritu, lo devuelve al Padre para que éste lo derrame en el corazón de todos nosotros, para que podamos vivir esta misma capacidad de amistad, en el servicio y en la colaboración con quienes convivimos.

Y solamente cuando nos situamos en ese sendero del servicio y la colaboración, de pasar haciendo el bien, es cuando damos lugar a que se despierte en nosotros la fuerza del Espíritu de Jesús. Y es cuando vivimos su mandamiento de amarnos mutuamente. Y hacemos posible que nos reconozcan como discípulos suyos.