29 de abril de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 4º de Pascua (Año B)

Del tratado de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el perfecto modelo del cristiano
San Pablo conocía Cristo mejor que nadie, y enseñó, con sus obras, como deben ser los que de él han recibido su nombre. «Buscáis una prueba de si Cristo habla en mí, sabed que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí».

Él nos hace ver la gran fuerza del nombre de Cristo, al afirmar que Cristo es el poder y la sabiduría de Dios, en llamarlo paz y luz inaccesible en la que Dios habita, expiación, redención, sumo sacerdote, pascua, propiciación de las almas, irradiación de la gloria e impronta de la sustancia del Padre, por el que fueron hechos los siglos, comida y bebida espiritual, roca y agua, fundamento de la fe, piedra angular, imagen del Dios invisible, Dios grande, cabeza del cuerpo que es la Iglesia, primogénito de la nueva creación, primicia de los que han muerto, primogénito de entre los muertos,, primogénito entre muchos hermanos, mediador entre Dios y los hombres, Hijo único coronado de gloria y de honor, Señor de la gloria, origen de las cosas, rey de justicia y rey de paz, rey de todos, el reino del que no conoce fronteras.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Pilar:

Me hizo gracia lo que me comentabas sobre tu conversación con otra persona sobre un texto del Apocalipsis: «los elegidos irán corriendo detrás del Cordero», y cómo esa persona con la que hablabas te decía: «pues si además de estar corriendo en esta vida, tenemos que correr en la otra…».

Me hizo gracia, y además me dejo pensativo. Y me llevó a recordar algún texto de san Gregorio de Nisa, un Santo Padre del siglo IV: «después que fuere separado y destruido lo que no es neto y legítimo, entonces la naturaleza de lo legítimo se agrandará gracias a un alimento copioso y se apresurará a producir fruto, al recibir los debidos cuidados durante un tiempo no corto, recuperando así la especie común que al principio Dios nos había impreso y atribuido. ¡Bienaventurados aquellos a quienes, al nacer por la resurrección, al instante les sobrevenga la hermosura perfecta y completa de las espigas!» (Diálogo sobre el alma y la resurrección, 17).

No es el único texto; tiene otros, quizás más explícitos, en los que Gregorio enseña su opinión de que después de esta vida continuaremos adentrándonos en el misterio de Dios. De hecho, si el Génesis nos cuenta sobre los paseos de Adán y Dios al atardecer, uno piensa que eran momentos deliciosos para Adán, para crecer en el conocimiento de Dios. Nunca llegaremos a penetrar por completo en el misterio de Dios, pero a mi no me repugna el pensar que en la eternidad, en nuestra relación con Dios, seguiremos al Cordero, corriendo o paseando, me es igual. O sentados a la mesa del banquete del Cordero. Aquí, en el tiempo, el Señor nos atrae, nos arrastra como un Buen Pastor, según su misma enseñanza. Él nos conoce, nos habla,«nos lleva a descansar en prados delicioso, a reposar junto a las aguas tranquilas». En este caminar juntos nos va revelando la hondura de su amor por nosotros. Para que nosotros lleguemos a estar «enfermos de amor» (Ct 2,5). Este conocimiento, esta penetración en el misterio divino uno cree que continuará en el ámbito de la eternidad. «Dios es amor». La profundidad y riqueza de este misterio nos atrae, nos fascina. Y esta atracción pienso que va a continuar de una manera más viva, más intensa más allá del tiempo, en la eternidad. Porque el amor tiene un dinamismo permanente de abertura y donación. Y esto me lleva a pensar que, como sugiere el Apocalipsis seguiremos después de este tiempo tras las huellas del Cordero. Para aprender más amor. Para vivir más amor. Como sugiere Ramón Llul en el Libro del Amigo y del Amado: «El amigo preguntaba a su Amado, si todavía había alguna virtud de él que todavía no amaba. Y el Amado le respondió que todo lo que podía multiplicar en el Amigo su amor estaba para amar».

Yo creo que este tiempo que vivimos en la belleza de nuestro planeta, e inmersos en tantas preocupaciones de todo tipo, fundamentalmente es para conocer a nuestro Pastor, y conociéndolo recibamos más y más vida. Una vida que nos haga vivir el tiempo a presión, en la esperanza de ir dando a luz lo eterno. Y empezar a vivir el pensamiento del salmista: «Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón».

Pilar, muchas gracias por tu llamada. Pero, ya sabes, dispuesta a participar en una carrera de fondo. Quizás tendremos que utilizar otro tipo de hábitos. Un abrazo,

+ P. Abad

22 de abril de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo 3º de Pascua (Año B)

De una homilía pascual de un autor antiguo
Con la inmersión en el agua has imitado el sepulcro del Señor, pero has vuelto a salir de él viendo, antes de todas las otras obras, la de la resurrección. Recibe ahora la realidad misma de las cosas, los símbolos de las cuales habías contemplado. Toma como testimonio de eso el apóstol Pablo que dice: «Si hemos sido injertados en la semejanza de su muerte, también lo estaremos a la semejanza de su resurrección».

Dice bellamente «injertados», ya que el bautismo es un injerto para la inmortalidad, plantado en la pila bautismal y que da frutos del cielo. La gracia del Espíritu actúa de una manera misteriosa, pero guárdate de despreciar el milagro confundiéndolo con las leyes operativas de la naturaleza. El agua sirve como materia, pero es la gracia que opera la regeneración y, en la pila bautismal, como en el seno materno, mujer nueva forma a lo que se sumerge. En el agua, como en un horno, la gracia forja el que hay baja. Le da los misterios de la inmortalidad y le confiere el sello de la resurrección.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Mª Luisa:

Hay un pensamiento de san Juan Crisóstomo que me gusta mucho, yo diría que me fascina: «que mi silencio, Señor, dé lugar a tu Palabra». Es que nosotros estamos llamados a vivir de la Palabra; y la Palabra necesita del ámbito del silencio para que resuene en mi vida, para que arraigue en mi corazón. Quizás por esto me gusta tanto este silencio del que me hablas en tu carta, que lleva hasta una pincelada de humor: «El silencio de la casa de mi corazón, cuando espera a Dios. No se puede describir. No soy digna de que entres en mi casa. Me gusta vivir en esta “casa”: quitarle el polvo, las telarañas… que esté limpia, porque espera a Dios. Jesús, pon bondad, acogida, amor a esta casa. “Toda la casa se llenó del perfume del nardo”. (Mafalda dice: “vamos a casa a callar un rato”). Con este silencio te deseo que seas feliz en tu casa, en tu corazón».

Precioso «silencio». Es toda una invitación a una oración silenciosa. Una invitación a entretenernos, vivir parte de nuestro tiempo limpiando nuestra casa, quitar polvo, telarañas… Porque esperamos a Dios. Aunque, en realidad, yo no sé si verdaderamente esperamos a Dios, o nuestro corazón espera otras cosas en esta vida, y por ello estamos mucho tiempo «fuera de casa».

Como no sé si los discípulos de Jesús, una vez crucificado lo esperaban. Los relatos evangélicos dan la impresión de que no lo esperaban. Pero algo había en ellos que les llevaba a estar reunidos en la casa. ¿Quizás para hablar de sus nostalgias?, ¿quizás para sentirse, estando juntos, más protegidos del miedo? ¿quizás…? Yo creo que en aquellos encuentros de los discípulos después de la crucifixión de Jesús debía haber muchos silencios, para advertir las telarañas de sus miedos y cobardías… Pero estaban en casa. Y esto es lo que quiere el Señor de nosotros: que estemos en casa, porque en esta casa interior quiere entrar para traernos la paz. Pero puede suceder que venga la paz a nuestra casa y nosotros no estemos en casa.

No nos iría mal recordar las palabras de gran belleza de san Agustín, en sus Confesiones: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y allí fuera te buscaba… Me tenían alejado de ti esas cosas que no existirían si no tuvieran en ti su existencia. Me llamaste. Me gritaste. Y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí. Y quitaste la ceguera de mis ojos. Exhalaste tu perfume y pude respirar. Y ahora suspiro por ti. Te probé y ahora siento hambre de ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz». (X,27)

Como dices, Mª Luisa, el silencio de la casa del corazón que espera a Dios no se puede describir. Estoy de acuerdo. Hoy me decía otra persona amiga a quien invitaba al silencio, que éste no es posible. No será posible de una manera absoluta, pero sí que es posible como acogida de nuestro espacio interior a una palabra, al don de la vida, a una llamada externa, que puede poner otro ritmo en nuestra vida. Un ritmo de más y mejor vida. El silencio no se describe, se vive. Es muy bella esta oración de san Agustín: «¡Oh casa llena de luz y de belleza! Amo tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, que te ha construido y es tu dueño. Por ti suspiré yo peregrino en la tierra. Y yo digo a quien te hizo a ti que sea también dueño de ti, porque también me hizo a mí. Me he descarriado como oveja perdida, pero espero ser llevado a ti en los hombros de mi pastor…» (XII,15). Que tu casa esté siempre llena del perfume del nardo. Un abrazo,

+ P. Abad

15 de abril de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de la Octava (II) de Pascua

De una Homilía atribuida a San Hipólito de Roma, presbítero
Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu puro, que nos abren los tesoros de la gloria celestial y de la real divinidad. La noche densa y oscura se ha aclarado, y la odiosa muerte ha sido relegada a la oscuridad, la vida irrumpe en el mundo, todo rebosa de luz indeficiente y todos los que nacen entran en posesión del mundo nuevo: y Cristo, nacido antes de la aurora, grande e inmortal, resplandece para todos más que el sol. Por eso, a nosotros que creemos en él, se nos acerca, fulgurante, el día sin ocaso, la Pascua mística ya prefigurada y celebrada por la ley. La Pascua, obra admirable de la fuerza y del poder de Dios, es realmente la fiesta y el memorial legítimo y eterno: es el paso de la pasión a la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la juventud a la madurez, es curación después de la herida, resurrección después de la caída, ascensión después de la bajada. Así es como Dios hace cosas grandes, así es como de lo imposible crea cosas admirables, para demostrar que sólo él puede lo que quiere.

LA CARTA DEL ABAD

Querido Miguel:

Muy agradecido a tu larga carta, donde me cuentas un poco de tu vida, después de muchos años sin tener noticias tuyas. Sigues con una fe viva y comprometida en tu ambiente, nada fácil como sugieres en alguno de sus párrafos: «En medio de labor intensa siento en mis carnes una sensación —meramente humana que Dios se encargará de hacer fructificar— de esterilidad, de no amar, de dificultad máxima de abordar a las personas, de trato con la gente, de cuasi soledad (¡qué difícil es que alguien se quiera comprometer!) que me embarga lo indecible».

Sucede que vivimos tiempos duros, difíciles para la vida de fe. Un teólogo escribe: «El camino del hombre ha desembocado y sigue desembocando en la fe porque en el rostro de Jesucristo ha resplandecido la gloria del Eterno, al que el hombre busca desde su raíz, porque tiene necesidad de sentido, de fundamento y de cobijo. El Eterno se ha manifestado en nuestra historia y se nos ha entregado como Amor. El amor es digno de fe. El amor absoluto se ha acreditado muriendo por mí y ha merecido mi adhesión absoluta» (Olegario G. de Cardedal).

Los hombres han respondido a Dios creyendo en Cristo. Yo creo en Ti. Pero a lo largo de la historia descubrimos que esta respuesta supone hacer un trayecto; desde las dificultades que tuvieron al principio los mismos Apóstoles, como podemos comprobar en los relatos evangélicos de las apariciones de Jesús después de resucitado, hasta las dificultades que tienen hoy muchos que querrían creer y no creen, o incluso quienes se cierran a esta fe. No es fácil el camino. Pero en cualquier caso no debemos olvidar que siempre es un camino.

«Solo el amor es digno de fe». Es también el título de un pequeño libro del teólogo Hans Urs von Balthasar. Solo el amor, porque es lo único que nos garantiza el todo de la realidad de Dios y del mundo, sin confusión y separación. Pero el amor, en la experiencia humana se contempla bajo muchos y diversos matices. Y en este amor no siempre llegamos al amor de Dios, como amor crucificado, donde todo se quema y purifica, y donde podemos abarcar todo y recuperar todo extendiéndonos hasta el infinito. El amor es una fuerza y una sabiduría del que tiene necesidad la persona humana, para mantener el ritmo del camino.

Miguel, tu me hablas de esta dificultad, pero también de «la confianza en que Dios hará fructificar tu trabajo», tu servicio de fe. Esto me recuerda el asombro de Romano Guardini al descubrir que «la misión que tenemos en la vida es la de abrir espacios en el mundo de los hombres al Dios de la verdad, que es el Dios de la luz».

Y creo que esto nos exige primero, a cada uno de nosotros creyentes, de abrir espacios a Dios en nuestro corazón, en todo el ámbito de nuestra existencia. Ello supone, primero una exigencia de escucha y de contemplación del amor en su reflejo más fiel e inequívoco para mí: la Palabra, y la persona de Jesucristo, sus gestos, sus enseñanzas… Yo creo que esto es primordial para todo aquel que quiere ser testigo del Amor. No es hablar del Amor. Es contemplar el Amor, dejar que este Amor nos abrace, y dejar fluir como de una fuente este Amor, quizás con pocas palabras, pero con mucho amor, abierto a todas las realidades ajenas a mi, que en principio son distintas, distantes, externas y extrañas, pero que pueden llegar a ser íntimas, sin dejar de ser distintas.

Miguel, vive tu fe con mucho amor, y que tu amor sea el buen candelabro de tu fe. Un abrazo,

+ P. Abad

10 de abril de 2012

LECTIO DIVINA

Salmo 26 [27]

1 El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
2 Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.
3 Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra, me siento tranquilo.
4 Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
5 El me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
6 y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.

7 Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
8 Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro.”
9 Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
10 Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
11 Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
12 No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.
13 Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

14 Espera en el Señor, sé valiente,
ten animo, espera en el Señor.

Ideas generales

Este salmo tiene dos partes: La primera nos habla de certeza y confianza en el Señor. (v. 1-6). Se sirve de imágenes relacionadas con el ámbito militar para expresar lo que siente: «Su Señor es una fortaleza», «sus enemigos, como un ejército». También se compara a los enemigos con animales salvajes. El salmista manifiesta su deseo habitar para siempre en el templo del Señor («casa», «cabaña», «tienda»).

La segunda (v. 7-13) de súplica y lamentación, nacida de la confianza. Los verbos en imperativo muestran una súplica individual Confianza triunfante y confianza suplicante. El núcleo o la columna vertebral del salmo es la confianza. Las expresiones son de confianza individual…

La conclusión (v. 14) es una invitación a la confianza. Debe ser un sacerdote el que habla dirigiéndose al fiel.

El salmista se arma primero de confianza para superar todos los obstáculos y miedos; después aborda la súplica, pues ¿qué sentido puede tener nuestra súplica si antes no confiamos plenamente en Dios? Debemos pedir primero la confianza en Él.

La confianza se desdobla en tres situaciones:

a) situación bélica, que podría ser internacional o guerra civil;
b) situación familiar, el abandono paterno;
c) situación social, un juicio amañado

Queda el MIEDO. Porque la confianza, por encima de todo, no tiene que vencer enemigos ni rebatir calumnias; tiene que vencer el MIEDO, el gran enemigo interior.

Es significativa la triple aparición de la palabra «corazón». (v. 3. 8 y 14)

El salmista no quiere ir a Dios por los caminos de la razón. «El corazón tiene razones que la razón no comprende» (Pascal).

Por este camino espera la confianza vencer al miedo. Porque el orante tiene miedo. El miedo anida en su espíritu y aflora a la conciencia; no es posible reprimirlo del todo.

Leer

Hacer una lectura como un primer contacto personal con los sentimientos del salmo. Volver sobre las ideas generales del Salmo. Realizar una nueva lectura que te permita sintonizar tu vida con alguna de las expresiones o situaciones del salmo.

Meditar

v. 1. El Señor es mi luz, mi salvación, mi defensa… La relación de la luz con Dios es frecuente… Podríamos recordar la luz cósmica, manto de Dios (Sal 104,2), luz que ilumina a los hombres (Sal 36,10), resplandor del rostro divino (Sal 89,16). El gran poema a la luz de Isaías (Is 60,19-22): «El Señor será tu luz perpetua». En este salmo la luz es símbolo de la vida. En la Biblia la primera obra creada por Dios es la luz. El nacer se denomina «dar a luz».

«Ver la luz del sol equivale a vivir. Dejar de ver la luz, morir».
«Como el sol es la alegría de aquellos que buscan el día, así mi alegría es el Señor, porque Él es mi sol. Sus rayos me devuelven la vida. Su luz ha disipado toda la tiniebla de mi rostro. Yo creo en Cristo Señor. Él me ha conducido en la luz» (Oda del s. I).

Y sobre la fuerza de esta luz dirá Orígenes: «El alma que posee la luz de Dios comienza por mirar a su Salvador; y entonces intrépido contra no importa quien, hombre o diablo, combate, teniendo a Cristo a su lado».

v. 4. Ante el peligro pide «habitar en la casa del Señor». No es buscar un «lugar», sino una «presencia». Busca al Señor del templo…, vivir espiritualmente cerca de Dios, vivir, caminar en su presencia: «Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida». Contemplar la belleza del Señor, observando su templo. Que no nos pase como a San Agustín que se lamenta del tiempo que ha estado insensible a la Belleza: «!Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!». «Porque le belleza es la clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. La belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita la arcana nostalgia de Dios» (Juan Pablo II, Carta a los Artistas, n. 16).

v. 5. Él nos protege, nos defiende… en su cabaña, en su tienda, en su ROCA… Él se alza como nuestro refugio, y de aquí es de donde nace nuestra confianza plena en Él.

v. 6. «Levantar la cabeza» es signo de triunfo. Y el triunfo nos lleva a la celebración. A celebrar las gestas del Señor en la nuestra vida. Toda celebración es devolver a Dios sus dones revestidos de acción de gracias.

v. 7. Comienza la oración de súplica con una búsqueda y un deseo ávido de Dios.

v. 8. Nos muestra este verso un ejercicio importante para nuestra vida espiritual: «Oigo en mi corazón». Escuchar con el corazón. Es la petición que hace Salomón cuando comienza a reinar: «Dame un corazón que escuche» (1Re 3,9). Viene a ser escucha con sensibilidad, con abertura, con amor.

¿Qué tarea puede haber tan importante como esta de «buscar a Dios», buscar su rostro. Como escribe Santa Teresita: «Tu rostro, Señor, es mi única patria».

Y nos dice Orígenes: «Cuando el rostro de un hombre busca el Rostro de Dios ve la gloria de Dios sin velo; viene a ser igual a los ángeles, ve siempre el Rostro del Padre que está en los cielos».

O San Agustín: «Yo no quiero otra recompensa que la de ver tu Rostro. Yo quiero amarte gratuitamente ya que no encuentro nada que sea más precioso. Yo no quiero encontrar otra cosa que a Ti mismo, de lo contrario sería una gran decepción para quien ama».

v. 9. Es el miedo que tiene el salmista: que se rompan sus relaciones con Dios: apartar, rechazar, abandonar… Sentir lejos a Aquel que llena el corazón humano, Aquel que le da sentido y sabor a la existencia.

v. 10. El abandono paterno puede suceder ya en el nacimiento (cfr. Ez 16) o durante el crecimiento… Pero aquí el salmista apunta a una hipótesis extrema casi inimaginable: que unos padres abandonen a su hijo (Is 49, 15). Pues Dios no. Dios es un «superpadre y supermadre». «Más que mi padre me has conocido y más que mi madre te has ocupado de mí. Hasta en la vejez eras tú quien me sustentabas… Tú eres padre para todos los fieles. Has resultado ser como una madre con su bebé» (Himno 9, Qumrán).

v. 11. Indícame, Señor, tu camino. Y el Señor nos responde: «Yo soy el camino… quien me sigue no caminará en tinieblas…».

v. 13-14. Con Dios la vida adquiere otro color. «Mi lugar es el otro Espacio; mi señal es la sin señal; no es el alma, no es el cuerpo; sólo sonido del Amado. Me quieren cazar cada uno de los dos en mi camino. Dos mundos. Uno solo veo. Uno busco. Uno conozco. Uno canto. Uno contemplo. Él es el último. Él es el primero. Eres el íntimo. Eres el fuerte. Ebrio con el cáliz del amor, no soy más mundo ni cielo… Si he pasado en la vida un día sin ti, yo me arrepiento de la vida, por aquel día, por aquella hora» (Rumi, poeta místico de Persia).

Orar

«Señor, tú eres mi luz.
Señor, tú eres mi salvación.
Señor, tu eres mi defensa.
Concédeme, Señor decirte, cada día, esta súplica,
desde el corazón.
Yo oigo tu voz, pero busco tu rostro.
Yo espero gozar de ti en este país de la vida.
Yo espero en ti.
Escucha la voz que llama y el corazón que espera.»

Contemplar

Quédate en silencio, atento a lo que se mueve en tu corazón, o dejando caer en él de vez en cuando alguno de los versos, alguna de las expresiones que hayas sentido más vivas en tu interior. Deja que el salmo vuelva a subir a tu mente. Deja que tu corazón ame y se sienta amado.

Algunos testimonios relacionados con el salmo

«Cuando uno no ama sino lo que Dios ama, tiene que ser escuchado.» (San Agustín)

«Tú eres, oh Dios, mi madre bien amada. Mis ojos están fatigados en buscarte y mi corazón está lleno de emociones. Soy un niño inmovilizado en la trampa del mundo. Oh madre, tú eres la gallina y yo el polluelo. Tú eres mi madre y yo tu niño amado. Espero y espero siempre en ti.» (Poema hindú, s. XII).

«¿Yo, temer? ¡cuando el Señor es mi iluminación!
¿Temblar? ¡el Señor me tiene en el cuenco de sus manos!
Yo no quiero sino una cosa: que me abra un poco su casa para que yo viva
Que me abra su casa para que vea lo que hay dentro.
Me ha puesto sobre la roca.
Yo cantaré, yo contaré a Dios mi pequeña historia.
Oh mi Dios, yo creo ver ya todas las buenas cosas de mi Dios
en la tierra de los vivos.»
(Paul Claudel)

8 de abril de 2012

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

MISA DEL DÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 10, 14.37-43; Salm 117,1-2.16-17.22-23; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

Hoy celebramos la belleza de la Pascua de Resurrección. La belleza del nacimiento de una humanidad nueva. María Magdalena fue al sepulcro al amanecer. Es la belleza de un amanecer único. La esperanza de un amanecer para toda la humanidad.

Y casi a continuación todo es plural: corren dos hacia el sepulcro, Pedro y Juan. Pablo nos recuerda que «hemos resucitado en Cristo y que apareceremos con Él, todos juntos, en gloria». Posteriormente, cuando Pedro con los Once empieza a dar testimonio del Resucitado, habla en plural: «nosotros somos testigos de todo lo que hizo Jesús; nos encargó predicar».

A partir de este momento de la Resurrección de Jesús nace como un nuevo dinamismo en la vida de los discípulos de Jesús, que se nos muestra en las diversas apariciones que narran los evangelios. El acontecimiento de la Resurrección se impone, o se manifiesta, como una experiencia singular en una o varias personas que habían convivido con Jesús de Nazaret. Después de la sorpresa inicial nace el impulso de comunicarlo a los demás. Un impulso que nace del amor por el Resucitado y que provoca el sentimiento de una profunda alegría y fuerza interior. Con este «ir y venir» de los testigos se va creando como la base firme para la venida, sobre todo el grupo, del Espíritu Santo, artífice del nacimiento de la Iglesia, llamada a ser testigo del Resucitado.

Desde el momento de la Resurrección de Jesucristo, éste no tiene otro cuerpo que el de los cristianos, ni tiene otro amor que dar, que el amor que dan los cristianos.

Esto trae unas consecuencias concretas importantes para la vida de los creyentes y que nos sugieren las narraciones de los evangelios:

Por una parte, el Resucitado arranca de sus corazones el miedo y la turbación, y los inunda de paz y alegría: «La paz con vosotros», será el saludo habitual del Resucitado. Les infunde su aliento, abre las puertas y los envía al mundo: «Como el Padre me envió, así también os envío yo». Envía, nos envía, a comunicar al mundo su paz y su alegría.

Otra consecuencia muy importante en la vida de fe es que la vida del Resucitado es una fuente de paz, una paz que nace de saber que la vida es más fuerte que la muerte, y que el amor más fuerte que el pecado.

Nicolás Cabasilas, un laico místico del siglo XIV hablaba así de esta experiencia profunda de paz: «Vas por la calle y estás muy ocupado, pero de repente recuerdas que Dios existe, que Dios te ama, que Cristo está presente en lo profundo de tu ser, y así, poco a poco, tu corazón despierta».

Esto parece sugerirnos que una tarea primordial, necesaria, en nuestra existencia es despertar el corazón. Un despertar que se produce cuando hacemos trabajar el corazón en aquello que es más propio de él: el amor. El amor siempre nos lleva a una apertura creadora en el mundo, una apertura creadora a los demás, y con los demás, para construir unas relaciones nuevas, en un mundo viejo, crispado, nervioso… en sus mutuas relaciones.

De este trabajo del corazón es de donde puede nacer una humanidad nueva. Pero esto postula una conexión permanente con el Resucitado.

La Iglesia no es una institución fundada por Cristo en un momento determinado para seguir funcionando luego por sí misma. La Iglesia, la humanidad nueva, está en trance de nacer de modo permanente. Para ello es necesaria la sintonía permanente con el Espíritu de Cristo. Es el Espíritu de Cristo resucitado quien desde dentro la anima, la mueve, la impulsa y la crea incesantemente.

La belleza de la Pascua es este amor que da la vida. Que crea vida. Damos vida, creamos vida cuando la sentimos alimentada por el rumor de la fuente. Entonces somos capaces de crear relaciones nuevas, de construir humanidad nueva.

Esta lucha, esta tensión, o esta batalla es preciso iniciarla en el propio corazón, que es donde están en tensión, como en un campo de batalla las dos tendencias fundamentales: «el amor a la vida y el amor a la muerte».

Celebrar la belleza de la Pascua, es celebrar el nacimiento de una humanidad nueva. Este nacimiento empieza en el corazón de cada uno de nosotros, donde se plantea la batalla a favor de la vida.

El pensamiento de los muchos que sufren debe hacernos más sensibles al dolor de la humanidad, para apostar siempre en nuestra existencia por el amor a la vida, que es la verdadera esperanza de una humanidad nueva.

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Año B)

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet

Celebramos la belleza de la noche. La Noche Pascual. «La oscuridad está llena de belleza, fuerza y luz». La oscuridad de la noche, quizás la oscuridad de tu noche, te invita a adentrarte en la belleza de esta Noche Santa; una Noche que habla de la verdadera libertad, la liberación de la muerte, una Noche que habla de la belleza, de la vida y de la luz. Una Noche que invita a la alegría, como no encontramos ninguna otra noche.

La primera palabra del Pregón Pascual es ya invitación a la alegría. Invitación que se repite con frecuencia, contemplando la victoria del Rey eterno, en una noche que se viste de luz, para desvanecer nuestra oscuridad. De la oscuridad nace la belleza, la fuerza y la luz definitiva como la victoria definitiva sobre la muerte y la tiniebla. Es una Noche única, porque es la belleza de la unión de lo divino con lo humano.
Es la victoria definitiva de la belleza, porque es la victoria del amor llevado hasta el extremo.

La breve Historia de la salvación que se acaba de proclamar en las lecturas, no viene sino a resumir este amor de Dios por el hombre. Un amor que empieza por la creación de todas las cosas y sobre todo de la criatura humana. El amor de Dios que se derrama en una obra de belleza y de luz, de bondad. Dios todo lo hace bueno y muy bueno.

Y cuando la criatura humana no acierta a corresponder a este amor, y vuelve la espalda a su Creador, éste, como dice el poeta, «en su amor furioso le persigue, le acosa con ahínco y acorrala sin dejarle vivir». Es lo que nos muestran, brevemente, las lecturas proclamadas, que culminan con la muerte y la resurrección de nuestro Dios, revestido de nuestra naturaleza. Para poner en el interior del hombre un corazón nuevo para llevarnos a una vida nueva. Cristo ya no muere más, su vivir es un vivir para Dios. Así nosotros, con el espíritu del Resucitado debemos vivir para Dios.

Nuestros esfuerzos, penas, trabajos y sufrimientos por un mundo más humano y una vida más dichosa para todos, vividos bajo la fuerza e inspiración de Cristo resucitado tienen un sentido. Estar cerca de los que sufren, de los más desvalidos, de los indefensos… es seguir los pasos de Jesús; no es por tanto algo absurdo. Es garantizar el sentido profundo de nuestra existencia. Es caminar hacia el Misterio de un Dios que resucitará para siempre nuestras vidas.

Seguir al crucificado hasta compartir con él la resurrección es, en definitiva, aprender cada día a «dar la vida», el tiempo, nuestras fuerzas y tal vez nuestra salud, por amor. No nos faltarán heridas, cansancio y fatigas. Pero a través de esas heridas, cansancio y fatigas vivimos la experiencia del nacimiento del hombre nuevo.

Una esperanza nos sostiene: Un día «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas porque todo este mundo viejo habrá pasado». Pero si vamos dando la vida con amor, este mundo ya va pasando, y va naciendo el hombre nuevo, y si vamos dando a luz este hombre nuevo el canto del Aleluya pascual que nos nacerá del corazón será vibrante, auténtico. Dios ha derramado el Espíritu de Cristo sobre toda carne, sobre todos y cada uno de nosotros para hacer de nuestra vida un canto nuevo. El Aleluya pascual siempre nuevo.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA EL TIEMPO PASCUAL
Domingo de Pascua (Cicle B)

De los sermones de san Juan Damasceno, presbítero
Cuando Noé entró en el arca preservó, con la madera de un árbol, la semilla de un mundo nuevo y fue constituido nuevo principio del género humano; se convirtió así para nosotros una clara imagen de Cristo, el cual se deja sepultar, nos lava los pecados con su sangre que, junto con el agua, brota de su costado, y con el árbol de la cruz salva nuestro linaje y da origen a una nueva vida ya un nuevo pueblo.

El gran patriarca Abraham, cuando conducía Isaac al sacrificio, el hijo de la promesa y en quien se cumplían las promesas, anticipaba la inmolación del Señor. Isaac, por deseo de Dios, es devuelto vivo a su padre, pero el cordero enredado por los cuernos a unos matorrales se convierte en la víctima del sacrificio. Así, este doble símbolo del cordero y de Isaac es una auténtica imagen del misterio de Cristo, que es Dios y hombre a la vez. En tanto que Hijo de Dios y Dios por esencia, sigue siendo impasible; en cuanto hombre, se ofreció al Padre como víctima inocente a favor del mundo.

¿Y qué significan las tres medidas de flor de harina que, según la Escritura, se amasan y se cuecen para hacer panecillos? ¿No se refieren claramente a los tres días que el Pan de vida estuvo en el sepulcro?

¿Qué sentido tienen la cisterna de José y su encarcelamiento? ¿No son un signo evidente del sepulcro y de la guardia del sepulcro? Dice, en efecto, el salmista: «Me habéis dejado en el fondo del país de los muertos, en la oscuridad de los abismos».

¿Y qué diremos de Moisés, que contempló a Dios y promulgó la ley? ¿No lo escondieron en un cesto de mimbre, cuando estaba destinado a la muerte, y lo recogió una reina? También Cristo fue encerrado en el sepulcro, muerto en cuanto al cuerpo, pero vuelto a la vida a causa de su divinidad que reina sobre toda la creación.

El mismo Moisés, cuando golpea el mar con su bastón dos veces, ¿no nos muestra la figura de la cruz? Y cuando baja al fondo del mar y vuelve a salir, significando la bajada del Salvador a los infiernos y su ascensión desde allí en presencia de los ángeles, ¿no provoca la muerte del faraón que le perseguía y salva así Israel? Lo mismo hace Cristo, que aniquila la muerte y salva todos los que creen en él.

También la maravilla del maná me provoca una admiración extraordinaria. Tal como el maná dejaba de caer únicamente la víspera del sábado, Cristo, mi Dios, que se hizo hombre por mí, y que es todo él dulzura y amor, al atardecer del día de la Preparación quedó oculto en el sepulcro.

¿No fue el mismo Señor en persona quien presentó a Jonás como una figura suya? Dijo, en efecto: «Así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra».

Homilía VI de Pascua atribuida a San Hipólito de Roma, presbítero
Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu, que nos abren los tesoros de la gloria celestial y de la real divinidad. La noche densa y oscura se ha aclarado, y la odiosa muerte ha estar relegada a la oscuridad, la vida irrumpe en el mundo, todo rebosa de luz indeficiente y todos los que nacen entran en posesión del mundo nuevo: y Cristo, nacido antes de la aurora, grande e inmortal, resplandece para todos más que el sol. Por eso, a nosotros que creemos en él, se nos acerca, fulgurante, el día sin ocaso, la Pascua mística, ya prefigurada y celebrada por la Ley. La Pascua, obra admirable de la fuerza y el poder de Dios, es realmente la fiesta y el memorial legítimo y eterno: es el paso de la pasión a la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la juventud a la madurez, es curación después de la herida, resurrección después de la caída, ascensión después de la bajada. Así es como Dios hace cosas grandes, así es como de lo imposible crea cosas admirables, para demostrar que sólo él puede todo lo que quiere.

LA CARTA DEL ABAD

Querida Carmen:

¡Feliz Pascua de Resurrección! Con tus propios versos:

«¡No hay nada como ver el sol!
Siento nacer dentro de mí la delicia de una fuente,
y en la ancha quietud del horizonte…
siento el descanso de las tempestades,
y entonces el cielo se abre…
y ríe el sol en mi llanura.
¡La vida que ansío es la gran resurrección!»

Podemos tener estos deseos, debemos tener estos deseos de la Belleza que nos salva, Cristo, a quien la liturgia oriental llama «el Bellísimo, de belleza superior a todos los mortales». Y todavía añade un padre oriental, Macario el Grande: «el alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo, es toda ojo, toda luz, toda rostro».

Estoy de acuerdo contigo cuando me escribes: «incluso la oscuridad está llena de belleza, fuerza y luz». Hay oscuridad, efectivamente en el camino de nuestra vida, pero lo nuestro es buscar siempre la luz. «¡No hay nada como ver el sol!» Pero, paradójicamente buscar esa luz es descender, hacer los caminos de la vida interior, tener el coraje de adentrarnos, de soportar la oscuridad, sin detenernos en ella, y hacer crecer en nosotros la nostalgia de la luz. Vivir el precioso texto de Rilke que me transmites, y que desconocía: «Nuestra tarea consiste en hundir a pisotones dentro de nosotros esta tierra provisional y perecedera, tan profunda, dolorosa, y apasionadamente, que su ser pueda volver a levantarse “invisiblemente” en nosotros».

Como comentas, a mi también me sugiere este texto un recordarnos que nuestra personalidad puede florecer como un acto de resurrección. Hay muchas oscuridades en nuestra vida, en la vida de la humanidad, pero no podemos llegar hasta el fondo de esa oscuridad para gozar de la belleza y de la luz sino mediante la amistad. «La amistad, la forma más humana, más pura y más plena de amor». Es lo que dice y vive Jesús en la Ultima Cena: «ya no os llamo siervos, sino amigos, os digo amigos. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,12). Y Cristo vive esta amistad mediante el servicio, un servicio amoroso que le lleva hasta el extremo: dar la vida. Y quien da la vida impulsado por el amor la vuelve a recobrar. ¡Resucita! Es la vida del Resucitado. «Es la vida que yo ansío: la gran resurrección».

Carmen, hay muchas oscuridades en la vida humana. Cierto. Pero lo nuestro es buscar la luz, y poner todas nuestras fuerzas al servicio de la Belleza. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Un abrazo,

+ P. Abad

6 de abril de 2012

VIERNES SANTO

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 52,13-52,12; Sl 30,2.6.12-17.25; He 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1-19.42

Viernes Santo. Hoy contemplamos la belleza de la Cruz. ¿Es que hay belleza en la cruz? ¿Hay belleza en el rostro, o en una persona, desfigurada por los tormentos, malos tratos, torturas, en lo que sería una masa de carne y huesos?

Hoy contemplamos la belleza de la Cruz. Que no es solo la belleza del cuerpo de Jesús de Nazaret, colgado, retorcido por el dolor, en la cruz de los esclavos y malhechores. Es la cruz de Cristo que se identifica con la cruz de innumerables seres humanos de ayer, de hoy y de mañana. La Cruz es una solidaridad viva, muy viva con los crucificados de hoy. No se puede separar Dios del sufrimiento de los inocentes. No se puede adorar el Crucificado y estar de espaldas al sufrimiento de millones de seres humanos destruidos por el hambre, las guerras, la miseria, el abandono…

Dios muere solidario, identificado con el sufrimiento de los hombres y mujeres de este mundo. Si Dios, en Cristo, muere así, esto es un desafío a quienes lo seguimos como Maestro y Señor. No podemos estar cerrados, olvidando esta marea inmensa del sufrimiento humano. En este mundo donde millones de seres humanos viven excluidos, destruidos, por el hambre, las guerras, la miseria, el abandono… tenemos necesidad de despertar cada día nuestra sensibilidad. Cada día debemos tener «el oído de discípulo» para escuchar el grito del crucificado y «lengua de maestro» para decir una palabra de aliento al cansado.

En este rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, locura o escándalo, como queráis, pero un Dios que hoy seguimos crucificando en los débiles e indefensos, que hoy seguimos crucificando fuera de la ciudad, apartados, como apestados, fuera de nuestra sociedad. Hoy tenemos necesidad, obligación también, de despertar nuestra sensibilidad ante los crucificados de nuestra sociedad. Nuestro Dios es el Dios crucificado. No tenemos otro Dios que nos pueda salvar.

Teniendo en cuenta todo esto, ¿podemos afirmar que hoy contemplamos la belleza de la cruz?

Si. Porque el movimiento de la belleza es el movimiento del amor. Hoy contemplamos la suprema belleza, porque contemplamos el amor supremo, el amor llevado al extremo. La belleza es el amor que induce al Bien infinito a entregarse a la muerte por amor a la criatura amada. La belleza es, simplemente, orden, armonía, paz, para muchos que no aciertan a descubrir la belleza del Crucificado. Para nosotros, cristianos, la armonía, el orden, la paz, la belleza nos viene por otros caminos. Para nosotros, la belleza como se expresa san Agustín, es Alguien. La belleza es Cristo, «el más bello de los hombres» (Sal 45,3). Pero también nos presenta la Escritura a este Cristo como desposeído de toda belleza, «sin aspecto humano, hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos». Un Cristo ante el cual muchos se espantan, y vuelven la cara... ¿Cuál es la verdadera fotografía de Cristo?: ¿la del salmista que lo describe como el más bello de los hombres. O la de la liturgia, que nos lo presenta como el hombre de dolores, desgarrado horriblemente por el sufrimiento? Depende de nuestra mirada.

Nuestro Dios es un Dios que habla desde el silencio de la cruz. Como hablaba al profeta Elías en el silencio de la montaña, hoy a nosotros nos habla en el silencio de la cruz. Su palabra es una palabra de amor, del amor extremo. Nuestra mirada debe ser también la mirada del amor. Aceptar, contemplar esta belleza de la cruz, es aceptar el amor crucificado; es aceptar una muerte, un final del hombre viejo y una difícil vida nueva.

Necesitamos oído de discípulo para escuchar y aprender de Cristo la suprema belleza. Pues el puede compadecerse de nuestras flaquezas. El es el más bello de los hombres que derrama gracia, que nos enseña los caminos de la belleza, del amor.

5 de abril de 2012

JUEVES SANTO

MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Ex 1-8.11-14; Salm 115,12-18; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15

Hoy contemplamos la belleza de lavar los pies: «Jesús, sabiendo que el padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido».

Es la belleza de lavar los pies. No me refiero a la belleza de lavarme mis propios pies. La belleza de mirarme al espejo. Me refiero a la belleza de lavar los pies del otro. Y no de unos pies cualquiera, porque podemos lavar los pies ya excesivamente lavados, sino los pies del peregrino que viene con los pies cansados, sudoroso y agotados por el camino. Los pies de ese peregrino que yo no elijo, sino que viene a mi, que las circunstancias han puesto delante de mi. La belleza de lavar los pies del otro. Pero el movimiento de la belleza es el movimiento del amor.

Por esto al contemplar esta escena del evangelio debemos considerar el gesto de Jesús de quitarse el manto, de ceñirse una toalla, bañar con agua los pies y secarlos. La sombra de este gesto es alargada, y se proyecta sobre la peregrinación de su vida en medio de nosotros, sus hermanos.

Sin luz no hay belleza y en lo bello la belleza aparece como luz, como brillo. Este pasaje del evangelio quiere iluminar tu espacio interior. ¿Te dice algo? ¿sientes una cierta conmoción interior?

La luz que nos viene de la belleza de lavar los pies se desprende de otro gesto anterior: Todos sentados alrededor de la misma mesa, para escuchar una Palabra: «cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva». Es verdaderamente un espectáculo bello como sugiere el salmista cando canta: «Ved: que dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos… como renuevos de olivos alrededor de tu mesa… Allí manda el Señor la bendición para siempre…»

¿Eres una pincelada bella en este cuadro de la Cena, o un brote de olivo borde que no acepta otros brotes que están sentados a la misma mesa?

El movimiento de la belleza es el movimiento del amor. Y la belleza de lavar los pies es la belleza del amor. Es la belleza de quien está sentado alrededor de esta mesa de la Eucaristía tomando el cuerpo de Señor y bebiendo su sangre, derramada en un gesto de amor extremo, para proclamar su muerte hasta que vuelva.

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?» Les dice Jesús a sus discípulos. «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?» nos dice esta tarde santa a todos y cada uno de nosotros. Es decir ¿tu no tienes ningún inconveniente en sentarse junto a cualquiera de los que están celebrando contigo esta Eucaristía? ¿tú no tienes inconveniente en dar un abrazo de paz y de amor, sincero a cualquiera de quienes están participando aquí, y hoy, contigo? Pues si lo tienes debo decirte que nos has comprendido lo que aquí se esta celebrando. Y que tu corazón no está receptivo para las palabras que a continuación dice Jesús: «si os he lavado los pies también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo que yo he hecho».

La belleza de lavar los pies. Hermanos, hoy existen muchos manipuladores de la belleza. Se nos presentan muchos cuadros bellos que no son tal, sino burdas manipulaciones. Cada uno de nosotros podemos caer en esta manipulación de la belleza. Hemos de estar abiertos a dejarnos conmover por la cosas, por el arte, por la naturaleza, por la personas, porque esto nos pone en el sendero de la belleza, nos hace sentirnos vivos, nos hará sentirnos bien en nuestro interior, al dejar entrar en el juego de mi vida las cosas del tiempo y la eternidad. Y solamente la fusión de estas dos dimensiones da profundidad y vitalidad a mi vida.

No lo olvidéis nos debe fascinar la belleza de lavar los pies. Es la imagen predilecta de nuestro Maestro y Señor. De nuestro Dios. No encontraréis otro Dios.

1 de abril de 2012

DOMINGO DE RAMOS

LA PASIÓN DEL SEÑOR

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Is 50,4-7; Salm 21,8-9.17-20.23-24; Filp 2,6-11; Lc 22,14-23,56

¿Habéis contemplado la belleza del rosetón? Una gran ventana, abierta por fuera a la luz del día, a la luz del sol; abierta por dentro al interior del tempo, para proporcionarle la belleza y la alegría de la luz. Una luz multicolor.

Esto es posible porque no falta a la cita de cada día esa luz, ese sol que trae belleza, vida y alegría nuevas. También porque sus vidrios de muchos y vivos colores están receptivos a la luz.

Al principio, por la mañana, todo es más suave, es como la caricia de la primera luz del día, rociando sus vidrios diversos que fieles a su naturaleza van transmitiendo luz al templo donde se reúne la comunidad. Con el crecer del día también la luz va creciendo de manera que en la culminación del día, al atardecer, el sol llena toda la ventana, todo el rosetón, como una enorme mancha de luz, hasta dejar como en la penumbra los vidrios, y como arrastrados hasta el interior del templo, para llenarlo —como en una gran fiesta de color—, de vida nueva, de alegría, de belleza. La belleza del rosetón. La belleza del sol.

Si alguien dijo: «la belleza sirve para entusiasmar en el trabajo; el trabajo para resurgir»; nosotros podríamos decir: «la belleza sirve para entusiasmar en la plegaria; la plegaria para nacer a una vida nueva».

El Domingo de Ramos es el rosetón de la Semana Santa. Es la ventana abierta hacia fuera a la luz del Misterio. Una luz que va creciendo en nosotros en medio de la sobriedad de la Cuaresma, y yo diría, que también a través de todo el arco celebrativo del año litúrgico. Una luz que se proyecta en esta gran ventana del Domingo de Ramos, de modo atractivo, con los perfiles y tonalidades diversas del Misterio del amor divino, Misterio de nuestra salvación. En la liturgia de hoy contemplamos y celebramos lo que se va a desplegar a lo largo de la Semana Santa, y de manera especial en el Triduo Pascual, desde la Santa Cena del Jueves hasta el Domingo de Resurrección.

Hoy la Palabra nos exhorta sobre todo a tener oído de discípulo, para escuchar, para aprender, para vivir este Misterio, para tener después lengua de maestro para ayudar a los cansados.

Hoy la Palabra nos exhorta a abrirnos, receptivos, al amor de Dios, que da fuerza a quienes sufren en medio de las ofensas, angustias y malos tratos.

Hoy la Palabra nos muestra que en este tiempo coexisten la condición de esclavo y la muerte hasta la exaltación gloriosa. La pasión y la gloria de la muerte y resurrección. «Hoy tenemos la gloria y el rechazo hasta la muerte. La victoria y la muerte. Los ramos y la cruz».

Hoy es una ventana abierta y una invitación a celebrar este misterio de nuestra salvación, misterio de muerte y de vida, de cruz y de resurrección. Una invitación a todos los hombres y todos los pueblos.

Hoy la liturgia nos hace una invitación a acoger la belleza del Misterio del amor de Dios, que es el camino para vivir la primavera de Dios, la gran fiesta de alegría y de vida nueva en el corazón de una comunión que canta y celebra, porque vive el amor de Dios.

LA VOZ DE LOS PADRES

TEXTOS PARA LA CUARESMA
Domingo de Ramos (Año B)

San Andrés de Creta, sermón 9 sobre el Domingo de Ramos
Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo que hoy vuelve de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su Pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con Él. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: «Bendito el que viene, como Rey, en nombre del Señor».

LA CARTA DEL ABAD

Querido Francisco:

He de comunicarte que, a pesar de que ya hace unos días que me pediste poder pasar los días de Semana Santa en el Monasterio, no es posible. La Hospedería interior, que es muy limitada, está ya completa para estos días. En los últimos años va creciendo el número de personas que optan por pasar estos días santos en monasterios, en los cuales tienen lugar celebraciones fundamentales para nuestra vida de fe.

Veo muy positivo este deseo de muchos creyentes de celebrar y vivir estos días en un clima de paz, de recogimiento, con un ambiente de celebraciones cuidadas, que nos ayudan a centrar nuestra vida en el Misterio del amor de Dios.

En este sentido, para mucha gente ha cambiado mucho el horizonte. Yo recuerdo que en mi adolescencia, un año pasaba estos días en Jaca con mi familia. Y llegué a preguntar a un sacerdote si era obligación asistir a los oficios. La respuesta del sacerdote fue la adecuada: «Mira, estos días celebramos lo más importante y significativo para un cristiano, no es cosa de obligación o no; es cuestión de amor y de fe» me vino a decir más o menos.

Yo he vivido con cierta frecuencia en la Parroquia, la experiencia de fieles que asistían a una boda el sábado por la mañana o por la tarde, o en algún tipo de circunstancias similares, y que preguntaban: «Esta Misa vale para mañana», como quien necesita un ticket para evitarnos algo, o tranquilizar la conciencia.

Sucede que hemos estado practicando la «pedagogía del miedo», y todavía, desgraciadamente, no se ha abandonado esta «pedagogía». Aquí, recuerdo una enseñanza de san Juan que todavía no hemos aprendido: «No cabe miedo en el amor, el amor pleno expulsa el miedo, quien tiene miedo no ha alcanzado la plenitud del amor» (1Jn 4,18).

¿Cómo puede haber un mandamiento que me obligue a celebrar el amor, cuando yo estoy hecho para el amor?, ¿cómo puede haber un obligación en aquello que da sentido a mi vida, y hacia lo que está inclinado mi corazón?

Yo celebro la eucaristía, yo hago mi tiempo de oración cada día porque en ello encuentro luz para mi vida; porque necesito vivir cada día la experiencia de esa palabra de vida y de fuego bajando hasta lo profundo de mi corazón para dilatarlo, y así respirar con fruición. Nuestra «pedagogía» debe ser la «pedagogía del amor», hemos de estrujarnos más la cabeza, y sobre todo la vida, para llegar a transmitir, a enseñar, el amor con el amor; pues aquí está la fuente que nos puede proporcionar el agua que sacia nuestra sed.

La Iglesia, ya desde los primeros años del nacimiento del Cristianismo, celebraba en sus comunidades este Misterio del amor de Dios, y, percibiendo lo trascendental que es celebrar este amor para la vida de fe de los creyentes, vino a establecer esa celebración de la Eucaristía a lo largo de tres días, el Triduo Pascual, del Jueves, Viernes y Sábado Santo, para facilitar mediante unas celebraciones más pausadas, más amplias en el tiempo, con una atención más cuidada de los ritos, que el corazón del creyente tenga más a su alcance la contemplación, la meditación, la vivencia del amor de Dios que se adelanta a decirnos su amor, a nosotros, sus hijos, que tenemos el corazón configurado, precisamente para vivir ese amor.

Francisco, celebro esta inquietud tuya de cara a los próximos días santos, y te deseo que puedas disponer de un tiempo y un espacio que te permitan vivirlos con profundidad. Un abrazo,

+ P. Abad