11 de mayo de 2008

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Misa del Día

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Hech 2, 1-11; Sal 103, 1.24, 29-31. 34; 1Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23

Era una casa de dominicos, Caleruega, donde precisamente nació el fundador, ahora una casa de espiritualidad con una pequeña comunidad. Fui a visitarla con un laico de la parroquia. Nos recibió un hermano. Nos dijo que aquellos días habían estado de votaciones para superiores de las comunidades, con sus correspondientes retiros y plegarias para que el Espíritu Santo les asistiese. Pero -añadió- cuando llegó el Espíritu Santo ya habíamos hecho el trabajo, o sea la elección.

Son muchos los casos en que se echa la llave a la puerta y abrimos al Espíritu cuando ya se ha hecho el trabajo. Porque intentamos administrar o manejar incluso al Espíritu, reglamentarlo. Le abrimos la puerta para que entre a garantizar el orden, el nuestro, para garantizar las decisiones que previamente hemos tomado a puerta cerrada, para que se atenga a las reglas cuidadosamente fijadas por nosotros.

Y nos dice la Escritura: De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban...

Quizás sería bueno no echar la llave, dejar las puertas y ventanas entornadas para que el viento las sacuda violentamente, y levante los cortinajes, haga oscilar las lámparas, sacuda las cogullas. Que haga volar los sombreros de las cabezas, o las mitras, gafas, bolsos...

El viento silba rabioso, revuelve, levanta, arrastra, desordena, sacude, arranca de raíz... Es propio del viento. Quizás hay que dejarle hacer así, de vez en cuando.

Recemos a este Espíritu que se manifiesta a través del signo del viento, invoquémosle, supliquémosle... Pero después no corramos a refugiarnos en los agujeros de siempre. El refugio de nuestros agujeros. Se llenaron todos de Espíritu Santo... Tengamos el coraje de dejarnos habitar por el viento.

Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno...

¿Y quien no tiene miedo al fuego. También al fuego del Espíritu. Porque este no es un fuego decorativo, que acompaña y calienta discretamente con recursos técnicos modernos. El Espíritu de Dios viene a provocar una nueva creación. Y esta creación nace de un nuevo y colosal incendio. El Espíritu de Dios viene a encender una pasión, una gran pasión. Que no va muy acorde con una sociedad que busca una cómoda seguridad, donde todo lo queremos tener controlado, en una vida amenazada por muchos costados.

Viento y fuego, no deberíamos olvidarlo, tienen una característica común: son incontrolables, imprevisibles, no programables. Y estos dos símbolos son signos característicos del Espíritu de Dios. La Iglesia se muestra fiel al Espíritu en la medida en que no quiera administrarlo, en la medida en que le deje en libertad, en que acepta que se le escape de las manos.

El Espíritu es una realidad interior, que pone el sello en el interior del corazón, como había prometido por los profetas. En la oración colecta de hoy hemos pedido que no deje de realizar en el corazón de sus fieles las mismas maravillas que llevó a cabo al comienzo de la predicación evangélica.

Y entre estas maravillas están las de poner a quienes lo reciben fuera de si, incluso son tenidos como borrachos, como nos cuenta la primera lectura, de los Hechos.

La Iglesia, hoy, despertará el entusiasmo si logra contar las maravillas de Dios. Nosotros, como miembros de esta Iglesia, solo seremos buenos testigos si abandonamos un estilo frío, distante, protocolario... y damos más espacio a la fantasía, a la provocación. Porque esta sociedad que está movida por una sabiduría del cálculo, de la seguridad egoísta, de un bienestar partidista... necesita la provocación del Espíritu, que sopla donde quiere y como quiere, pero sí que sabemos algo de hacia donde va, pues lo vamos descubriendo a través de los indicios que nos ha dado Jesucristo: Nadie puede decir, Jesús es Señor, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.

Si tienes fuerzas para perdonar, para olvidar, para vivir una profunda y creciente reconciliación, es el Espíritu quien te está llevando. Si te encuentras con alguien que en lugar de darte consejos moralizantes o normas frías, respuestas prefabricadas, te ofrece una palabra cálida, viva, eficaz, que te llega al corazón, que te ilumina... ese está movido por el Espíritu de Vida. Si lees una página del evangelio, releída tantas veces, y la descubres ahora como nueva, como leída por primera vez, que te conmueve interiormente, estás guiado por el Espíritu. Si te avergüenzas de tus pecados y te crecen las ganas de vivir, de ser nuevo, un deseo fortísimo de renacer, estas bajo la acción de aquel mismo Espíritu de Dios que Jesús dio a sus discípulos cuando exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu».

Y se llenaron de una profunda paz y una alegría desbordante, que les llevó a abrir, sin miedo, las puertas y ventanas de su vida, para que el fuego y el viento del Espíritu arrastrase a otros muchos.

Somos templo, casa del Espíritu Santo, del espíritu de Dios, nos enseña san Pablo. San Cirilo de Alejandría, al creer esta verdad, nos dice: «Convenía que fuésemos participantes de la naturaleza divina y consortes de Dios. Es decir, que dejásemos nuestra vida y la transformásemos en otra. Y esto solo podía ser por la comunicación del Espíritu Santo. El Espíritu transforma la naturaleza de aquel en quien habita.»

¿Te va transformando a ti?