18 de mayo de 2008

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Año A)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 34, 4-6. 8-9; Dn 3, 52-56; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

«El besugo está por las nubes». Cuando en determinada época del año algunos suelen comer este pescado, y su precio se hace prohibitivo, fuera del alcance del bolsillo, se viene a decir esta expresión... Esto está por las nubes.

Bueno, pues esto es lo que hemos hecho con el misterio de la Trinidad durante mucho tiempo: poner el misterio por las nubes. Y no nos atrevíamos ni a predicar sobre él. El Misterio no se toca. Cuando lo importante del Misterio no es precisamente lo oculto, sino lo que se ha revelado de él, lo que podemos conocer y conocemos del mismo.

Podemos repasar los textos litúrgicos. Por ejemplo, la oración colecta, que suele ofrecernos la idea central de la celebración: O Dios Padre, al enviar al mundo el Verbo de la verdad y el Espíritu santificador, revelaste tu admirable misterio...

El misterio de este Dios Trinidad abierto al mundo, bajado de arriba, para arraigar en su manifestación y revelación en el corazón de la humanidad.

Podemos repasar textos de la Tradición de la Iglesia, textos patrísticos y los vemos en esta misma línea. Así: «Meditemos qué obras ha hecho la Trinidad en el universo y con nosotros desde la creación del mundo hasta su consumación. Contemplemos cuán solícita está la divina majestad, de quien depende el gobierno y orden de los siglos. Desplegó su poder al crearnos y todo lo dirige con sabiduría» (San Bernardo, «Sermón 2 de Pentecostés», o.c. t. IV, BAC 473, Madrid 86, p. 205). Es decir, la Trinidad obrando en el mundo, en la creación, desplegando su poder en nuestra vida. Y nosotros, ¿sin enterarnos?

«La Trinidad santa todo lo ha dispuesto en el alma fiel a su imagen y semejanza. Por ella somos renovados a imagen de nuestro Creador, en nuestro interior. Allí está el instrumento de salvación de los hombres (Guillermo de Saint Thierry, «Le Miroir de la foi», n.º 1, SC 301, París 82, p. 61). Es decir, la Trinidad obrando, manifestándose en el interior mismo del hombre. Y nosotros ¿sin enterarnos?

«Guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el que quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir, la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida» (San Gregorio Nacianceno, Catecismo de la Iglesia católica, n.º 256). Es decir, un creyente consciente de la acción beneficiosa de este Misterio en la vida de cada día, para ir progresando en su vida espiritual e ir penetrando más y más en la experiencia de este misterio. Todo un testimonio para todos nosotros.

Vemos pues a través de la liturgia, de la Escritura y de la Tradición que este Misterio es un dinamismo de vida y de amor en el que hay el protagonismo de tres Personas y que tiene una fuerte incidencia sobre la vida de los hombres. Lo que era por encima de todo un tema o un misterio de amor, se resolvió en un tema de matemáticas, o de la cuadratura del círculo. No se predicaba sobre este misterio. ¿Cómo hablar de lo que pasa en las nubes, cuando sabemos tan poco de lo que pasa por aquí abajo?

Y así es como el Misterio de la Trinidad, el Misterio de nuestro Dios, Misterio de amor, se queda en una abstracción, impenetrable, que nos llevará a una Iglesia más jurídica, más administrativa, con estructuras preocupadas de doctrinas que no se desvíen... Lo mejor era no tocarlo. Y así tenemos que el que viene a ser el misterio central de nuestra fe cristiana, de hecho ha tenido un influjo mínimo en la vida de los cristianos, en la espiritualidad de la gran mayoría de creyentes. Por lo menos de manera consciente.

Pero la Iglesia «es un pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano), y los teólogos ortodoxos Endokimov y Clement no dudan en sostener que la existencia de la Iglesia es una participación real en la existencia trinitaria, fuente de una vida de amor. Lo cual vendrá a poner de relieve el valor absoluto de la persona, así como el valor absoluto de la comunión en el amor, reflejo del dinamismo de amor de la vida trinitaria.

Y esto es lo que vamos descubriendo cuando nos asomamos a las páginas de la Escritura, de las cuales son un pequeño y elocuente reflejo las lecturas de hoy, cuando nos hablan de que Dios bajó de las nubes, y aunque envuelto en su nube, se quedó con Moisés para enseñarle a pronunciar su nombre. No sé como pronunciaría Moisés el nombre de Dios, porque no era fácil de palabra, pero sí que aprendió de él que era un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.

Y que este Dios que acompañó a su pueblo en un camino de libertad, al final, llevado por el vértigo de su amor a la humanidad, se reviste de nuestra naturaleza, para mostrarnos este misterio de amor que tiene sus manantiales en las profundidades de la Trinidad. Y que llevará también entre nosotros su amor hasta el extremo, para que tengamos vida eterna.

Pero no contento con revestirse de nuestra frágil naturaleza y entregar su vida, nos deja su tarjeta de visita en lo profundo del corazón: el Espíritu Santo. El Dios del amor y de la paz, para que no nos falte la alegría, dice Pablo, para que tengamos coraje para trabajar por la perfección y la comunión entre nosotros, que es la antesala del Misterio de amor trinitario.

Y un misterio de amor como este, con tanta fuerza de vida, con un servicio tan generoso... ¿nos puede dejar indiferentes? ¿Qué gloria y alabanza damos a esta Trinidad cuando nos inclinamos al final de cada salmo, o cuando hacemos un trabajo, o cuando vivimos nuestra relación personal en la comunidad?