13 de noviembre de 2008

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE POBLET

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
2Cr 5, 6-10. 13-6, 2; Salmo 83; 1Pe 2, 4-9; Lc 19, 1-10

Que delicia es tu morada, Señor de los ejércitos,
mi alma se consume anhelando los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

Así empieza el salmista este poema que es el salmo 83; con la belleza de una nostalgia viva: que delicia, consumirse, retozar… son palabras que rezuman de un corazón enamorado, de un corazón lleno de ternura por su Dios, por el Dios que es la fuente de su vida. Qué delicia: retozar por el Dios vivo…. Retozar, es decir saltar, danzar, jugar con Dios. Una imagen viva, seductora de un Dios amable apasionado por el hombre y que despierta nostalgias, deseos, pasiones.

Este salmo va contra la rutina en el trato con Dios. ¿Qué es lo que desata en el salmista tanto entusiasmo, tanta dulzura, tanto cariño. No es simplemente el templo, sino Aquel que habita en el templo. En la oscuridad del templo, como nos dice la lectura del libro de las Crónicas, pero para llenar de luz y de deseo a quienes penetran en el templo para alabarlo. Con Dios encontrará el secreto de su vida y una fuerza interior que le permitirá andar un camino recto de acuerdo a la ley del Señor.

Este salmo es un recurso precioso para avivar la nostalgia de Dios, para desearlo más ardientemente. Y si tenemos este deseo, sabemos que tenemos ya este don que nos viene de Dios. Dice san Agustín: Dios dilata el deseo para que crezca y crece para que alcance a Dios. Dios no ha de dar una cosa pequeña al que desea; Dios no ha de dar algo de lo que hizo; se dará a sí mismo que hizo todas las cosas.

¿Quien es este Dios por el que suspira mi alma; como es su casa por cuyos atrios me consumo de deseo? San Bernardo recurre a una imagen del profeta Isaias: ¡Que buena soldadura… Estas piedras (las piedras vivas del templo de Dios) tienen la doble soldadura del pleno conocimiento y del amor perfecto. Cuanto más cerca están de Dios, que es amor, mayor es el amor que las une entre sí.

Que buena soldadura! Es la expresión de Isaías que seduce a Bernardo. Pero es interesante todo el contexto de esta expresión del profeta Isaías. Así cuando leemos: ¿Con quien comparareis a Dios, qué imagen vais a contraponerle? El escultor funde una estatua, el orfebre la recubre de oro y le suelda cadena de plata. Se ayudan uno a otro, dicen a su compañero: «Ánimo!», y el fundidor anima al orfebre; el que forja a martillo al que golpea el yunque diciendo: “Buena soldadura”.

La buena soldadura del conocimiento y del amor perfecto. Este pensamiento de san Bernardo, nos debe llevar a la consideración de las palabras de san Pedro: Nos acercamos cada día a la piedra viva, elegida y digna de honor a los ojos de Dios. A la piedra angular, a Cristo. Nos acercamos como piedra vivas, para entrar en la construcción del templo. Así seremos linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para publicar las proezas de Dios. Pueblo de Dios.

En un pueblo todos se conocen. ¿Y no nos conocemos en este pequeño pueblo que es nuestra comunidad? Conocimiento y amor perfecto

Nos conocemos nuestras virtudes y nuestros defectos. Llegamos a saber sus gustos, sus fallos, lo oscuro de su vida. Pero no lo utilizamos como materia de juicio y de distanciamiento, de rechazo, sino como detalles oscuros que hay en su vida, para ponerme de relieve sus luces, sus virtudes. Porque estas sí que necesitamos utilizar. Porque todos somos piedras vivas para entrar a formar parte de la construcción del nuevo templo de Dios, cuya piedra angular es Cristo. Es importante en esta tarea de edificación del templo de Dios el claroscuro de cada miembro de la comunidad. Dios nos ha hecho así. Podríamos recordar aquella expresión fuerte, enigmática de Pablo: Dios nos encerró a todos en el pecado, para hacer misericordia con todos. Dios necesita de nuestro claroscuro, como la materia más apropiada para que el Espíritu vaya haciendo su trabajo de purificación de nosotros, para mostrar su gran corazón a través de su generosa misericordia. Conocimiento y amor perfecto. Dios nos conoce como somos y nos ama con la perfección de su amor. Así también debe ser en nuestra vida.

A nosotros nos viene bien este claroscuro para vivir una permanente tensión hacia la luz; para colaborar con el Espíritu divino en el trabajo de ir puliendo las aristas del corazón, de ir puliendo las aristas de la piedra que somos, de manera que podamos ensamblarnos con nuestros hermanos para dejar que el Espíritu de Dios edifique su templo santo. Conocimiento y amor perfecto. Nos conocemos, pero para ser generosos, para vivir un amor generoso.

Es posible, si somos sinceros, que no nos veamos como piedras dignas a los ojos de Dios, e incluso, desde una actitud humilde, a los ojos de los demás. Pero como Zaqueo hemos oído hablar de Jesús, incluso hemos leído sus enseñanzas, busquemos, entonces, una vez más su mirada. La mirada de Jesús es capaz de purificar nuestro corazón, como purificó la vida toda de Zaqueo.

¿Eres bajo de estatura? No importa, ¡súbete a la higuera! Es posible que quiera hospedarse en tu casa.