25 de diciembre de 2008

NATIVIDAD DEL SEÑOR

Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52, 7-10; Salmo 97, 1-6; Heb 1, 1-6; Jn, 1-18

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice: Tu Dios es Rey … Romped a cantar …

La Palabra de Dios nos ofrece un cuadro en esta lectura de gran belleza. El mensajero camina ligero sobre los montes, sobre la belleza de la creación, para anunciar el nacimiento de la Belleza en el seno de la humanidad. La Belleza que salva al mundo. Esta Belleza ya anunciada en la belleza de la creación y cantada por los poetas:

Este cielo azul dominando las montañas, el mar inmenso y el sol brillando por todo el universo, la fascinación del cielo azul, las cosas bellas creadas para mis ojos, mis ojos y mis sentidos creados para esta belleza… ¡Qué belleza, Señor cuando la miramos con tu paz en nuestra mirada… (Joan Maragall).

O la Belleza que buscaron otros, y en su búsqueda dejaron el sello de Dios en sus páginas de belleza y de luz:

En su búsqueda, no renunciaron
a la palmera, el olivo, los pájaros,
el ciprés, el sol, las rosas,
la luna, las estrellas, la fuente
el fuego, la lumbre y el fervor
por una y todas las cosas.
En el límite de todo límite,
tampoco callaron el amor
y las ansias de Dios
que en el corazón ardía
y a todas las cosas daban su luz …
(D.Sabiote)

Nos lo recuerda también la Palabra: los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. Es la victoria de la luz y del amor que se hace patente en el ámbito de la creación. Pero nos conviene guardar la distancia, la distancia contemplativa para no caer en el pecado que denuncia el poeta:

Permaneced distantes.
Me encanta oír como las cosas cantan.
Las tocáis: se vuelven mudas y rígidas,
Vosotros me matáis todas las cosas.
(Rilke)

Es necesario despertar el espíritu contemplativo, que nos acerca al misterio de las cosas, despertar el espíritu contemplativo que nos aleja de la rigidez del juicio con el que encasillamos el mundo, las personas, los acontecimientos. Despertar el espíritu contemplativo que reavive el fuego que arde dentro y que nos permita sacar luz, ser luz, proclamar el amor. Es necesario mirar todo con la paz en el corazón. Porque esta paz prepara el silencio en que se puede escuchar la Palabra, mediante la cual nos ha hablado Dios: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres. Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, heredero de todo, reflejo de su gloria, que sostiene el universo.

Pero como la belleza de la creación está en la serenidad de su silencio, receptiva siempre a la gloria de su Creador, también nosotros seremos receptivos a esa Palabra que nos sigue hablando hoy si nos tomamos en serio el servicio del silencio:

El silencio es el ámbito de este Niño.
El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios.
Sólo si nosotros mismos
entramos en el ámbito del silencio,
llegamos al lugar
donde acontece el nacimiento de Dios.
(Benedicto XVI)

El silencio para acoger la Palabra. Para leer a Dios. Para ejercitarnos en esta lectura de Dios, en la creación, en los acontecimientos, en la vida de los demás, en las Escrituras. Porque la Palabra que en el principio estaba junto a Dios, y por la que se hizo todo, continúa estando a la derecha de su Majestad en las alturas. Y continua ejercitándose en su preciosa obra de creación. Es en la Palabra, donde estaba la vida, donde siguen estando las fuentes de la vida, y desde donde el rumor de sus aguas se proyectan como luz para las tinieblas. Luz para continuar la obra de creación, la permanente novedad, como nos enseña san Ireneo: «¿Qué es lo que nos aporta de nuevo el Señor con su venida? Aporta toda la novedad, aportando su propia persona anunciada con antelación. Porque el que era anunciado con antelación era precisamente que la Novedad venía a renovar y reavivar al hombre».

Para poder llegar a ser hijos de Dios, si creen en su nombre, como nos ha subrayado el evangelio. Esto es: nacer de Dios.