tag:blogger.com,1999:blog-82617994358507673782024-03-02T02:06:20.378+01:00El ambón de PobletUnknownnoreply@blogger.comBlogger520125tag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-50972105959718507512020-12-20T11:00:00.001+01:002024-03-01T12:27:57.156+01:00DOMINGO IV DE ADVIENTO (Año B)<p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;"><b>Homilía predicada por el P. José Alegre<br /></b></span><i style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">2Sam 7,1-5.8b-12-14.16; Sal 88; Rom 16,25-27; Lc 1,26-38</i></p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">«No se puede imaginar una escena más divina y más humana a la vez, y que nos dé una idea mejor de lo que pasa a menudo en la vida de los hombres» (J. Guitton). Una escena largamente contemplada en silencio y plasmada en obras de gran belleza: en la pintura, la arquitectura, la literatura…, pero sobre todo es una invitación para nosotros, a contemplarla y considerar que pasa en nuestra vida.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Hoy, esta escena evangélica está sabiamente completada con las otras lecturas de la Palabra de Dios, lo cual nos puede ayudar a enriquecer nuestra contemplación y adentrarnos en este misterio de amor.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">En la primera lectura, David quiere construir un templo digno a Dios, pues el Arca de la Alianza, que era el signo de la presencia de la divinidad, se guardaba en un envelado. En un principio parece que Dios le escucha, pero poco después Dios rectifica por medio del profeta: “No serás tú quien me edifique una casa, un templo. Seré quien te edificaré una casa, y te daré un sucesor, un descendiente salido de tus entrañas, y consolidaré su reino para siempre”.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">En la Carta a los cristianos de Roma, san Pablo da gloria a Dios porque ha revelado su plan, escondido en el silencio de los siglos, y que ha ido saliendo a la luz, mediante los escritos proféticos, y puesto, finalmente, al servicio de todos los pueblos. ¿Y cuál es este plan de Dios?</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Lo contemplamos en esta escena singular, bellísima, del Evangelio. Escena muy sugerente, que ha atraído siempre la mirada contemplativa, de artistas, de místicos, de todo el pueblo cristiano. Es una escena que retumba en los campos de la cristiandad, con las campanas del Ángelus, y que viene a ser por sus Ave María una especie de respiración de la tierra hacia el cielo.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Una escena que el evangelista Lucas recoge de labios de la Virgen, en una escena que parece querer recordarnos la llamada de Abraham. Aunque esta escena, solemne también, es más dulce, más entrañable.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Una escena que nos da primeros y preciosos detalles de la construcción de la casa por parte de Dios, como prometió a través del profeta del Antiguo Testamento. Y que recuerda los preciosos versos de santa Teresa, que pone en la boca de Dios: «Porque tú eres mi aposento, eres mi casa y mi morada».</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">En esta escena la persona humana, la Virgen no está pasiva. Después del saludo y la primera comunicación del ángel Gabriel, María responde. Para manifestar su desconcierto ante un Dios que parece contradecirse a sí mismo, pues Él ha aceptado su virginidad, y ahora parece mostrarle otro horizonte: la maternidad. Pero no duda de los designios de Dios, pues no responde: “esto no puede ser, pues no conozco hombre”, sino que presintiendo un camino que desconoce, que desconoce, dice al ángel: «¿Cómo será eso, porque yo no conozco varón?»</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">El ángel completa su mensaje, solemnemente, y recordando los primeros días de la creación, anuncia un nuevo nacimiento, una nueva creación, ahora con una manifestación más concreta del Misterio de Dios, el Misterio de Amor Trinitario.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">El Padre que muestra su potencia en una nueva creación. El Hijo que va a nacer en un nacimiento temporal, imagen de su generación eterna. Y el Espíritu que va a fecundar y envolver en amor consumado la acción del Padre y del Hijo.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Esta es la esfera divina de la escena. En la esfera humana, aparece María. Sola. Silenciosa. Nadie sabe lo que sucede en su interior. En silencio. Los TRES respetan su consentimiento, que no coarta la libertad.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Y viene a la memoria el texto memorable de san Bernardo en su obra </span><i style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Alabanzas a la Virgen Madre</i><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">: «Señora, esperamos esa palabra tuya… Di la palabra que ansían los cielos, los infiernos y la tierra. El mismo Rey y Señor suspira por escucharte… Contesta con prontitud…»</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">María presiente que lo fundamental de su respuesta tiene dos matices: uno de alegría y de gloria; y otro de pena y redención. Acepta la carga, la gloria con todo su peso de dificultades y sufrimiento.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Pero su respuesta no es SI. Como si fuera a ser una falta de delicadeza, como si todo estuviera hecho. Ella dirá: «HAGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA». Que esto se cumpla en mí… Como deslizando su libertad en el designio de Dios, hoy de alegría y mañana de sufrimiento. FIAT, más allá de la alegría y la pena: que se cumpla en mí.</span><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><br style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;" /><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 13.3333px;">Hermanos: «alcemos los dinteles, elevemos los portones eternos que va a entrar el Rey de la gloria» (Sal 23,7) como invita el salmista. Y cantemos hoy con el salmista: «Señor, cantaré eternamente las misericordias del Señor» (Sal 88).</span>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-15923808252525034102020-11-08T11:00:00.001+01:002024-03-01T12:27:57.141+01:00DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 10pt;"><b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br /></span><i style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 10pt;">Sab 6,12-16; Sal 62; 1Tes 4,13-18; Mt 25,1-13</i></p><span style="font-family: "Trebuchet MS","sans-serif"; font-size: 10.0pt; mso-ansi-language: CA; mso-bidi-font-family: Candara; mso-bidi-language: AR-SA; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin;">Hay un libro delicioso que seguramente habéis leído: «El Principito». Es un
cuento que nos narra las aventuras de este personaje que se dedica a recorrer
los planetas. En el segundo planeta que visita vivía un vanidoso.<br />
<br />
«—¡Buenos días!, le dijo, qué sombrero más raro lleva usted. —Es para saludar
cuando me aclaman, le respondió el vanidoso. —Desgraciadamente por aquí nunca
pasa nadie. —Y qué hay que hacer para que se caiga el sombrero, le dijo el
Principito. Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos solo oyen las alabanzas. —¿De
verdad me admiras mucho?, le dijo el vanidoso. —¿Qué significa admirar? Le dijo
el Principito. —Admirar significa reconocer que soy el hombre más guapo, el
mejor vestido, el más rico e inteligente del planeta. El mejor en todo… —Pero,
¡si estás solo en el planeta! —Dame ese gusto, admírame a pesar de todo. —Te
admiro, dijo el Principito encogiéndose de hombros. —Pero ¿para que puede
interesarte esto. Y el Principito se fue. —Desde luego, los mayores son muy
raros se dijo a sí mismo durante el viaje.»<br />
<br />
Evidente. Los humanos, los mayores, somos muy raros. Fijaos, acabamos de
escuchar la Palabra de Dios que nos decía que la sabiduría nunca se apaga, que
la encuentran los que la buscan; que no tienes que cansarte para encontrarla,
pues está sentada a las puertas de casa, y además que está rondando siempre
buscándonos.<br />
<br />
Pero desplegamos la mirada sobre el mundo y la vida de los humanos, sobre
nuestra vida, y reconocemos que no sabemos hacia donde vamos. Que nos falta esa
sabiduría. Y cada día vamos más desorientados, más perdidos, con más oscuridad,
más aburridos… Pero, vanidosos mucho: queremos ser los mejores en todo, ser más
felices, más ricos, más inteligentes… como el vanidoso del cuento. Queremos que
nos admiren…<br />
<br />
Evidente. Los mayores somos muy raros. Debemos de salir de casa por la ventana,
y, claro, así no encontramos esa sabiduría que está sentada a la puerta. O ni
siquiera por la ventana, sino que bajamos rápidamente al sótano para salir a
toda velocidad por la puerta del garaje.<br />
<br />
Pues vamos con prisa, con mucha prisa. No tenemos tiempo; vivimos en una
sociedad sin tiempo. tenemos necesidad de encontrar al Principito de turno que
nos admire, que nos reconozcan como los mejores… Trabajamos eficazmente para
dar lugar a una nueva sociedad: la sociedad de la locura.<br />
<br />
Por ello, toda esta fatiga nuestra no llega a poner paz en el corazón. Porque
el corazón humano tiene otros deseos, otras preocupaciones: el corazón, como
hemos cantado en el salmo tiene sed. «Sed de Dios, como una tierra reseca sin
una gota de agua». Toda esta fatiga de la vida del hombre, de nuestra vida, por
ser reconocidos los mejores nos hace transformarnos en una tierra seca, vacía,
sin una gota de agua, pero no con una sed de Dios, sino con esa sed de ser
admirados como los mejores. Y esto nos lleva a la desorientación, a la
crispación… Sin embargo el corazón humano no está configurado para ser admirado
y ser reconocido como el mejor en todo, sino que esta configurado para
contemplar la gloria, el poder, el amor de Dios. Entonces, Dios es el único que
puede saciar nuestra sed.<br />
<br />
Hay que salir por la puerta donde nos espera la sabiduría que pone en nuestras
manos la luz del Evangelio y de la Regla, para caminar con seguridad a comprar
el aceite para nuestra lámpara, y volver de nuevo a casa, a recogernos en la
quietud de nuestra casa a la espera del Esposo, que no tiene una hora exacta
anunciada, que parece que le gusta sorprendernos, pues ya habéis oído que llega
a medianoche. Debemos tener dispuestas las lámparas. ¿Tiene aceite tu lámpara?<br />
<br />
Este año hay una buena cosecha de aceite. Salgamos a comprarlo mientras es de
día. Salgamos por la puerta. Y retornemos a nuestra casa. A la intimidad de tu
espacio interior. A esperar al Esposo, que se presenta en tu morada, en tu
aposento, que es también el Suyo.<br />
<br />
No pierdas el tiempo buscando que te admiren, vuelve con prontitud al
recogimiento de tu casa, A enderezar tu lámpara con una buena luz. Antes de
medianoche. Aviva tu deseo de encontrarte con Aquel que quiere saciar tu sed.
La sed de tu corazón reseco «como una tierra sin una gota de agua».</span>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-49248076621754489982020-10-11T11:00:00.001+02:002024-03-01T12:27:57.155+01:00DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 10pt;">Homilía predicada por el P. José Alegre<br /></span><i><span lang="EN-US" style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 10pt;">Is 25,6-10; Sal 22; Filp 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14</span></i></p><span lang="ES" style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: 10pt;">Escribe Santa Teresa en uno de sus bellos poemas:<br /><br />«Porque tú eres mi aposento,<br />eres mi casa y mi morada,<br />y así llamo en cualquier tiempo<br />si hallo en tu pensamiento<br />estar la puerta cerrada…»<br /><br />Y con el salmo de la eucaristía de hoy cantamos: «viviré siempre en la casa del Señor».<br /><br />Pero parece ser que no siempre estamos en la casa del Señor. La misma santa Teresa tiene otro verso que parece sugerirlo: «vivo sin vivir en mí», pero que en realidad es una expresión que, conociendo la vida de santa Teresa, pone de relieve más bien el deseo tan vivo que tenía siempre de reposar en Dios, de vivir esa íntima familiaridad con Dios en su espacio interior.<br /><br />Pero nos puede suceder también la experiencia de san Agustín cuando se lamentaba: Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo esta fuera, y allí te buscaba. Me llamaste, me gritaste. Y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí. Y quitaste la ceguera de mis ojos. Exhalaste tu perfume y pude respirar. Y ahora suspiro por ti. Siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me abrase en tu paz.<br /><br />Siente hambre y sed de Dios. Escuchando las lecturas de hoy también podríamos afirmar que Dios tiene hambre y sed de ti, de mí, de nosotros.<br /><br />Dios ha preparado un banquete para todos los pueblos, enjugar las lágrimas de todos los hombres, borrar todas las humillaciones… es lo que anuncia el profeta en la primera lectura de Isaías.<br /><br />Este anuncio lo presenta el evangelio como una realidad que se cumple en su Hijo. Jesús hace sitio a los pobres. Jesús se hace presente en la vida de los hombres y los invita a su mesa para compartir con ellos el pan y el vino, su vida.<br /><br />Es evidente que se repite la historia: son muchos los que rechazan la invitación, o que reaccionan con violencia a la invitación del Señor. Pero el Señor no retira la invitación y manda salir a los caminos e invitar a todos. Y la sala del banquete se llenó de invitados y aún añade: buenos y malos.<br /><br />Dios busca a todos, busca al hombre. Esto deja sorprendido al salmista cuando se pregunta: «Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él?» (Sal 8)<br /><br />El hombre, toda persona humana, es objeto del deseo de Dios, de su amor. Porque la mirada de Dios llega al corazón del hombre. Llega hasta el interior del hombre donde está su casa, su aposento como dice santa Teresa. Y es ahí donde Dios empieza a trabajar a favor del hombre, ayudándonos a tejer el vestido de fiesta, para entrar dignamente en el convite.<br /><br />Él, nuestro Dios, tu Dios, está dentro de ti, y espera que nosotros entremos dentro y le proporcionemos los hilos para ir tejiendo, con nuestra colaboración ese vestido de fiesta del que tenemos necesidad para entrar al convite.<br /><br />Y estos hilos que Dios quiere que nosotros le proporcionemos son los que él mismo nos ha proporcionado, los que pone en nuestras manos: esa sabiduría que nos enseña con su vida con su Palabra, y que debe mover a salir a los caminos a buscar más invitados; esa sabiduría que nos permita decir y hablar cómo es el corazón de nuestro Dios que nos invita a su mesa.<br /><br />La liturgia de este domingo nos muestra como es el corazón de Dios, su sensibilidad para todo aquello que es humano, su ternura con el hombre. La liturgia de este domingo, la palabra de Dios que hemos escuchado deberíamos guardarla en el corazón para que cada día crezca nuestro deseo de este Dios, que, en su gran amor, que no llegamos a comprender del todo, nos revela lo que nos tiene preparado. Un camino para comprender un poco más este amor puede ser recordar con frecuencia el salmo de hoy:<br /><br />Viviré siempre en la casa del Señor. El es mi pastor, él me guía, Me hace descansar en prados deliciosos, me lleva a descansar junto al murmullo de las aguas, en los senderos de este mundo. Él va conmigo. su amor y su bondad me acompañan siempre. Y nos prepara la mesa. El es un Padre amoroso y una madre buena.</span>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-1595007028876660262020-09-06T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.134+01:00DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Ez 33,7-9; Sl 94; Rm 13,8-10; Mt 18,15-20</i><br />
<br />
«Amar es toda la Ley». «Dios es amor». Amar es estar arraigados profunda y totalmente en Dios. La única obligación, el único deber, nos recuerda hoy san Pablo en la Carta a los Romanos es el amarnos unos a otros. Nuestra naturaleza está creada, estructurada para vivir esta ley: Por esto afirma san Agustín: «Señor, nos ha hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti».<br />
<br />
Y cuando a Jesús le pregunta un Maestro de la Ley sobre cual es el primer mandamiento (Mt 22,37s) responde citando el precepto de amor a Dios. Pero añade una precisión que no se le había pedido: sugiere al jurista que le pregunta que no hay un gran mandamiento sino DOS: amar al prójimo, un mandamiento igual o equivalente al precepto de amar a Dios. Todo está, pues, recogido en esta dimensión del amor. No hay más que un mandamiento: AMAR. Un amor idéntico con dos objetivos distintos: Dios y el prójimo.<br />
<br />
San Bernardo, y también el resto de la teología cisterciense, tiene escritas palabras bellísimas sobre el amor. Así cuando nos dice: «El amor basta por sí solo, satisface por si solo. El mérito y el premio del amor está en él mismo. No requiere otro motivo. El fruto del amor está en practicarlo. Amo porque amor, amo por amar. Gran cosa es el amor. De entre todas las emociones, sentimientos y afectos del alma el amor es lo único con que la criatura puede corresponder al Creador. Lo único que quiere es ser amado».<br />
<br />
Amar es toda la Ley. Pero, damos la impresión con frecuencia de que somos «ilegales». Que esta Ley no ha llegado a penetrar en nuestro corazón. Ya habéis oído el Evangelio, donde ponía de relieve la dificultad de encontrarse las personas mediante el diálogo; la dificultad de ponerse de acuerdo en el camino de esta vida. Lo cual parece sorprendente cuando la Palabra de Dios nos asegura que todo lo que pidamos desde esta dimensión del amor que nos abre a la unidad, nos lo va a conceder, porque, además, Dios ya está presente en todo grupo o comunidad unida y reconciliada.<br />
<br />
El salmo que acabamos de cantar nos está llamando la atención, y nos la clave de la dificultad de encontrarnos, de hacer camino de unidad: «Si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón».<br />
<br />
La sabiduría de este salmo nos la confirma la historia de la humanidad, la vida concreta de cada uno de nosotros: ¡Cuantas pequeñas cosas de nuestra vida diaria nos van encerrando en nuestros deseos personales, en nuestros caprichos… que al final hacemos de todo ello ley! Y de esta manera pasamos a la condición de «ilegales», pues convertimos esa palabra: «Amar es toda la Ley», por otra semejante, pero que nos aleja unos de otros: «Amarme a mí mismo es toda la ley».<br />
<br />
El problema, de aquí la seria advertencia del Salmista, puede estar en nuestra dureza de corazón; que caminamos por la superficie de la vida, vamos resbalando por los senderos de esta existencia nuestra, de la que, por otro lado, con tanta frecuencia nos quejamos. Y es que la mera corteza de la vida termina por secarse, y hacerse dura, insoportable.<br />
<br />
Contemplad la vida, la creación… ¿de dónde viene tanta belleza que podemos contemplar en tantas y tan diversas manifestaciones de la vida en la naturaleza? de estar estrechamente unida a las raíces. Pues lo mismo sucede con nosotros, con las personas. Perdemos nuestra calidad humana cuando nos separamos de nuestras raíces. Por ello san Bernardo nos vuelve a sugerir estas hermosas palabras: «Abrid el oído de vuestro corazón a esta voz interior y escuchad atentos a Dios que habla en la intimidad, no a mí que os hablo desde fuera. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, sacude el desierto, quiebra los secretos y hace saltar a las almas embotadas. No hay que esforzarse mucho para advertir esta voz».<br />
<br />
La habéis escuchado al ser proclamada en las lecturas de la Eucaristía de hoy. Se trata de dejar que baje hasta las raíces, hasta el corazón, y dejar, o mejor colaborar con esta Palabra de Dios, para que vaya renovando vuestra vida.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-62145515246446354102020-07-05T00:00:00.001+02:002024-03-01T12:27:57.159+01:00DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<p style="margin: 0px;"><b>Homilía predicada por el P. Josés Alegre</b></p><p style="margin: 0px;"><i>Zac 9, 9-10; Salm 144; Rom 8, 9-11.13; Mt 11,25-30</i></p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Hace unos días recibí una carta de la que tomo este párrafo: «El ejercicio de entrar dentro de nosotros es muy duro, ya que nos da miedo de lo que podemos encontrar. La dicotomía entre lo que se dice y lo que se hace, el querer ser más que los demás, la vanidad disfrazada de humildad, el exceso constante de información, las órdenes y recomendaciones contradictorias, vengan de donde vengan, y lo que es peor, los chismorreos puros y duros, muchas veces al límite de la maledicencia, y aparentemente explicadas con buena intención, pero sin ningún sentido, que nos suelen llegar un día sí, y otro también».</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Verdaderamente, ¿puede ser tan duro entrar dentro de uno mismo? ¿Nos da miedo? ¿O quizás estemos alienados por nuestra vida exterior, superficial?</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">En este sentido también podríamos recordar algunos puntos de la reciente homilía del Papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo. Decía: «Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Las quejas son la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo. La primera es el narcisismo, la tercera el pesimismo. ¿Cuidamos nuestra unidad en la oración? ¿qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos, con la lengua un poco más contenida?»</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Yo creo que aquí, en estas dos intervenciones, de un seglar y del Papa, podemos encontrar una aplicación de la Palabra de Dios en este Domingo, pues la Palabra de Dios nos dice por boca de san Pablo que «nosotros no vivimos según las miras de la carne sino según las del Espíritu, que el Espíritu de Cristo habita en nosotros, que hace morir en nosotros las obras propias de la carne».</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">En principio nos puede sonar todo esto a una contradicción. O bien el seglar y el Papa exageran, o bien esto de vivir según el Espíritu de Cristo todavía no es una realidad firme en nuestra vida.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Pero podemos escuchar otras voces. El evangelio nos dice hoy por boca del mismo Jesús que Dios revela su sabiduría, manifiesta su fuerza a los sencillos y la esconde a los sabios y entendidos de este mundo. Para decirnos a continuación que vayamos a él, que aceptemos ser sus discípulos, que aceptemos su yugo y encontraremos reposo y paz.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Os propongo otra voz en sintonía con este evangelio. Es de los Santos Padres: Nos dice Clemente de Alejandría en su obra <i>El Pedagogo</i>, que nuestro pedagogo es Cristo, Dios santo, Palabra que conduce toda la humanidad. Dios mismo que ama a los hombres es nuestro maestro, y que la formación recibida de Dios permanece para siempre.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Si yo no tengo la conciencia de que Cristo, el Maestro, conduce mi humanidad, mi yo no llega a tener su reposo y su paz. Y no es suficiente asistir a la Escuela de este Pedagogo, sino aprovecharnos de su enseñanza, dejar que su enseñanza conduzca toda nuestra existencia.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">O sea, que no basta haber recibido su bautismo, no basta vivir en un monasterio y hacer una profesión, no basta estar consagrado a èl en una vida religiosa o sacerdotal, todo esto es inútil si mi vida no es iluminada y conducida por la enseñanza de este Padagogo único que es Jesucristo.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Una enseñanza de nuestro Pedagogo ya la hemos escuchado en el evangelio: es el reposo y la paz interiores. Pero todavía hay otra palabra que no debemos desperdiciar. Nos la recuerda el profeta Zacarías: «¡Alégrate! Que él va entrar y a dirigirte un mensaje de paz».</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">¿No tenéis todavía en vuestra mente la invitación del diácono en el reciente tiempo pascual?: ¡Id y llevad a todos la alegría del Cristo Resucitado!</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">No es duro, puede ser trabajoso, pero nunca duro entrar dentro de ti mismo, porque emprendes un camino en el cual vas descubriendo lo que nos dice otro santo Padre, en una Homilía Antigua del siglo V: «El alma habitada por Dios es plena de belleza y resplandor, porque tiene como guía y huésped al Señor, con todos sus tesoros espirituales.</p><p style="margin: 0px;"><br /></p><p style="margin: 0px;">Amigos, amigas, hermanos, vale la pena ser discípulo permanente en la escuela de este Pedagogo».</p>Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-32345043870283864622020-03-19T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.148+01:00SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>2Sm 7,4-5.12-14.16; Sal 88; Rom 4,13-16.18-22; Mt 1,16-18.21-24</i><br />
<br />
Hoy celebramos la solemnidad de san José. Quizás, más acordes a la singularidad de su persona, podríamos decir: Hoy celebramos la sencillez de san José, un corazón abierto al Misterio, un corazón atento y receptivo al Misterio. Por esto no tiene nada de extraño que la persona de san José resalte en el evangelio por su silencio. La presencia del Misterio en la vida del hombre como podemos contemplar en las Sagradas Escrituras siempre conlleva un profundo silencio de admiración, de adoración… Provoca el eco de un profundo silencio en aquel a quien se revela o se hace presente Cuando nosotros nos esforzamos en un camino ascético del silencio, siempre nos resulta difícil lograr un mínimo que ayude al clima de la vida de la comunidad. Lo contrario sucede cuando es el Misterio quien viene a ser una presencia viva en nuestras vidas.<br />
<br />
Y ya no digamos cuando el Señor nos confía este Misterio. Es el caso de san José: se le confía el Misterio de un Dios que se reviste de nuestra condición humana. También a san María. Esta recibe el Misterio, canta las obras grandes de Dios en la historia y prácticamente ya no habla en todo el evangelio. Por eso María viene a ser el silencio del Evangelio. San José será su compañero fiel en cuidar este Misterio. Los dos silencios del Evangelio.<br />
<br />
Y hoy la Iglesia se vuelve a san José celebrándolo y pidiendo para todos nosotros seguir siendo los buenos y fieles custodios de este Misterio para encaminarlo, como miembros de la Iglesia, hacia la perfección como pedimos en la oración-colecta de hoy.<br />
<br />
Nos podemos preguntar sobre este camino de perfección. O quizás mejor volvernos hacia las enseñanzas de la Palabra Sagrada, que nos va siempre sugiriendo los caminos en nuestro peregrinar de esta vida.<br />
<br />
En la primera lectura, David, reconociendo la grandeza y bondad de Dios hacia él quiere construirle un templo. El Señor no se lo permite, pero tiene la bondad de hacerle la promesa que lo hará un descendiente suyo, y que será un templo eterno, que se mantendrá para siempre, y en donde Dios se manifestará como Padre.<br />
<br />
San Pablo hace una referencia interesante a Abraham. Este Patriarca, como sabemos, no viene después de David sino antes, pero resalta el Apóstol una Promesa, que se realizará en el futuro, realización que no viene determinada por la ley, sino por la fe. Una fe que ya sugiere la creencia en un Dios Padre de todos los pueblos, un Dios que es creador, y que hace revivir los muertos. Una figura, pues, que, aunque en el tiempo es antes de David, esa dimensión de la fe lo proyecta más allá de David, hacia el Misterio que será presencia viva y definitiva en la vida de la humanidad.<br />
<br />
La Escritura no solo nos narra este crecimiento de la presencia del Misterio en la vida de los hombres, sino que la canta, aludiendo a una dinastía perpetua, a la fidelidad del Señor a sus promesas, a un Dios Padre, a un Dios Roca, a un Dios Amor.<br />
<br />
Y toda esta trayectoria adquiere un nombre que revela a san José y le pide que le ponga por nombre Jesús. Un Salvador que llevará nuestros pecados a la Cruz y derramará su Espíritu de Amor, para que seamos piedras vivas y nos entreguemos a edificar aquel templo que David quería material, pero que Dios lleva a una dimensión más auténtica y profunda, un templo espiritual. Y este es el templo cuyas primeras piedras ponen con su silencio de adoración María y José.<br />
<br />
El silencio de san José es la belleza del Misterio en su vida. Debe serlo en la nuestra, llamados a ser custodios del Misterio de Dios.<br />
<br />
Mirad: Mahler en su segunda sinfonía escribe: «Yo pertenezco a Dios y retornaré a Dios. Dios me dará un cirio para iluminar el camino hacia la bendición de la VIDA ETERNA».<br />
<br />
¿No creéis que el silencio de san José puede ser el cirio que ilumina la presencia del misterio que tenemos como custodia, mientras caminamos hacia la bendición de la VIDA ETERNA?Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-57612075510577814622020-02-23T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.158+01:00DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Lev 19,1-2.17-18; Salm 102; 1Cor 3,16-23; Mt 5,38-48</i><br />
<br />
La Palabra de Dios nos da unos consejos muy concretos. Es importante recogerlos para nuestra vida cristiana y monástica. Nos exhorta el beato cisterciense abad Guerrico: «Vosotros que os paseáis por los jardines de las Escrituras, guardaros de atravesarlo con un vuelo rápido e inactivo, sino más bien escrutadlo todo, y, como abejas diligentes recoged la miel de las flores, recoged el espíritu de las palabras».<br />
<br />
Entremos, pues, en el jardín, donde el Levítico nos decía: «Di a toda la comunidad sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo». En otra parte del jardín nos exhorta san Pablo: «No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios».<br />
<br />
Todavía podríamos encontrar en el jardín más palabras de sabiduría para la santidad, como aquellas del profeta Sofonías: «Dios exulta, danza por ti, Dios está dentro de ti renovándote con su amor». Y santa Teresa, visitante asidua de estos jardines de las Escrituras, pone en boca de Dios estos preciosos versos: «Porque tú eres mi aposento, mi casa y mi morada, a Mi buscarme has en ti».<br />
<br />
Parece que esa invitación a la santidad que hoy escuchamos, parece que es un camino a nuestro alcance, pues se nos invita a ser santos como lo es Dios, pues nos encontramos que este Dios ya habita en nosotros, está presente en nuestra vida. Luego, por lo menos se nos tendrían que ir transmitiendo la sabiduría de la santidad de un huésped tan íntimo. En cambio, si miramos a nuestra vida, advertimos que no se percibe esa santidad, advertimos nuestras debilidades y pecados.<br />
<br />
Quizás es que necesitamos escuchar un silencio habitado que ensanche nuestro corazón. Habitados por Dios, templo suyo, quizás estamos necesitados del silencio interior habitado por la Palabra que ensanche nuestro pequeño corazón para que entre en sintonía con el corazón de Dios, con la sabiduría y la luz de su Palabra.<br />
<br />
Quizás necesitamos escribir, dibujar, las flores de este jardín de las Escrituras en ese libro que todos llevamos dentro, pero que se nos cierra con las preocupaciones que nos hacen olvidar la luz.<br />
<br />
Pero hoy, el Dios compasivo y misericordioso, que nos sacia de amor entrañable, al que hemos cantado en el salmo nos sugiere cosas muy concretas para ir creciendo en la santidad, ir creciendo en el deseo de ir encarnado en nuestra vida esa santidad de Dios.<br />
<br />
Ya en el Levítico se nos dice: «No te vengues ni guardes rencor contra nadie de tu pueblo». San Pablo nos exhortaba a no dejarnos engañar por la sabiduría de este mundo que es una clara ignorancia de la sabiduría divina que lleva la paz al corazón humano. Y en el evangelio es la palabra del mismo Jesús, nuestro Maestro quien nos da una enseñanza muy clara: «Ya sabéis que a nuestros antepasados les dijeron: “Ojo por ojo y diente por diente”, pero yo os digo: no os volváis contra quienes os hacen mal». También nos dice: «Da a quien te pide, y no te desentiendas de quien te pide algo prestado». Y todavía nos hace partícipes de una tercera enseñanza: «Se dijo ama a los otros, pero no a los enemigos. Pero yo os digo: Amad a los enemigos y orad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol para los buenos y los malos, y da la lluvia para los justos y los injustos».<br />
<br />
Este es nuestro camino para ir creciendo hacia la santidad: escuchar la Palabra, guardarla en el corazón, no olvidarla, más bien meditarla en el silencio del corazón para que la sabiduría de esta Palabra vaya dominando toda nuestra existencia.<br />
<br />
O lo que vendría a ser equivalente: Que el silencio habitado ensanche tu corazón.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-34690107914902852592020-01-05T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.149+01:00DOMINGO II DE NAVIDAD<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Eclo 24,1-2.8-12; Sal 147; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18</i><br />
<br />
Celebramos el Domingo II de Navidad. ¿Qué celebramos en este Domingo? El mismo misterio que celebramos el día de Navidad, y que estamos celebrando en estos días del ciclo navideño.<br />
<br />
El Dios del Evangelio, de una perfección total, no se muestra como un ser trascendente, retirado en una soledad absoluta e inabordable. Él tiene un Hijo único que ama como objeto privilegiado de su caridad, que no duda en enviarlo en persona a quienes rechazan el mensaje de los profetas.<br />
<br />
Esta concepción de Dios y de sus relaciones con la humanidad es la primera revelación del Evangelio. La bondad de Dios no espera el primer movimiento de arrepentimiento del pecador, él lo provoca. La venida del Reino no es otra cosa que esta propuesta de perdón, una iniciativa de Dios a entrar en una relación con él… Más todavía: el Hijo mismo, a la manera de un sembrador va arrojando las semillas de la Palabra de Dios.<br />
<br />
La Iglesia nos propone este tiempo de Navidad, como en Pascua será el tiempo pascual, para tener la oportunidad de reflexionar y penetrar más profundamente en el misterio de Cristo, de este Dios que te ama.<br />
<br />
El camino es abrirnos a la sabiduría de la Palabra de Dios, es adentrarnos en la vivencia de las Sagradas Escrituras. Hay un texto bellísimo de san Jerónimo que nos exhorta de este modo: «El prado de las Escrituras es un prado esmaltado de flores policromas y todas se pueden coger… Las hay de todas las clases: rosas, encarnadas, lirios blancos, flores de variado colorido. La dificultad está en elegir. A nosotros nos incumbe coger las flores que nos parezcan más bellas. Y si cortamos las rosas, no nos dé pena dejar los lirios; si nos decidimos por los lirios no despreciamos las humildes violetas. Todo resultará bello y fascinante en la deliciosa tierra prometida al alma generosa, que haya aceptado cansarse un poco sobe los Libros Santos. Nada más dulce o mejor que la ciencia de las Escrituras».<br />
<br />
Coger las que nos parezcan más bellas, o las que consideramos más necesarias para hacer vivo en nosotros el misterio de Cristo.<br />
<br />
Y para esto nada mejor que volvernos a este prado de las Escrituras que se nos ha puesto delante en la proclamación de las lecturas, y consideremos cada uno de qué palabra, de qué flor necesito más para hacer vivo el misterio de Cristo en mi vida.<br />
<br />
En la primera lectura se nos ofrece una flor espléndida: la sabiduría. Esta nos habla de la gloria de Dios, a través de la belleza de la obra de la creación; la belleza de la liturgia… Aquí al hilo de esta palabra nos podríamos preguntar, si nuestras obras dejan en nuestra vida una estela de sabiduría, o necesitamos contemplar más y mejor las obras de Dios en su creación, en nuestro tiempo, para adquirir este aroma de la sabiduría divina.<br />
<br />
En la segunda lectura, yo diría que nos invita a contemplar el “árbol del Amor”, la comunión en el Amor de las Tres divinas Personas, un Dios que abre su círculo de amor para invitarnos a nosotros a adentrarnos en esta experiencia de amor en el Amor. Y hasta nos proporciona una breve oración para pedirlo: «Ilumina la mirada interior de nuestro corazón, y concédenos conocer a qué esperanza nos llamas, qué riquezas nos tienes preparadas, y qué herencia nos tienes destinada».<br />
<br />
En la tercera lectura, el Evangelio, nos recuerda el valor incalculable de la Palabra, de la Palabra divina, y de la palabra humana. Nos recuerda que la Palabra contiene una riqueza incalculable de vida, de luz. Nos habla de la palabra como una luz que ilumina a todos los hombres. Que en nuestra pequeña palabra humana se refleja esa vida y esa luz de la Palabra divina.<br />
<br />
Estás en el prado de las Escrituras. Elige una flor, aquella que crees necesitar mas en tu vida: la sabiduría, el árbol de la vida, la fuerza de vida y de luz de la palabra.<br />
Coge una flor, solo una, y cuídala. Y no olvides que Cristo, este Dios amigo que se acerca a nosotros en el misterio de Navidad, desea que tu seas su aroma en esta sociedad, que seas el buen aroma de Cristo.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-25747199515648119352019-11-10T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.145+01:00DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>2Mac 7,1-2.9-14; Sal 16; 2Te 2,16-3,5; Lc 20,27-38</i><br />
<br />
Imagino que muchos de vosotros habéis tenido esta experiencia: después de un día laborioso, habéis tenido un sueño profundo por la noche, a la mañana os habéis despertado descansados, sintiendo vuestro cuerpo renovado, ágil, con ganas de vivir; abrís la ventana y encontráis un día radiante, y os nace el deseo de abrazar el mundo, empezando, de este modo, una nueva y feliz jornada.<br />
<br />
Esto me ha sugerido el salmo que acabamos de cantar: «Cuando me despierte te contemplaré y me saciaré de tu semblante». Hay que despertar, hay que despertar desde la profundidad…<br />
<br />
Y ahora me podríais responder: ya estamos despiertos… Pero el salmo nos habla de otro despertar más profundo.<br />
<br />
Este salmo 16 nos habla de una amistad gustada, experimentada, con Dios, que llena el corazón de alegría. El que canta el salmo se presenta ante Dios con un espíritu tranquilo, sereno, lleno de confianza, ante un Dios personal e íntimo. Hay como una especie de juego entre el «yo» del salmista (que podemos ser cada uno de nosotros) y el Tú de Dios que nos responde. El salmista que habla y suplica y Dios que se inclina y se abaja. Este Dios que se ha rebajado hasta llegar en su amor extremo hasta la Cruz, para hacer posible que nosotros aprendamos su lección de amor, de modo que lleguemos a despertar ese mismo amor en nosotros y podamos realmente saciarnos contemplando su semblante.<br />
<br />
A este despertar llegaron los siete hermanos macabeos de los que nos ha hablado la primera lectura. En ellos se despertó con fuerza y generosidad su amor, y dan su vida como testimonio de su fe. Dar la vida como testimonio de amor es el camino para vencer la muerte como Cristo, como tantos hombres y mujeres que a lo largo de los siglos así lo han vivido.<br />
<br />
Pero esto nos pide estar abiertos a la Palabra de Dios, como dice san Pablo en la carta a los cristianos de Tesalónica; que esta Palabra sea en tu interior «algo vivo, enérgico, tajante como una espada, que penetra hasta la unión del alma y espíritu… que juzga tus sentimientos y pensamientos», es decir que toda tu vida esté desnuda, abierta al agua viva de la Palabra. Como enseña la carta a los Hebreos (cfr 3,12).<br />
<br />
El evangelio no puede quedarse en los sentidos externos. Ahora, escuchamos, y dentro de unas horas todo pasa al olvido. Es necesario escuchar con los sentidos interiores, los espirituales, pues tenemos dos clases de sentidos como enseña san Gregorio de Nisa: corporales y espirituales.<br />
<br />
Una enseñanza que completa Orígenes cuando escribe: Cristo es el objeto de cada sentido del alma. Cristo es verdadera luz para iluminar los ojos del alma; Palabra para ser escuchada; pan de vida para ser gustado; aceite de nardo para que el alma se deleite con el aroma del Verbo de Dios. Un Verbo hecho carne para que podamos captar su Palabra de vida. No vamos a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón<br />
<br />
Y este Verbo de Dios ha supeditado su vida al amor, y por esto vence la muerte y nos abre a nosotros el sendero de la resurrección, puerta abierta a una vida permanente, eterna.<br />
<br />
Nos cuesta creer, porque el amor no está profundamente arraigado en nuestro corazón. No hemos aprendido la enseñanza de Cristo.<br />
<br />
Estamos acostumbrados a decir que debiera haber amor, con lo que se da a entender que no lo hay. Sabemos que es una obligación de amar, que los hombres tenemos el mandamiento de amarnos, pero no lo hacemos. De aquí deducimos que el mundo está tan mal porque hay en él muy poco amor y culpamos a otros de esta falta de amor.<br />
<br />
Estamos creados y estructurados para vivir el amor; nuestra vida está estructurada para vivir más allá del tiempo, en la eternidad, a la que nos abre la Resurrección, pero ésta se nos concede cuando vivimos la vida dominados por el amor, porque el amor vence la muerte. Y hoy cada día es más difícil de comprender esta relación de vida y amor.<br />
<br />
Me comentaba hace unos días una señora, ya abuela: tengo 2 hijos y ya he ido a 5 bodas.<br />
<br />
A esto se le suele llamar buscar un nuevo amor. Buscamos objetos de amor, como niños que quieren un juguete y pronto se cansan de él y piden otro. El amor se encuentra buscando el corazón del otro, pero la búsqueda comienza en tu corazón. Será necesario que el Evangelio no se te quede en los sentidos externos. Deja que penetre hasta los sentidos interiores.<br />
<br />
Necesitamos despertar de nuestro sueño, un sueño cada vez más poblado de pesadillas.<br />
<br />
«Cuando me despierte te contemplaré y me saciaré de tu semblante».Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-9840456419486178032019-09-22T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.138+01:00DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Am 8,4-7; Salmo 112; 1Tim 2,1-8; Lc 16,1-13</i><br />
<br />
«Escuchad esta palabra». Así empieza el profeta Amós la primera lectura. Una llamada de atención a su pueblo que está de fiesta, pero que no tiene el corazón en la fiesta, pues están diciendo: «¿Cuándo pasará la fiesta, para abrir los graneros y poder ofrecer y vender los alimentos?»<br />
<br />
¿Es que es un pueblo poco amante de la fiesta y lo es más del comercio, y de una vida de trabajo? No lo parece así. Observad lo que piensan: «Pasada la fiesta venderemos el grano con unas medidas más pequeñas y cobraremos más de lo establecido. Haremos trampas con las balanzas, venderemos el grano con desperdicios, compraremos con un par de sandalias el pobre».<br />
<br />
En tiempo de fiesta están maquinando estas injusticias. Con premeditación y alevosía.<br />
<br />
Ya veis, en tiempos de Amós no había ni defensa del consumidor, ni fecha de caducidad en los alimentos, ni defensor del pueblo o sindicatos auténticos que defendieran al pobre.<br />
<br />
El único defensor será Dios. Que les dice por medio del profeta Amós: «lo juro por la gloria de Jacob que no olvidaré jamás todo esto».<br />
<br />
Y no lo olvida, ciertamente, pues ésta será la gran y permanente advertencia de todos los profetas: una llamada al pueblo, sobre todos a los dirigentes para que practiquen la justicia. Un subrayar permanente la injusticia de los responsables del pueblo. Pero esta es una predicación que no tiene, que nunca ha tenido, buena prensa. Así les fue a los profetas: son perseguidos, y muchos de ellos muertos.<br />
<br />
Pero, verdaderamente, Dios no olvida la injusticia, y se hará presente en medio de su pueblo, a través de Jesucristo, el Justo. Viene, no a quitar la ley sino a llevarla a la perfección, y nos muestra la verdadera sabiduría de la vida, todavía no aprendida del todo, incluso por el pueblo creyente, pues ya oísteis el evangelio de hoy, la severa advertencia de Jesucristo: «Nadie puede servir a dos amos, si ama a uno, no amará al otro, si está atento a uno no lo estará con el otro. No podéis ser servidores de Dios y del dinero».<br />
<br />
Oyendo esta enseñanza de Jesús, dice el evangelio a continuación que los fariseos, que son amigos del dinero se burlaban de él. Pero Jesús les contesta: vosotros os dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro y ese encumbrase entre los hombres repugna a Dios.<br />
<br />
Hablará Jesús en esta línea del «dinero injusto», o de las «riquezas injustas». Parece que no conoce un «dinero limpio». La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos. Lucas ha conservado estas palabras de Jesús: «Yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».<br />
<br />
Mediante las cuales viene a decir a los ricos: «Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes; ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre».<br />
<br />
Que podría expresarse de otra manera: la mejor forma de «blanquear» el dinero injusto ante Dios es compartirlo con los pobres.<br />
<br />
Pero esta enseñanza de Jesús es dura y difícil de aceptar en una sociedad donde sigue habiendo trampa en las balanzas, y todo el resto de corrupciones a que hacía alusión Amós. Es duro y difícil de aceptar en una sociedad donde, prácticamente, todos los días vienen noticias de la corrupción y de los vaivenes de una economía que pone en peligro la paz y la buena relación entre los pueblos.<br />
<br />
Así que os recuerdo la invitación del apóstol Pablo en la segunda lectura: «elevad a Dios oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, para que podamos llevar una vida tranquila y serena».<br />
<br />
Escuchad la Palabra, ella encierra la sabiduría de Dios, acoged esta sabiduría, guardadla en el corazón, llevadla a la vida.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-26240199453396904532019-05-19T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.146+01:00DOMINGO V DEL TIEMPO PASCUAL (Año C)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Hech 14,21-27; Salmo 144; Ap 21,1-5; Jn 13,35</i><br />
<br />
Hace unas semanas conversando con una persona salió el tema del “amor”. Y apenas empezando preguntó: ¿y qué es el amor? Yo, iba a contestar, pero me quedé callado, y ambos quedamos en un breve silencio, para pasar a hablar de otros temas. Y me quedé callado, porque intuí el peligro de caer yo o él, o ambos, en las palabras rutinarias de siempre. Sucede que es peligroso hablar del amor, o arriesgado, porque todos somos conscientes de lo adulterada que está dicha palabra, y la infinidad de versiones que se viven del amor. Y hoy, más que nunca, es muy urgente que demos a las palabras el valor que tienen, y que las vivamos en lo que merecen de vivirse.<br />
<br />
Hoy, en este domingo V de Pascua el evangelio nos sitúa en la Última Cena, es decir en el dintel de la Cruz, que es el momento de la verdadera expresión del amor. El amor hasta el extremo. El amor que vence a la muerte.<br />
<br />
Nos irá bien recordar unas luminosas palabras del Papa Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est”: «Dios es amor; el que está en el amor está en Dios y Dios está en él. Estas palabras expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana. “Hemos creído en el amor de Dios”, así expresa su vida cristiana, su fe, un cristiano. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida».<br />
<br />
¿Hay este nuevo horizonte en nuestra vida? ¿Existe esta novedad profunda de vida que da esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva? Pues esto es lo que sugiere la segunda lectura cuando anuncia un bajar del cielo la ciudad santa, el cielo nuevo y la tierra nueva, el templo donde Dios se va encontrar con los hombres y que dará lugar vivamos conscientes de que Dios es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo. Pero esto puede quedar en unas ideas que pudimos aprender en el catecismo, o en un estudio de teología. No podemos caer en esta ingenuidad. Así que volvamos a las palabras de Benet XVI: «La vida cristiana, de la fe de un cristiano se muestra en que ha creído en el amor.<br />
<br />
»Pero el amor para un cristiano no puede ser una abstracción; el amor para un cristiano no puede diluirse en la multitud de amores que profesa o manifiesta nuestra sociedad. El amor para un cristiano tiene un rostro, es una persona muy concreta: Jesucristo. Solamente en Jesucristo podemos contemplar el verdadero amor, el amor de Dios». Y, ¿cuáles son las palabras de Jesucristo?<br />
<br />
«Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado». Y lo repite: «Tal como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a os otros».<br />
<br />
Este es el TESTAMENTO DE JESÚS.<br />
<br />
Así lo comprendieron y lo vivieron sus primeros discípulos, y así nos lo muestra el libro de los Hechos del que está tomada la primera lectura: sus discípulos se lanzan a abrir caminos nuevos, más humanos, más justos, más fraternos, animando a vivir esto en comunidades donde se subraye verdaderamente la igualdad y el apoyo mutuo.<br />
<br />
Porque así los había amado Jesús: como AMIGOS. Y esto se lo recuerda en esta misma Ultima Cena. ¿Y qué hizo, o como vivió su amistad Jesús? No poniéndose por encima sino como hace un amigo con otro amigo: una relación de servicio y de colaboración. Así pasó Jesús entre nosotros, y sus discípulos llegan a descubrir esta verdadera amistad de Jesús, o este amor de Dios.<br />
<br />
Seguramente me diréis que no es fácil vivir esta amistad. Y estoy de acuerdo. Pero Jesús no se quedó en las palabras, sino que es consecuente y da su vida. Una vida entregada por amor. Pero una vida entregada por amor vence a la muerte.<br />
<br />
Pero tenemos otro punto importante en el gesto de amor de Jesús: que entrega su Espíritu, lo devuelve al Padre para que éste lo derrame en el corazón de todos nosotros, para que podamos vivir esta misma capacidad de amistad, en el servicio y en la colaboración con quienes convivimos.<br />
<br />
Y solamente cuando nos situamos en ese sendero del servicio y la colaboración, de pasar haciendo el bien, es cuando damos lugar a que se despierte en nosotros la fuerza del Espíritu de Jesús. Y es cuando vivimos su mandamiento de amarnos mutuamente. Y hacemos posible que nos reconozcan como discípulos suyos.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-31506391814498616742019-03-19T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.148+01:00SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>2Sam 7,4-5.12-14.16; Salm 88,2-5.17.29; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24</i><br />
<br />
«Cuando una voz viene de Dios no llega a los oídos de todos, sino a aquellos que están interesados, para que se comprenda que el sonido no es a través de la lengua sino de la guía de un signo celeste» (San Ambrosio, <i>Hom. Gen. III,2</i>).<br />
<br />
Se acaba de proclamar la Palabra de Dios. Una voz de Dios que no llegará a los oídos de todos, sino a los interesados. ¿Y qué interés puede tener hoy para mí esta palabra que acabamos de escuchar?<br />
<br />
Hoy celebramos la solemnidad de san José, una persona humana privilegiada por Dios que le hizo el don singular de depositar en él su Misterio de amor.<br />
<br />
La Escritura nos enseña que Dios se deja encontrar de quienes le buscan (Cf. Sal 9,11). Pero en este caso, parece ser que san José no buscaba a Dios, sino formar una familia con María de Nazaret. En este caso, es Dios el que busca al hombre. Y contemplamos como el hombre se deja encontrar por Dios. Este gesto ya dice mucho cómo era el corazón de san José: un corazón sencillo, justo, lleno de amor; un amor que se deja encontrar por el Amor divino.<br />
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Un hombre bueno, nos dice el evangelio de hoy, un hombre bueno que no quiere causar daño alguno a su prometida María. Un alma enamorada. Un alma enamorada que es, como escribe san Juan de la Cruz, «blanda, mansa, humilde y paciente» (<i>Dichos de luz y de amor</i>, 29).<br />
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Todo este asunto del Misterio divino que llevaba siglos intentando llegar al corazón de los hombres, como descubrimos en la Sagrada Escritura, al narrarnos la Historia de la salvación, debió ocupar bastante tiempo del carpintero de Nazaret. Tiempo de una reflexión silenciosa.<br />
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Y, evidentemente, tuvo que encontrarse con el corazón de Dios. Ya lo hemos oído muchas veces: que Dios habla en el silencio del corazón. San Juan de la Cruz también lo expresa muy gráficamente cuando escribe: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma» (<i>Puntos de amor</i>, 21).<br />
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Su silencio, contemplando el Misterio de Dios, que ya apuntaba en su prometida María, le lleva a incorporarse al mismo Misterio de amor.<br />
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¿Le decidió a ello el sueño en que se aparece un ángel? O lo suyo fue un soñar despierto en el silencio del corazón y en el escuchar el ángel en los gestos y la vida de María.<br />
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Todo lo contemplamos dentro del Misterio de Dios. Pero este Misterio se mueve siempre y se comunica a través del silencio.<br />
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Así que si os interesan estas palabras del Evangelio. Contemplad la figura de José, la figura de María en Nazaret, y quedaos con aquella palabra que os haya llegado a conmover vuestro corazón, guardarla en silencio, y esperar a que Dios os hable en vuestra vida.<br />
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Pero en relación con el Misterio de Dios en la vida de san José, podéis contemplar otras dos figuras bíblicas: Abraham y David. La Palabra de Dios ha proclamado de estos unas palabras importantes que os pueden interesar para vuestra vida.<br />
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Abraham. Tampoco nos dice claramente que buscaba a Dios. Sino que Dios le buscó y le animó a emprender un nuevo camino, haciéndole la promesa de una gran descendencia. Y Abraham se fio de la Palabra de Dios, y emprendió una nueva vida. Pero cuando Dios se mete en la vida de una persona, sabe que la aventura está asegurada. Porque Dios es Amor y el amor abre mil caminos. Y así le pasó a Abraham que tuvo que vivir otros momentos difíciles y apasionantes en su vida. Pero le interesaban las palabras de Dios, no las dejó en el olvido, pues Abraham tampoco cayó en el olvido, y es para nosotros un ejemplo de confianza en Dios, de aceptar el Misterio del Amor en su vida.<br />
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David. También puede ser una buena referencia para nosotros. Quiere llevar a cabo una iniciativa con Dios: construirle un templo, y Dios no le escucha. David es una persona con muchos contrastes, como podéis leer en la Sagrada Escritura: guerras, violencias domésticas, incluido adulterio, exilio…pero sensible al perdón, al amor. Y Dios fue incorporando poco a poco su Misterio de amor en su vida.<br />
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¿Qué palabras nos interesan más? Los tres personajes son interesantes y los tres nos llevan a encontrarnos con Dios, o los tres nos dicen, en definitiva, que Dios quiere encontrarte.<br />
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Yo hoy daría preferencia por san José, porque tenemos la oportunidad de contar también con la ayuda de santa María, mujer especialmente sensible al Amor divino.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-827915640438844042019-02-03T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.134+01:00DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año C)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Jr 1,4-5. 17-19; Sl 70; 1Co 12,31-13,13; Lc 4,21-30</i><br />
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Es curioso comprobar como el evangelista san Lucas, que nos dice al comienzo de su evangelio, que se propone hacer una historia ordenada de la vida de Jesús, sin embargo, el evangelio que acabamos de escuchar nos habla ya del rechazo de Jesús, lo cual sucede al final del camino, en Jerusalén, con su muerte en la Cruz.<br />
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Todo el evangelio de Lucas se plantea como una subida a Jerusalén, pero el rechazo y muerte en Jerusalén ya aparece anticipado aquí en su propio pueblo de Nazaret.<br />
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A lo largo de la subida a Jerusalén irá manifestando su amor en medio de una creciente conspiración para matarlo, pero no impedirán que siga llevando la Buena Noticia a los pobres, hasta proclamarla en el amor extremo de la Cruz.<br />
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Este es el gran servicio de Jesús: el del amor. Nos dice con su vida y sus obras el amor del Padre Dios, y nos lo dice con un lenguaje y unas obras de amor. Un amor que vence a la muerte. Este proyecto de amor es el que nos transcribe san Pablo en su carta a los cristianos de Corinto: «Un amor paciente, bondadoso, sin envidia, sin orgullo, no es grosero ni egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad. Disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre». Este proyecto, dice Pablo, no pasa nunca.<br />
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Pero es fácil darse cuenta de que vivir este proyecto de amor es morir, es ir haciendo el camino de la vida, de cada día muriendo a sí mismo. El amor es vida, pero es también muerte. Un morir para recrear nueva vida. Pero es duro morir. Nuestra naturaleza se resiste a morir. Estamos más apegados a la vida, a una vida que no siempre es verdadera vida. No llegamos a comprender que solamente el morir es garantía de nueva vida. Es el ejemplo siempre vivo y actual que encontramos en la persona de Jesucristo. Y que no llegaremos nunca a comprender hasta que no lo hagamos por nuestra parte, una experiencia viva. Vivir y morir, dos verbos que siempre van juntos.<br />
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Lo podemos percibir y vivir en la misma naturaleza cuando contemplando el sol del atardecer que muere en el horizonte dando un relieve especial a los colores otoñales de las viñas, dando lugar a que nuestro espíritu se eleve, como dice el poeta, en su nostalgia hasta la barbilla de Dios.<br />
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En ese matrimonio que celebra sus 50 años. Empezaron su amor mirándose a los ojos, soñando y viviendo juntos y muriendo juntos hasta convertir sus miradas en una sola mirada. Una mirada nueva, en la misma dirección.<br />
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En el monje que ya no murmura las deficiencias de una comunidad o de un superior, sino que en su camino monástico ha ido muriendo a sí mismo, enriqueciendo su vida en la contemplación de la Palabra y de la vida de sus hermanos hasta no estar ya ávido sino de derramar la riqueza de su corazón en el servicio desinteresado.<br />
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Este fue el camino de Jesús durante su vida histórica. Este es el camino de Jesús ahora que estamos llamados a hacer, a vivir quienes vivimos de la fe en él.<br />
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Pero es un camino que da miedo. Como ha escrito alguien: «La prepotencia que da la infalibilidad que se ha adjudicado a sí misma la Iglesia, y el miedo que le produce el AMOR que le pide su fundador la bloquean en un patético ejercicio de impotencia, mientras piensa que ha sobrevivido a todas las crisis de la humanidad».<br />
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O escribía también Urs von Balthasar: «cae sobre el espíritu profético de la Iglesia una escarcha que no ha vuelto a quitarse del todo».<br />
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Y de esta forma se cumplen las palabras del Señor a Jeremías: «Diles todo lo que yo te mandaré». No les tengas miedo o yo te haré tener miedo de ellos. Entonces vivimos una fe de mínimos, o a la defensiva, una fe de cumplimiento de una norma o ley. Pero nunca desde la ley del corazón, la ley del amor.<br />
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Tenemos necesidad de asumir ese proyecto de amor, que es fuego, para fundir esa escarcha que nos congela, o desbloquear nuestra impotencia.<br />
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Asumir este amor. Es la tarjeta de presentación de Cristo. Este amor que no es un sueño, un imposible, sino la ley básica de las criaturas que hemos sido creadas libres para darse, para participar de la infinita abundancia de vida que nos viene de Dios. El amor es el corazón y el verdadero centro del dinamismo creador que llamamos vida. El amor es la vida misma en su estado de madurez y de perfección.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-2320907608477060162018-12-16T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.135+01:00DOMINGO III DE ADVIENTO (Año C)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Sof 3,14-18; Sal, Is 12; Filp 4,4-7; Lc 3,10-18</i><br />
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Hermanos de la comunidad y quienes nos acompañáis en esta celebración del Domingo III de Adviento:<br />
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Acaba de ser proclamada la Palabra de Dios. ¿Habéis escuchado con atención del corazón?<br />
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Pues acaban de leer, de proclamar, uno de los textos más bellos de la Sagrada Escritura. Permitidme una relectura: «Grita de alegría. Alégrate y celébralo con el todo tu corazón… Tienes dentro de ti al Señor. No dejes caer tus manos… El Señor, tu Dios está dentro de ti, como un Salvador poderoso…se goza de alegría contigo, y te renueva con su amor; danza por ti con gritos de alegría, como en días de fiesta…»<br />
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El mismo Papa Francisco recoge este texto en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” cuando escribe: «El profeta Sofonías nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría, que quiere comunicar a su pueblo este gozo de la salvación. Me llena de vida releer este texto: Tu Dios está en medio de ti, te renueva con su amor y danza por ti con gritos de viva alegría. Es la alegría que se vive en medio de las cosas pequeñas de la vida cotidiana, como respuesta a la invitación de nuestro Padre Dios: Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien… No te prives de pasar un buen día (Sir 14,11.14) ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!» (EG 4)<br />
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Este es el rostro que Dios quiere mostrar a la humanidad en la fiesta del Nacimiento de su Hijo, el Mesías, y la Iglesia, la liturgia, considerando la importancia de esta presencia viva en Dios en el corazón de la humanidad, en el centro de tu corazón de monje, en el centro de tu corazón de hombre, en el centro de tu corazón de mujer… nos invita a vivir este Domingo III de Adviento y mirar si se va despertando esa alegría singular en nuestra vida, causada por la presencia de un Dios, amigo de la fiesta y la danza, para renovar cada día su amor en nosotros.<br />
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No es extraño, pues que San Pablo nos repita: «Hermanos vivid siempre contentos en el Señor. Os lo repito: vivid contentos. Que seáis conocidos como gente de buen trato».<br />
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Pero puede sucedernos como a san Agustín cuando se exclama: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y allí te buscaba. Me llamaste. Me gritaste. Y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí. Exhalaste tu perfume y pude respirar. Y ahora suspiro por ti. Te probé y ahora siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me abrasé en tu paz».<br />
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Quizás os puedan venir a la mente la misma pregunta que se hacía la gente que escuchaba a Juan Bautista: «¿Qué hemos de hacer?»<br />
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Entonces siguen siendo muy válidas hoy para todos, las palabras de Pablo a los cristianos de Filipos: «El Señor está cerca. No os inquietéis por nada. Acudid a la plegaria y a la súplica, presentad a Dios vuestras peticiones con acciones de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa lo que podemos entender custodiará vuestros corazones».<br />
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Primero pues, esa búsqueda del rostro de Dios, ese buscar la melodía de Dios y su danza dentro de nuestro corazón. Y después… Pues después, vuelvo al profeta Sofonías que nos decía: «No dejes caer las manos».<br />
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¿Y que hacer con nuestras manos?<br />
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Pues la invitación a compartir lo poco o lo mucho que tengamos: No exigir más de lo necesario, quien tenga dos vestidos que dé uno a quien no tiene; quién tenga para comer que lo comparta…<br />
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Es decir, cuidar en las pequeñas o en las grandes cosas de nuestra vida, la relación con quienes convivimos; la relación a través de las pequeñas cosas, sencillas y concretas…<br />
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Podemos percibir con claridad que las lecturas de este tercer Domingo de Adviento nos pueden ayudar a poner una base, un fundamento serio para celebrar con verdadera alegría la fiesta del Nacimiento de Dios, dentro de unos días.<br />
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Pues ya veis: el folklore debe empezar en el corazón. Así nos lo sugiere por anticipado nuestro Dios y Señor. ¡Ojalá os llene de vida, como al Papa Francisco, releer este texto del Profeta Sofonías! Navidad empieza a amanecer en el corazón. Deja que Dios dance dentro de ti y te renueve su amor.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-58002687286136163772018-10-28T10:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.158+01:00DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Jer 31,7-9; Sal 125; Hebr 5,1-6; Mc 10,46-52</i><br />
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«Cuando el Señor renovó la vida nos parecía soñar, la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».<br />
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El Salmo evoca la alegría por el cambio de la actitud de Dios hacia los desterrados en Babilonia. El salmo se distingue por la riqueza y delicadeza de las emociones, la finura y la belleza de las imágenes. Los judíos por debajo de esta obra exterior prodigiosa descubren otra obra espiritual mucho más prodigiosa: la conversión del corazón.<br />
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Alguien ha escrito que Jesucristo no trajo una nueva religión una nueva forma de vida para la humanidad. Por esto no es extraño que Él mismo se llame a sí mismo la Vida, cuando nos dice que es el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Qué hacemos con esta Vida? ¿por dónde van nuestros caminos?<br />
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Dios al crearnos nos ha puesto en el cuerpo cinco ventanas preciosas para ir haciendo este camino de la vida. Los cinco sentidos, cinco preciosas ventanas con las nos comunicamos con la belleza de la obra divina. Pero sucede que nos acostumbramos a utilizar solamente estos cinco sentidos exteriores, y algunos de ellos todavía de manera defectuosa; pero no caemos en la cuenta, o lo olvidamos, que se corresponden con otros cinco sentidos interiores. Y si nos quedamos solo en los sentidos materiales, corremos el peligro de que nuestro amor a Dios sea excesivamente cerebral, que nuestra persona no esté totalmente unificada en Cristo. Viviremos en una especie de divorcio, la cabeza estará en el Señor, pero el corazón irá hacia otros objetos. Es frecuente en estos tiempos andar por el camino de la vida, con la persona troceada dividida por muchos y opuestos intereses que no permiten que la PAZ se asiente en nuestro interior.<br />
<br />
En los mismos salmos vemos una muestra de estos sentido interiores que tenemos descuidados. Así: «Hasta cuando seguirás olvidándome, atiende y respóndeme, Dios mío, da luz a mis ojos» (Sal 12); «Ábreme los ojos y contemplaré<br />
las maravillas de tu voluntad» (Sal 118,18).<br />
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El mismo san Bernardo en su Sermón 10 (De diversis) nos habla de estos sentidos interiores, que el camino de una vida renovada pasa por llevar el evangelio hacia nuestros sentidos interiores, allí donde se hace presente Dios y su obrar que es una obra de amor. Por ello dice el libro de los Proverbios: «Cuida tu corazón, porque de él brota la vida» (Prov 4,23).<br />
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Y dentro de nuestros sentidos es la VISTA la que tiene una relación más estrecha y profunda con el AMOR DIVINO. Es el más digno de los sentidos corporales.<br />
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Podemos contemplar un ejemplo concreto de esto con el evangelio de hoy: Pasa Jesús por el camino hacia Jericó, y al margen, en la cuneta, fuera del camino, está el ciego Bartimeo. También no deberíamos de preguntar si nosotros estamos en el camino con Jesús, o bien al margen. Bartimeo está al margen, no se nos dice de qué está ciego. Ya sabéis que se puede estar ciego por diversas causas: glaucoma, miopía, vista cansada, estrabismo, astigmatismo, presbicia, orzuelo.<br />
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Pero en su ceguera grita a Jesús. Y Jesús le escucha: «¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que vea». Y Jesús le dice: «Marcha, tu fe te ha curado, te ha salvado». Y con su nueva vida, con su vista exterior e interior curada sigue a Jesús.<br />
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Y ahora te pregunto: ¿Cuál es la causa de tu ceguera?<br />
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Mira que en cada Eucaristía está pasando Jesús. Grítale, para que su Palabra sanadora llegue a tu corazón y no te quedes al borde del camino, pues así no se puede seguir a Jesús.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-2152396038449520492018-09-16T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.135+01:00DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Is 50,5-10; Sal 114,1-6.8-9; Sant 2,14-18; Mc 8,27-35</i><br />
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Jesús con sus discípulos… Habéis oído como iban por los pueblos de Cesarea anunciando la Buena Noticia. En el camino se le ocurre a Jesús hacer una encuesta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Y como suele suceder en las encuestas, disparidad de opiniones: Unos que el Bautista, otros, Elías, otros, un profeta.<br />
<br />
Pero ahora Jesús cambia el registro, cambia la pregunta de la encuesta, y va directo a ellos, que llevaban ya un tiempo con él, le escuchaban, veían como obraba, cómo actuaba con las muchedumbres, cómo estas reaccionaban, como reaccionaba Jesús. «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Pedro, impetuoso como siempre, responde el primero: «Tú, ¡el Mesías!»<br />
<br />
Hasta aquí todo claro y normal, ¿no es así? Incluso Mateo recoge en su Evangelio, al relatar esta escena, que Jesús todavía añade aquellas palabras de alabanza a Pedro: “dichoso tú Simón, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre del cielo” La escena no podía ser más bella y perfecta.<br />
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Pero viene la escena segunda: «empezó a instruirlos. El Hijo del hombre tiene que Padecer mucho, ser condenado por los sacerdotes y letrados, los representantes de la institución religiosa, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Lo explicaba con toda claridad.<br />
<br />
Lo de resucitar era algo que ni siquiera entendían lo más mínimo, y además no se atrevían a preguntarle sobre el tema; pero lo de ser ejecutado y condenado a muerte, era algo que les sonaba muy fuerte e inadmisible. Pero ¡si habían sido testigos de tantos milagros!<br />
<br />
Así que Pedro volvió a tomar la palabra se lo llevó aparte y se puso a hacerle reflexionar. Pero la respuesta de Jesús a Pedro es muy dura: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios». Para preguntarnos: pero ¿cómo los discípulos de Jesús lo contemplaban cuando le veían enseñar y obrar con las muchedumbres? No había percibido nada de su divinidad. A lo sumo ¿un gran profeta?<br />
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Jesús continuará completando su enseñanza que subrayará después con su vida: el camino de Jesús es el servicio de dar la vida, quien la quiere salvar o guardar la pierde se le desvanece como la niebla con la fuerza del sol. La vida que se gana, se enriquece, pero se gana y se hace grande en el servicio, un servicio no según la norma, sino según la generosidad del corazón.<br />
<br />
No es fácil el testimonio de Jesús. Seguir a Jesucristo no es obligatorio, es una decisión libre de cada uno. Pero Jesucristo se ha tomado en serio, muy en serio al hombre y a la humanidad. Y nosotros, cristianos y monjes sintiendo tocado nuestro corazón por el amor de Cristo le hemos dicho: ¡SÍ! Nos hemos consagrado a él por el bautismo y por otros sacramentos: el matrimonio cristiano, o la consagración religiosa, y esto supone tomarse en serio aquella expresión que san Benito repite más de una vez en su Regla: «no anteponer nada a Cristo».<br />
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Y no anteponer nada a Cristo viene a ser vivir aquella expresión tan fuerte de san Pablo: «El amor del Mesías no nos deja escapatoria» (2Cor 5,14). Cristo no nos deja escapatoria. Esto viene a ser como cuando entre dos jóvenes viven un primer amor, un amor serio, y un día se rompe y deja sobre todo en uno de ello una huella que recordará siempre. Así nos puede pasar a nosotros con Cristo: que hayamos gustado, vivido su amor, y este amor se ha resfriado o pero todavía: roto.<br />
<br />
El amor de Cristo no nos deja escapatoria. Pero contemplar y considerar toda la persona de Cristo, nos debe llevar a contemplar y considerar la cruz, sin la cual no tenemos paso a la resurrección. Y sin resurrección nuestra fe no tiene sentido.<br />
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Cristo es la obra que hace verdad nuestra fe. Santiago en su lectura nos dice que la fe sin las obras no nos puede salvar, pero esas obras son Cristo: sus enseñanzas, su vida, su pasar con una gran humanidad entre las gentes…. O sea que necesitamos mirar a nuestra vida, si nuestra vida confiesa a Jesús como el Mesías, si en nuestro camino aceptamos también servir con generosidad nuestra vida, que en muchas ocasiones será cruz. Pero la cruz siempre es el dintel de la Resurrección.<br />
<br />
Y atención: los apóstoles llevaban ya un tiempo con Jesús y no habían captado el mensaje de su vida.<br />
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Nosotros monjes que hemos hecho una profesión y solemne de seguir a la persona de Cristo. ¿Sentimos que no nos deja escapatoria? ¿Qué no queremos suavizar las palabras de Cristo como Pedro? O como cristianos: ¿la persona de Cristo nos domina la vida?<br />
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Que se cumplan en todos vosotros las palabras de Isaías: «El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado, ni me he echado atrás».Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-80871985018327694252018-08-12T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.165+01:00DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>1Re 19,4-8; Sal 33; Ef 4,30-5,2; Jn 6,41-51</i><br />
<br />
La vida espiritual no puede fingirse, requiere una disciplina. Hay que aprenderla e interiorizarla. No es un conjunto de ejercicios cotidianos sino un modo de vida, una actitud mental, una orientación del alma. Y se alcanza recibiendo una instrucción que viene del mismo Dios como nos sugiere el evangelio: «serán todos instruidos por Dios». Los que reciben la enseñanza del Padre van a Cristo.<br />
<br />
Se trata de escuchar esta enseñanza, escuchar esta voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos llevar por él hacia Jesucristo. Dejarnos enseñar por este Padre Creador de Vida y Amigo del ser humano.<br />
<br />
Ya lo anunció el profeta Jeremías: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro corazón».<br />
<br />
Y Cristo alimenta nuestra vida con el pan que da la vida, el pan que ha bajado del cielo para que nadie muera sino que tenga la vida eterna…<br />
<br />
San Benito creía que esta instrucción no era algo áspero o penoso y que no era un proceso privado, sino que hay que llevarla a cabo en comunidad y ser vivida con paciencia. Por esto establece una Escuela del Servicio divino. El objetivo: escuchar la enseñanza de Dios, despertar la vida espiritual, corregir vicios, conservar la caridad, ensanchar el corazón y vivir con la inefable dulzura del amor…<br />
<br />
Esta es, como sabéis, la vida monástica. Pero la vida monástica no tiene el servicio exclusivo de la vida espiritual: «Serán todos instruidos por Dios». Y los que reciben la enseñanza del Padre van a Cristo.<br />
<br />
Por esto, el universo, la creación, viene a ser también una Escuela del Servicio divino, pues como escribe san Pablo a los cristianos de Roma: «Lo que se puede conocer de Dios lo tienen a la vista, ya que Dios se les ha manifestado. Aunque conocieron a Dios no le dieron gloria ni gracias, sino que se extraviaron con sus razonamientos y su mente ignorante quedó a oscuras».<br />
<br />
La vida monástica nace para ser unos buenos discípulos en esta Escuela del Servicio divino y transmitir las enseñanzas de Dios; y ser testimonio de la vida en Cristo.<br />
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Así que Dios, Amigo de los hombres, es quien primero establece esta Escuela. Y por si acaso nos despistamos es esa primera Escuela suscita la creación de esta Escuela filial que es la vida monástica.<br />
<br />
Ahora bien, en esta Escuela puede suceder varias cosas: que no acudamos y nos quedemos jugando fuera yendo a la nuestra. “Hacemos novillos”. O si permanecemos dentro podemos estar distraídos, no hacer los deberes…<br />
<br />
«Dejarse instruir por Dios». ¿Cómo lo haces tú? Toda instrucción nos llega por la Palabra. ¿Qué espacio tiene la Palabra de Dios en tu vida?<br />
<br />
La enseñanza nos llega a todos por la Palabra, pero en la Escuela estamos todo un grupo numeroso de alumnos y todos recibimos la misma enseñanza. El eco de esta Palabra en el corazón de cada uno de nosotros es diferente, y positiva para todos.<br />
Cabe el peligro de manipular la Palabra, más que dejar que ella nos trabaje y moldee según su voluntad. O no permitir que esta enseñanza de Dios, que su Palabra baje al corazón, y lo mueva para colaborar con la sabiduría de esta Palabra que nos enseña. Una Palabra que nos enseña y nos alimenta dándonos vida, vida nueva<br />
<br />
Yo soy el pan que da la vida. Este pan baja del cielo para que ninguno muera, sino que viva para siempre. Este pan da vida al mundo.<br />
<br />
El pan transforma nuestra vida. Pero es preciso saborearlo bien. Bajarlo al corazón para que su energía nos renueve y recree una vigorosa fuerza de vida. El pan de Cristo no produce automáticamente el cambio o el progreso de nuestra vida. Hay que masticarlo bien. ¿En qué consiste esta masticación del pan que nos da Cristo? San Pablo en la segunda lectura nos sugiere los ejercicios a llevar a cabo:<br />
<br />
«No entristezcáis al Espíritu» que habéis recibido al empezar a ser discípulos de esta escuela. Lo ponemos triste cuando nos olvidamos que somos discípulos de esta escuela, llamados a corregir nuestras deficiencias, e ir aprendiendo los caminos de la vida del Espíritu.<br />
<br />
«Lejos de vosotros todo malhumor, mal genio, gritos, injurias, cualquier tipo de maldad». ¿Y quién puede decir que estás palabras están ausentes de su vida? Y continua: «sed bondadosos, compasivos, perdonad». ¿Y quién no necesita poner un poco más de bondad, de compasión, de perdón en su vida? Ya veis que palabras, ejercicios sencillos para realizar en nuestra vida.<br />
<br />
¡Qué grande es Dios! Que, como Amigo bueno, nos invita a esta Escuela donde la primera lección es del Padre, la segunda del Hijo, Jesucristo, y la tercera, del Espíritu, ya metido en nuestro corazón, para ayudarnos a realizar esos sencillos ejercicios.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-60175168960265225692018-05-06T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.159+01:00DOMINGO VI DE PASCUA (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Hech 10, 25-26.34-35.44-48; Sal 97; 1Jn 4,7-10; Jn 15,9-17</i><br />
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El canto peculiar del tiempo de Pascua es el ALELUYA. Lo decimos y lo cantamos numerosas veces, tanto en la plegaria personal como, sobre todo, en la liturgia, cuando oramos comunitariamente.<br />
<br />
Expresa la alegría de Dios que nace en el corazón humano. Y la alegría es el sentimiento principal de la Pascua, pues nace de sabernos amados por Dios, de estar en sus manos y en su corazón, de sabernos vencedores de la muerte, pues Dios se ha revestido de nuestra debilidad humana para vencer la muerte con la fuerza del amor y darnos a quiénes estamos unidos a él la esperanza de vencer a la muerte. «El amor es más fuerte que la muerte».<br />
<br />
Esta alegría, la manifiesta Jesús en el evangelio cuando los discípulos vienen de anunciarlo, y le cuentan los signos y prodigios que han hecho. «Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclama: “te doy gracias Padre porque has revelado estas cosas a los pequeños”» (Lc 10,21-22).<br />
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Hoy en el evangelio Jesús nos dice: «Os he dicho todo esto para que mi alegría sea también la vuestra y vuestra alegría sea completa».<br />
<br />
¿Y qué nos ha dicho Jesús?<br />
<br />
Primero, nos ha dicho, nos dice, un largo silencio de 30 años, en Nazaret.<br />
<br />
Después, un pasar entre nosotros durante tres años, con un corazón profundamente humano haciendo el bien. Y diciéndonos en nuestro lenguaje humano: «que el amor viene Dios, que él es amor, que lleva la iniciativa del amor con nosotros, que nos ama primero».<br />
<br />
Que esto, nos lo ha querido decir Dios en nuestro lenguaje humano, enviándonos a su Hijo Jesús como hermano nuestro. Que se nos revela como amigo. «No os digo siervos sino amigos». Un Dios amigo que ha dado la vida, en lenguaje humano, por ti, por mí, por nosotros, como un verdadero amigo.<br />
<br />
Todas estas enseñanzas, todo este amor de Dios que hemos celebrado en el santo día de la Pascua de Resurrección, ahora la Iglesia a lo largo del tiempo Pascual nos las recuerda, nos la repite, con nuevos matices tomados de la Palabra de Dios, de la Historia de la Salvación, para que la presencia del Espíritu de Jesús nos vaya fortaleciendo en el sendero de la vida hacia un Emaús eterno.<br />
<br />
El, Cristo, te ha escogido. No tú a él. No olvides este detalle. Y no olvides lo que te dice a propósito de esta elección que ha hecho él de ti: «para confiarte una misión que dure y llegue a dar fruto. Y el fruto es el amor mutuo: que os améis unos a otros».<br />
<br />
Los discípulos primeros se tomaron en serio esta fuerza del Espíritu que tenían dentro y se lanzaron en la vida a ser testigos de la vida y de las enseñanzas del Resucitado.<br />
<br />
Y esto es lo que leemos en este tiempo de Pascua en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La respuesta de los primeros cristianos que, dejándose llevar por la fuerza del Espíritu de Jesús, extienden la fe, crean nuevas comunidades de vida y de amor fraterno.<br />
<br />
Y si escuchamos con corazón atento veremos que no les fue fácil esta evangelización, este vivir el amor de Dios a los hombres. No es fácil vivir el amor, no es fácil nacer de Dios, más difícil que nacer a este mundo de nuestra madre natural.<br />
<br />
Haremos bien en preguntarnos qué es el amor, puesto que es algo que está a la base de nuestra vida de cristianos.<br />
<br />
Ramón Llull comentando el Cantar de los cantares en su Libro del Amigo y del Amado nos dice: «El amor es un mar alborotado de olas y de vientos, sin puerto, ni ribera. El Amigo perece en esta mar y con él perecen sus sufrimientos y comienza la felicidad» (228).<br />
<br />
O sea que el amor no una vivencia bonancible de la vida, un éxtasis de dulzura, sino que es una fuerza de vida que arrastra con ella alegrías y sufrimientos, dolor y gozo, momentos duros y otros más dulces, pero que en definitiva quien vive con seriedad su amor, como Cristo, le lleva a dar la vida, dar una vida a retazos, y sólo entonces comienza la felicidad del amor, porque uno experimenta entonces que es más fuerte que la muerte.<br />
<br />
Y si no hay amor no hay vida. Si no tenemos vida es que no tenemos comunicación con él, fuente de la vida. Si falta este amor en nuestra vida no queda sino vació y ausencia de Dios.<br />
<br />
¿No creéis que merece la pena adentrarse en el espíritu de la Pascua, a la que nos invita este tiempo pascual a lo largo de cincuenta días?Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-41658064040265438832018-03-19T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.152+01:00SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA<b>Homilía predicada por el P. José Aelgre</b><br />
<i>2Sa 7,4-5.12-14.16; Sal 88; Rom 4,13.16-18.22; Mt 1,16.18-21.24</i><br />
<br />
Hace un tiempo contemplé un lienzo que representaba a san José sentado en una silla baja junto a un peldaño sobre el cual estaba representado Jesús de unos 8 años. Me llamó la atención la actitud de san José reclinado hacia Jesús, pero sobre todo su mirada que levantaba hasta encontrar la de Jesús que aparecía con los ojos entornados mirando a san Jose. Un cruce de miradas sencillas pero profundas, cargadas de un profundo sentimiento de estimación, diría de ternura.<br />
<br />
Y esta contemplación me llevó a recordar un pensamiento de san Gregorio Magno que afirma que la Palabra de Dios cuando la acogemos en nuestro corazón y nuestra vida crece. Es curioso: el nombre de «José» viene a significar: «que crece», «que va en aumento». Igual se inspiro san Gregorio en la figura de san José al afirmar que la Palabra de Dios crece al acogerla en nosotros.<br />
<br />
En un primer momento parece que su figura no crece, sino que incluso desaparece, del Evangelio, pasados estos primeros años de la vida de Jesús. Será a partir del siglo XI cuando empieza a popularizarse su devoción, y nos hablarán de él santa Gertrudis, santo Tomás de Aquino y san Bernardo, san Vicente Ferrer, entre otros. San Bernardo nos dice en unas palabras llenas de ternura: «Pienso que san José sonrió a Jesús más de una vez teniéndolo sobre sus rodillas». Unas palabras que están en la línea de ese lienzo del que he hablado antes.<br />
<br />
Pero todavía nos dice otras palabras interesantes: José entronca realmente con la estirpe de David, en línea con lo que hemos escuchado en la primera lectura sobre el rey David. Y escribe: «Sí; es hijo de David plenamente, pues no deshonró a su padre. En todo hijo de David, según la carne, pero también por su fe, en la línea de Abraham, por su santidad y por su entrega. Es decir, que el Señor, como a otro David, lo vio según su corazón y le confió con toda garantía el secreto y sacratísimo misterio de su propio corazón. Le hizo confidente del misterio ignorado por los grandes del mundo».<br />
<br />
A este perfil de belleza espiritual trazado por san Bernardo podríamos añadir nuevos rasgos del Papa Francisco que aumentan ese perfil de san José: «Es el hombre escondido, el hombre del silencio, el hombre que hace de padre adoptivo y que tiene en ese momento la autoridad más grande sin mostrarla, o hacerla ver; un hombre que podía decir tantas cosas y, si embargo, no habla, que podía mandar pero en realidad obedece; un guardián de las debilidades que se convierten firmes en la fe; es el hombre de la ternura más entrañable».<br />
<br />
Contemplando este perfil de san José será lógico que a partir de esos siglos XI, XII y siguientes su figura tenga un despegue fuerte en la vida de la Iglesia. El Papa Sixto IV lo introduce en el Calendario Romano, y su fiesta que será definitivamente instituida por el papa Gregorio XV.<br />
<br />
Yo destacaría tres rasgos importantes para nuestra vida de fe:<br />
<br />
Es el hombre capaz de soñar, de acoger y custodiar y de llevar adelante el sueño de Dios para el hombre.<br />
<br />
Soñar, acoger, custodiar, llevar adelante el sueño de Dios, su obra o su proyecto de amor<br />
<br />
Son unas actitudes que deberíamos hacer nuestras: no dormir, no tener sueños, que dice Unamuno, sino soñar que es propio de un espíritu joven y abierto a la fuerza y la aventura de la vida con sentido; acoger y custodiar el misterio de Dios, que es también el misterio del hombre, pues la obra de Dios es una obra de amor como dice el salmista, pero para el hombre, para que éste viva con plenitud su vida.<br />
<br />
A nosotros nos importa «crecer» en la vida espiritual. Pues vivir ese espíritu de san José nos exige crecer en la vida espiritual. Llevar el evangelio a las profundidades de nuestro ser, a las fuentes de nuestra afectividad, a las raíces mismas del inconsciente, o de lo contrario nuestro amor a Dios será cerebral, no crecerá, y nuestra personalidad no llegará a unificarse en Cristo. O crecemos espiritualmente o nos quedamos viviendo en un divorcio interior. Y ya veis que el divorcio está de actualidad o de moda en nuestra sociedad. La cabeza estará en el Señor pero el corazón a otros amantes, a otros objetos, con la catástrofes que esto puede acarrear tanto en el plano psicológico como en el espiritual.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-79976637266844686402018-03-18T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.165+01:00DOMINGO V DE CUARESMA (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Jer 31, 31-34; Salm 50; Hebr 5,7-9; Jn 12,20-33</i><br />
<br />
«Pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Todos me conocerán desde el más pequeño hasta el más grande». Así le habla Dios a Jeremías, así te habla Dios a ti.<br />
<br />
Pero esta ley no la vemos escrita hoy con claridad en nuestros corazones. Quizás no percibas que domine ese conocimiento de Dios en tu vida, que se te ha revelado Dios como un Dios Amor. Pero si esta ley debe regir tu vida, la mía, la de todos los creyentes, e incluso la vida de todos los seres humanos, parece que es obligado preguntarnos en qué consiste esta ley del amor. ¿En qué consiste el amor?<br />
<br />
«El amor —nos dice el libro del Amigo y del Amado— es una mar revuelta de olas y vientos, sin puertas ni orillas, y donde acaban los sufrimientos y comienza la felicidad».<br />
<br />
Lo cual viene a decirnos, claramente que no hay auténtico amor sin muerte. No resulta nada fácil lanzarse a una mar revuelta de olas y vientos… La experiencia auténtica y profunda del amor no se da sin una experiencia de muerte. Todo lo que no sea lanzarse a esa mar revuelta será una mala copia de amor. ¡Como si te lavaras los pies en un riachuelo!<br />
<br />
El amor debe llevarnos hasta la posibilidad de morir, de vivir el amor hasta el extremo, que es lo que contemplamos en Cristo. Cristo nos lo sugiere también en el evangelio de hoy: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será glorificado; si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto».<br />
<br />
Y este servicio de Cristo tuvo un precio fuerte como sugiere la Epístola a los Hebreos: «Se dirigió a Dios en su vida mortal, que podía salvarlo de la muerte, suplicando con gritos y lágrimas. Dios lo escuchó por su sumisión».<br />
En la cruz, Dios se interna en la muerte, lo totalmente opuesto a él que es la vida, a fin de derrotar así a la muerte, por medio del amor hasta el extremo.<br />
<br />
«Importa —dice santa Isabel de la Trinidad— que estudiemos este modelo a fin de identificarnos tan perfectamente con él, que logremos reproducirlo a cada instante a los ojos del Padre».<br />
<br />
Cristo, nuestro Modelo, pasa dándose, dando el servicio concreto de su vida. Este es el gesto del amor, y en este Cristo debemos encontrar las fuerzas y el sentido para lanzarnos al mar revuelto…<br />
<br />
Deberíamos tener muy presente que cuando uno se da, ama, se vacía de sí mismo, pero sigue siendo él mismo, más aún encuentra en el amor su propia realización. Pues al amor le es inherente unirse con el otro de modo que ninguno de los dos, ni el amante ni el amado sea absorbido por el otro, ni se agote en él. Solo en este darnos al otro llegamos a nuestra propia realización.<br />
<br />
Pero nos cuesta llegar a comprender esta realidad. Quizás es que no llegamos a comprender y a vivir el verdadero dinamismo de la vida de la que nos habla Jesús en el evangelio: «los que la aman, la pierden, los que no la aman la guardan para la vida eterna».<br />
<br />
Quizás se trata de llegar a comprender la verdadera y correcta relación entre la vida y el amor. Que viene a ser lo mismo que comprender la correcta relación entre la vida y la muerte.<br />
<br />
En esto Benedicto XVI tiene unas palabras iluminadoras: «Solo cuando alguien valora el amor por encima de la vida a saber, sólo cuando alguien está dispuesto a someter la vida al amor, por el amor del amor, puede el amor ser más fuerte que la muerte y mayor que la muerte».<br />
<br />
Pero quizás nos da respeto o miedo lanzarnos a este mar del amor, o que nuestro espíritu no está del todo despierto, o que necesita de ir dando pasos serios por este camino.<br />
<br />
Dice un pensador: «Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece, más aún que por lo que de él mismo nos da por lo que descubrimos de nosotros mismos. Hay en nosotros cabos sueltos espirituales, rincones del alma, escondrijos y recovecos de la conciencia que yacen inactivos e inertes. Hay regiones de nuestro espíritu que sólo florecen y fructifican bajo la mirada del Espíritu que nos llega desde el Eterno».<br />
<br />
Hoy, en esta Eucaristía este Espíritu Eterno te mira desde tu corazón y te dice: levántate y camina en la vida con sabiduría. La sabiduría del amor.Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-72180465613283750972018-02-04T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.163+01:00DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Job 7,1-4.6-7; Sal 146; 1Cor 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39</i><br />
<br />
«Jesús salió de la sinagoga para dirigirse a la casa de Pedro y Andrés». En la sinagoga había curado en sábado a un hombre poseído de un espíritu maligno. En Nazaret, su pueblo, en la sinagoga, tampoco lo recibieron bien. Y dice el evangelio que Jesús se admiraba de su falta de fe. Este saltarse la norma, la ley, en el sábado, para hacer el bien y curar exasperaba a los judíos.<br />
<br />
La institución, toda institución, adquiere una rigidez que no siempre ayuda a crecer en más humanidad. Lo vimos con la celebración del Concilio Vaticano II, y que nos recuerda estos días la lectura de la vida de Pablo VI. Una tensión que ya empezó, como leemos en Gálatas (2,11s) con San Pedro y san Pablo, y que ha continuado con el paso del tiempo.<br />
<br />
Parece que toda institución, y mucho más la religiosa, no favorece la atención a la persona, sino que está más preocupada por el cumplimiento de la norma. Y hoy, como ayer, y como debe ser siempre, la norma es para la persona y no la persona para la norma y la ley, porque entonces nos deshumanizamos y deshumanizamos la sociedad.<br />
<br />
Necesitamos contemplar la persona de Jesucristo. Él es el hombre. Siempre desbordante de humanidad. Nos dice el evangelio que «salió de la sinagoga y fue a la casa de Pedro y Andrés». Y se encuentra con la suegra de Pedro enferma, postrada en la cama.<br />
<br />
¿Qué hace Jesús?<br />
<br />
«Se acercó, la miró, la dio la mano, la levantó». Cuatro verbos que ponen de relieve la profunda humanidad de Jesús. Acercarse, mirar, dar la mano, levantar. ¡Cuánta necesidad tenemos hoy de estos cuatro verbos Es ésta la cercanía de Jesús a las personas, ejercitándose en aquellas palabras que él mismo Jesús subraya en otra ocasión: «No he venido a que me sirvan, sino a servir y dar la vida» (Mt 20,28).<br />
<br />
La suegra de Pedro, una vez que ha sanado se pone ella misma a servir. He aquí un signo de la presencia de Dios en nuestra vida, de nuestro verdadero encuentro con Jesucristo: «el servicio». Un servicio que nace del encuentro amoroso con el Señor, que al sanarnos nos hace partícipes de su mismo espíritu, que es siempre un espíritu de servicio.<br />
<br />
Pero Jesús no se deja atrapar por su fama, por la gente que le busca con admiración y continua su camino para entrar en otras casas: «vamos a otros lugares», les dice a los discípulos, «a los pueblos vecinos, para llevarles la Buena Noticia, pues esta es mi misión». Su misión, por tanto y la misión de los que se encuentran con él y se sienten sanados.<br />
<br />
Ya veis la importancia de la casa. La casa en el ámbito de la revelación tiene un lugar importante. La casa es un espacio donde Dios se da a conocer. Se ve como Dios mismo tiene casa. Cada uno somos casa, su casa. Decimos al recibir la comunión: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa».<br />
<br />
Dios está en tu casa. Espera siempre en tu corazón. Eres una casa habitada por Dios. Pero sólo cuando se entra en casa sabemos que alguien está en ella esperándote. Sí, porque suele suceder con frecuencia en nuestra vida aquella afirmación de san Agustín: «Yo estaba fuera y tú estabas dentro».<br />
<br />
Podemos estar fuera, o dormidos. Pídele que rompa tu sordera como a san Agustín, o que ponga un despertador potente en la mesita de tu cama, de manera que abriendo los ojos tu mirada se cruce con la suya, y que aceptes la mano que te ofrece. ¡Y serás sanado!<br />
<br />
¿Y cómo lo descubres? Pues atiende si haces como la suegra de Pedro: levantándote y poniéndote a servir.<br />
<br />
Por otro lado, esta es la misión que has recibido como cristiano y como monje: anunciar el evangelio, como nos enseña san Pablo. «Para ganar a todos se hace débil con los débiles. Se hace todo para todos, para, como sea ganar a algunos. Tratándose del evangelio —continua Pablo—, estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para poder tener parte en el».<br />
<br />
Lo cual nunca será posible en tu vida, si no lo dejas entrar en tu casa y si no dejas que te despierte. De lo contrario tendríamos que cambiar la expresión de Job en la primera lectura:<br />
<br />
«El hombre en la tierra no está sometido al servicio, se pasa la vida durmiendo».Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-89356218020525268362017-12-24T11:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.169+01:00DOMINGO IV DE ADVIENTO (Año B)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>2Sam 7,1-5.8-12.14-16; Salm 88; Rom 16,25-27; Lc 1,26-38</i><br />
<br />
Y el ángel se retiró…<br />
<br />
Y después, queda el silencio. Después de la Palabra siempre el silencio. La Palabra que engendra la vida, en la cámara del silencio.<br />
<br />
Acabamos de escuchar un diálogo único de singular belleza y esperanza para toda la humanidad, para ti para mí, para cada ser humano…<br />
<br />
Y a continuación del dialogo, el ángel se retiró. Queda el silencio. Y más allá del silencio nos encontramos con María. Contemplo a santa María en aquel silencio que se hace después de la retirada del ángel. Y me viene a la memoria una bella página de «Palabras calladas»:<br />
<br />
«Sentada a mi ventana, como cada día, me miré las manos bañadas por la luz del amanecer. Sentada junto a la ventana, comencé a recitar los salmos que sabía desde niña. Me gustaba el ir y venir de sus versos como flujo y reflujo de olas:<br />
<br />
»Levanto mis ojos a Ti<br />
que habitas en el cielo.<br />
Como los ojos de la esclava<br />
pendientes de la mano de su señora<br />
Señor, cantaré toda la vida, vuestros favores,<br />
de una generación a otra anunciaré tu fidelidad…<br />
<br />
»Cada mañana, la penumbra me invitaba al silencio. De pronto, como siempre que entraba en el silencio, mi ser interior se ensanchó, y se abrió como un abismo en mis entrañas. Sentía que poco a poco las cosas de fuera se habían desdibujado, y mi alma se perdía inundada, arrastrada en un mar de luz. Caí en una profundidad insospechada que no sabría definir. Sentí en los ríos de mis venas una inundación. Algo nuevo, muy especial, estaba ocurriendo dentro de mí».<br />
<br />
Y el ángel se retiró… quedó el silencio.<br />
<br />
Ayer se nos decía en una hermosa homilía los nombres concretos e innumerables de ilustres comentadores del Magníficat a lo largo de la historia. El comentario del Magníficat continua hoy.<br />
<br />
Ahora, podríamos decir algo parecido de esta escena de la Anunciación. Han sido muchos artistas del lienzo que han plasmado con sus pinceles o esculpido en la piedra o el retablo la escena de este singular diálogo del Arcángel Gabriel y María. Obras de arte que han nacido del silencio. Aquel silencio interior donde se empieza a configurar la obra de belleza para pasarla luego al lienzo, a la piedra, o, en definitiva, a la vida donde se puede admirar.<br />
<br />
Pero esta obra de belleza continua hoy, pues con las celebraciones de estos días el plan de Dios, que estaba escondido en el silencio de los siglos, como nos enseña san Pablo, y que comienza a manifestarse con la creación, ahora llega a la plenitud con el Misterio del Nacimiento de Dios revestido de nuestra débil naturaleza humana.<br />
<br />
Y empieza a manifestarse a través del silencio de santa María, pues ella como enseñan los Santos Padres de la Iglesia concibió a Jesús antes en el corazón que en el cuerpo.<br />
<br />
Pero esta manifestación del amor, Dios la quiere seguir revelando a la humanidad a través de la Iglesia. Por esto también enseñan los Santos Padres, que lo que María ha dado a luz en su cuerpo, la Iglesia debe hacerlo mediante la fuerza del Espíritu del mismo Jesús.<br />
<br />
Y el ángel se retiró….<br />
<br />
Y queda el silencio… Después de la Palabra siempre el silencio. La Palabra engendra la vida, pero siempre se engendra en la cámara del silencio.<br />
<br />
El evangelio, hoy, nos invita a contemplar esta escena singular, este dialogo único de Dios y su criatura. Es una invitación a cada uno de nosotros a vivir un diálogo con Dios. Tu diálogo, mi diálogo, el diálogo de cada ser humano, de cada criatura con Dios. Y que es único para cada uno.<br />
<br />
María nos enseña en la recitación y en la escucha de la Palabra. «Dichosos los que escuchan y cumplen la Palabra…» María nos enseña a cantar la misericordia y la fidelidad de Dios.<br />
<br />
Y el ángel se retiró…<br />
<br />
Ahora, el silencio…Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-2474348019055378632017-10-01T11:00:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.135+01:00DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO (Año A)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<br />
<i>Ez 18,25-28; Sal 24; Filp 2,1-11; Mt 21,28-32</i><br />
<br />
Hay algo en el corazón del hombre que está en sintonía con la palabra Dios.<br />
<br />
La búsqueda de Dios es una constante en la historia de la humanidad, hasta el punto de considerar que la dimensión religiosa forma parte de la esencia de la vida, de ser una estructura de la humanidad, o como, afirma el filósofo Zubiri: el hombre está religado, atado a un ser superior de quien depende. Lo acepte o no, por lo cual viene a decir que no existen ateos.<br />
<br />
No es extraño que, cuando los apóstoles le piden a Jesús que les enseñe a orar, éste les responda con la enseñanza del Padrenuestro. Jesús nos orienta a mirar y dirigirnos a Dios como a un Padre. Y en esta oración entre otras cosas le pedimos que «se haga su voluntad en la tierra como en el cielo».<br />
<br />
Más tarde en el monte Tabor, el de la Transfiguración, se escucha la voz del Padre: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Y ¿qué nos dice el Hijo, Jesucristo?: «Yo no puedo hacer nada por mí mismo; yo juzgo como me dice el Padre… El Padre dispone de la vida, y ha concedido al Hijo disponer también de la vida… No he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió…» (Jn 5,19s). «Quien me ve a mí ve también al Padre» (Jn 14,9).<br />
<br />
Este tema de cumplir la voluntad de Dios nos propone el Evangelio. De los dos hijos ¿Quién cumple lo que quería el padre?: el que cumple su voluntad, que era ir a trabajar a su viña.<br />
<br />
Ya lo habéis oído: un hijo es que sí, y luego resulta que no; otro es que no, y luego resulta que sí. Éste cumple la voluntad del Padre.<br />
<br />
Aquí tenemos una invitación clara a ser conscientes de cómo rezamos y cómo vivimos el Padrenuestro, donde afirmamos «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Pero, ¿es así?, ¿es así en nuestra vida como monjes y como cristianos?<br />
<br />
Acaso no nos movemos con mucha frecuencia en aquella contradicción de la que habla san Pablo: «Pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto, y, en cambio lo que detesto, eso lo hago. Ahora. Si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la Ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí» (Rom 7,15s). Y ante esta contradicción en su persona, en su vida, san Pablo exclama: «¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero doy gracias a Dios por Jesús el Mesías, Señor nuestro» (Rom 7,24).<br />
<br />
Pablo desata pues la contradicción en su vida y encuentra al camino para cumplir la voluntad de Dios en Jesucristo.<br />
<br />
Por esto en la lectura a los Filipenses Pablo nos ha dicho: «Todo lo que encontréis en Cristo de fortaleza de espíritu, de amor que consuela, de dones del Espíritu, de afecto entrañable, de compasión, ponerlo por obra».<br />
<br />
Pero al hacer esta invitación no olvida que esto no lo vivimos en solitario sino en la convivencia con nuestros hermanos. Y así continúa poniendo de relieve la persona de Jesucristo como referencia: nos exhorta «a la unidad, a tener idénticos sentimientos, a no hacer nada por rivalidad ni por vanagloria, a mirar a los otros con humildad, considerándolos superiores, que siempre podemos aprender de ellos». Pero esto también es lo que hace Dios: Toma la condición humana, haciéndose hombre, se rebaja, se hace obediente y en su rebajarse se hace nada, llegando a la expresión suprema d amor, muriendo en la cruz.<br />
<br />
Que la Palabra del Señor, hoy día del Señor, os descubra el camino hacia el manantial de la vida y descubráis como nos dice san Columbano (monje irlandés peregrino del s. VII): «las fuentes de la vida, de la vida eterna, de la luz, de la gloria. Es Cristo este manantial, el pan para el camino…».<br />
<br />
«¡Danos siempre, oh Cristo Señor, esta agua, para que sea en nosotros manantial de agua viva, que brota para la vida eterna! Ciertamente, pido algo grande, ¿quién no lo sabe? Pero, tú, oh Rey de la gloria sabes dar cosas grandes, porque cosas grandes has prometido. Nada es más grande que tú mismo; tú te has dado a nosotros, y per nosotros te has dado a ti mismo. Por esto te pedimos de hacernos conocer esto que amamos, porque nada más pedimos que nos venga dado fuera de ti. Tú eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios».<br />
<br />
No nos acostumbremos a quedarnos en la contradicción de nuestra vida, no sea que lleguemos a decir o a vivir el reproche del Señor por medio del profeta Ezequiel: El Señor dice: «Vosotros pensáis: No va bien encaminada la manera de obrar del Señor».<br />
<div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-6596671364988724152017-04-30T11:30:00.000+02:002024-03-01T12:27:57.136+01:00DOMINGO III DE PASCUA (Año A)<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>Hech 2,14.22-33; Sal 15; 1Pe 1,17-21; Lc 24,13-35</i><br />
<br />
«Enséñame, Señor, el camino que conduce a la vida».<br />
<br />
Así canta el salmista este salmo. Un salmo de los más bellos del Salterio. Viene a ser como una breve historia del hombre contento y feliz con su Dios.<br />
<br />
Una belleza para acompañarnos en el camino de la vida, un camino como van haciendo los discípulos de Emaús. Un camino tantas veces con desesperanza cuando perdemos el horizonte como les sucede a los caminantes de Emaús, y a los demás apóstoles.<br />
<br />
Pero esta Belleza va caminando con nosotros, y quiere penetrar en nuestra vida, va penetrando imperceptiblemente en nuestros corazones, cuando nosotros le vamos correspondiendo con un diálogo de vida, con el diálogo de la nuestra vida, que en el fondo tiene sed de Dios. De un Dios que nos busca con pasión, como dice el Cantar (7,11).<br />
<br />
No ha faltado quien cante esta belleza de Dios:<br />
<br />
«A Ti luna de Dios<br />
A Ti, columna fuerte<br />
A Ti, que el ánfora del divino licor,<br />
que el néctar de eternidad pongas en nuestros corazones»<br />
(Unamuno)<br />
<br />
¿Y acaso no iba derramando este néctar de eternidad con su palabra, en los caminantes de Emaús?<br />
<br />
El divino licor de la Palabra de Dios va embriagando su corazón, su persona toda; una embriaguez que se va a volver pronto un fuego que no podrán contener:<br />
<br />
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos abría el sentido de las Escrituras?», exclaman.<br />
<br />
Es la belleza del fuego que alumbra y da calor al frío de nuestro corazón, de nuestra vida.<br />
<br />
«Tú has embriagado mi corazón. Tú has desatado mi lengua… lléname de las delicias de tu rostro, lugar en que todos los caminos terminan». (Claudel)<br />
<br />
Así se sacia, se embriaga el corazón con el ánfora del divino licor de la Palabra. Y el salmista no deja de cantar la belleza y la alegría que encuentra y desea en el Señor:<br />
<br />
«Ninguno como Tú me hace feliz,<br />
con él a mi derecha no caeré<br />
Mi corazón se alegra y todo mi ser es una fiesta,<br />
me enseñareis el camino que lleva a la vida.<br />
Alegría y fiesta sin fin junto a Ti».<br />
<br />
Y aquellos que caminaban invadidos de la tristeza por una ausencia que nada ni nadie podía colmar, quedan transformados en hombres nuevos que necesitan decir, comunicar la alegría que les ha cambiado. Con las primeras sombras del atardecer, de la noche, ya desvanecida sin embargo en la luz nueva del Resucitado necesitan, les urge, volver a Jerusalén.<br />
<br />
Es la paz, es la alegría del Resucitado que quien la tiene como experiencia en su interior necesita comunicarla, en un deseo inconsciente de crecer y crecer más en ella.<br />
<br />
Es propio de quien ha caminado en el camino de la Vida, gustar de la dulzura de la diestra de Dios.<br />
<br />
«Jesucristo se hace pan comunicando su Palabra y confirmando el corazón del que lo come; se hace copa por la contemplación de la verdad, dando gozo del conocimiento a quien come y bebe con amor». (Orígenes)<br />
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Llegan a Jerusalén, donde estaba todos reunidos y que comentaban: «Realmente el Señor ha resucitado, y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo que les había pasado por el camino. Y como le había reconocido al partir del pan».<br />
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Y en esta mutua experiencia de la presencia del Resucitado en sus vidas les lleva a comunicar esta alegría a todo el pueblo:<br />
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«Este Jesús, Dios lo ha resucitado. Todos nosotros somos testigos».<br />
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¿Todos nosotros somos testigos? Esta debe ser nuestra verdadera Pascua: Ser testigos de la paz y de la alegría del Resucitado.<br />
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Y al hilo de esta estampa evangélica de los caminantes de Emaús, nos podemos hacer preguntas:<br />
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Como vamos haciendo el camino de la vida? ¿Verdaderamente reconocemos al Resucitado al partir el pan? ¿La eucaristía tiene para nosotros la fuerza de transformarnos en paz y alegría profundas, para poder llegar a decir: nosotros somos testigos….<br />
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Quizás debemos recoger las palabras de san Pedro: «Vigilad sobre vuestra conducta mientras vivís en este mundo».Unknownnoreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-8261799435850767378.post-9572499370537610642017-03-20T09:00:00.000+01:002024-03-01T12:27:57.138+01:00SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA<b>Homilía predicada por el P. José Alegre</b><br />
<i>2Sam 7,4-5.12-14.16; Sal 88,2-5.17.29; Rom 4 13,16-18.22</i><br />
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«Cantaré eternamente las misericordias del Señor,<br />
anunciaré tu fidelidad por todas las edades».<br />
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Es el canto del salmista ante el silencio de Dios. Es el canto al final de la soberanía de la casa de David sobre el reino de Judá. El grito conmovedor, pero esperanzado, ante el silencio de Dios. El salmista no cree que Dios sea incapaz de mantener sus promesas. Y canta ante el silencio de Dios. Canta su fe, canta su esperanza…<br />
Es el canto del silencio<br />
En el silencio se gesta, nace, la luz de la Palabra, la luz y la sabiduría de la vida.<br />
En el silencio percibieron la obra de Dios Abraham, David y muchos de sus elegidos llamados a ser una obra de Amor, la obra y el proyecto de Dios con la humanidad.<br />
Es en el silencio, que llenos de asombro escucharon la llamada del Amor, y respondieron con fidelidad para el cumplimiento de una obra de amor.<br />
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En el silencio escuchó san José el anuncio del cumplimiento de las promesas de Dios. En el silencio vino a discernir el designio inescrutable de Dios.<br />
En el silencio percibe que la obra de Dios ya no es promesa, ya no es futuro<br />
sino presencia viva.<br />
Una presencia silenciosa.<br />
Una presencia ardiente.<br />
¡Fuego!<br />
Un fuego que no se puede contener, capaz de hacer arder la tierra.<br />
Un fuego que san José mantuvo en un silencio expectante.<br />
Un silencio de espera.<br />
Una presencia solo aliviada por el canto.<br />
El canto del salmista<br />
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«Cantaré eternamente las misericordias del Señor,<br />
anunciaré tu fidelidad por todas las edades».<br />
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Este el Magníficat de san José.<br />
El canto del silencio, que acoge el Amor en su casa.<br />
El silencio precede, acompaña, para penetrar en el misterio de Dios.<br />
Este es el Magníficat de san José.<br />
El silencio confiado que espera la llegada de la Palabra<br />
Es en el silencio atento y delicado que se acoge la más brillante palabra de amor.<br />
Del Amor que se reviste de nuestra fragilidad.<br />
Es en el silencio del darse cada día cuando el amor manifiesta toda su riqueza de vida.<br />
En la escucha y la respuesta fiel.<br />
Es en el silencio donde al amor madura y ofrece sus frutos más dulces, precioso y duraderos.<br />
El silencio es la cuna de la palabra.<br />
En la cuna contemplamos la obra del amor, descubrimos la ternura del amor.<br />
En la cuna despiertan nuevos sueños de amor.<br />
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Santa María canta el Magníficat en su Visitación. Canta la obra de Dios profundamente conmovida por la obra del Señor. Canta la obra de Dios que rezuma con esperanza en su pueblo de Israel, y en su corazón y sus labios en presencia de Isabel.<br />
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Hoy san José canta el Magníficat del silencio, porque la obra de Dios se gesta en el silencio, y hoy la humanidad sigue necesitando ese silencio de san José para dar lugar a la PALABRA que debe iluminar nuestros pasos.<br />
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No lo olvides nunca:<br />
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«Dios alumbra por dentro<br />
antes de salir a nuestro encuentro por fuera».Unknownnoreply@blogger.com