30 de septiembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 26º del Tiempo Ordinario (Año B)

Sermón sobre el evangelio según san Mateo, de san Jerónimo, presbítero
«¡Ay del mundo, debido a los escándalos. Es necesario, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por causa del cual viene el escándalo!» Si es necesario que vengan escándalos, ¿es por eso libre de culpa aquel por causa del cual viene el escándalo? Nosotros, sin embargo, decimos: el escándalo no viene sino en el mundo terrenal. ¿Quieres que no venga a ti el escándalo? Pues no seas terrenal. Por eso os digo: este mundo terrenal contiene el escándalo, esta tierra necesita tener el escándalo. No te comportes terrenalmente, compórtate celestialmente, y no tendrás escándalo.

Pero, «¡ay de aquel hombre por causa del cual viene el escándalo!» Argumentaba en general. Y lo especifica: «Si, pues, tu mano o tu pie te son ocasión de escándalo, córtalo y tíralo lejos de ti; que más te vale entrar cojo en la vida, el Reino de Dios, que no ser arrojado con ambas manos y con los dos pies en la gehenna perdurable». Si, pues, tu mano o tu pie te son ocasión de escándalo, córtalos. Como ahora habla a los apóstoles, y la Iglesia tiene su fundamento en los apóstoles, todo lo que dice a ellos lo dice a la Iglesia, ya que la Iglesia tiene un solo cuerpo, pero tiene muchos miembros. La Iglesia tiene verdaderas ojos, o sea los responsables de la Iglesia y los doctores, que ven en las Escrituras los misterios de Dios. Tiene también manos, o sea hombres de acción, que no son ojos sino manos. Tiene también pies, que tienen varios caminos a seguir, pero el pie corre, justamente, porque la mano encuentre lo que tiene que hacer. Si ocurría, pues, que un ojo de la Iglesia te escandaliza, que te escandaliza una mano, que te escandaliza un pie, más te vale que te falte una sola facultad y que entres con las otras facultades en el reino de los cielos; más te vale tener un ojo nublado o un pie cojo que no ir a parar al fuego eterno. Si el obispo ha errado, si el presbítero ha pecado, si el diácono ha delinquido, no argumentes que son superiores, sino que el ojo sea arrancado, que la mano sea cortada, que el pie sea amputado y que se salven los demás miembros.

Esto lo hemos dicho según una interpretación más profunda. Sin embargo, se puede interpretar de otra manera. Si te escandaliza el ojo, si te escandaliza la mano, si te escandaliza el pie, si te escandaliza las personas queridas, el padre, la madre, el hermano, el hijo y los otros parientes, aléjalos de ti; más te vale reinar sin la madre que perderte junto con ella. Y esto va dirigido propiamente a los monjes, va dirigido propiamente a los apóstoles, ya que el monje desea imitar la vida de los apóstoles. ¿Quieres, oh monje, ser discípulo mío, quieres, en último término, ser discípulo de mis discípulos? Haz lo que hizo Pedro, lo que hicieron Santiago y Juan. Tenían un ojo que les era ocasión de escándalo, el padre, la barca, la red. Jesús les dijo: «Venid y seguidme». El ojo es arrancado, y ellos siguen a Jesús. Que ningún monje no diga, pues: Tengo un padre, tengo una madre. Yo le responderé: Tienes Jesús. Quien tiene a Jesús tiene padre, tiene madre, tiene hijos, tiene todos los parientes. Honra, pues, tus padres en la medida en que no te sean un obstáculo para servir al Señor, es decir, a tu soberano. A él se debe la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

LA CARTA DEL ABAD


Querida Carmen:

Me dices en una pequeña carta tuya: «Compartir el silencio de la noche y vivir al abrigo del amor de un corazón de niño, es lo más hermoso que nos puede regalar la vida, sin olvidar que ellos son, en todo, sugerencias y regalos de Dios».

Pues esta experiencia, Carmen está muy lejos de ser vivida por nuestra sociedad, e incluso por muchos padres. La infancia no es, precisamente, valorada en estos tiempos, una infancia que más bien es víctima. ¡Cuántos padres no llegan a disfrutar de sus hijos!

Las cifras a nivel mundial estremecen: en el mundo hay 400 millones de niños en condiciones de esclavitud. Ocho millones mueren de enfermedades que se pueden curar y prevenir fácilmente. Trescientos mil niños trabajando en condiciones de esclavitud para multinacionales. Una cantidad semejante nutren las filas de ejércitos como niños-soldado. Padres que venden a sus hijos por un puñado de dólares… Todo este panorama en tierras donde lo primordial es subsistir. Infancia en la que se ha quebrado la canción de la vida, como sugiere el poeta:

«Nacieron para cantar una canción. Pero el verso que la sostenía se borró tras un hálito de sangre. Y ahora viven fusil en mano. El cuerpo, aún naciente, arado por la guerra, vida prestada que no ensaya el amor y un abismo de muerte al acecho». (María Novo)

Nacen para cantar una canción. La canción de la vida. Traen la esperanza de una vida nueva al mundo. Por ello se han escrito páginas de gran belleza sobre la infancia:

«Para mí, no hay nada más bello en el mundo
Que un diablillo de crío que charla con Dios al fondo del jardín...
No conozco nada más hermoso en el mundo, dice Dios,
que un nene mofletudo, atrevido como un pajarillo,
que dice veinte veces “buenos días” veinte veces “buenas noches”.
Nunca tiene bastante… La vigésima es como la primera. El cuenta como yo
Así cuento yo las horas».

¿Y qué nos dice Dios hoy? Estas palabras: El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar… Ya no dice que el que pone en el camino de la muerte a la infancia, sino el que escandaliza. Una sociedad que les recorta la vida se recorta también su futuro. «Intentad vosotros los hombres decir tan solo una vez una sola palabra de niño. No podéis. Es una agua demasiado pura que huye de vuestra sucia memoria».

El amor del corazón de un niño es lo más hermoso que nos puede regalar la vida. Un precioso regalo de Dios. Pero esta sociedad valora solamente lo que produce. Nuestra sociedad necesita conversión. Un abrazo,

+ P. Abad

28 de septiembre de 2012

LECTIO DIVINA


Salmo 28 [29]

1 Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
2 aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

3 La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
4 La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
5 la voz del Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.
6 Hace brincar al Líbano como a un novillo,
al Sarión como a una cría de búfalo.

7 La voz del Señor lanza llamas de fuego,
8 la voz del Señor sacude el desierto,
el Señor sacude el desierto de Cades.
9 La voz del Señor retuerce los robles,
el Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: ¡Gloria!
10 El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.
11 El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.

Ideas generales sobre el salmo

Las raíces de este salmo provienen de un antiguo himno cananeo. Un himno de alabanza. Es la descripción poética de una tormenta que atraviesa la tierra de norte a sur. Hay un prólogo, en el cual los ángeles son invitados a magnificar la obra del Todopoderoso. Un epílogo donde Israel es invitado a renovar su confianza en el Señor. De esta forma se pone de relieve la significación religiosa del fenómeno metereológico.
Como los himnos de alabanza hay una introducción, (v. 1-2) un núcleo central (v. 3-9) y una conclusión (v. 10-11).

v. 1-2 Invitación a aclamar (3 veces) al Señor y adorarlo (una vez) a la entrada del templo. Aparece con insistencia el nombre del Señor (4 veces) y el término gloria (2 veces)

v. 3-9 Motivo por el que hay que alabar al Señor. «Voz del Señor», aparece 7 veces. El número 7 indica totalidad. Siete truenos. Sigue el desarrollo de las tempestades en aquella región. Suelen empezar en el mar, para avanzar hacia el continente, de oeste a este. Viene acompañada de rayos, la voz del Señor es esplendorosa, lanza llamas de fuego. Recorre la tierra de norte a sur. Habla de las montañas del Líbano, en el norte y de Cades, en el sur. Aparecen los elementos más poderosos de la naturaleza, como los cedros. Sarión, puede ser otro nombre para designar el Líbano. Pero el centro del salmo estaría en la aclamación del pueblo, como respuesta a la invitación del principio: ¡Gloria! No solo se estremecen los elementos más poderosos de la naturaleza sino que le pueblo mismo se estremece con su grito: ¡Gloria!

v. 10-11 Se presenta al Señor como rey eterno, sentado sobre las aguas. Aparece también repetidamente. Es quien domina el mal y las fuerzas de la naturaleza, bendice a su pueblo con la paz y le da la plenitud de bienes que garantizan la vida.

Lee

Haz tres lecturas, una para parte del salmo, dedicándole a cada una un tiempo de reflexión.

Medita

v. 1-2 Varios imperativos, como existen aquí le dan un tono solemne. Podría compararse con las series de los salmos 148 y 150. En un ambiente litúrgico se invita a todos los seres celestes a la alabanza. «Es el anuncio de la gracia evangélica que será difundida por todas las naciones». (Eusebio) «Tributad al Señor honor y gloria, tributad, tributad al Señor, toda la gloria que podáis a su santo nombre, y vuestra adoración hasta postraros hasta el polvo». (P. Claudel)

v. 3-4 Una voz majestuosa atruena… «Dios atruena con voz majestuosa, y nadie puede sujetar el rayo cuando se oye su trueno. Dios atruena con voz maravillosa y realiza proezas que no comprendemos». (Job 37,4) «Cantad a Dios, tañed para el Señor, que cabalga por el cielo, el cielo antiquísimo, que lanza su voz, su voz poderosa: Reconoced el poder de Dios». (Salmo 68,34)

v. 5-6 Todo es sacudido por la voz de Dios. El salmo 80 habla de cedros altísimos. Cedros con más de 12 metros de perímetro que desafían hombres y siglos. Todo intento de orgullo, de soberbia, de autosuficiencia será abatido por el poder del Señor: «Los ojos de los orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será ensalzado aquel día, contra todo lo orgulloso y engreído, contra todos los cedros del Líbano… será humillada la arrogancia del hombre. Solo el Señor será ensalzado aquel día, y los ídolos pasaran sin remedio…» (Isaías 2,11s) Véase el salmo 114: «En presencia del Señor se estremece la tierra». El salmista ve en una visión poética los grandes montes del Líbano y Sarión, convertidos en animales enloquecidos, que saltan y danzan. El Dios de la tempestad aniquila con su poder todas las falsas divinidades.

v. 7-8 Como una alusión a un dios del fuego o divinidades orientales, que son dominadas por el fuego del Señor. El desierto es tierra del recuerdo. Allí vivió el pueblo durante 40 años, buscando la tierra de la libertad. El Señor también tiene el dominio del desierto. Un dominio absoluto sobre todo. «Temblará y se retorcerá la tierra cuando se cumpla el plan del Señor y deje el territorio como un desierto despoblado…» (Jeremías 51,29)

v. 9 «¡Gloria!» Es la clave del salmo. Alos sonidos cósmicos producidos por Dios responde la voz humana con otro clamor: «¡Gloria!» El salmista se eleva para interpelar a los ángeles. Va por todo el territorio de Palestina para sacudir el espíritu y el corazón de los hombres en su invitación a la adoración, en una atmósfera de misterio que fija el alma en la admiración, en la contemplación. Aparece numerosas veces el nombre de Dios; es una presencia imponente, avasalladora. Es la voz de Dios que hay que escuchar. «Todo el universo no es más que un templo que grita: ¡Gloria a Dios!» (P. Claudel)

v. 10-11 Es la respuesta al invitatorio de la introducción. La paz está sugerida por el sentarse sobre las aguas del océano. El Señor controla todos los elementos porque es rey y señor. Todos los seres: montes, plantas… saltan, se retuercen ante Dios que se manifiesta. El salmista busca hacer del sonido y la visión una vivencia religiosa, lo que él ha experimentado. La epifanía acaba y todo retorna a la calma. Dios aparece dominando. El arco iris de la paz se extiende sobre el mundo. El diluvio se sosiega. Dios queda entronizado. «¡Fuerza del Señor, que da fuerza a su pueblo! fuerza con esta bendición que derrama con la extensión de la paz.» (P. Claudel) El inmenso poder cósmico se convierte en un poder salvífico para el pueblo elegido. El hombre de fe no tiene miedo. Su creador es también su Padre. El huracán desencadenado por la tormenta es un signo natural para hablarnos del huracán de su amor. La fuerza de Dios en la naturaleza vegetal y animal son símbolos del poder de la Palabra de Dios en los corazones de los hombres. «En este mundo moderno tan tecnificado parece que no hay lugar para la experiencia religiosa en la naturaleza. Con todo, la experiencia técnica de dominio y la contemplativa de pasmo y sobrecogimiento pueden y deben coexistir en el hombre bien integrado. En realidad, el estudiante en vacaciones no se chapuza en una fórmula de H2O, sino que goza del agua y de su frescor». (Alonso Schökel)

Ora

«Alaba alma mía al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego.
Alabad al Señor, que la música es buena,
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
Alabad al Señor en el cielo,
alabadlo sol y luna,
alabadlo espacios celestes,
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor:
el único nombre sublime
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles».

(Es una oración escrita a partir de versos de diferentes salmos. Puedes hacer tú una semejante.)

Contempla

Contemplando en silencio un caudal de agua, o árboles de la naturaleza, o la altura de los montes, o aprovechando también una tempestad, repasar interiormente palabras del salmo.

23 de septiembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 35º del Tiempo Ordinario (Año B)

Del libro «El Pedagogo», de san Clemente de Alejandría
Como entre los apóstoles se había planteado la cuestión de saber quién de entre ellos podía ser el más grande, Jesús colocó en medio un niño y dijo: «El que se hará pequeño como este niño, este es el más grande en el reino de los cielos ». Jesús no trata la niñez como una edad sin inteligencia, contrariamente a lo que algunos han creído. Y cuando dice: «Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos», no hay que interpretarlo mal. Porque nosotros no somos chiquillos que se arrastran por el suelo, al contrario, encarados hacia arriba por nuestra inteligencia, buscamos la santa sabiduría. Esta sabiduría, sin embargo, parece una locura a los que tienen el alma afilada por la maldad.

Y, con todo, son niños de verdad los que reconocen únicamente Dios por Padre, sencillos, pequeños y puros. De la misma forma el Señor proclama a quienes han progresado en la Palabra, y que deben menospreciar las preocupaciones de aquí: les aconseja imitar a los niños a base de poner únicamente en el Padre toda su confianza. Por eso les dice a continuación: «No os inquietéis por el día de mañana, que cada día ya tiene bastante con el mal que lleva». De este modo prescribe abandonar las preocupaciones de esta vida para confiar sólo en el Padre. Y el que pone en práctica este precepto es realmente un niño, y Dios lo ama.

Si es verdad, por otra parte, que sólo hay un solo Maestro, el del cielo, como dice la Escritura, entonces podremos llamar «discípulos» a todos los habitantes de la tierra. Y esta es la verdad: la perfección pertenece al Señor, que no para de enseñar, mientras que nosotros tenemos el carácter de niños y chavales, porque no paramos de aprender.

Con mucha claridad, en la epístola a los Efesios, Pablo ilumina el objeto de nuestra investigación cuando habla de «llegar juntos a la unidad de la fe y del conocimiento de Dios, en el estado de hombre perfecto, a la talla de la plenitud de Cristo», que es la cabeza y el único hombre perfecto y justo. En cuanto a nosotros, los pequeños, guardándonos de los vientos del error, el soplo de los cuales hincha de orgullo, y rechazando nuestro apoyo a quienes querrían imponernos otros padres, alcanzamos la perfección cuando somos la Iglesia, porque hemos recibido a Cristo, que es la cabeza.

LA CARTA DEL ABAD


Querida Rosa Mª:

He vuelto a recordar una carta tuya de hace unos meses donde apuntabas a cosas importantes para nuestra sociedad: «si te fijas, hoy nadie habla de vida interior, ni de sobriedad, ni de ascetismo… Las personas con vida interior saben afrontar mejor cualquier situación de crisis (económica, afectiva, de salud), es un escudo muy bueno para este tipo de situaciones».

No se habla de vida interior, porque falta esa vida interior. Alguien ha escrito: la interioridad no es espacio ni es tiempo; sencillamente, es. Es un vivir silenciosamente nuestra cualidad humana más profunda. Los ojos abiertos en plena naturaleza en un día de sol luminoso, o ante la inmensidad del mar, o desde la cima de las montañas. Altura y profundidad, y muchos y variados caminos para llegar a ella.

La interioridad nos envuelve, estamos en ella y somos ella. Se vive en y por el silencio de lo exterior y lo interior. Pero un silencio que no es solo callar, sino un auscultar o quizás un contemplar que emerge de esa interioridad. El silencio sería un medio, un canal para conectar con nuestra interioridad, cuya estructura está en toda persona humana. Pero es necesario actualizar esa capacidad. Esta actualización viene por el ejercicio del silencio. Y aquí nos encontramos con la gran dificultad: la de ejercitarnos en dicho silencio.

Gran obstáculo, el ejercicio exterior que domina en la vida de la sociedad, un ritmo trepidante que nos proyecta hacia el exterior. Y entonces nos topamos con el conflicto.

Así leo en la Escritura: «¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros?, ¿no es acaso de los deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis lo que no podéis tener; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis. No lo alcanzáis porque no lo pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para derrocharlo en placeres».

Somos un poco como niños, vivimos corriendo, todo lo queremos ya ahora, te piden una colaboración y tiene que ser para mañana, o pasado, o ¡ya! Si, es verdad se hacen reuniones para programar, para decidir previamente ciertas actuaciones; pero la reflexión es mínima, y si se trata de programación religiosa, hasta la misma oración es breve, para cumplir, pero raramente se parte de una oración profunda donde buscamos la «luz de lo alto, que nos dé sabiduría, paz». Total que luego todo se resuelve en más acciones.

Necesitamos esa «sabiduría de lo alto, que es pura, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia, buenas obras, constante, sincera». Y todo esto no se resuelve mediante una programación ni siquiera de varios días, sino a través de una profundización de nuestra vida, que nos permita arraigar todos estos valores en el interior, como vida nueva. Y en este ejercicio se necesita la «compañía» del silencio.

Evidentemente, nadie habla de vida interior, incluso en la Iglesia, o bien poco y mal; ni de sobriedad, o ascetismo.

Quizás será necesario que la crisis se agudice, que nos lleve a una situación en la que no haya palabras, sino tan solo silencio, un silencio que nos permita clamar desde la sima de nuestro abismo de miseria humana, y a la vez nos haga conscientes de que dentro de nosotros encontramos los caminos para la experiencia de una vida nueva.

Que nunca te falte la sabiduría de lo alto que debe nacer en tu corazón. Un abrazo

+ P. Abad

16 de septiembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 24º del Tiempo Ordinario (Año B)

Del tratado sobre la providencia, de san Juan Crisóstomo, obispo
Cuando alabamos a nuestro común Maestro para todo tipo de motivos, ¿no lo hacemos sobre para darle gloria porque nos hemos asombrado ante la cruz, ante esta muerte cubierta de maldiciones? ¿No explica San Pablo su muerte como signo de amor por nosotros, su muerte por los hombres tal como son? Dice a los romanos: «Dios nos dio prueba de su amor, porque cuando éramos aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Pablo mismo, ¿no se alegra de ello cuando salta de gozo, exulta y se alegra escribiendo a los gálatas: «Dios me libre, de gloriarme de nada, si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo?» ¿Por qué maravillarse de que, por este motivo, Pablo exulte, salte de alegría, se entusiasme? Aquel que ha soportado estos sufrimientos llama al suplicio su «gloria». «Padre —dice— ha llegado la hora, glorificad tu Hijo». Y el mismo discípulo que ha escrito estas palabras decía también: «El Espíritu Santo no había venido todavía, porque Jesús no había sido aún glorificado». Llamaba gloria a la cruz. Por otro lado, cuando quiso mostrar el amor de Cristo, ¿de qué hablaba?, ¿de sus milagros?, ¿de sus maravillas?, ¿de ciertos prodigios?... ¿De ninguna manera. Juan menciona la cruz y dice: «Dios ama tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que quien cree en él no se pierda sino que tenga la vida eterna». Pablo dice aún: «Él, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo ofreció por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» Y cuando nos invita a la humildad, es de aquí que saca su exhortación, diciendo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz». Predicando otra vez sobre la caridad, el Apóstol vuelve sobre el mismo tema: «Amaos los unos a los otros, tal como Cristo os amó y se entregó por vosotros como oblación y víctima de olor agradable». Y ¿qué aconseja Pablo para llevar a cabo el buen entendimiento entre las mujeres y sus maridos? «Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se ofreció a sí mismo por ella».

En fin, el Señor mismo, mostrando cómo la cruz era su preocupación principal, como amaba su Pasión, respondió al primero de los Apóstoles, el fundamento de la Iglesia, el primero de los discípulos, que le había dicho «Dios nos guarde, Señor! No os pasará tal cosa: Vete de mí, Satanás! Me eres un obstáculo!» Con la dureza de la reprimenda, mostraba el gran valor que concedía él mismo a la cruz.

LA CARTA DEL ABAD


Querida Mª Luisa:

Ya se empieza a presentir el otoño, suave, nostálgico, pasada la dispersión del verano, los rigores de la canícula, que este año ha sido rigurosa verdad. El ambiente más suave, la naturaleza comienza a retallar su exuberancia, vuelven a abrirse las aulas, y recupera el camino educativo el pulso normal. O más bien un poco más anormal. Con los recortes en dinero y personal. Con más alumnos y menos educadores. Ya vendrán otros tiempos en que nos hablarán de la trascendencia de la educación. Eso sí, con palabras grandilocuentes, elegidas incluso, propio de aquellos que no creen lo que dicen. Palabras vacías, que se deslizan en el vacío, desde el vacío de quien comunica, que no tiene nada que comunicar, y en el vacío de quien escucha, que no tiene nada que escuchar.

La palabra, ha escrito alguien, es un instrumento de comunicación si antes ha habido un acto de voluntad: la decisión de intentar entender o intentar hacerse comprender. Sin esta decisión, el lenguaje, la palabra, es solo ruido.

Esto es, hoy, en gran medida nuestra sociedad: ruido, prisa, inconsciencia… Esto crea un creciente malestar en nuestra sociedad. Es evidente. Pero cuando este ritmo de vida tiene una proyección en la dimensión espiritual el malestar se hace más profundo. Dios en la experiencia humana va siendo el gran desconocido.

Todos estos sentimientos me sugiere por una parte tu palabra sobre el silencio: «“Dios no estaba en el trueno, ni en el huracán; estaba en la brisa suave”. Que Dios sea tu brisa suave, que todo lo allana, todo lo embellece».

Y por otra parte tu palabra viene a reforzarse con la palabra de la Escritura: «El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado, ni me he echado atrás… Mi Señor me ayudaba; por eso no quedaba confundido».

Pero precisamos de la atención que nos disponga para la escucha. Que no es un mero oír. No una mera audición mecánica. Necesitamos escuchar. «Escuchar con el oído del corazón», como enseña la Regla de san Benito, «acoger con gusto la palabra y ponerla en práctica». Esta escucha precisa del silencio al que difícilmente accede hoy la persona. Esta escucha necesita silenciar muchas cosas y circunstancias por fuera, para poder llevar nuestra atención al interior, ese espacio donde nos habla, donde podemos escuchar en verdad, el verdadero Maestro, que cual brisa suave, como dices, todo lo allana y embellece.

¡Hay tantas cosas, tantas circunstancias y experiencias de la vida que violentan el corazón!, en este corazón que está hecho por Dios y para Dios; en este corazón que es la verdadera aula donde Dios imparte su enseñanza. Es aquí donde él me abre el oído, donde puedo experimentar su ayuda. Necesitamos tener un talante de discípulo. O ser lo que se dice que es el hombre: el oyente de la palabra. Entonces es cuando valoramos la palabra de Dios y la palabra de los hombres también; porque el aula de Dios está sobre todo en el corazón, pero resuena por todo el universo, creado por la misma palabra de Dios.

Quien busca a Dios debe tener en cuenta esta unidad de todo el universo. Escuchar la Palabra de Dios es un óptimo ejercicio y adiestramiento para la escucha de la palabra humana; así como la escucha de la palabra humana es un buen ejercicio que prepara el corazón para la escucha de Dios. Y nunca puede haber una buena escucha sin la «brisa» del silencio.

Que sea tu delicia esa «brisa» que todo lo allana y embellece. Un abrazo,

+ P. Abad

9 de septiembre de 2012

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 23º del Tiempo Ordinario (Año B)

De los sermones de san Efrén
Esta fuerza que no podemos tocar ha descendido, se ha cubierto con miembros palpables para que los pobres la toquen, de manera que, palpando su humanidad, perciban su divinidad.

Porque a través de los dedos de la carne, el sordomudo sintió que le tocaban las orejas y le palpaban la lengua. Pero a través de los dedos palpables, cuando la lengua se le desató, cuando se le abrieron los oídos, percibió la divinidad impalpable. Porque el arquitecto y el artista del cuerpo vino a él, y, con una voz dulce, creó sin dolor unas aberturas en las orejas sordas; entonces la boca cerrada, incapaz de hablar hasta entonces, elevo en este mundo la alabanza de quien, con este nacimiento de las palabras, hacía dar fruto a la esterilidad.

La palabra ha sido dada por el Señor a hombres mudos: reconozcamos que es aquel por el cual la palabra fue dada a Adán, el primer padre; aquí también, es por nuestro Señor que la naturaleza defectuosa ha sido completada y acabada. Porque el que es capaz de llenar un vacío de la naturaleza, muestra con ello que la plenitud de la naturaleza puede venir también a través de él. Ahora, no hay defecto más grande para el hombre que nació incapaz de hablar; en efecto, si es por la palabra que nosotros somos más perfectos que todas las criaturas, la falta de palabra es la más grande de todas las privaciones. Y así, todo el mundo sabe que cualquier plenitud existe gracias a aquel que ha llenado totalmente este vacío.

Escupió y tocó las orejas del sordomudo; formó lodo con la saliva y la extendió a los ojos del ciego, para hacernos comprender que, así como había desde el seno materno un defecto en los ojos del ciego, así también había un defecto en las orejas del mudo. De esta manera un defecto de nuestra condición humana fue suprimido gracias a la levadura tomado de su Cuerpo perfecto. No convenía, por otra parte, que nuestro Señor amputara un miembro de su Cuerpo para eliminar los defectos de los demás cuerpos; llenó los huecos de los defectuosos por medio de algo que podía sacar de él mismo, así como los mortales lo asumen a través de algo que puede ser comida. Es así que hizo desaparecer el defecto y resucitó de entre los muertos, para que nos fuera posible reconocer que gracias al Cuerpo en el que habitaba la plenitud era llenado el vacío de los defectuosos, y que de este mismo Cuerpo en el que habitaba la vida venía la vida de los mortales.

LA CARTA DEL ABAD


Querido Ramón:

«Yo me encuentro dentro de Dios trino, desde mis 34 años, cuando se me permitió ver al mismo Dios, que me enseñaron, en unas dimensiones de amor, en evolución constante hacia él, que todavía me seduce en los últimos años de mi vida, como si lo estuviese palpando. Nuestro medio divino…»

Son éstas palabras que me transmites en tu carta, palabras hermosas, palabras que abren a esperanza a crecer en la fe, y sobre todo a vivir en amor, ya que «Dios es amor», y nosotros estamos inmersos en él, o como escribes «dentro de él», pues es algo que nos sugiere la Sagrada Escritura: «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hech 17,27).

Tú escribes que te «enseñaron Dios en unas dimensiones de amor» y «en evolución constante», y que esto, hasta el día de hoy, después de muchos años vividos, te ha seducido y te sigue seduciendo.

Pero ¿puede seducirnos algo más profundamente que el amor?, ¿puede haber algo en la vida de la persona humana que tenga más eco que el amor?

Lo que sucede es que tenemos muchos sustitutivos del amor. Abrimos, volcamos, nuestro corazón en cosas, en experiencias… que no llenan el corazón, sino que lo agotan. Nos derramamos hacia fuera, cuando el punto de partida lo tenemos dentro. Nos lo recuerda un apasionado buscador de Dios: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y allí te buscaba». (San Agustín, Confesiones X,XVII)

Nos encontramos dentro de él, nos envuelve su amor, como envuelven los brazos de la madre a su hijo recién nacido. Al hijo que acaba de nacer y que le colocan en su regazo, para que pueda escuchar la voz materna, tomar de ella su alimento… crecer bajo la mirada amorosa de la madre.

Esta debe ser nuestra experiencia de Dios. Que cada día que amanece lo contemplemos como un regalo de Dios. Un Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos. Un Dios que nos regala vida nueva, que nos devuelve la alegría de la luz, la belleza de la creación… para crecer. Para crecer espiritualmente, porque así entiendo esa «evolución constante hacia él», que escribes. Dios nos crea para vivir con nosotros, con su criatura humana, una relación de amor. Y esta relación comienza y se desarrolla a partir de lo más íntimo de nuestro ser, desde el corazón. Como la madre y el hijo tienen una relación profunda, más allá de lo que aparece, un lazo espiritual que no se ve, pero se percibe, sobre todo, y siempre, por parte de la madre. Así es el lazo entre Dios y la persona humana; pero, por parte nuestra, tenemos de crecer espiritualmente, para hacernos conscientes de esta realidad que da una tonalidad diferente a la vida. Es lo verdaderamente apasionante de la vida: el crecimiento espiritual. Es la verdadera riqueza que ya nunca se pierde.

Y para esto Dios ya ha puesto ese principio de vida espiritual dentro de la persona humana. Ha puesto en ella su Espíritu. Espíritu de vida, de amor… Si nosotros nos volvemos hacia él, que viene a ser lo mismo que volvernos hacia el corazón, Hacia dentro, como dice san Agustín, viviremos la experiencia de «un Dios que viene en persona, para que se despeguen nuestros ojos, se abran nuestro oídos, broten manantiales en lo reseco», en una palabra tener la experiencia de un crecimiento espiritual.

Ramón, gracias por tu testimonio. Sigue creciendo, un abrazo,

+ P. Abad

8 de septiembre de 2012

LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet 
Miq 5,2-5; Salm 12,6; Rom 8,28-30; Mt 1,1-16.18-23 

Joan Maragall escribe en una estrofa de los Gozos de la Virgen de Nuria:

«Cau la nit pertot arreu… 
Nostre cor torna's psalteri 
pressentint el sant misteri 
tremolós de vostra veu. 
Deu ànima a les tenebres! 
Deu-nos la fe de la Nit.» 

Amanece la noche, suele amanecer con las nuevas de cada día en los medios de comunicación. Pero en el corazón de la noche vibra el corazón humano vibra con la melodía del salterio, abriendo el Misterio del Amor sobre el mundo, vibra el corazón con el deseo de que la fe arraigue en la Noche, como repetición de aquella Noche en que los ángeles cantan el Misterio del Amor manifestado en la naturaleza humana. La manifestación de este Misterio revelado en la carne la hace posible otra manifestación, otro misterio, otro Nacimiento, el de Santa María. Por esto nos invita san Juan Damasceno: «Celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado».

Y en un bello panegírico sobre el Nacimiento de María, escribe san Andrés de Creta: «La presente festividad es para nosotros el principio de las solemnidades. Es coronamiento por lo que concierne a la ley y a las sombras (cf. Hebr 10,1), y es una puerta de entrada por lo que se refiere a la gracia y a la verdad (cf. Jn 1,17). Aquí hallamos el resumen de los beneficios de Cristo para con nosotros, la manifestación de los misterios y la transformación de la naturaleza: Dios se hace hombre y al hombre se le concede la deificación. En efecto, a la resplandeciente y manifiesta presencia de Dios entre los hombres, por estar tan llena de maravillas, le correspondía una introducción gozosa que precediera al gran don de nuestra salvación. La presente solemnidad del nacimiento de la Madre de Dios viene a ser un preludio, y la perfecta unión del Verbo con la carne es el término».

Textos todos estos que nos ponen en sintonía con la sabiduría de la Palabra, y con la liturgia de este día centrada sobre todo en el misterio de un Dios que en el vértigo de su amor por la humanidad se reviste de humanidad y nace hombre. Para abrirnos el sendero del amor, para ponernos en el camino de la salvación.

La oración colecta nos habla de «las primicias de la salvación» que comienzan a emerger con la Natividad de María.

El evangelio nos coloca en este largo y complejo camino de la Genealogía de Jesucristo donde el amor de Dios recoge todo, tiene en cuenta todo lo humano, lo fuerte y lo débil, lo santo y lo pecador. Por eso Pablo con verdad y todo acierto nos podrá recomendar que «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien». La sabiduría del amor es una sabiduría penetrante que sabe llegar incluso en el pecado, en el mal, hasta su núcleo más íntimo, donde aletea el amor de Dios. A los que aman a Dios, como hace nuestro Dios, todo les sirve para el bien.

«¡Oh que maravilla! Ella es la mediadora entre la sublimidad divina y la baja condición de la carne y es constituida madre del Creador». (San Andrés)

Y así nos lo presenta el cuadro evangélico de Nazaret, donde hemos escuchado como se empieza a correr el telón del insondable misterio de Dios, gracias al sí de Santa María, acompañada por la aceptación fidel de san José.

«Cae la noche en el mundo… 
Nuestro corazón se convierte en un salterio 
presintiendo el santo misterio».

En la Noche de Belén, en la Noche del mundo amanece el Misterio, gracias a que el corazón de María es un vibrante salterio, una bella melodía donde san José pone el silencio. Y el canto y la música llena la noche del mundo. Y hay en el ambiente un aire de paz que conmueve hasta lo profundo.

«Cae la noche en el mundo…»

«Con razón se ha de celebrar el misterio de este día y a la madre del que es la Palabra de Dios se ha de ofrecer también el obsequio de las palabras, porque ella en nada se complace tanto como en la Palabra y en la reverencia prestada por medio de las palabras». (San Andrés)

En la reverencia a esta Palabra y en el respeto a las palabras es cuando nuestro corazón será un salterio, presintiendo la luz del santo misterio.

2 de septiembre de 2012

SAN BERNARDO, MONJE DE POBLET, Y SANTA MARÍA Y SANTA GRACIA, MÁRTIRES

Homilía predicada por el P. José Alegre, abad de Poblet
Eclo 51,1-12; Salm 125; 1Pe 3,14-17; Mt 10,17-22

Un himno de mártires canta de ellos estas alabanzas:

«Cantemos la victoria
espléndida y sublime,
oh mártires, la gloria
de vuestra fe insigne.

Simientes sois de trigo
que muere dando vida,
la cruz de Jesucristo
lleváis con valentía.

A Dios y al Rey eterno
cantáis las alabanzas,
unidas al incienso
de nuestras esperanzas.»

Celebramos esta solemnidad de los santos mártires Bernardo, María y Gracia. Cantamos un año más su victoria. La victoria de su fe como dice este himno, lograda en la persecución, que no falta a quienes siguen al Señor. «Si a mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros. Un siervo no es más que su amo, os tratarán así por causa mía» (Jn 15,20)

Cantamos las alabanzas por su victoria, que manifestamos, como dice el himno, con el incienso de nuestras esperanzas. Porque ellos no necesitan nuestras alabanzas, ni nuestros cantos, somos nosotros quienes tenemos necesidad de cantarlas, para que alimenten nuestra esperanza, porque la lucha continua aquí en nuestra vida.

El campo de este mundo se sigue roturando. El campo de este mundo sigue recibiendo la semilla de Reino que tiene necesidad de ir fructificando con los nuevos granos de trigo que somos nosotros. Así nos lo sugiere también Benedicto XVI: «"Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto." (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que sólo mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la que se sintetiza todo su misterio. Ya que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí mismo, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna.» (Benedicto XVI, Introducción al Vía-Crucis)

El Verbo hecho carne, Jesucristo Resucitado es el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna, pero una vida que sigue brotando de la semilla caída en el surco. Bernardo, María y Gracia viven también su vida en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, ofreciendo su vida como un acto de amor a Dios, como canta una de las antífonas de la fiesta, «llenos de prudencia ensalzaron a Dios en su corazón», encarnando la Palabra que acabamos de escuchar de san Pedro: «dieron culto a Dios en su corazón, y dieron razón de su esperanza con respeto, dulzura y buena conducta».

El amor a Cristo que empiezan a encarnar en su corazón, lo expresan con el testimonio de su martirio, como expresión del supremo amor que da la vida, en una perfecta imitación de quien nos amó primero, en una vivencia perfecta del misterio de la Eucaristía. Lo cantamos también en el Responsorio grande de la fiesta:

«Esta es la verdadera fraternidad
que nunca se rompió en la lucha de la vida,
porque siguieron al Señor, dando su vida.
Despreciando los alicientes de este mundo,
obtienen los del reino celestial».

Esto nos debería llevar a hacer nuestras las palabras del Eclo: «Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mis padres. Recuerdo la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque tú salvas de la muerte. Bendigo tu nombre…. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia».

LA VOZ DE LOS PADRES


TEXTOS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
Domingo 32º del tiempo ordinario (Año B)

Del comentario al salmo ciento veinte y cinco, de San Agustín, obispo
¿Qué ha querido decir el Maestro con esta sentencia: «Nada de lo que entra dentro del hombre desde fuera no puede contaminar, sólo lo que sale de dentro del hombre lo puede contaminar?» Hermanos, ¿cómo salen de la boca todas las impurezas enumeradas a continuación para el evangelio: fornicaciones, asesinatos, blasfemias, y el resto? ¿Cómo salen de la boca sino porque salen del corazón, como lo dice el Maestro? No es cuando hablamos que nos ensucian. De otro modo, si alguien pensaba el mal sin hablar, sería puro, ya que nada saldría de su boca! No, porque Dios ya ha oído lo que ha proferido la boca del corazón. Escuchad, hermanos, este ejemplo que os propongo. Pronuncio la palabra «robo». Acabo de mencionar el robo: ¿estoy contaminado de robo? La palabra ha salido de mi boca, pero el robo no me contaminado por ello. Al contrario, un ladrón es en todavía en la cama, no se ha levantado todavía para cometer su hurto; vela, y espera que los demás duerman, pero para Dios ya es un ladrón; ya es un hombre impuro: porque el crimen ha salido de la boca de su corazón.

¿Cuándo el crimen sale de esta boca del corazón? Cuando su voluntad ha tomado la decisión. ¿Has decidido hacer algo? Tal dicho, y hecho! ¿No has cumplido exteriormente el daño que meditabas? Es, quizás, que el otro no merecía perder lo que te proponías tomarle. Él no ha perdido nada, pero tú serás un día condenado como ladrón. Has resuelto de matar a un hombre, lo has dicho en tu corazón: tu boca interior ha pronunciado el homicidio; este hombre vive todavía, pero tú recibirás el castigo del homicidio, lo que importa es saber qué eres ante Dios, y no lo que parece que eres a los ojos de los hombres.

Sabemos, sin duda, debemos saber y no debemos olvidar que hay una boca del corazón, que hay una lengua del corazón. Es esta boca la que se llena de alegría, según el salmo. Es por esta boca que interiormente oremos a Dios, con los labios cerrados pero con la conciencia abierta. Todo es silencio, pero un grito sube del corazón. ¿A los oídos de quién? ¿De un hombre? No, a los oídos de Dios. No temas: aquel que escucha sabe tener piedad. Por el contrario, cuando nadie sentiría el mal que tú meditas, si sale de la boca de tu corazón, no te creas paso en seguridad; Dios lo oye y ya te condena.

Guarda del mal la boca de tu corazón, y serás inocente. Inocente será la lengua de tu cuerpo, inocentes tus manos; tus ojos y tus oídos serán inocentes. Todos tus miembros combatirán por la justicia, bajo el imperio del Justo, que posee tu corazón.

LA CARTA DEL ABAD


Querido Rafael:

Leo en la Escritura Sagrada: «la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo».

Y creo, ciertamente, que en todas las religiones hay una preocupación por los débiles, por los pobres, e incluso en todas ellas hay instituciones que se preocupan de hacer este servicio. Esto está bien. Pero «esto sólo» puede ser peligroso e incluso farisaico, pues reducimos la religión a unos espacios concretos, cuando la religión debe ser una experiencia que agarre a toda la persona, y a todo un pueblo. No podemos, ni debemos abdicar esta responsabilidad, que nos afecta a todos y cada uno, en una institución.

La experiencia que solemos tener es que no es así y aquí podría estar, querido Rafael una primera respuesta a tu interrogante: «¿por qué la pluralidad de religiones presentes en nuestros países es percibida a veces como un problema y no como un activo?»

Sucede aquí de alguna manera como cuando un pueblo tiene una gran devoción a «su Virgen», pero no les hables de ninguna otra advocación existente en otros pueblos. O incluso puede pasar dentro de una misma parroquia con devociones diversas.

Damos un valor absoluto a «lo mío», «lo nuestro», cuando en esta vida nada tiene un valor absoluto. Solamente la vida. La vida de cada persona, la vida de cada pueblo. Y la vida es algo dinámico que tiende a desarrollarse, y en ella la persona humana debe tener la preocupación de crecer como persona. El crecimiento supone una abertura a la vida, una vida en la cual están situados los demás. Por ello en la vida es necesario tener, establecer «espacios de encuentro», como bien sugieres tú. Y recoges también un pensamiento importante de Benedicto XVI: «el lazo unificador de las sociedades, incluso las liberales, es Dios».

Es posible, que muchos cambiarían el nombre de Dios por otro, sólo por mostrar que su Dios es diferente y mejor. Pero lo que es cierto, es que en el trasfondo de toda vida humana está la dimensión del Misterio. Y desde esta profundidad viene una llamada a toda persona a profundizar en la experiencia de su vida. Lo cual no es sencillo ya que por un lado la persona no está unificada en sí misma, sino que está llamada por una diversidad de centros de interés que «tiran» de ella en diversas, y a veces opuestas, direcciones. La persona escindida entre su mundo exterior y su espacio interior, y en esta tensión es fácil inclinarse por una versión hipócrita de su vida. Versiones que proliferan.

La persona necesita de las luces de otra sabiduría distinta de la que está moviendo el mundo, ya que la sabiduría actual es sabiduría que cuartea, que provoca profundas simas en las relaciones humanas.

El lazo unificador de las sociedades es Dios. El lazo común a todos los hombres, la fuente, el origen, es Dios, y en todo caso si tienes algo contra esta palabra la sustituyes por la palabra Misterio. En realidad se trata de «no dejar a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres». El mandato de Dios es que le busquemos a él, y esto lleva a buscar una unidad de nuestra persona, una unificación de nuestro interior y exterior, o lo que los teólogos cistercienses llaman la recuperación de la imagen divina. En definitiva es estar en un permanente proceso de recuperación de la unidad, una unidad que se extiende a la relación con los demás y con el mismo universo. Pero, simultáneamente es relativizar toda tradición humana.

Nada más, un abrazo,

+ P. Abad