24 de junio de 2008

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 49, 1-6; Sl 138, 1-3. 14-15; Ac 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80

Se va a llamar Juan, dice su madre Isabel. Juan es su nombre, dice su padre Zacarías… Juan significa gracia de Dios o bien Dios da la gracia.

Con él viene a significarse el don de Dios que a través de su predicación se ofrece a los hombres, o bien al mismo Señor por medio del cual se concede la gracia al mundo. De aquí que sea el Precursor de este don de Dios, y de aquí que una vez confirmado el nombre de Juan se abre la boca de Zacarías, su padre, que bendice a Dios con el Benedictus.

Escribe san Efrén de Nísibe en una hermosa comparación entre Isabel y María, entre Juan y Jesús: «La anciana Isabel trajo al mundo al último de los profetas, mientras María, una muchacha joven, dio a luz al Señor de los ángeles. La estéril trajo al mundo al que perdona los pecados y la Virgen al que los quita. Isabel trajo al mundo al que reconcilia a los hombres mediante la penitencia, María al que purifica la tierra de sus manchas. La anciana enciende una lámpara en la casa de su padre Jacob, pues esa lámpara es Juan; la muchacha joven alumbra al sol de justicia para todas las naciones. El ángel anunció el ministerio de Juan a Zacarías: el que habría de ser decapitado anunciaría al que sería crucificado; el que sería odiado proclamaría al que sería enviado; el que bautizaría en agua al que bautizaría en fuego y Espíritu Santo. La luz brillante proclamaría al sol de justicia; el que estaba lleno del Espíritu al que daría el Espíritu. La voz anuncia al Verbo…»

Un hermoso paralelismo entre Juan y Jesús. Que nos estimula a celebrar con alegría el nacimiento del Bautista, el único santo del que celebramos el nacimiento. Un nacimiento sobre el cual la liturgia subraya el hecho de que estuvo envuelto todo él por la alegría: alegría de los padres, de los vecinos, y de toda la montaña de Judá. Y es también un estímulo para proclamar la alabanza de Dios, por el don divino del que es precursor Juan.

«Antes de venir, el Señor, dice la liturgia siríaca, envía como mensajeros los santos profetas. Cada uno de ellos anunciaba el misterio escondido y desconcertante de la venida de Dios hecho hombre. Uno profetizaba: Mirad, el Señor viene a consolar a los afligidos. Otro anuncia: El Señor restablecerá su alianza con su pueblo. Uno oraba para que viniera el Señor, y no callara; otro suplicaba a Dios que mostrara su poder y salvara a su pueblo. Uno profetizaba al Precursor diciendo que sería un ángel; otro nos decía que sería la voz que clama en el desierto. Y finalmente envía al intermediario de la antigua y nueva alianza, Juan Bautista, estrella que precede a la luz, lámpara que precede al sol de justicia, voz que precede al a Palabra. Mensajero que anuncia claramente: Detrás de mi viene el que es más grande que yo, del cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias».

Pero este camino de anunciar al Cristo Mesías continúa con nosotros. Juan anuncia a Cristo. Cristo anuncia el reino, que dice está en medio de nosotros, o mejor dentro de nosotros; Cristo, después, envía a sus discípulos a anunciar el Reino, para continuar la obra del reino. Y esta obra del reino necesita de la continuación en nuestra vida de fe y en el testimonio de nuestra vida. Los enviados a anunciar el reino escuchan la misma invitación para entrar en dicho reino: Convertíos y haced penitencia.

La voz de Juan la seguimos necesitando hoy: ¡Convertíos! ¿De qué tengo yo que convertirme? ¿de qué tienes tú que convertirte? Delante de la invitación de la Palabra cada uno tiene que preguntarse cual es la oscuridad que quiere ser iluminada por la luz de la Palabra; que parte de su corazón está necesitado de una explosión de gozo.

Es posible que pensemos, en ocasiones, alguna de las cosas que dice Isaías en la primera lectura: En vano me he cansado, en viento y nada he gastado mis fuerzas. Es posible que el panorama en el que vivimos hoy no lo contemplemos como capaz de muchas alegrías.

Pero nosotros debemos buscar nuestra paga en el Señor, pues nuestro salario lo tiene Dios, pues así nos lo asegura el profeta Isaías. Y también: Nuestro derecho, nuestra ley debe ser la del Señor, que nos quiere hacer luz de las naciones.

Pero si crees que esto es así debes preguntarte asiduamente: Yo, ¿que hago con la luz? Y por lo mismo: Yo, ¿qué hago con la alegría?