25 de diciembre de 2013

NAVIDAD

MISA DEL DÍA
Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,7-10; Salm 97; Hebr 1,1-6; Jn 1,1-18

«Al darnos como nos dio a su Hijo que es una Palabra suya, ya no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no tiene más que hablar» (S. Juan de la Cruz) y de esta Palabra nos habla el Apóstol Juan: «Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, la Palabra era Dios… tenía en ella la Vida y la Vida era luz».

Juan escucha y se eleva hasta la contemplación del Misterio divino en la preexistencia de esta Palabra. Él escucha, contempla y es un testigo fidedigno: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos, la Palabra de la vida… de esto damos testimonio». Juan es un mensajero fiel anunciando este misterio de vida y de luz; su fina sensibilidad sabe captar la hondura de esta Palabra, que le va a transformar y hacer de él, de su vida, un testigo enamorado y fiel.

Este Misterio, un misterio de amor, se sigue desbordando como fuente de vida y de luz. El amor siempre nos desborda, ensancha nuestro corazón, nos lleva más allá de nuestras limitaciones, abre a horizontes más amplios. Ahora bien, en Dios no hay limitaciones, pero el Amor, en Dios no rompe sus limitaciones, sino que es engendrador de nueva vida. Por esto dice la Palabra de Dios: «tenía en él la vida, y la vida era la luz de los hombres». La Palabra, el Amor, se desborda como vida y esta vida es luz que resplandece en la oscuridad, una luz que nada ni nadie podrá ahogar.

«La Palabra de Dios se ha hecho hombre y plantó su tienda entre nosotros».

Y ¿dónde encontramos esta tienda? ¿dónde ha sido plantada?

«Entre nosotros». El hombre que vive, que ha nacido de esta fuente de vida que es la Palabra, vive asimismo la nostalgia de esta Palabra. Por esto se expresa el místico con estos versos: «¿A dónde te escondiste Amado, y me dejaste con gemido?».

Pues vivimos, de una o de otra manera, pero vivimos, ciertamente, con ese gemido, con esa nostalgia de Dios, como nos sugiere san Juan de la Cruz: «Pues tu misma, oh alma, eres el aposento donde él mora y el retrete y escondrijo donde está escondido».

A nosotros nos corresponde escuchar la vibración de esta Palabra en nuestro espacio interior, despertar su presencia en nuestra conciencia. Podemos escuchar esta Palabra, debemos escucharla, ya que sigue hablando, «ya que en diversas ocasiones y de muchas formas Dios ha hablado a nuestros padres por medio de los profetas, pero en estos días últimos nos ha hablado por medio de su Hijo».

La huella de vida, de luz, de belleza, la ha derramado con generosidad, en la obra de su creación, y sobre todo a través de su naturaleza humana con la que se ha revestido, para darle más fuerza de luz y de vida, y así dar una respuesta pertinente a nuestro gemido, a nuestro deseo de él.

Quien nos atrae no es sólo el Creador, el Señor de todo: es el Padre que se ha inclinado sobre nosotros en su infinita misericordia, el Padre que nos ha dado a su Hijo unigénito, y por medio de él nos ha introducido en los secretos más íntimos de su amor y de su vida divina. Debemos dejarnos introducir en esta fuente de vida.

San Basilio dice, en sus Constituciones, a sus monjes: «No hemos venido al monasterio para estarnos en la cama o para saciar nuestro estómago —ahora posiblemente añadiría: ni para ver películas o twiters— sino que hemos venido para instruirnos en la Palabra de la verdad y de la vida, y para contemplar los santos Misterios» y dejarnos llevar después por este fuego de la Palabra, siendo con nuestro testimonio de vida un mensajero que anuncia la paz , la buena noticia, que invita a danzar con alegría, porque Dios, porque ha plantado su tienda entre nosotros, está danzando dentro del hombre para renovarle con su amor.

NAVIDAD

MISA DE MEDIANOCHE
Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 9,1-3.5-6; Salm 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14

«En la hora de la vela nocturna ha resplandecido el día consagrado. La noche tenía tanta luz como el día, se convierte en pleno mediodía. Escuchad al ángel: Os ha nacido el Salvador en este día, no en esta noche. Sí, la noche ha pasado y el día se echó encima; el auténtico día del día, la salvación de Dios, Jesucristo nuestro Señor, el Dios soberano, bendito por siempre». (S. Bernardo, Serm 5 In nativ.)

Qué hacemos nosotros de nuestras noches? Noches que no llegan a la luz del mediodía… Quizás la luz del Nacimiento nos pueda orientar en nuestras noches. Recuerdo un reportaje reciente:

«Sin enemigo no hay guerra, comenzaba, para continuar después: Durante unas horas en las trincheras de la Primera Guerra Mundial los soldados alemanes y británicos se miraron a los ojos y descubrieron que eran incapaces de dar tiros en plena Navidad. La guerra había empezado 4 meses antes, e iba a durar 4 años. De repente la noche de Navidad se sintieron unas voces en medio de la niebla que envolvía las trincheras: eran soldados alemanes cantando Noche de Paz. Un oficial alemán se acercó, las manos levantadas a la línea británica para pedir permiso para enterrar a los muertos, que yacían en las trincheras a decenas. Espontáneamente, aquella noche soldados de diferentes regimientos cruzaron las líneas enemigas e intercambiaron saludos, cartas, cigarrillos bebidas. La tregua culminó con un partido de futbol en aquellos campos helados de Flandes. Acabada aquella tregua espontánea, les costó mucho a los comandantes convencer a sus hombres para volver a tomar las armas. Eran incapaces de disparar un tiro. Durante unos días se dedicaron a lanzar los tiros al aire, a las estrellas, a malgastar la munición. No veían al enemigo.»

En aquella noche, los soldados sumidos en las tinieblas de la guerra y de la violencia se miraron a los ojos y vieron una luz, y se abrieron a la alegría. En la niebla de aquella noche mostraron que a su corazón había llegado la luz de Navidad que 20 siglos antes había envuelto a los pastores de Belén. Y unas horas bajo la experiencia, el resplandor de esa luz, les lleva a romper el yugo a la guerra, de la violencia, y lleva al soldado a dejar sus botas, y limpiar el campo de la sangre del odio de la guerra.

El amor de Dios se ha revelado y ha nacido como Salvador de todos los hombres. El amor de Dios, gracias a la disponibilidad de santa María se ha abierto el camino hasta el corazón de la humanidad. Y a partir de este momento el Reino de Dios como enseñará Jesús sufre la violencia, la tensión entre la luz que ha arraigado en el corazón de la humanidad, y el corazón de cada uno de nosotros, hombres y mujeres de esta humanidad peregrina y doliente que se debate, por su parte, en una viva tensión entre la luz y las tinieblas.

Y en esta noche vuelve a escucharse la invitación a dar gloria a Dios y a vivir una relación de paz con nuestros hermanos. Esta noche vuelve a recordarnos aquella noche que tenía tanta luz como el día. Esta noche nos invita a descalzarnos las botas, y a romper yugos pesados. Esta noche nos invita a salir de nuestras trincheras y a mirarnos a los ojos y descubrir que podemos y que debemos trabajar por hacer un mundo nuevo, un reino que se sostenga sobre el derecho y la justicia, porque el amor de Dios se sigue manifestando en la vida de la humanidad, pues como nos dice también el Papa Francisco: «Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que estará siempre cerca. Dios camina con nosotros». (Entrevista 14.12.2013)

Un Dios que nos enseña «a vivir en este mundo una vida de sobriedad, de justicia y de piedad», en la esperanza de que se manifieste la gloria de Jesucristo.

Y para esto Dios quiere caminar con nosotros, viene a mirar a la humanidad más de cerca, viene a sondear tu corazón a vibrar dentro de él, dentro de ti y romper tu crispación. Viene para dejar en tu vida, en tu corazón un mensaje de paz, para proporcionarte una mirada profunda, sencilla y profunda, de manera que sepas mirar a los ojos de quienes están en otras trincheras de esta vida, y después… seas incapaz de tener un gesto, un palabra de violencia.

Hoy ha nacido para ti, para mí, para todos los hombres un Salvador, que quiere decir su amor a todos los hombres.

23 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 23 de diciembre

OH EMMANUEL,
rey y legislador nuestro,
esperanza de las naciones
y Salvador de los pueblos.
VEN a salvarnos, Señor Dios nuestro.

VEN. Ven a salvarnos. ¡EMMANUEL! ¡Dios con nosotros! Sin ti cada uno vamos por nuestro camino, errantes, sin oriente, sin luz. Por esto a ti levanto mi alma, Dios mío, en ti confío. Cielos destilad el rocío, nubes, derramad la victoria, la tierra espera la salvación. Con estos sentimientos, la paciencia de Job nos invita a levantar la mirada:

Está en el cielo mi testigo
y en la altura mi defensor,
el que interpreta mis pensamientos ante Dios:
a él alzo los ojos llorosos;
que él juzgue entre hombre y Dios
como se juzga un pleito entre hombres.
Porque pasarán años contados
y emprenderé el viaje sin retorno
(Job 16,19-22)

VEN, Señor, no tardes. Ilumina las tinieblas, manifiéstate a las naciones dispersas y sin pastor. Esperamos un defensor. El dolor y la angustia y la desesperanza crecen. Para Job, como para mí, o para ti, o para cada hombre, lo único real es su dolor, que no se arregla con palabras. En su profundo dolor, en una situación muy dura, el hombre se da por vencido. Incluso hasta recordar que este duro maltrato le viene de Dios:

Dios me ha rendido y amedrentado,
su furor me ataca y me desgarra.
Vivía yo tranquilo cuando me trituró
(Job 16,7.9.12)

Pero en su débil esperanza tiene fuerzas para confiar, para invocar i desear un defensor. ¿Quién se atreverá a mediar en este drama tan fuerte, en que un hombre se atreve a desafiar a Dios? Parece que no puede ser otro sino el mismo Dios, puesto que él ha creado el corazón humano, él es el único capaz de sondear este corazón. En Dios contemplamos la tensión entre la justicia y la misericordia, pero hemos conocido el amor que hace triunfar la misericordia.

Sé tú mi fiador ante ti mismo,
pues ¿quien si no será mi garante?
(Job 17,3)

Y Dios, que se deja encontrar de quien le busca, responde a la oración del justo:

Depositó los ojos de su amor en mí y me habló: He decidido firmemente usar de misericordia con todo el mundo, y proveer a las necesidades de los hombres… Por mi gran providencia quise crearlo, contemplándome a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura y me he complacido en criarlo a imagen y semblanza mía. Además le he dado memoria para que recordase mis dones y le he hecho partícipe de mi poder de Padre eterno. Lo he enriquecido con la inteligencia, para que con la sabiduría de mi Hijo comprenda y conozca mi voluntad. Le he dado también voluntad, para que pueda amar y pueda ser partícipe del mismo amor que es el Espíritu Santo, para que pueda amar con su inteligencia lo que conoce y contempla.
Para alejar al hombre de la muerte, yo, con gran amor, vengo en ayuda vuestra, entregándoos a mi Hijo, a quien le exigí una gran obediencia, para liberar al linaje humano del veneno que infectó al mundo con la desobediencia [Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la Divina Providencia, Cap. 134].

Dios responde a la plegaria, pero el hombre ha de preparar el encuentro. El Señor se adelanta y ocupa el primer plano con su soberanía, frente a la limitación humana, ha tomado la iniciática en la búsqueda de la criatura humana. El proverbio quiere relativizar la eficacia de la actividad humana bajo la soberanía de Dios. El hombre prepara su discurso y Dios le pone en la boca otras palabras. Dios domina y controla la interioridad.

El hombre se prepara por dentro,
el Señor le pone la respuesta en los labios.
El hombre planea su camino,
el Señor le dirige los pasos.
(Prov 16,1.9)

Mirad, yo enviaré mi ángel para que prepare el camino delante de mí. (Mal 3,1) Estas palabras proféticas han sido muy oportunamente adaptadas al misterio de Cristo. Dios Padre lo ha hecho por nosotros Emmanuel: justicia, santificación, redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de lo deshonesto, camino hacia una manera de vivir más santa y más digna, puerta de acceso a la vida eterna; por él todas las cosas han sido enderezadas, el poder del diablo derrotado, la justicia recobrada [San Cirilo de Alejandría, Comentario al profeta Malaquías, 3,32, PG 72,330-331].

Y esto no es más que la orla de sus obras,
hemos oído apenas un murmullo de él
¿quién percibirá su trueno poderoso?
(Job 26,14)

Hemos oído apenas un murmullo de él, y sin embargo Dios ya nos lo ha dicho todo de él. Dios ya nos ha dicho su Palabra definitiva, nos ha enviado su Verbo revestido de nuestra naturaleza, hablando nuestro lenguaje humano. Nos movemos en esta aparente contradicción: el Reino ya ha venido, pero todavía no. Es la tensión y la dinámica del amor. Es la tensión y la dinámica de vida entre el Creador y su criatura.
Dios ha dado su respuesta a la indigencia de su criatura. Pero nosotros, sus criaturas vivimos en el tiempo. Vivimos en el Adviento. Vivimos en el tiempo que es tiempo de crecimiento, de progreso espiritual, tiempo de conocer y de amar… ¡de esperar!

Navidad está cerca. La misma brevedad de los días lo adelanta o anuncia. El mundo con sus angustias indica o pide la inminencia de algo que lo renueve. Presentimos Navidad por las señales de la naturaleza. Obremos nosotros en sintonía: que nosotros aumentemos la medida de nuestra justicia, que nuestra liberalidad se extienda a los pobres y peregrinos; que rechacemos las tinieblas de la avaricia. Revistámonos en nuestro interior con vestidos limpios, sin mancha, adornémonos con obras santas; adornen la conciencia del hombre interior, lavemos las manchas del espíritu [San Máximo de Turín, Sermón 61A,1-3].

Son muchas las respuestas de Dios, a lo largo de la historia, al grito del hombre, la misericordia de Dios se manifiesta a través de muchos y diversos matices humanos. Ha enviado su «Ángel» para mostrarnos el camino, para ser nuestro camino. Y desde la primera respuesta de Dios a una humanidad inmersa en la oscuridad, el dolor y la desesperanza, ha hecho posible que la Navidad siempre esté cerca. Su amor sin medida nos ha dado una respuesta que está más allá del tiempo, pero como un punto de referencia en el tiempo para levantar nuestra mirada a un horizonte amplio. Un punto de referencia en la misma criatura: Santa María.
Santa María proclama la misericordia del Señor, que llega a sus fieles de generación en generación. María proclama la grandeza del Amor, que no deposita los ojos del amor, su mirada en ella, sino todavía más: deposita la plenitud del amor. El Amor mismo. Y contemplamos en ella una tensión amorosa muy viva, muy profunda: él se ha fijado en ella, el Señor está contigo le revela el arcángel; ella se desconcierta en su pequeñez, en su sentimiento profundo de humildad; el Señor se anonada, se rebaja, para entrar en la vida de María, puerta de la humanidad, ella se contempla a sí misma anonadada: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Una luminosa tensión de amor que abre el camino, como singular sugerencia para entrar Dios en el corazón del hombre, y el hombre en el corazón de Dios. Una tensión amorosa que nos sugiere el verdadera camino de la paz. Navidad, puede estar cerca.

EPÍLOGO
[Papa Francisco, Oración final a Santa María, del mes de Mayo, en la Plaza de san Pedro]

PLEGARIA

María, mujer de la escucha, haz que se abran nuestros oídos; que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las miles de palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, a cada persona que encontramos, especialmente a quien es pobre, necesitado, tiene dificultades.

María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones; danos la valentía de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan «deprisa» hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.

22 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 22 de diciembre

OH REY de las naciones,
y deseado de los pueblos,
piedra angular de la Iglesia,
que haces de dos pueblos uno solo.
VEN y salva al hombre que
formaste del barro de la tierra.

Oh Rey, deseado de los pueblos, que haces de dos pueblos uno sólo. VEN, porque estamos inmersos en el barro de la división, del enfrentamiento y de la violencia; sentimos la angustia del abandono. ¡VEN!

Tus manos me formaron, ellas modelaron
todo mi contorno, y ¿ahora me aniquilas?
Recuerda que me hiciste de barro,
y ¿me vas a devolver al polvo?
(Job 10,8-9)

VEN, porque hundido en la división, siento, sin embargo, la nostalgia de la unidad, siento que estoy hecho para ti, no para el polvo. Tú eres un buen alfarero, nuestro barro ha sido modelado con sabiduría por ti. De tus manos ha salido la Vasija perfecta, el reflejo perfecto de tu trabajo. El trabajo bien hecho. Con amor. El Amor no puede sino manifestar el amor. Pero nosotros no nos hemos dejado recoger en tu Vasija perfecta, en el Amor, hemos preferido ser agua derramada; estamos inmersos en la división, el enfrentamiento y la violencia, sentimos la angustia del abandono, porque no hemos aprendido de ti, manso y humilde de corazón; porque no hemos recogido en el corazón tu mensaje de paz y reconciliación. Y experimentamos que nuestro pecado nos aniquila, pero el corazón te desea con deseo más vivo. Por esto quiero cantarte con el salmista:

¡Cuánto te amo, Señor, mi fortaleza!
¡Señor, mi peña, mi alcázar, mi libertador,
Dios mío, roca mía, refugio mío!
(Salmo 17,2-3)

¿Qué fuerzas me quedan para resistir?,
¿qué destino espero para tener paciencia?,
¿es mi fuerza la fuerza de la roca?
(Job 6,12)

Cada día escucho la invitación mediante la Palabra del salmista para volverme a la Roca. Cada día el corazón humano recibe esta apremiante invitación:

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos…
(Salmo 94)

Pero no venimos, no nos volvemos a la Roca, ignoramos la piedra angular que sostiene todo el universo, hacemos caso omiso de la interpelación divina que se manifiesta como piedra angular:

¿Dónde se asientan las bases del mundo?
¿Quién puso su piedra angular
entre el vocerío de los luceros del alba?
(Job 38, 6s)

No nos volvemos a esta Piedra angular, a nuestra Roca, a pesar de que Dios está permanentemente inclinado sobre nuestro barro, y deja escapar, en su obra creada, el aroma de su “misterio insondable”. Dios quiere que Job comprenda que un Dios de quien depende todo lo creado, y una creación sometida a unas leyes, un Dios que vela sobre todo lo creado, con poder, sabiduría y bondad, no puede hacer del hombre y de su situación histórica un problema sin solución. Pero el hombre tiene que vivir esta seguridad en fe y confianza ante el inmenso misterio de Dios.
La manifestación divina nos pone ante nuestra realidad frágil, ante nuestras limitaciones, y lo más razonable es relacionarnos con Dios, un Dios inexplicable, incomprensible inaccesible, inabarcable para la criatura humana, pero un misterio con el que podemos relacionarnos y adquirir paz interior y luz para el sentido de nuestra vida. Porque a pesar de su trascendencia sobre nuestra pequeñez, nos ha hablado, se ha acercado desde siempre al hombre como amigo, hasta manifestarse en nuestra misma frágil naturaleza.
Pero, ya desde el principio, el hombre no supo vivir de manera correcta esta relación con el misterio divino, y gracias a la iniciativa de Eva empezará toda una larga historia de encuentros y desencuentros, fidelidades e infidelidades. El hombre vivirá la amargura de la división, del enfrentamiento y la violencia, del abandono. Hasta que aparece la respuesta fiel a la iniciativa divina con santa María.
Los Padres repetirán su enseñanza sobre este paralelismo de Eva y María, que nos permite descubrir la solicitud del «deseado de los pueblos» por todos nosotros:
Adán fue formado de la tierra virgen; el Hijo de Dios nace de la Virgen madre. Entonces fue una virgen la que concibió la muerte; ahora también una Virgen engendra la vida. Entonces el hombre cayó por causa de una virgen; ahora se levanta gracias a la Virgen. Entonces vino la ruina con la muerte; ahora llega el triunfo con la victoria [Cromacio de Aquileia, Textos marianos de los primeros siglos, Edit. CN, Madrid 1994, p. 102].

Llegó el triunfo con la victoria del Rey que viene a salvar al hombre del barro, como canta la sabiduría:

El corazón del rey es una acequia en manos de Dios:
la dirige a donde quiere.
Al hombre le parece siempre recto su camino,
pero es Dios quien pesa los corazones (Prov 21,1-2)

El Señor sondea el corazón, sabe de las motivaciones más escondidas, por ello es bueno dejarse iluminar por su Palabra, ya que ello nos permite conocer el camino recto, y nos permite el nacer de una fuente de vida en el mismo corazón. En nuestro propio corazón. Fuente de vida, fuente de agua viva, que no permanece oculta sino que se derrama hacia fuera como sabiduría que ilumina y obra con rectitud. El corazón del Rey tiene la sabiduría que necesita nuestro corazón:

Los labios del rey son un oráculo:
su boca no yerra en la sentencia.
El rey aborrece obrar mal,
porque su trono se afianza con la justicia.
El rey aprueba los labios sinceros
y ama a quien habla rectamente.
El rostro sereno del rey trae vida,
su favor es nube que trae lluvia…
Al que mide sus palabras le irá bien,
dichoso el que confía en el Señor
(Prov 16,10s)

El corazón del Rey, los labios del Rey, el rostro sereno del Rey… todo, en este Rey, nos habla de vida eterna, de la que escribe san Bernardo:
La vida eterna es la fuente inagotable que riega la superficie del paraíso. Es la fuente embriagadora, la fuente del jardín, el manantial inagotable que fluye impetuoso, el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios. ¿Y quién es esta fuente sino Cristo el Señor? Él viene para hacerse nuestra justicia, nuestra santificación, nuestro perdón. Y aparece como vida, gloria y bienaventuranza. Como salvación de nuestro frágil barro terreno. Pero estas aguas han sido canalizadas hasta nosotros. Este hilo de agua celestial ha descendido a nosotros por un acueducto que nos reparte el agua de la fuente, gota a gota sobre nuestros corazones resecos. El acueducto va siempre a rebosar, y todos pueden recibir de su abundancia sin agotarlo jamás [San Bernardo, En el nacimiento de Santa María, 3, o.c. t.IV, B.A.C. 473, Madrid 1986, p. 422].

Este acueducto es la Salve, llena de gracia. ¿Puede llegar un acueducto a una fuente que mane tan alto? ¿Existe otro medio que la fuerza del deseo, el ardor de la devoción y la pureza de la oración? La oración del justo penetra los cielos. ¿Y quién es este justo si no lo es María, de la que nace este Sol y Rey de justicia? ¿Cómo ha podido alcanzar ella esta inaccesible majestad sino llamando, pidiendo y buscando? Sí, encontró lo que buscaba, como le dice el ángel: Has hallado gracia ante Dios.
Antes de rescatar a la humanidad, Dios ha depositado todo el precio en manos de María. Si antes se dijo: la mujer que me diste, me dio del árbol prohibido, ahora podemos decir: la mujer que me diste me ha alimentado con el fruto bendito.

21 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 21 de diciembre

OH SOL NACIENTE,
resplandor de la luz eterna,
Sol de justicia,
VEN a iluminar a los que yacen en
tinieblas y en sombras de muerte.

Dulce es la luz y los ojos disfrutan viendo el sol. Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, recordando que los años oscuros serán muchos y que todo lo que viene es vanidad (Ecl 11,7)

Con un cierto deje de melancolía y tristeza el Eclesiastés hace una última invitación a la alegría, exaltando el valor de la vida con la doble imagen de la luz y el sol, y la exhortación a disfrutar los años buenos, y a tener en cuenta el futuro sombrío que define como vanidad.

La luz es dulce, y es muy bueno contemplar con nuestros ojos este sol visible que tenemos, fuente de calor y de vida. Pues sin la luz el mundo estaría privado de belleza, la vida no sería vida. Por esto dice la Escritura: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros hemos de pensar en aquella Luz grande, verdadera y eterna, que viniendo al mundo ilumina a todo hombre; hemos de pensar en Cristo Salvador y Redentor.
Cristo es la alegría del mundo, al desvanecer con la luz de su nacimiento la oscuridad de nuestra vida; con la luz de su vida las tinieblas de la nuestra; con la luz resucitada las sombras de la muerte. Dulce es la luz y los ojos disfrutan viendo el Sol.

El sol cuando sale derramando calor,
¡qué obra maravillosa del Señor!,
a mediodía abrasa la tierra,
¿quién puede resistir su ardor?
Un horno encendido calienta al fundidor,
un rayo de sol abrasa los montes,
una lengua de fuego calcina la tierra habitada
y su brillo ciega los ojos.
¡Qué grande el Señor que lo hizo!

También brilla la luna en fases y ciclos
y rige los tiempos como signo perpetuo,
determina las fiestas y las fechas
y se complace menguando en su órbita,
de mes en mes se renueva,
¡qué maravilloso cambiar!

Las estrellas adornan la belleza del cielo
y su luz resplandece en la altura divina;
a una orden de Dios ocupan su puesto
y no se cansan de hacer la guardia
(Eclo 43,2s)

Dios ha creado la belleza de la luz; luz para el día y luz para la noche. Luz que nos habla de la bondad del Creador. Es el primer resplandor de la luz divina, que nos habla de la belleza de la luz, y de la belleza y bondad del corazón de Dios, que la manifiesta con más plenitud con la venida del Sol naciente: el Verbo de Dios.

El Verbo de Dios, esplendor eterno, ilumina hasta los sentimientos más escondidos del alma, donde no llega a penetrar el sol del firmamento. Porque el Verbo de Dios es una espada espiritual que penetra hasta la división del alma y del espíritu. Penetra en el alma y la ilumina con el reflejo de la luz eterna… Quien vuelve la espalda al Sol de justicia no puede contemplar su esplendor y camina en las tinieblas, mientras los demás lo hacen en la luz.
Abre las ventanas de par en par al Verbo de Dios, para que te ilumine toda la casa con el esplendor del Sol verdadero. Abre los ojos para ver el Sol de justicia que nace para ti. La Palabra de Dios llama a tu puerta [San Ambrosio, Coment. Salmo 118, Sermón 19, 36-40, PL 15, 1480-1482].

Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad,
no nos iluminaba la luz de la justicia,
para nosotros no salía el sol
(Sab 5,6)

El pan de la limosna es vida del pobre,
el que se lo niega es homicida;
mata a su prójimo quien le quita el sustento,
quien no paga el justo salario derrama sangre.
Uno construye y otro derriba:
¿de qué sirve sino de más trabajo?
Uno reza y otro maldice:
¿a quién escuchará el Señor?
(Eclo 34,21s)

El Sol de justicia desea ser precedido. Procura de preceder aquel sol que ves: Despierta tú, que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará. Si te adelantas a la salida de este sol acogerás a Cristo Luz. Él te iluminará en el fondo del corazón y cuando le digas: mi alma te ansía de noche, hará que resplandezca la luz de la mañana en las horas nocturnas, si meditas la Palabra de Dios. Y cuando el amanecer te encuentre meditando la Palabra de Dios, y esta ocupación tan grata de orar y salmodiar haga las delicias de tu corazón, dirás nuevamente al Señor Jesús: las puertas de la aurora se llenan de gozo [San Ambrosio, Coment. Salmo 118,Sermón 19, 30-32, PL 15, 1470s].

Santa María es nuestro punto de referencia más precioso en el camino de preceder al Sol de justicia. Ella lee, medita y guarda la Palabra, y así puede cantar la grandeza del Señor. Puede cantar la justicia de Dios que llama de generación en generación. Puede cantar la justicia de Dios que interviene con fuerza para desbaratar los planes de los arrogantes y los poderosos, y exaltar a los humildes.
Santa María nos enseña los caminos para aprender el Magníficat y poder llegar a cantar la justicia de Dios. A cantarla y a vivirla.
Santa María se deja mirar por Dios, permite que a través de esta mirada resbale la Palabra hasta su corazón; y ella, mujer sencilla del pueblo sentirá nacer el Sol de justicia en su vida. Y su canto nos anunciará un tiempo nuevo, para un hombre nuevo, en que la mirada de Dios no vendrá desde fuera, desde arriba, sino desde abajo, desde dentro.
Santa María nos dirá que, efectivamente, Dios ha visitado a su pueblo como un sol que nace de lo alto, para iluminar lo bajo, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para poner luz a los pasos del hombre y guiarle por el camino de la paz.

¡Salve llena de gracia!
Salve, oh toda reluciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz. Salve, llena de gracia, por quien ha cesado la ley y ha aparecido la gracia. Salve, verdaderamente llena de gracia, el Señor está contigo; el que antes ya estaba en ti, ahora procede de ti; antes preparó tu seno como hospedaje, después puso en él su morada, al realizarse el gran misterio de la Encarnación.
Bendita tú, entre las mujeres, tierra deseable, donde el alfarero tomó el lodo de nuestra naturaleza, y reparó el vaso quebrado por el pecado [S. Andrés de Creta, Homilia IV en la Natividad de María, Edit. CN, Madrid 1995, p. 80].
Bendita tú, a quien Ezequiel llamo Oriente, y que nos ha permitido contemplar la gloria del Señor, que llena el templo… (cfr. Ez 44,1s)

20 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 20 de diciembre

OH LLAVE DE DAVID
y cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir.
VEN a librar a los cautivos que viven
en tinieblas y en sombras de muerte.

La casa donde se vive es algo más que un espacio. Es un punto, un aliciente de vida entrañable. Tiene el sabor de la vida vivida; señuelo de más vida; la casa proporciona raíces y a la vez sentido de vida. Quien no tiene casa queda sometido al vaivén caprichoso de la sociedad, a las circunstancias del momento. Inmigrante, peregrino eterno, mendigo…

La casa da sentido a la vida, proporciona raíces, calor… Pero debe tener espacios «habitables», espacios vacíos, libre de cosas, que hagan posible el encuentro de las personas. La casa es para la acogida, el diálogo, el encuentro…para la maduración de la vida personal [Cfr. José F. Moratiel, Conversando desde el silencio, cap. 3, Edit. San Pablo, Madrid 1994, p. 15].

Son esenciales para la vida agua y pan y casa
y vestido para cubrir la desnudez .
Más vale vida pobre al reparo del propio techo
que banquete en casa ajena;
conténtate con lo que tienes, poco o mucho,
y no oirás las burlas de la vecindad.
Es vida dura ir de casa en casa,
donde eres forastero no abrirás la boca;
recibirás abochornado hospedaje y bebida,
y encima tendrás que oír frases hirientes…
(Eclo 29, 21s)

Recomienda el autor sagrado las ventajas de una vida independiente. Tener casa propia. Con frecuencia, hoy día, dicha vida independiente no existe. En la económico, en lo social, en lo religioso… Hay circunstancias en que, desgraciadamente, le arrebatan a uno la llave, y se ve arrojado de su casa. Así lo describe un relato de un país atormentado por la violencia:

Las preguntas se sucedían sin parar: «¿Debemos irnos? ¿Qué hacer?» Una verdadera angustia. Un verdadero drama se anunciaba. Las casas fueron «visitadas» por individuos armados y se cortó la electricidad y el agua. Las familias imaginaron que iba a ser solo cuestión de horas, y esperaron, y aguardaron, pero nada cambió… Nadie dormía, vigilaban y rezaban, esperando un auxilio divino. Era éste su último recurso... Las calles estaban desiertas y las luces apagadas. Echaron un último vistazo a sus apartamentos, a lo que contenían, a toda una historia, un sueño, a toda una vida, anhelando que ese momento fuese eterno. Y antes de cerrar la puerta, hicieron la señal de la cruz, como diciéndole al Señor: «estamos en tus manos». Un pueblo camina, un pueblo erra, un pueblo se desplaza... obligado a desocupar su barrio, el lugar donde vivieron, dejando que se convierta en un cementerio de recuerdos, quizás en un montón de piedras... No tienen tiempo de mirar, por última vez, el balcón de la casa donde está extendida la ropa que aún no se ha secado. Tienen una sola idea en mente: huir del infierno, lo más rápido posible, cueste lo que cueste...

El hombre cautivo de las tinieblas y de las sombras de la muerte. El hombre sin techo. Muchas historias dramáticas con puertas abiertas al exilio que nadie cierra. O cerradas a causa de la injusticia y el hambre, el abandono…, historias que nadie abre a horizontes más humanos.

Este es el relato de un despojo material. El hombre pierde su hogar, empujado a caminar, a desplazarse, sin rumbo; el pasado es ya solo un cementerio de recuerdos, una historia pasada, un sueño… ¿Delante? Las calles desiertas, las luces apagadas… En las manos de la Providencia, en las manos de Dios.

VEN a librarnos, a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte…

VEN… porque este despojo también lo vivimos a un nivel espiritual, a un nivel de la dignidad de la persona. Hoy estamos exiliados de nuestra casa. Nos lo recuerda de manera muy expresiva san Agustín:
Tú estabas dentro y yo estaba fuera, y allí fuera te buscaba. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo… Te probé y ahora siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz [San Agustín, Las Confesiones, L. 10, Cap. 27, Edit. Akal Clásica, Madrid 1986, p. 263].

Tenemos necesidad de volver a casa, a nuestra casa. Para encontrar el camino de la sabiduría y de la felicidad, como nos muestra el libro del Eclesiástico:

Dichoso el hombre que piensa en la Sabiduría,
y acecha junto a su portal,
mira por sus ventanas
y escucha a su puerta,
acampa junto a su casa,
pone su tienda junto a ella
y se acomoda como un buen vecino.
(Eclo 14,21s)

Necesitas volver a casa, o, como vecino, acampar junto a la casa de la sabiduría, ya que ésta nos lleva a la paz y la alegría.
Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra. (Sab 8,16)

¿Cómo volver a casa? Es la pregunta que le hace Dios a Job que se ha atrevido a dudar de la bondad de Dios, del designio de Dios en su vida.

¿Por dónde se va a la casa de la luz
y dónde viven las tinieblas?
¿Podrías enseñarles el camino de casa?
(Job 38,19)
¿Cómo estarán limpios ante su Hacedor
Los que habitan en casas de arcilla, cimentadas en barro?
(Job 4,19)
Con esta serie de preguntas Dios pone a Job ante el misterio insondable de Dios y su providencia divina, y le interpela: habla, si es que sabes tanto (Job 38,4); Habla si es que lo sabes todo (Job 38,18)
El hombre habla hoy, evidentemente; y habla en abundancia, pero habla desde sus tinieblas, envueltos en sus sombras, desde el exterior de su casa. En la ignorancia de que es el mismo Dios quien nos construye la casa. En la ignorancia de que la sabiduría divina reside dentro de su casa. El hombre necesita hoy poner en sus labios y en sus corazón el grito, el deseo de la vida: VEN a librarnos, a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte…

Abre las ventanas de par en par al Verbo de Dios, para que ilumine toda la casa… Porque él es la luz, y donde habita él habita la luz. Y se encuentra el camino de la vida, el sentido. Abre de par en par, para que viva en tu casa como luz. Pues este es nuestro destino: ser luz en el Señor. La Palabra es la llave principal para penetrar en ella y vivir la experiencia del encuentro y de su paz que nos libera.

Siente la paz en tu casa. Siente bien dentro de ti mismo. Las puertas están abiertas para ti. La llave de mi casa es el silencio, la llave de mi corazón es el silencio. El encanto del silencio es que nos hace vivir vacíos, nos hace habitables. Vacíos para vivir, para compartir…

La llave es la Palabra.

¿Acaso no abre el Verbo de Dios, esplendor eterno que ilumina los sentimientos más escondidos? El Verbo de Dios es una espada espiritual que penetra… [San Ambrosio, Coment. del salmo 118, Sermón 19,38s, PL 15, 1480-1482]
En este retorno a casa, a nuestra casa la llave es la Palabra guardada, y nuestra referencia principal es santa María. Ella ha abierto, al acoger la Palabra, las puertas de la humanidad a Dios, para que plantara su tienda entre nosotros, en nuestra casa. Puerta que ya nadie puede cerrar.
María nos descubre la dignidad principal de la persona humana donde ha venido a habitar su Hacedor, que ha preferido una casa de arcilla.
María nos descubre la ruta para acceder a la casa de la luz. Y no solo esto, sino ser nosotros mismos luz.
María también vivió la angustia de dejar su casa, de marchar al exilio…

Nosotros, oh Madre santa, te contemplamos y recordamos las palabras del patriarca Jacob: Esta es la casa del Señor y la puerta del cielo (Gen 28,17). Santa María, tú eres la casa, la puerta.
A través de esta puerta somos conducidos a lo alto, y recibimos la riqueza de la gran misericordia.

19 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 19 de diciembre

OH RENUEVO del tronco de Jesé,
que te alzas como un signo para los pueblos,
ante quien los reyes enmudecen
y cuyo auxilio imploran las naciones.
VEN a librarnos, no tardes más.

Jesé o Isay, forma abreviada que viene a significar «hombre de Yahvé», «hombre de Dios», es el padre de David, de quien desciende el Mesías, llamado «retoño de la raíz de Jesé» (Is 11,1) o «vástago de Jesé» (Is 11,10; Rom 15,12). Es el tronco precioso de donde brota este vástago, este renuevo de un amor divino que constantemente se está renovando y ofreciendo a la debilidad humana. Es el signo de Dios que nunca se agota, como el árbol plantado junto a la corriente de agua. Dice el libro de Job:

Un árbol tiene esperanza:
aún talado, vuelve a retoñar
sus renuevos brotan sin parar;
aunque viejas sus raíces enterradas,
con un tronco que agoniza en el polvo,
al contacto con el agua reverdece
y echa ramas como una planta joven.
Pero el hombre muere, y queda inerte,
cuando expira el mortal ¿a dónde va?
(Job 14,7-9)

Dios pone en el paraíso de la humanidad el árbol de la vida, como signo permanente de esperanza para la vida de esta humanidad; es el árbol que nosotros, los hombres, talamos una y otra vez; pero el Dios de la vida lo ha configurado de profundas raíces, a donde no llega la mano devastadora del hombre. Es como esas cepas de la viña, que, en el invierno, no aparecen a la mirada humana sino como leña seca muy apta para alimentar el fuego, pero viene la primavera, y todo repunta de nuevo con la esperanza de nuevos racimos, de un árbol de vida que nos ofrece nuevos brotes verdes que renacen bajo el rumor de las aguas.

Y nos preguntamos por el hombre. ¿A dónde va? Va a la vida, si cuida la vida. El viejo árbol de la vida tiene fuerza y energías nuevas para acoger al hombre. Un árbol tiene esperanza: aún talado vuelve a retoñar, sus renuevos brotan sin parar. También el hombre, a la sombra del árbol recupera su vigor. El hombre, adherido al árbol, rebrota como hombre nuevo. Para esto Dios se ha hecho hombre, para esto Dios se ha adherido a la creación, se ha incorporado a nuestra humanidad… de modo que podemos contemplar a Dios pendiente del árbol de la cruz como fuente permanente de vida para el hombre, y como horizonte de vida.

Imagen vegetal, pujanza vertical del árbol, parte del árbol que pertenece a la tierra: vida vertical y enterrada. Pero mientras el árbol recibe de la tierra la pujanza, el hombre, una vez enterrado, se deshace en la tierra. Teniendo más libertad, tiene menos vida.
Job se fija en este milagro vegetal: vejez, muerte y vida renovada. El milagro vegetal subraya la caducidad humana. La palabra empleada por Job: “esperanza” es fundamental. Es una clave dinástica que más tarde dará lugar a una lectura mesiánica: Saldrá un renuevo, brotará un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y de sabiduría; espíritu de consejo y de valentía, espíritu de conocimiento y respeto del Señor… (Is 11,1s) Muestra, en el profeta Isaías, una esperanza de continuidad, de nuevas generaciones; pero Job piensa más bien en la vida del individuo [L. Alonso Schökel, Job, Coment. Teológico y literario, Edic. Cristiandad, Madrid 1982, p. 233].

El Mesías será el renuevo definitivo de este árbol; él es quien injertará la persona humana en la corriente de vida comunitaria, y abrirá las puertas a la esperanza colmada, definitiva, realizada, gracias a los frutos producidos por el Espíritu, pues hay regiones de nuestro espíritu que sólo florecen y fructifican bajo la mirada del Espíritu que viene de la región eterna a la que ellas pertenecen; y cuando esta mirada nos está velada por la ausencia, esas tierras la anhelan como anhela toda tierra el sol para arrojar plantas de flor y de fruto [M. de Unamuno, Ensayos, El secreto de la vida, Edic. Aguilar, Madrid 1951, p. 891].

La cepa, o el árbol, aparecen secos en el invierno, pero guardan en su interior el «deseo», la novedad, de la primavera, y esperan en el silencio la eclosión de una vida nueva. En el silencio interior debemos cuidar ese deseo, ese misterio de la vida, con fuerza siempre para nuevos brotes, nuevos frutos.
Oh Renuevo, ven a librarnos… Es el DESEO. Debemos dejar que cobre fuerza el deseo de esa nueva primavera, que vuelve a despertarse bajo el rumor de las fuentes vivas de la Palabra.
Santa María ha sido la criatura que ha guardado ese deseo, que ha guardado, en su silencio, esa Palabra. Santa María ha estado siempre junto al secreto del misterio y así la han cantado los Padres de la Iglesia:

Tú eres el honor de las mujeres, porque si la primera de ellas, Eva, cayó en pecado y entró la muerte en el mundo, tú, oh María, cumpliendo perfectamente la voluntad divina introdujiste en el mundo la inmortalidad.
¡Oh mujer amabilísima y tres veces bienaventurada! Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
Tú anhelas alimentarte con las palabras divinas, y crecer como olivo fecundo en la casa de Dios, como árbol plantado junto a las corrientes de agua, del Espíritu, como árbol de vida que en el tiempo preestablecido por Dios ha dado fruto: Dios encarnado, vida eterna de todos los seres [S. Juan Damasceno, Hom. Sobre la Natividad, 7.9. Edit. CN.33, Madrid 1996, p. 129s].

María encierra en sí misma todo el misterio de la vida, el fruto más precioso y también más esperado por la humanidad. El misterio como fuente de vida; también el misterio que es fuente de muerte. Todo el misterio en el alma, dice Unamuno, como un terrible y precioso tumor. Por él vivimos y sin él nos moriríamos espiritualmente; pero también moriremos por él, y sin él nunca habríamos vivido.
Pero en María se nos ha desvelado este misterio de vida y de muerte. Gracias a María se ha introducido en el mundo la inmortalidad, gracias al Renuevo nacido de ella. Gracias a este Renuevo la muerte es vencida, y la vida está abierta al horizonte de una nueva esperanza.
Este misterio es para nosotros un secreto, diríase nuestro secreto más íntimo. Un secreto que permanece dentro de nosotros como dormido o entumecido. Un secreto que el Creador ha plantado dentro de nosotros, para que se vaya abriendo como las flores del árbol se abren en la primavera y despiden el aroma de la vida nueva, preludio del fruto. El secreto se va despertando a través de nuestros pensamientos y sentimientos. Estos no necesitan luz, sino agua, agua subterránea, agua oscura y silenciosa, agua que cala y empapa, y no corre, agua de quietud. El agua preciosa de la Palabra. Entonces el aire y luz que bañarán las frondas de nuestros pensamientos y sentimientos no permanecerán sometidos a la sabiduría del mundo sino como manifestación de un secreto de vida nueva.
María, una vez más es la referencia más preciosa para desvelar este misterio que constituye nuestro secreto más íntimo. Ella, bienaventurada por acoger y vivir la Palabra, nos enseña que en esta Palabra tenemos esa agua subterránea, silenciosa, que va desvelando nuestro misterio de vida y de muerte; nuestro misterio que al final se resuelve en vida, como contemplamos en santa María.
María es el jardín cerrado, su brote, un fruto exquisito, aroma que transforma la vida; jardín cerrado, huerto regado, (Ct 4 12s) que nos invita a entrar y comer de su fruto exquisito.

18 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 18 de diciembre

Oh Adonai,
Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente,
y en el Sinaí le diste tu Ley.
VEN a librarnos con el poder de tu brazo.

El libro del Eclesiástico nos ofrece este bello lienzo de la persona de Moisés, a quien se aparece el Señor, Adonai, Pastor de la casa de Israel:

Amado de Dios y de los hombres,
bendita es la memoria de Moisés:
le dio gloria como a los santos,
le hizo poderoso entre los grandes.
A su palabra se precipitaban los signos,
le mostró poderoso ante el rey,
le dio mandamientos para su pueblo y le mostró su gloria.
Por su fidelidad y humildad lo santificó,
lo escogió de entre todos los vivientes.
Le hizo oír su voz, y lo introdujo en la nube espesa;
puso en su mano los mandamientos,
ley de vida y de inteligencia,
para que enseñase los preceptos a Jacob,
sus leyes y decretos a Israel.
(Eclo 45,1-5)

Se perciben en este lienzo las pinceladas de Dios y las de su criatura, Moisés. Los trazos de Dios en el alma de Moisés: el amor y la bendición, que siempre crean novedad de vida; que dejan en la criatura una impronta singular de su santidad y su gloria, que comunica mediante su palabra que da energía, fuerza, para aceptar la elección y la misión de transmitir la ley divina.
Las pinceladas sobre Moisés son más breves; simplemente, vienen a limitarse a un completar la obra de Dios en el tiempo, en la historia de la humanidad. Evidentemente, de cara a Dios todo empieza con una escucha y una contemplación de la obra divina para acoger Su enseñanza. Para acoger sobre todo Su Ley en el Sinaí.
La Ley que luego se convierte en Palabra, pasando de ser antigua a nueva; el precepto se convierte en gracia, la figura en realidad; el Señor, siendo Dios, se reviste de naturaleza humana [Meliton de Sardes, Homilía sobre la Pascua, 2-7; SC 123,60-64.120-122], gracias al don desbordante del amor de Dios y de la fidelidad y humildad de otra criatura singular: santa María.

La enseñanza de esta Ley, por parte de Moisés, será una invitación a vivir la Alianza con Dios, un Dios bueno y justo que estará cerca de su pueblo. Esta ley de Dios, fundamentalmente, es una invitación a vivir el amor y la justicia. El servicio del amor y de la justicia, será una tarea permanente, continuada, en la obra de cooperación humano-divina, que viene a ser la Historia de la salvación, y que alcanza una madurez notable con la persona de Moisés, con su actitud de escucha y de respuesta humilde y fiel, como nos sugiere el libro del Eclesiástico.
Respuesta humana que se completará con esa conversión de Ley en Palabra, mediante la escucha receptiva humilde y fiel de santa María.

Pero uno tiene la impresión de que a Dios no le es fácil lograr, en principio, la colaboración de la criatura en su obra creadora, en su obra de amor. Así lo contemplamos en Moisés, cuando el encuentro primero no es fácil. Dios, que nos ha creado a su imagen, y de esta forma nos pone en un camino de libertad, se encuentra con que este hombre, en razón de la libertad recibida, le pone obstáculos, precisamente a un Dios que arriesga su profundo amor, depositándolo en el corazón humano. Pero Moisés va justificándose repetidamente, alegando su indignidad, su ignorancia, la incredulidad de Israel, su escasa elocuencia… (cf. Ex 3-4)
Es una justificación que también se repite en nuestra vida, mostrando como un cierto miedo a la obra de Dios. Así nos lo sugiere el Papa Francisco:

«La novedad nos da miedo, también la que Dios nos trae y nos pide. Preferimos nuestras seguridades».
«Tenemos miedo de las sorpresas de Dios, porque Él nos sorprende siempre».
«No nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestra vida».
«No perdamos la confianza nunca. No nos resignemos. No hay nada que Dios no pueda cambiar ni pecado que no pueda perdonar» [Papa Francisco, Homilía de Pascua, 2013].

La novedad que trae Dios es siempre cercanía a su pueblo, para escuchar sus gritos… Nuestro Dios es un Dios humano, sensible a la vibración del corazón y de los sentimientos humanos. Es un Dios amor. ¿Quién tiene miedo al amor, cuando el corazón humano está hecho para el amor? Nuestra resistencia a Dios quizás viene del desconocimiento de un Dios que es Amor, que es profunda humanidad, que es vida desbordante… Y nos lo demostrarán una vez más las pinceladas que Moisés, y sobre todo santa María, pondrán en la obra divina.

En la zarza ardiente, Moisés conoce la verdad sobre Dios, que es Dios mismo; pero en su ascensión al Sinaí, después de purificarse, progresa continuamente hacia el conocimiento inefable de Dios, en el DESEO ardiente de la belleza esencial.
Si «la verdad» es Dios y si ella es también «luz» —estas son las expresiones sublimes que el evangelio utiliza para designar a Dios, que se ha manifestado a nosotros en la carne— se sigue, como consecuencia, que la conducta virtuosa nos lleva al conocimiento de esta luz que se ha rebajado hasta revestirse de nuestra naturaleza humana [S. Gregoire de Nysse, La vie de Moïse, 19, SC 1, Le buisson ardent, n. 19, Paris 68, p.117].
Por ello este misterio de fuego ardiente, el fuego del amor divino, que se manifiesta en la vida de Moisés, nos lleva a considerar también el misterio de la Virgen, de la cual brotará la luz de la divinidad para iluminar a la humanidad. María, zarza ardiente que no se agosta, y continúa siendo para todos nosotros zarza luminosa, y calor para el corazón.

Progreso y deseo, deseo y progreso, son dos palabras que mueven a Moisés en su tensión hacia Dios, hasta hacerlo para nosotros modelo o punto de referencia en nuestra búsqueda de Dios, ya que sobrepasa a los hombres fascinados por el amor, y siendo digno de admiración por su vida y su obra [S. Juan Crisóstomo, Homilia in Ephesios 7,4, PG 62 53d]; vive la increíble amistad de la zarza ardiente [Homilía anónima s. IV, 1, 15, SC 146, p. 74]; y viene a ser una estrella de luz en el cielo de nuestro corazón que brilla y nos ilumina con sus obras [Orígenes, Homilía sobre el Génesis, 1, 7, Edit. Ciudad Nueva].
Por ello, Moisés no es una figura del pasado, para la Iglesia y para nuestra vida. Su actitud, su gesto, su obra, permanecen como algo muy precioso, viva actualidad, siempre en una relación íntima con Cristo y apoyado en la misma palabra de Jesús que dijo: De mí escribió Moisés. (Jn 5,46)
Encontramos, pues, en este Moisés, jefe de un pueblo, profeta y legislador, dos rasgos característicos de su vida espiritual:
Una fe intrépida en Dios, que lleva a buscar la intimidad con él para conocerle, como es conocido por él. (cf. 1Cor 13,12)
Un compromiso fiel, una solidaridad a toda prueba, hasta ofrecer su vida, con su pueblo.
El pensador Filón afirma de Moisés su profunda amor a la humanidad, a la justicia y al bien, su repulsa al vicio, lo que hace de él una «ley viva», un buen pedagogo en el arte de reprender y corregir. Y que vive en un deseo permanente de ver a Dios ya que ha escuchado los «acordes celestes de una música perfecta» [Dictionaire de Spiritualité, Moïse, t. X, 2, col. 1461].

Pero si Moisés es un punto de referencia importante para nuestra vida espiritual, y para orientar nuestros pasos hacia el encuentro con el Mesías, todavía tenemos en santa María una cercanía más significativa, ya que encontramos una identificación plena con la voluntad divina, como se desprende de las palabras del arcángel:

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
has hallado gracia delante de Dios…
(Lc 1,28)

Mediante el arcángel Gabriel llega a María la voz divina, verdadera zarza ardiente, al guardar en su espacio interior el fuego de la Palabra. María no pone obstáculos a su Creador, sino que acepta con prontitud su voluntad:

He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra…
(Lc 1,38)

Y su corazón y su voz cantará la bondad de Dios:

Alaba mi alma la grandeza del Señor,
mi espíritu se alegra en Dios mi salvador,
porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava…
(Lc 1,46)

17 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / 17 de diciembre

Oh Sabiduría,
que brota de la boca del Altísimo,
y que dispone todas las cosas
con suavidad y fortaleza.
Ven y muéstranos
el sendero de la prudencia.

La Sabiduría brota de la boca del Altísimo… para derramarse con suavidad y fortaleza, como bondad y belleza y vida, en lo que es su obra creadora. ¡Oh Sabiduría!... Es el sonido dulce de una Palabra, a través de la cual Dios se manifiesta, se da a conocer. Es el Logos, o el Verbo, como llamamos también a esta Palabra, que brota de la boca del Altísimo. Es la Palabra que brota del Amor, y pone amor en su obra creada. Invitando a amar, a corresponder en el amor. Esta Palabra es el Hijo, que habla en silencio y en silencio ha de ser escuchada [San Juan de la Cruz, Obras Completas, Puntos de amor, reunidos en Beas, Edit M. Carmelo, Burgos 1990, p. 66]. Yo diría que es un amor discreto.
Es la sabiduría que brota del Padre, de la boca del Altísimo. La boca del Altísimo pronuncia una Palabra, revela su sabiduría, y yo la experimento, además de cómo bondad, belleza y vida, en la fuerza de dos palabras: como poder y como gracia. (Salm 61)
Experimento la fuerza de Dios, su amor, en contraste con mi debilidad. Solo en Dios está la fuerza, los hombres somos un soplo, como la hierba que brota por la mañana y por la tarde se agosta, se seca. Por eso nos grita el profeta:

Dice una voz: grita. Respondo: ¿qué debo gritar?
Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor sopla sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.
Sube a un monte elevado, alza fuerte la voz, no temas, grita con fuerza: aquí tenéis a vuestro Dios. (Is 40, 6-11)

Solo Dios permanece. La criatura pasa como flor campestre. La Palabra permanece. Necesito escuchar la Palabra que permanece, y que lleva una carga profunda de sabiduría y de vida:

Que Dios te hable, que abra los labios para responderte: él te enseñará secretos de sabiduría, retorcerá tus argucias, y sabrás que aún parte de tu culpa te la perdona.
¿Pretendes sondear el abismo de Dios, o alcanzar los límites del Todopoderoso?
Si diriges tu corazón a Dios, y extiendes las manos hacia él, tu vida resurgirá como el mediodía, tus tinieblas serán una aurora. (Job 11,5s)

Verdaderamente, Dios habla. Dios habla en mi espacio interior. La Palabra no viene de fuera sino desde dentro. Dios se manifiesta, se revela, en mi corazón, en tu corazón, en un corazón que escucha. Solo Dios permanece, sólo Dios tiene la fuerza y la gracia, pero sin embargo se manifiesta en sintonía como debilidad. Dios es discreto. Es la fuerza del Amor que busca el centro de nuestro corazón, nuestro espacio más íntimo. El verdadero amor es discreto. Pero fuerte, generoso, fiel. Esta Palabra, es la sabiduría de Dios, su fuerza, su amor, la que ha dispuesto todas las cosas, las ha creado, con suavidad y fortaleza; y nos permite a nosotros contemplar su gloria, su esplendor, que canta su obra creada:

Yo salí de la boca del Altísimo, y como niebla cubrí la tierra. He puesto mi tabernáculo en las alturas y mi trono en la columna de nubes. Yo he dado la vuelta a todo el arco celeste y he recorrido las profundidades de los océanos. Poseo las olas del mar, y toda la tierra, las naciones y pueblos. (Eclo 24,1s)

Necesito, necesitamos todos, esta sabiduría de la que está escrito: la sabiduría serena el rostro del hombre cambiándole la dureza del semblante… (Ecl 8,1) porque nos cambia también el corazón, al poseernos a todos, porque es suyo todo el universo; abraza con amor a toda criatura…, como nos lo sugiere el salmista:

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo;
la tierra firme, que modelaron sus manos…
(Salm 94)

Posee toda la tierra, naciones y pueblos. Somos su pueblo, rebaño que él guía. Yo, tú, nosotros, somos una pequeña palabra salida de esa boca del Altísimo, que acostumbramos a olvidar, yendo por otros senderos. Necesitamos que esa boca nos vuelva a deletrear, para que volvamos a recordar la melodía de la sabiduría.
Esta sabiduría que ha entrado en el mundo por el camino del amor, del silencio y de la mortificación, anonadándose... Que entra en mi vida por el mismo camino del amor, del silencio y de la mortificación.
Esta sabiduría existe ya antes del tiempo, en la eternidad; y el Altísimo, el Padre, nos la transmite por medio de su Verbo, su Logos o su Palabra, en el tiempo, en nuestro tiempo para comunicarnos un saber sobre Dios, para comunicarnos lo que él es, Amor, para comunicarnos sus intenciones, su proyecto sobre el mundo y sobre el hombre. De esta forma nos manifiesta la bondad que Dios ofrece al hombre: una sabiduría, para conocer los misterios ocultos de Dios, para entrar en los secretos de su corazón con el sentido, yo diría con el sentido del amor iluminado…
Su proyecto es un proyecto de amor. Nos eligió ya antes del tiempo para vivir consagrados a él en el amor. (Ef 1,4)
Esta Palabra, este Verbo, salido de la boca del Altísimo, nos manifiesta la condescendencia divina, la humildad de Dios, que ha querido hacer llegar su voz a través de la voz humana. Esta humildad de Dios, en la bondad, belleza y vida de la creación, es una primera declaración del proyecto amoroso de Dios, que trae, a continuación, una segunda palabra de amor, y que supone que Dios asume todo lo humano, lo carnal y mortal, para descubrirnos el misterio profundo que se esconde en la vida humana. Dios en su bondad derrama su sabiduría en la creación, y en este bello escenario, este paraíso, pone a la criatura humana para vivir una historia de amor. Y será él quien lleva la iniciativa de esta aventura amorosa a través de su Verbo, de su Palabra, del Hijo revestido de nuestra humanidad.
Por este camino, contemplamos como, en Jesucristo, Dios se inclina sobre el hombre en un gesto de amor que nuestra imaginación no alcanza, y el hombre se eleva y se entrega a Dios, realizándose como criatura en una respuesta también de amor.
Este doble movimiento de amor entre Dios y la criatura tiene un punto de partida inmediato en las entrañas de santa María. Dios lleva la iniciativa, pero ya desde el principio cuanta con la colaboración asidua de la criatura, en cuya entrañas, las entrañas de la mujer, deposita la tierra buena que dará el fruto, la respuesta que Dios espera de la criatura humana.
Esta hermosa realidad permite escribir al teólogo:
El cristiano no solo cree que hay Dios, sino que da crédito a su manifestación en la historia y sobre todo se entrega a él, para sentir, pensar y ser con él. Que Dios se haya hecho hombre, incita al hombre a reconocer la diferencia infinita entre ambos y a la vez el acercamiento absoluto de ambos. El cristiano se alegra de que Dios exista, de que, encarnado, sea Dios de los hombres, convirtiéndose así en nuestra salvación. María anticipó la expresión más profunda de la fe al decir: «Mi alma reconoce la grandeza de Dios y se alegra de él que es mi salvador». La esencia de la fe cristiana es la alegría de Dios y la alegría del hombre, alegría porque existan los dos, de que sean amigos y de que no haya Dios sin hombre ni hombre sin Dios. Amén. Consentimos y nos gozamos en Dios [O. Gonzalez de Cardedal, La entraña del Cristianismo, cap. 5, 10, Edit. Secret. Trinitario, Salamanca 1998, p. 340].

Acaba tu obra, Señor (Salmo 137). Oh Sabiduría, VEN, y muéstranos el camino.

16 de diciembre de 2013

ANTÍFONAS DE LA O / Prólogo



El Santo Padre Francisco, al concluir el Mes de Mayo con el rezo del Santo Rosario, en la plaza de san Pedro, nos habló de la actitud de María ante el misterio de Dios y dijo estas palabras:

Tres palabras sintetizan la actitud de María: escucha, decisión, acción. Palabras que indican un camino también para nosotros ante lo que nos pide el Señor en la vida. Escucha, decisión, acción.

Escucha. María sabe escuchar a Dios. Atención: no es un simple «oír», un oír superficial, sino que es la «escucha» hecha de atención, acogida, disponibilidad hacia Dios. Esto vale también en nuestra vida: escucha de Dios que nos habla, y escucha también de las realidades cotidianas: atención a las personas, a los hechos, porque el Señor está a la puerta de nuestra vida y llama de muchas formas, pone signos en nuestro camino; nos da la capacidad de verlos.

La segunda palabra: decisión. María no vive «deprisa», con angustia, pero, como pone de relieve san Lucas, «meditaba todas estas cosas en su corazón» (cf. Lc 2, 19.51). E incluso en el momento decisivo de la Anunciación del Ángel, ella pregunta: «¿Cómo será eso?» (Lc 1, 34). No vive deprisa, sino sólo cuando es necesario «va deprisa». Decide. María va a contracorriente; se pone a la escucha de Dios, reflexiona y trata de comprender la realidad, y decide abandonarse totalmente a Dios.

La tercera palabra: acción. María se puso en camino y «fue de prisa...» (cf. Lc 1, 39). En la oración, ante Dios que habla, al reflexionar y meditar acerca de los hechos de su vida, María no tiene prisa, no se deja atrapar por el momento, no se deja arrastrar por los acontecimientos. Pero cuando tiene claro lo que Dios le pide, lo que debe hacer, no se detiene, no se demora, sino que va «deprisa». San Ambrosio comenta: «La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud» [San Ambrosio, Exposición Evangelio de Lucas, II,19, PL15,1560].

María, la mujer de la escucha, de la decisión, de la acción.
Estas tres palabras, esta actitud de santa María también la necesitamos en nuestra vida como creyentes. Sobre todo es una actitud necesaria en el tiempo de Adviento, un tiempo de preparación para recibir el Misterio de Dios, que en su inmenso amor revela su Misterio de amor, anonadándose y revistiéndose de nuestra naturaleza, para vibrar con todo lo humano, para vivir, amar y morir como hombre, y mostrarnos de esta manera el estilo, el camino. Tres palabras para recibir, celebrar y vivir el Misterio de Navidad, el Misterio de Dios que se hace hombre, para comunicarnos la inmensa riqueza de su amor.

Pero son tres palabras no solo para un tiempo de Adviento. Hoy tenemos una necesidad urgente de hacerlas nuestras en las variadas circunstancias de la vida. No en vano podemos decir que toda la vida viene a ser un verdadero Adviento, en la espera del encuentro definitivo en la casa del Señor.

Sucede, con frecuencia, que nos movemos en nuestra vida creyente con la tendencia a la acción como una primera actitud; a programar inmediatamente unas actividades, sumidos en el dinamismo de una sociedad irreflexiva; y llegamos a creer que podemos poder cambiar el rumbo de las personas, de la historia… Y sucede lo que tiene que suceder: venimos a caer en la indecisión y por último la desilusión y el abandono, para acabar cerrados a la sabiduría de la escucha. Hacemos verdad la palabra del profeta: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos (Is 55,8).
Esta no es la sabiduría que nos muestra la vida de santa María; esta no es la sabiduría que contemplamos en la enseñanza y en la vida de Jesús de Nazaret: Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo, no busco mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. (Jn 5,30) Y pasará 30 años de escucha en Nazaret, en la espera de que llegue su «hora». Si queremos poner nuestra vida al servicio del misterio de Dios, no podemos tener otro punto de partida que la luz de Belén y la sabiduría de Nazaret. Aquí contemplamos que el punto de partida de María y de Jesús es la actitud de escucha.

Solamente, movidos por la sabiduría de la escucha, y a partir de la sabiduría que nos puede proporcionar la escucha y la contemplación, podemos aspirar a tomar decisiones correctas, sabias, acertadas. Una serena reflexión, una meditación profunda es el mejor camino para iniciar a continuación una acción dinámica y acertada, y además viviéndola como una experiencia profunda que nos nace desde nuestro espacio interior, que siempre será una garantía mejor para alejar una experiencia de fracaso.

Este año, al escribir este comentario sobre las Antífonas de la O, he querido tener como punto de referencia la sabiduría bíblica, centrada en los Libros Sapienciales.
Esta literatura sapiencial floreció en todo el Antiguo Oriente. Es una sabiduría universal. Nos proporciona una luz sobre el destino del hombre no a través de una reflexión filosófica, sino recogiendo los frutos de la experiencia de la vida. Viene a ser el arte de vivir bien y la marca de una buena educación…
La verdadera sabiduría es el temor del Señor, y el temor del Señor lleva a la piedad. Una sabiduría que nos conduce a un humanismo profundo que tendrá su máxima expresión en la vida, en la obra, en la persona de Jesucristo. Ecce homo.
Toda sabiduría auténtica está íntimamente conectada con la sabiduría divina.

El conjunto de los Libros Sapienciales adquieren su luminosidad plena a la luz de un Dios encarnado. Evidentemente, no hago un comentario de esta parte de la Biblia, sino que tomo unos puntos de referencia para mostrar que en Dios encarnado tenemos el camino abierto para vivir la sabiduría que nos salva. Que en el Antiguo Testamento hay figuras preclaras, como Moisés, que viven esta sabiduría en una referencia profunda y pedagógica a Jesucristo. Que en el árbol de la humanidad hubo abundantes brotes que levantan la esperanza del brote definitivo, que será el Mesías, nacido de santa María. La sabiduría divina se preparara una casa, en la creación, y sobre todo una casa en la humanidad, y María será la primera puerta abierta a un Dios que ha querido hacer de la humanidad su morada más apreciada. En la sabiduría encontramos la luz para nuestro camino, una sabiduría que se hace luz a través de la Palabra, que se reviste de nuestra naturaleza para ser luz del mundo, e iluminar las tinieblas de la humanidad. La sabiduría nos lleva a encontrarnos a nosotros mismos y con los demás a apoyarnos en la verdadera Roca, la Piedra angular, que, para nosotros, es siempre el misterio de Dios, manifestado en el Mesías Jesús, nacido en Belén. Este misterio divino ha abierto sus riquezas y derramado toda su sabiduría en su obra creada, pero de manera especial en lo más querido de su obra: la persona humana, la misma humanidad, hasta el punto de hacerse EMMANUEL. DIOS-CON-NOSOTROS. ¿Quién puede imaginar tanto amor? ¿Cómo podemos pasarnos al campo de un Dios que suscita el miedo?

Por ello, este año, cuando llegamos al día 17 de Diciembre, con el que iniciamos lo que es la segunda parte de Adviento, la preparación más inmediata para Navidad, mediante el canto de las Antífonas de la O, como introducción al canto del Magníficat en la plegaria de las vísperas, invito a hacer este camino junto a María, como nos recomienda la liturgia de la Iglesia, y procurando a lo largo de este camino, o de este tiempo de Adviento, abrir nuestros corazones a la sabiduría de la Palabra. A contemplar la verdadera sabiduría que se nos manifiesta en el Misterio de Navidad, a contemplar la sabiduría acogida en el corazón de santa María, desde su actitud permanente de escucha, a hacer este camino con un deseo muy vivo, plegaria a Aquel que dispone todas las cosas con suavidad y fortaleza: ¡Que me bese con besos de su boca!

8 de diciembre de 2013

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Domingo II de Adviento

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Gen 3,9-15.20; Salm 97,1-4; Rm 15,4-9; Lc 1,26-38

«¡Qué dulce es la luz! ¡Qué agradable para los ojos ver el sol! Si uno vive muchos años, que los viva con alegría, pero que no olvide que también abundaran los días de oscuridad» (Ecl 11,7).

Por eso suplicamos al Señor en este tiempo de Adviento, camino de Navidad, la luz, la luz que esperamos. Una de las Antífonas de este Adviento nos lleva a pedir la luz: «Oh Sol naciente, resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven a iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte».

Una muerte que se inicia con el pecado del Paraíso. Adán y Eva optan por no seguir el mandamiento de Dios, y sobre el Paraíso se extiende también la oscuridad de la noche, en el horizonte de la humanidad aparece la muerte, y como una introducción a la muerte la injusticia, la enemistad, violencia… Pero, Dios inmediatamente empezará a manifestar todo su proyecto de amor para con el hombre que ha creado. Dios empieza a preparar su viaje a la humanidad, a salir del espacio del Paraíso y a entrar en la historia de la humanidad y continuar la historia de amor iniciada en los atardeceres paradisiacos.

El primer sueño de amor de nuestro Dios es para proyectar y meditar poner luz y armonía en la oscuridad del abismo, pensando en la belleza suprema de la persona humana, fiel reflejo de la Suya; e iniciar un diálogo de vida y de amor a la hora de la brisa en atardeceres sin crepúsculo, donde debía estar invertido el verso del Cantar siendo entonces, Dios como Amigo, quien suspiraría: «Yo soy de mi Amado y mi Amado es Mío». Pero el Amado, el hombre le falla a Dios en este primer sueño.

Y Dios va a tener otro sueño de amor. «Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta» (Apoc 12,1).

Sueña con una Mujer, María estrella de la mañana, estrella del atardecer, estrella de la noche. María, la Mujer que lleva dentro el Sol naciente. María, la Mujer con el resplandor de la luz eterna… En verdad puede decirle el ángel: «Dios te guarde, llena de gracia, el Señor es contigo».

Dios no ha renunciado a su primer sueño, pero ahora ha puesto el Paraíso en el corazón de esta criatura única que es santa María, la Inmaculada. Y cuando María advierte los pasos de Dios en su jardín, ella no se esconde, sino que responderá con sencillez: «He aquí la esclava del Señor, que se cumplan en mí tus palabras».

Santa María será el Paraíso que acoge la perfección de la obra divina. Y en este Paraíso queda la criatura religada a su Creador con lazos eternos. Y quedará ya escrito para siempre y de manera correcta el verso del Cantar proclamado por la criatura Amiga de Dios: «Yo soy de mi Amado y mi Amado es mío» (Ct 2,16).

Así culmina el sueño de Dios, o el viaje a la humanidad, a la historia humana, como enseñan los Santos Padres. Dios vuelve a poner luz y armonía, a través de la disponibilidad de María en la oscuridad del abismo, y volverá con más profundidad el diálogo de vida y de amor a la hora de la brisa en un atardecer sin crepúsculo.

Hermanos, esto es lo que sugieren las Escrituras en la resplendente belleza de esta solemnidad que encontramos en el camino de Adviento al Nacimiento. Repito: al Nacimiento de Dios. Yo diría al tercer Nacimiento. Pues si el primer Nacimiento de Dios, su primera Revelación, es en el Paraíso de Adán y Eva, y el segundo es el seno de santa María, ahora, el tercero, es el que ha de tener lugar en el seno de la Humanidad. Conviene no olvidar las Escrituras, recordad lo que nos dice san Pablo: «Lo que dicen las Escrituras es para instruirnos a nosotros, para que con la fuerza y consuelo que nos dan nos ayuden a mantener la esperanza».

Pero esta esperanza será firme si nos aceptamos unos a otros, como Cristo nos ha aceptado. Cristo se ha puesto, humilde al servicio del pueblo. Y solamente con nuestro servicio humilde podemos tejer el pesebre para recibirlo en una nueva Navidad, un servicio que tiene que ir dibujando letra a letra la palabra NOSOTROS. Dios no puede nacer y recostarse en nosotros con la luz o el dibujo de otra palabra.

13 de noviembre de 2013

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5,6-10.13-6,2; Salmo 83,3-5.10-11 ; 1Pe 2,4-9; Lc 19,1-10

«Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo».

Este es un salmo de peregrinación, de quien se ha puesto en camino, hacia el santuario de Jerusalén, hacia la casa de Dios. Y esta casa eres tú mismo.
El ansia, el deseo, la impaciencia caracteriza a quien emprende un viaje para encontrar a una persona querida. Para encontrarse consigo misma. San Juan de la Cruz diría: «con ansias de amor inflamada».
Lo que desata el entusiasmo, la dulzura, la alegría del salmista no es tanto la casa del Señor como Aquel que habita en la casa. Es el deseo de Dios, es la pasión por Dios. Verdaderamente los versos de este salmo nos pueden llevar a escapar de la rutina en nuestra búsqueda de Dios. A vivir con más fuerza el deseo de Dios. San Agustín en un precioso comentario a este salmo escribe: «Como objeto de su deseo sólo les queda Dios. Ya no aman la tierra, porque aman al que hizo el cielo y la tierra. Aman y todavía no están con él. Su deseo se prolonga para crecer, crece para dar cabida. Pues no es poco lo que ha de dar Dios al que desea, ni es poco lo que ha de esforzarse para dar cabida a tan gran bien. Dios no va a dar algo de lo que hizo, sino a sí mismo, que lo hizo todo. Para dar cabida a Dios esfuérzate; lo que has de poseer por siempre, deséalo mucho tiempo».

Encontramos palabras muy expresivas en este salmo: mi alma se consume, es decir desfallece. El salmista aviva su amor, se siente invadido de una sed casi física de Dios, que es «manantial de agua viva» (Jer 17,13).

Estos versos del salmista recuerdan otras palabras de la Escritura:

«Que me bese con besos de su boca».
«Mi amado es mío y yode mi amado».
«Estoy enferma de amor».
«Me sedujiste, Señor y me dejé seducir».
«Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor».
«Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa».

El salmista hace una opción radical. Por Dios rompe con los dioses falsos y con la sabiduría del mundo. Decide vivir según el espíritu de la ley del Señor; orientar sus pasos hacia Dios. Mil días son los nuestros. Un día es el de Dios. Nuestros días, sin Dios, son vacíos, ruedan sin consistencia, se esfuman sin sentido. La presencia de Dios es lo que da valor infinito a un solo día pasado con el Señor. Como enseña Pablo: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado pérdida a causa de Cristo, y todo lo tengo como basura para ganar a Cristo» (Fl 3,7 s).

Celebramos la fiesta de la dedicación de este templo, de su consagración a Dios. Pero la verdadera consagración es la nuestra como nos recuerda san Bernardo: «estáis consagrados a Dios que os eligió y os ha tomado en propiedad. ¡Qué magnífico ha sido vuestro negocio, hermanos! Habéis invertido todas vuestras riquezas del mundo para pasar el dominio del Creador y llegar a poseer a Aquel que es patrimonio y riqueza de los suyos. ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor! Cuando se consagro esta casa al Señor, se hizo para nosotros: los que estamos presentes, los que han servido y los que servirán al señor en el curso de los siglos».

Ya veis que san Bernardo no se va por las ramas. El llevaba el fuego de Dios en el corazón y apunta directamente a nuestro corazón, despertando interrogantes a la luz de la Palabra de Dios. Para quien se los quiera plantear, claro:

«¿Nos sentimos propiedad de Dios?»
«¿Con 10, 20 40 años menos cambiaríamos de negocio?»
«¿Inviertes todo tu capital aquí, o tienes una contabilidad “B” o paralela?»

Se consagró y se dedico este templo para que nosotros lleguemos a vivir y decir desde el corazón este salmo:

«Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Feliz el que vive en vuestra casa alabándoos cada día».

Pero nunca haremos este salmo vida nuestra si no nos duelen las palabras de san Pablo: «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado pérdida a causa de Cristo, y todo lo tengo como basura para ganar a Cristo» (Fl 3,7 s).

Mira: Cristo está pasando cada día por aquí. Se hace presencia viva. Quizás necesitas subirte al árbol como Zaqueo.