22 de septiembre de 2019

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)

Homilía predicada por el P. José Alegre
Am 8,4-7; Salmo 112; 1Tim 2,1-8; Lc 16,1-13

«Escuchad esta palabra». Así empieza el profeta Amós la primera lectura. Una llamada de atención a su pueblo que está de fiesta, pero que no tiene el corazón en la fiesta, pues están diciendo: «¿Cuándo pasará la fiesta, para abrir los graneros y poder ofrecer y vender los alimentos?»

¿Es que es un pueblo poco amante de la fiesta y lo es más del comercio, y de una vida de trabajo? No lo parece así. Observad lo que piensan: «Pasada la fiesta venderemos el grano con unas medidas más pequeñas y cobraremos más de lo establecido. Haremos trampas con las balanzas, venderemos el grano con desperdicios, compraremos con un par de sandalias el pobre».

En tiempo de fiesta están maquinando estas injusticias. Con premeditación y alevosía.

Ya veis, en tiempos de Amós no había ni defensa del consumidor, ni fecha de caducidad en los alimentos, ni defensor del pueblo o sindicatos auténticos que defendieran al pobre.

El único defensor será Dios. Que les dice por medio del profeta Amós: «lo juro por la gloria de Jacob que no olvidaré jamás todo esto».

Y no lo olvida, ciertamente, pues ésta será la gran y permanente advertencia de todos los profetas: una llamada al pueblo, sobre todos a los dirigentes para que practiquen la justicia. Un subrayar permanente la injusticia de los responsables del pueblo. Pero esta es una predicación que no tiene, que nunca ha tenido, buena prensa. Así les fue a los profetas: son perseguidos, y muchos de ellos muertos.

Pero, verdaderamente, Dios no olvida la injusticia, y se hará presente en medio de su pueblo, a través de Jesucristo, el Justo. Viene, no a quitar la ley sino a llevarla a la perfección, y nos muestra la verdadera sabiduría de la vida, todavía no aprendida del todo, incluso por el pueblo creyente, pues ya oísteis el evangelio de hoy, la severa advertencia de Jesucristo: «Nadie puede servir a dos amos, si ama a uno, no amará al otro, si está atento a uno no lo estará con el otro. No podéis ser servidores de Dios y del dinero».

Oyendo esta enseñanza de Jesús, dice el evangelio a continuación que los fariseos, que son amigos del dinero se burlaban de él. Pero Jesús les contesta: vosotros os dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro y ese encumbrase entre los hombres repugna a Dios.

Hablará Jesús en esta línea del «dinero injusto», o de las «riquezas injustas». Parece que no conoce un «dinero limpio». La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos. Lucas ha conservado estas palabras de Jesús: «Yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».

Mediante las cuales viene a decir a los ricos: «Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes; ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre».

Que podría expresarse de otra manera: la mejor forma de «blanquear» el dinero injusto ante Dios es compartirlo con los pobres.

Pero esta enseñanza de Jesús es dura y difícil de aceptar en una sociedad donde sigue habiendo trampa en las balanzas, y todo el resto de corrupciones a que hacía alusión Amós. Es duro y difícil de aceptar en una sociedad donde, prácticamente, todos los días vienen noticias de la corrupción y de los vaivenes de una economía que pone en peligro la paz y la buena relación entre los pueblos.

Así que os recuerdo la invitación del apóstol Pablo en la segunda lectura: «elevad a Dios oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, para que podamos llevar una vida tranquila y serena».

Escuchad la Palabra, ella encierra la sabiduría de Dios, acoged esta sabiduría, guardadla en el corazón, llevadla a la vida.