1 de octubre de 2017

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre

Ez 18,25-28; Sal 24; Filp 2,1-11; Mt 21,28-32

Hay algo en el corazón del hombre que está en sintonía con la palabra Dios.

La búsqueda de Dios es una constante en la historia de la humanidad, hasta el punto de considerar que la dimensión religiosa forma parte de la esencia de la vida, de ser una estructura de la humanidad, o como, afirma el filósofo Zubiri: el hombre está religado, atado a un ser superior de quien depende. Lo acepte o no, por lo cual viene a decir que no existen ateos.

No es extraño que, cuando los apóstoles le piden a Jesús que les enseñe a orar, éste les responda con la enseñanza del Padrenuestro. Jesús nos orienta a mirar y dirigirnos a Dios como a un Padre. Y en esta oración entre otras cosas le pedimos que «se haga su voluntad en la tierra como en el cielo».

Más tarde en el monte Tabor, el de la Transfiguración, se escucha la voz del Padre: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Y ¿qué nos dice el Hijo, Jesucristo?: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo; yo juzgo como me dice el Padre… El Padre dispone de la vida, y ha concedido al Hijo disponer también de la vida… No he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió…» (Jn 5,19s). «Quien me ve a mí ve también al Padre» (Jn 14,9).

Este tema de cumplir la voluntad de Dios nos propone el Evangelio. De los dos hijos ¿Quién cumple lo que quería el padre?: el que cumple su voluntad, que era ir a trabajar a su viña.

Ya lo habéis oído: un hijo es que sí, y luego resulta que no; otro es que no, y luego resulta que sí. Éste cumple la voluntad del Padre.

Aquí tenemos una invitación clara a ser conscientes de cómo rezamos y cómo vivimos el Padrenuestro, donde afirmamos «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Pero, ¿es así?, ¿es así en nuestra vida como monjes y como cristianos?

Acaso no nos movemos con mucha frecuencia en aquella contradicción de la que habla san Pablo: «Pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto, y, en cambio lo que detesto, eso lo hago. Ahora. Si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la Ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí» (Rom 7,15s). Y ante esta contradicción en su persona, en su vida, san Pablo exclama: «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero doy gracias a Dios por Jesús el Mesías, Señor nuestro» (Rom 7,24).

Pablo desata pues la contradicción en su vida y encuentra al camino para cumplir la voluntad de Dios en Jesucristo.

Por esto en la lectura a los Filipenses Pablo nos ha dicho: «Todo lo que encontréis en Cristo de fortaleza de espíritu, de amor que consuela, de dones del Espíritu, de afecto entrañable, de compasión, ponerlo por obra».

Pero al hacer esta invitación no olvida que esto no lo vivimos en solitario sino en la convivencia con nuestros hermanos. Y así continúa poniendo de relieve la persona de Jesucristo como referencia: nos exhorta «a la unidad, a tener idénticos sentimientos, a no hacer nada por rivalidad ni por vanagloria, a mirar a los otros con humildad, considerándolos superiores, que siempre podemos aprender de ellos». Pero esto también es lo que hace Dios: Toma la condición humana, haciéndose hombre, se rebaja, se hace obediente y en su rebajarse se hace nada, llegando a la expresión suprema d amor, muriendo en la cruz.

Que la Palabra del Señor, hoy día del Señor, os descubra el camino hacia el manantial de la vida y descubráis como nos dice san Columbano (monje irlandés peregrino del s. VII): «las fuentes de la vida, de la vida eterna, de la luz, de la gloria. Es Cristo este manantial, el pan para el camino…».

«¡Danos siempre, oh Cristo Señor, esta agua, para que sea en nosotros manantial de agua viva, que brota para la vida eterna! Ciertamente, pido algo grande, ¿quién no lo sabe? Pero, tú, oh Rey de la gloria sabes dar cosas grandes, porque cosas grandes has prometido. Nada es más grande que tú mismo; tú te has dado a nosotros, y per nosotros te has dado a ti mismo. Por esto te pedimos de hacernos conocer esto que amamos, porque nada más pedimos que nos venga dado fuera de ti. Tú eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios».

No nos acostumbremos a quedarnos en la contradicción de nuestra vida, no sea que lleguemos a decir o a vivir el reproche del Señor por medio del profeta Ezequiel: El Señor dice: «Vosotros pensáis: No va bien encaminada la manera de obrar del Señor».